lunes, 29 de julio de 2013

Antes de llegar a la mesa, la fruta vive un infierno químico

Por: Autor invitado | 29 de julio de 2013

Por Enric Urrutia, director de Bio Eco Actual

Entrevista a Jordi Bigues, periodista, activista y ecologista. Con los libros Lletra petita (Letra pequeña), Tot el que et pots estalviar per tenir una bona vida (Todo lo que te puedes ahorrar para tener una buena vida) y el programa de televisión Lletra Petita (en el canal autonómico catalán TV3), nos ayuda a que nuestro día a día sea lo más respetuoso posible con el planeta que pisamos y con nosotros mismos.

¿Crees que la sociedad del llamado primer mundo sabe lo que come y le importa?

Creo que sí. Cabría preguntarse cómo los medios de comunicación predican la conformidad y la idoneidad del pienso que se administra: la resignación diaria de la publicidad. Es curioso que todas las religiones tienen principios éticos respecto a qué se puede comer y qué no y en cambio mucha gente cree que la comida está al margen de los criterios éticos. De vez en cuando, y cada vez más a menudo, se produce un escándalo alimentario. Se demuestra que los mecanismos de control de la industria no funcionan pero tienen la desfachatez de decir que estaban alerta.

¿Qué valor tiene una semilla sin manipular en la sociedad actual?

La semilla, más que un patrimonio es un matrimonio de la humanidad, la unión legítima de la humanidad con la madre Tierra. La semilla es y ha sido siempre el gran capital y una de las máquinas naturales más fascinantes. Su protección de cualquier alteración ha sido una constante en la humanidad que a estas alturas se ha agrietado por el monopolio y por la contaminación tecnogenética del origen de las diferentes plantas alimenticias para nuestra especie.

¿Qué le puedes explicar al ciudadano que descubre que la mayoría de frutas y verduras que encontramos en el mercado han sido probadas en animales antes de ir al consumo doméstico?

Antes de llegar a la mesa, la fruta ha vivido en un infierno químico: los biocidas. Algunas ni siquiera han visto el sol. No sabemos ni con qué productos la han tratado ni si tan solo quedan residuos. ¡Es un Top Secret! Todo lo contrario a la transparencia. ¿Hay que fiarse de los controles de una administración cerrada, desacreditada y arrodillada ante la industria? Los funcionarios deberían rebelarse y negarse a ocultar lo que ven y encuentran.

Las vacas de raza Holstein (de manchas negras y blancas) viven unos 17 años en estado natural y de 3 a 4 años cuando son explotadas para obtener unos 45 litros de leche diarios. ¿Es este el futuro a seguir para alimentarnos: explotar todo ser de otra especie para nuestro provecho?

No dejan que las vacas crezcan y así no desarrollen enfermedades como la de las vacas locas. De vez en cuando detectan vacas que han desarrollado la enfermedad, pero todavía no hay ninguna prueba analítica que detecte la presencia de los priones malditos. Una cosa es ser portador y otra es desarrollar la enfermedad. Como esta se desarrolla preferentemente en vacas adultas... las matamos antes. La precaución de no comer las vísceras o la médula no tiene ningún sentido. Una cosa es la presencia de los priones y otra cosa es dónde se desarrolla la enfermedad, la encefalopatía espongiforme bovina (EEB).

¿Reduciendo el consumo de carne, reduciríamos los gases de efecto invernadero?

Sí, es así. Se había menospreciado el impacto climático del modelo ganadero industrial. No son sólo los gases gástricos de las vacas. Es el tráfico internacional del pienso, el modelo alimentario e, incluso, el empobrecimiento de los suelos.

La reeducación social en materia de consumo en general, por parte de los estamentos gubernamentales, es prácticamente nula. ¿Por qué?

Hay una dejadez de responsabilidad. Uno de los primeros objetivos fue controlar con subvenciones a las asociaciones de consumidores. Por cada euro que recibían, las asociaciones ecologistas recibían un centavo. Estaba claro quiénes eran los que defendían los bienes comunes y la gran distancia entre unos y otros. En todo caso, gracias a la Unión Europea, las leyes se han ido actualizando, pero no se ha logrado ni transparencia ni sistemas de regulación concertada (donde todos tengan voz) a excepción de la agricultura ecológica certificada y la certificación energética y el ecolabel. Piensa que desde pequeños nos cuentan que nada puede cambiar, que nuestra voz no tiene peso. Y sin embargo, los hechos lo desmienten.

Fuentehttp://blogs.elpais.com/alterconsumismo/2013/07/antes-de-llegar-a-la-mesa-la-fruta-vive-un-infierno-quimico.html

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