martes, 29 de marzo de 2011

La impunidad farmacéutica

Publicado por Miguel Jara el 27 de marzo de 2011

Este viaje es un tanto lúgubre pero muy necesario para cambiar el rumbo del bienestar en salud de los ciudadanos en el futuro. Así comienza un artículo de mi amigo el abogado especializado en derecho farmacéutico Manuel Amarilla.

El escrito, que yo les resumo, continúa con un tono duro, quizá excesivo, pero lo que escribe Amarilla son verdades como puños:

La estafa política, social y legal montada en torno a los ciudadanos de a pie es alarmante, y nos vamos a tener que rebelar de una puñetera vez, si queremos sobrevivir o, en su defecto, vivir para contarlo. Por otro lado, la mayoría de los ciudadanos tienen la culpa, por traidores y colaboradores, eso que quede clarito.

Esta nueva revolución –como todas- no va a ser fácil llevarla a cabo con éxito, pues ya lo dice Javier Marías: “Es como si cada vez más gente apoyara a delincuentes y quisiera ser gobernada por ellos”.

A donde quiero ir a parar es a que nos vamos desangrando y degradando poco a poco en nuestra vida diaria, porque somos cada vez más como los seres a los que premiamos en las urnas para que nos gobiernen, es decir, fantoches, matones, bribones, gangsters, bestias pardas y dictadores. ¡La estamos cagando!

A pesar de esta cruda realidad, y aunque no todo el personal se lo merezca, como hoy estoy absurdamente animado y desinteresado, os voy a echar una mano en un temita muy concreto e interesante como es el de las muertes por los fármacos que tomamos -por si le sirve a alguien-. Caen como chinches, aunque el número es desconocido o secreto en la actualidad, porque así interesa a casi todo el mundo.

Para que nos vayamos haciendo idea de la magnitud del problema general de muertes causadas por fármacos, se ha hecho público el día 3 de este mes de marzo en Viena, el Informe Anual de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE), que dice:

“En los últimos 10 años, las muertes por un consumo excesivo de medicamentos han aumentado considerablemente, superando en algunos países al número de fallecimientos por sobredosis con drogas ilegales. Esta grave situación ha merecido escasa atención hasta que la muerte de varios artistas prominentes se relacionó con el abuso de medicamentos de venta con receta”.

Siendo muy interesante el caso del ya difunto Michael Jackson (que llevaba toda su vida jugando con fuego-blanco hasta que se quemó), me preocupa -y debería preocuparnos más, por nuestra salud-, la situación de los que han palmado y seguirán palmando a causa de la teórica ingesta normal de fármacos sin voluntad personal de extinción, y de los que nunca más se supo ni se sabrá.

No hace falta ir muy lejos ni ser un genio, para saber que el grave problema lo tenemos cerquita, en nuestra vida diaria, aunque a muchos no les interesa que lo veamos. Hay “Beaucoup de Money Price” en juego. En caló, mucho parné.

Joan-Ramón Laporte, que es un “crack” en esto y lleva años avisando y pegando tiros al aire a los que casi nadie hacía caso y que ahora empieza a estar de moda (aunque ha molestado siempre mucho a la industria multinacional farmacéutica), nos orienta con algunas perlas cautivadoras en una reciente entrevista:

“La aspirina es el medicamento que más gente ha matado, porque es el fármaco que más se ha tomado y la percepción de su riesgo está distorsionada.

Cada medicamento tiene su peaje de efectos indeseados. La Agencia Europea del Medicamento calcula que cada año fallecen en Europa 197.000 personas a causa de efectos adversos. En EE.UU. los efectos adversos son la cuarta causa de muerte, detrás del infarto de miocardio, el ictus y el cáncer.

Si la toma o la prescripción del medicamento fuera más atenta a los riesgos que conlleva, se calcula que se podría evitar entre un 65% y un 75% de estas muertes”.

Descrito esto y todo lo anterior, y la tremenda realidad que se impone, la pregunta del millón de dólares debería ser: Entonces ¿por qué no hay nadie en la cárcel por estas muertes tan numerosas, descaradas e intencionadas, en ocasiones?

Cumpliendo con lo prometido anteriormente en este artículo, desvelaré que la razón principal se debe a que no se realizan autopsias a ningún finado –por suicidio o no-, con el fin de conocer si la causa de la muerte se debe a un fármaco, o a varios, de los llamados legales. En el mejor de los casos se hacen para averiguar si ha sido por drogas ilegales, y si no es así, se queda el personal totalmente tranquilito.

El mecanismo es muy simple, los jueces y fiscales (funcionarios de postín) nunca piensan que otros compañeros suyos de otros ámbitos –como, por ejemplo, los que trabajan en las agencias de medicamentos-, a veces se equivocan , aprobando medicamentos que no hubieran debido aprobar y que van originar muchas muertes.

Estas graves equivocaciones, la mayoría de las veces no son intencionadas, pero en ocasiones sí, y también interesadas, lo cual es mucho más preocupante, ya que pueden llegar a ser, incluso, actuaciones delictuosas que tristemente pasan desapercibidas por muchas razones, que voy brevemente a tratar de explicar.

El escenario habitual de nuestro teatro funciona bajo el paradigma universal de que todo fármaco aprobado no tendrá efectos adversos graves o gravísimos, y que nadie será culpable si esto ocurriera, aún no debiendo ser puesto en el mercado.

Si esto pasa, la industria farmacéutica se exime de culpa porque los medicamentos los han aprobado las agencias -aunque ellas las hayan engañado intencionadamente ocultando los efectos adversos que ya conocían-. Los funcionarios se van de rositas porque desconocían el hecho, y las leyes actuales no les exigen responsabilidad civil ni penal derivada de su negligente actuación profesional. Los médicos no quieren saber nada aunque hayan avalado, con su prescripción falsa y engañosa, esta realidad desconocida para ellos, y los farmacéuticos -salvo excepciones-, se limitan a vender la mercancía que los otros le han facilitado. Este es el circo tradicional hasta ahora.

En consecuencia, cuando se origina un caso así -que debiera tener una consideración penal para quienes lo han cometido, amparado, avalado y facilitado-, se produce una amnistía automática para los autores, se entierra rápidamente el suceso y todos tan contentos. ¡Menos trabajo para la justicia! La culpa la tiene el ciudadano por su apatía e ignorancia general, en todos los sentidos y en este mucho más. El progreso y la industrialización además lo justifican todo. Lo vemos a diario en nuestras vidas.

Si se producen muchas muertes de abuelitas o daños graves en su salud, se les dará a los herederos una pequeña indemnización colectiva como ha ocurrido ya tantas veces. Sólo por mencionar unos episodios concretos en ambas modalidades, el de los dializadores de la multinacional Baxter o Agreal de Sanofi-Aventis. ¿Alguien se acuerda de estos? Los seguros están concebidos para lograr la exculpación de los culpables y dar, a los perjudicados, limosnas miserables que normalmente se aceptan por no haber otro remedio o miedo a litigar.

Esta trágica “milonga del desarrollo” nos está enterrando impunemente a todos.

Más info: En los libros Traficantes de salud y La salud que viene.

Fuente: http://www.migueljara.com/2011/03/27/la-impunidad-farmaceutica/

Una nueva enfermedad pone bajo sospecha a quien la sufre

Miles de personas son víctimas de Sensibilidad Química y Ambiental, un mal desconocido por muchos médicos y cuyo desencadenante puede ser la exposición a los productos tóxicos
EFE - BARCELONA 28/03/2011

Cerca de medio millón de españoles pueden padecer algún grado de Sensibilidad Química y Ambiental Múltiple (SQM), una patología aún no reconocida plenamente y cuyos enfermos suelen sufrir, además, la incomprensión o escepticismo de muchos médicos que desconocen su existencia.

Josefa Lucena, que padece Sensibilidad Química y Ambiental Múltiple utiliza una mascarilla para transitar por las calles de la Ciudad Condal. / Efe
Así lo exponen los doctores Joaquim Fernández-Solà y Santiago Nogué, del Hospital Clínico de Barcelona, en el libro Sensibilidad Química y Ambiental Múltiple (Viena Ediciones), donde recogen los aspectos generales de la enfermedad, las manifestaciones clínicas, posibles tratamientos o recomendaciones prácticas para los pacientes.

El doctor Nogué define la SQM como un mal caracterizado por la pérdida progresiva de tolerancia a la presencia en el medio ambiente de agentes químicos diversos, como productos de limpieza, perfumes, pinturas, disolventes o hidrocarburos, aunque muchos extienden también esta hipersensibilidad a bebidas alcohólicas, alimentos y fármacos que antes toleraban, e incluso a las ondas electromagnéticas.


El desencadenante de este síndrome puede ser la exposición única o reiterada a uno o varios productos tóxicos -insecticidas, gases y vapores irritantes, derivados del petróleo, edificios enfermos y otros-, pero no siempre se constata. Así, al inhalar estos productos, estas personas sufren ahogo, dolor de cabeza, náuseas, fatiga extrema y mal estado general que les impide seguir en este ambiente.

El problema para diagnosticar la patología es que no se producen alteraciones significativas en las pruebas de sangre u orina.

UN CALVARIO

Nuria Orduña y Josefa Lucena adquirieron su hipersensibilidad química tras haberse fumigado o desinfectado los centros donde trabajaban sin ser avisadas de ello, y haber estado en contacto con los productos tóxicos durante horas e incluso días.

Lucena, residente en Santa Coloma de Gramenet (Barcelona) y de 49 años, explica que desde que sufrió el percance laboral en 2006 «la vida se transformó para mí, porque parece que uno estuviera excluido de la sociedad, pues no puedes ir por la calle, salir de compras o compartir nada con nadie, solo con la familia y con muchos cuidados».

«Además, está el calvario de la atención sanitaria, es todo un peregrinar porque es una enfermedad nueva que no está difundida, y vamos a los médicos de cabecera y no saben de qué les estamos hablando», asegura Josefa Lucena, que utiliza una mascarilla para transitar por las calles del área metropolitana.

Entre sus experiencias, cuenta esperas de hasta 14 horas en urgencias, «porque parece como si ninguno de los facultativos que está de guardia quisiera cogerla a una», así como un cúmulo de derivaciones hasta que llegó el doctor Santiago Nogué, tras 33 meses de espera.

Josefa Lucena tiene claro que en Barcelona «se necesita una clínica donde los especialistas estén preparados, y eso es lo que se nos niega», aunque responsables de la Generalitat les han indicado que uno de estos centros podría ubicarse en hospital Moisés Broggi de Sant Joan Despí.

Por su parte, Nuria Orduña, de 56 años y tesorera de Apquira, confirma que algunos doctores nos dicen que tenemos «histeria o menopausia, y casi nos mandan al psiquiátrico».

Fuente: http://www.eladelantado.com/noticia/nacional/121794/Una-nueva-enfermedad-pone-bajo-sospecha-a-quien-la-sufre