Jueves,
02 Febrero 2012
La
sensibilidad química múltiple (SQM) es el término más empleado
para referirse a una enfermedad nueva, descrita a finales del siglo
XX, aunque probablemente la génesis se remonta muchas décadas
atrás, cuando la industria comenzó a utilizar masivamente la
síntesis química en una multitud de productos con los que nos hemos
acostumbrado a convivir. Como muestra de que nuestro conocimiento
sobre esta patología aún está lejos de ser completo, la SQM ha
sido denominada con otros términos tanto en literatura científica
como en los reportajes de prensa que han tratado de describir estos
extraños casos: síndrome de hipersensibilidad química,
sensibilidad alimentaria y química, alergia cerebral, enfermedad
ambiental, enfermedad del siglo XX, síndrome de respuesta a las
sustancias químicas, o incluso enfermedad ecológica.
El
progreso, al que nadie parece dispuesto a renunciar, se cobra también
un peaje en salud que, en el caso de la sensibilidad química
múltiple, adopta la forma de un síndrome complejo de origen
multifactorial en el que están implicados diversos mecanismos de
toxicidad, órganos y sistemas a nivel molecular, bioquímico,
estructural y fisiológico. Así se define la SQM en las conclusiones
de un documento de consenso con el que se da un paso adelante para
sacar del anonimato a esta enfermedad. El documento ha sido elaborado
por un grupo de expertos coordinado por el Ministerio de Sanidad, en
una iniciativa pionera en Europa, y recoge toda la evidencia
científica conocida acerca de esta enfermedad hasta el presente,
desde la epidemiología y etiopatogenia a sus manifestaciones
clínicas, diagnóstico, abordaje terapéutico y prevención.
Los
pacientes con SQM han tenido hasta ahora todas las papeletas para que
se les etiquetara con cualquier otra cosa menos con la enfermedad
real que padecen, incluida una comorbilidad no menos complicada de
reconocer, como la fibromialgia o la fatiga crónica. Lo que hace un
documento de consenso como el que se ha publicado en España es
tratar de sentar las bases para que esta enfermedad sea reconocida
como tal y no como una invención de los pacientes, empezando por la
propia definición de caso. Se desconocen los mecanismos biológicos
que la originan, se sospecha de una multiplicidad de factores
implicados, se han descrito síntomas muy diversos que implican
múltiples sistemas y órganos, no existen biomarcadores específicos
para el diagnóstico y tampoco hay un tratamiento etiológico o
específico, tan solo sintomático. Con este balance, resulta
complicado hacer una estimación de la prevalencia, entre el 0,2 y el
4% de población según diversos autores. Además, entre los
afectados hay un claro predominio de mujeres. Todas esas
características juntas han encarrilado en muchas ocasiones a estos
pacientes hacia una consulta de salud mental, o directamente a un
diagnóstico erróneo.
Este
documento de consenso debe representar el principio del fin de una
situación de atención inadecuada que tiene consecuencias físicas,
psicológicas y sociales tanto para las personas afectadas por SQM
como para sus familias. Por ello, no sólo se recomienda que el
diagnóstico de SQM figure en la historia clínica, sino que hay un
extenso apartado final en el que se reclama la apertura de líneas de
investigación básica, clínica y aplicada que incremente el
conocimiento sobre su epidemiología, etiología y fisiopatología, y
que en todas ellas se tengan en cuenta los condicionantes de género
que pueden estar influyendo en la presentación y manifestación de
la SQM.
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