miércoles, 22 de diciembre de 2010

Cooperativas de alimentación ecológica. ¿Una moda o un cambio profundo en la forma de consumir?

Un año hay que esperar en algunas ciudades para formar parte de una cooperativa de alimentación ecológica. Al final se intenta compensar el hecho de que en un contexto urbano es difícil tener un huerto y el contacto con los campesinos y agricultores prácticamente desaparece. Pero cuál es el motivo de este éxito? Hablamos con miembros de diferentes cooperativas para saber qué les impulsó a crearlas, cómo funcionan, y si realmente esta opción les da un mayor control sobre el origen y calidad de lo que consumen.

Enviado por: sostenible.cat - Laura Basagaña, 09/12/2010, 11:11 h

Creamos nuestra cooperativa para poder consumir productos ecológicos pero sin tener que pasar por el tamiz de los grandes grupos de consumo ', explica Engràcia Valls, socia de la cooperativa de alimentación ecológica La Manduca, de Sant Feliu de Guíxols. Y es que comprar comida ecológica en el supermercado es posible, pero caro. Y las opciones de elección son limitadas. 'Hay muchos botes de colores, pero los productos están fabricados por dos o tres empresas. Cambia el diseño de los paquetes pero la elección es ilusoria ', comenta Xavier Montagut, integrante de la Xarxa de Consum Solidari. El lema de las cooperativas de alimentación ecológica podría ser 'nosotros decidimos y conocemos lo que comemos'. Se trata de grupos de consumidores coordinados que se aseguran de velar por la protección de la agricultura ecológica. Roger Codina, miembro de la cooperativa manresana Almàixera argumenta que una de las finalidades del proyecto común que llevan a cabo es incidir sobre todo el sistema económico establecido 'y destaca que las cooperativas de alimentación ecológica permiten a un grupo de consumidores actuar conjuntamente valorando aspectos sociales y éticos 'de la producción de alimentos. Codina subraya que es importante 'proteger la figura del campesino y evitar intermediarios que encarezcan el precio del producto'. ¿Y el resultado? 'Productos de buena calidad, con un trato directo con el campesino productor, saludables y ecológicos', remarca. La cooperativa de alimentación ecológica barcelonesa Cydonia, inició su proyecto 13 años atrás. 'Empezamos siendo 8 o 9 parejas que buscaban una manera concreta de consumir y ahora ya somos 46 familias que conforman el proyecto', nos dice Xavi Fernández, miembro de la Junta directiva de Cydonia.

¿Qué hace falta para poner en marcha una cooperativa de alimentación ecológica?

Los ingredientes necesarios son: la existencia de un grupo de personas concienciadas y con ganas de optar por una compra de alimentos ecológicos, una buena organización y diálogo. 'Se necesitan meses para pasar de la teoría a la práctica', indica Xavi Fernández. Codina señala que 'cuando un grupo empieza, hay más dedicación que cuando la cooperativa ya tiene las dinámicas creadas'. Los integrantes de la cooperativa suelen organizarse en cinco grandes grupos: Comisión de compras (busca nuevos proveedores, hace los pedidos necesarias), Comisión de Infraestructuras (busca el material necesario para el local), Comisión de económicas (cobran los pedidos ), Comisión de relaciones externas (asisten a los encuentros con otras cooperativas y dan a conocer sus proyectos a los demás miembros del grupo) y, por último, la Comisión de relaciones internas (distribuye y asigna las tareas a cumplir, preparación de cajas, limpieza, asambleas, entre otros). La media de horas semanales dedicadas a tareas para la cooperativa es de 2 a 3 horas por familia o integrante de la cooperativa.

Cada cooperativa decide el número de personas que pueden formar parte. 'Gestionar más de 40 cestos ya empieza a ser complicado', explica Engràcia Valls. A veces el freno viene determinado por el espacio del local: si el local es pequeño a partir de un cierto número de socios, ya no es posible crecer más. Por este motivo están las listas de espera donde se apuntan los que quisieran entrar a formar parte de una cooperativa, que desgraciadamente está llena.

Lo más común es que haya una lista de espera de gente que quiere formar parte de otras cooperativas, y cuando se llega a un número de personas concreto, 20 inscritos, se plantea la idea de formar una nueva cooperativa ', añade. Los miembros de cooperativas ya consolidadas guían en el proceso de nacimiento de nuevas cooperativas a sus integrantes. 'Los convocamos, les explicamos nuestras rutinas de funcionamiento, los pasamos una lista con nuestros proveedores y contestamos a las dudas y preguntas que nos plantean', explica Fernández. Codina indica que algunas veces se opta por acompañar en todo el proceso de formación de la nueva cooperativa, haciendo que una persona voluntaria abandone la cooperativa inicial que formaba parte, para pasar a ser integrante de la nueva y poder resolver las dudas que vayan surgiendo, desde dentro '.

¿Y donde se registran más listas de espera? 'En Barcelona y en el Área Metropolitana es donde han aparecido más cooperativas de alimentación ecológica y donde hay más listas de espera', comenta Fernández, que añade que en el Maresme, el Vallès y el Baix Llobregat también hay mucha demanda. En las tierras de Girona, en Tarragona y Manresa, por el contrario, hay menos afluencia. El tiempo de espera para pasar a formar parte de una cooperativa oscila entre 6 meses y un año.

Contacto directo con los campesinos

La principal ventaja formar parte de una cooperativa es 'poder conocer a quien compras los productos, saber qué hace y estar de acuerdo con la manera como lo hace', subraya Xavier Montagut. Las cooperativas organizan, de vez en cuando, visitas a los campesinos proveedores. 'Les hacemos preguntas, vemos de qué manera trabajan y resolvemos dudas sobre el proceso de elaboración y producción del producto', explica Engràcia Valls.

¿Pero como se contacta con los proveedores? 'Hay campesinos que cultivan hortalizas de forma ecológica y ellos mismos ofrecen sus productos a las cooperativas. Otras veces, los mismos integrantes de la cooperativa conocen a algún campesino y lo proponen los demás miembros del grupo. Una tercera opción es conocer campesinos a través de otras cooperativas que recomiendan a ciertos proveedores ', explica Xavi Fernández.

La lucha contra los transgénicos y la recuperación de la soberanía alimentaria

Montagut destaca que 'la soberanía alimentaria es una estrategia de lucha que pretende devolver a los ciudadanos ya los productores el control de su alimentación hoy en manos de unas pocas mutinacionals orientadas a maximizar sus ganancias. Esto implica una alimentación sana, sostenible, justa y adecuada culturalmente '. Y como podemos recuperarla? El movimiento campesino, todo el mundo junto con consumidores, ecologistas, ONG está exigiendo un cambio de rumbo en las políticas agrarias y alimentarias y lo está llevando a la práctica con explotaciones agroecológicas, con proyectos comerciales equitativos, organizando los ciudadanos para consumir productos agroecológicos , de proximidad y con una retribución justa a todos los que participan en la cadena alimentaria 'recalca Montagut.

Esta es una de las finalidades que persiguen las cooperativas de alimentación ecológica. La otra es evitar que las semillas de alimentos modificadas genéticamente contaminen a las ecológicas, debido a la mezcla de los dos tipos de semillas con la ayuda del viento. Montagut es del parecer que las semillas de alimentos transgénicos son invasoras y por tanto hay que parar su producción. 'La sociedad está muy sensibilizada con este tema, aunque el poder económico tira hacia otro lado', dice Montagut, que añade, 'Cataluña está a la vanguardia en productos transgénicos, el maíz que producimos es transgénico y sirve para alimentar animales que luego consumimos en forma de carne animal '. La plataforma ‘Som lo que sembrem' trabaja para conseguir el etiquetado de los productos alimenticios modificados genéticamente. 'Los transgénicos tienen mala prensa, si las personas supieran qué es transgénico y lo dejaran de comprar, las empresas renunciarían a producir más', considera Roger Codina.

Cifras destacadas

Según datos del Observatori de l'alimentació ecològica de Catalunya, un 31% de la población encuestada afirma que consume productos ecológicos, aunque sea esporádicamente. Y de manera habitual el porcentaje es del 2,6%.

En Cataluña hoy hay unos 123 grupos, asociaciones o cooperativas de alimentación ecológica, según datos de Ecoconsum, la Coordinadora catalana de cooperativas de alimentación ecológica. A Ecoconsum, pero, sólo hay inscritos una veintena de grupos, que se encuentran un par de veces al año para tomar decisiones conjuntamente e intercambiar información de interés.

sostenible.cat
http://www.sostenible.cat/

Fuente:
http://www.ecoticias.com/imprimir_noticia.php?id_noticia=38456

Un envenenamiento consentido. Efectos en la salud de la contaminación ambiental

Dra. Carme Valls Llobet
Médico del Centro de Análisis y Programas Sanitarios y consejera de la Comisión Asesora de Desarrollo Sostenible de Cataluña
20-12-2010

Los efectos sobre la salud de las exposiciones a contaminaciones que provienen del medio ambiente se han comenzado a recopilar en los últimos veinte años. Aquí presentamos un resumen de cómo la contaminación del agua, el aire y los alimentos afecta a nuestra salud.

Es difícil establecer relaciones de causalidad entre el producto utilizado y las consecuencias sobre la salud porque a veces las personas están expuestas a elementos contaminantes en el lugar de trabajo, pero también sufren la exposición ambiental que puede provenir del agua, del aire, los alimentos o de productos cosméticos o farmacológicos. A diferencia de las radiaciones ionizantes, el efecto de los productos químicos depende de las dosis y de la repetición de la exposición. También tenemos que partir de la base de que los avances en la síntesis de sustancias nuevas, sean insecticidas de nueva generación, desinfectantes, pinturas o tintes, han supuesto una mejora de la calidad de vida de muchas poblaciones del mundo, y que no todas las sustancias químicas son nocivas. El problema es que muchas no han sido evaluadas en relación con los posibles efectos negativos que pueden tener sobre la salud humana.

El agua

Los contaminantes químicos hidrosolubles y los metales pesados se pueden introducir en los seres humanos, los peces o los moluscos mediante el agua contaminada de los ríos y del mar. Son muchos los ejemplos de estos efectos, como es el escaso desarrollo de los peces y moluscos machos en las proximidades de los deltas de los ríos o de las rías gallegas, el hecho de haber encontrado en las aguas del río Ebro, delante del pueblo de Flix, una gran cantidad de detritos procedentes de las fábricas cercanas, con hexaclorobenceno y otras sustancias, y que los niños de esta localidad nazcan con niveles altos de estos productos en el cordón umbilical.[1] Otro ejemplo es la contaminación causada por el Prestige, que ha afectado el ADN de los voluntarios que fueron a sacar el "chapapote", según estudios realizados entre la Universidad de la Coruña y la Universidad de Barcelona.

El aire

A través del aire se pueden transmitir los contaminantes volátiles, como los insecticidas que se utilizan en la agricultura o en las desinsectaciones de locales, hoteles, escuelas, piscinas, servicios de transporte público o contenedores de residuos, que se han de someter a desinsectaciones frecuentes. Pero también los hidrocarburos procedentes de la combustión de la gasolina, expulsados a través del tubo de escape, son un contaminante; actúan como disruptor endocrino y contienen metales pesados, como el plomo. Y aún más, a todos ellos se unen las emisiones de otros gases, como el óxido nitroso, el anhídrido carbónico y los sulfatos.

Los alimentos

Los alimentos como la carne, el pescado, la leche y sus derivados pueden contener algunos de los productos orgánicos persistentes que se disuelven en medios grasos (liposolubles) del entorno en que viven los animales que luego se utilizan para el consumo humano. Los productos que contienen grasas son los que más niveles de dioxinas y bisfenol policlorados (PCB) pueden contener.

Consecuencias del consumo de sustancias químicas

En primer lugar, pueden afectar la salud del feto (teratogénicos) y el material genético de los seres humanos (genotóxicos). Pueden ser inductores de cambios en la salud reproductiva y en el equilibrio de las hormonas, lo que puede tener el efecto de disruptores endocrinos.[2] Se han descrito también efectos carcinógenos y neurológicos, y pueden ser inductores de procesos autoinmunes i de alteraciones de la inmunidad, de la fatiga crónica y la fibromialgia, y de la hipersensibilidad química múltiple.

La exposición a productos químicos y el riesgo de cáncer ha sido una de las correlaciones que, aunque es difícil de obtener, ha cambiado el panorama de la prevención en salud laboral y ha permitido mejores estrategias de prevención.

Desde la década de los ochenta se empezó a conocer que la exposición a herbicidas como el clorofenoxi podía producir sarcomas de tejidos blandos; la exposición a creosota, cáncer de piel, la exposición a dibromo cloropropano, cáncer de pulmón, el dibromuro de etileno incidía en producir linfomas, el óxido de etileno, en la aparición de leucemias y cáncer de estómago y pulmón. Finalmente, la exposición a formaldehído, ampliamente usado en la industria de la madera y del mueble, en la industria papelera, textil y de producción de plásticos, en hospitales y laboratorios, puede tener consecuencias carcinogénicas amplias.[3]

La exposición laboral o accidental a pesticidas

En primer lugar, afecta a la población de trabajadores y trabajadoras de la agricultura y, a veces, por mala manipulación o por falta de información, también afecta a sus familias, con un riesgo más elevado para los niños de corta edad e incluso durante el desarrollo fetal. Afecta también a los trabajadores y las trabajadoras que fabrican, manipulan y aplican los pesticidas. Además, pueden producir efectos sobre la salud de los trabajadores y las trabajadoras de centros laborales en los que se han aplicado insecticidas sin seguir normas de aplicación, o sin respetar los métodos inocuos de limpieza posteriores a la aplicación. Finalmente, la exposición más sutil y continuada se debe a la contaminación del agua y los alimentos por pesticidas.[4] Las consecuencias a corto, medio y largo plazo de la exposición a insecticidas son cáncer infantil y en la vida adulta, problemas en la salud reproductiva, enfermedad de Parkinson, enfermedades autoinmunes, disrupción endocrina y neuropatía central y periférica.

¿Cómo se pueden generar actitudes exigentes y responsables?

En primer lugar, tenemos que dar mucha más información a toda la población, a padres y madres y a los educadores y educadoras, porque sin información no podemos cambiar las prácticas cotidianas de consumo y alimentación. No es fácil ofrecer información veraz y por ello es necesario actualizar los conocimientos con consultas a bases de datos o páginas web como la del Consejo Asesor de Desarrollo Sostenible (CADS) [5] que también propone buenas prácticas que podríamos hacer en nuestra vida cotidiana para preservar el medio ambiente. El ejemplo de los adultos reciclando los residuos, clasificando la basura y evitando que se multiplique la incineración de residuos hará que las nuevas generaciones cambien su actitud frente a la contaminación ambiental.

Pero la calidad del aire, del agua y los alimentos depende mucho de los controles que debe hacer el gobierno a través del Departamento del Medio Ambiente y de la Agencia de Salud Pública. Por tanto, las nuevas generaciones deberían aprender a consultar y estar atentos a la información que darán los gobiernos y a exigir más, para demostrar que está mejorando la calidad de los medios por los que se puede introducir la contaminación en el cuerpo humano.

¿Cuáles son los retos para afrontar?

Hay que promover la investigación biomédica entre industria, salud pública y universidades para establecer las correlaciones entre contaminantes y problemas de salud de la población. Conocidas las causas, habrá que estimular las tareas de prevención, con normas claras de cómo se deben utilizar los productos químicos, los insecticidas y los productos de limpieza. Habrá que estimular que las etiquetas de los productos contengan toda la información de los contenidos, incluidos todos los productos destinados a la alimentación, y si pueden contener productos transgénicos. Es importante también que se conozcan los beneficios de la alimentación ecológica, que no contiene insecticidas en su producción.

Considero que también será muy importante estimular la participación ciudadana en la toma de decisiones, dar por ley la información necesaria a la población y al mismo tiempo compartir con la ciudadanía las responsabilidades de consumo, reciclaje de residuos y control de la calidad de agua, del aire y los alimentos que tendremos que hacer en el futuro.

¿Cómo podemos exigir el cumplimiento de las legislaciones relacionadas con la reducción de riesgos para la salud?

El denominado Convenio de Estocolmo de 2001, ratificado en 2005, definió doce productos de eliminación prioritaria en todos los países del mundo, atendiendo a los efectos tóxicos que tienen, su presencia en el medio ambiente y su persistencia en el interior del cuerpo humano, ya que todos son productos organoclorados. Estas sustancias, que se llamaron contaminantes orgánicos persistentes (COP)[6], son el aldrín, el PCB, clordano, el DDT, el dieldrín, las dioxinas, las endrinas, el furano, el heptacloro, el hexaclorobenceno, el mirex y el toxafeno. En Cataluña, desde el año 2005, representantes del Departamento de Salud, junto con representantes del Departamento de Agricultura, Ganadería y Pesca, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, la Agencia Catalana del Agua, la Agencia de Residuos de Cataluña y otros organismos, bajo la coordinación del Departamento de Medio Ambiente y Vivienda, trabajan en la vigilancia y el control de los contaminantes del Convenio de Estocolmo desde diferentes vertientes: vigilancia de los alimentos, reducción de emisiones al medio ambiente, identificación y localización de las fuentes o sustitución de las sustancias contaminantes por otras de inocuas.

A escala europea, el Parlamento preparó el Plan de salud y medio ambiente 2004-2010, que han seguido de manera muy precaria todos los países de la UE, y la aprobación de la iniciativa REACH (reevaluación del efecto de las sustancias químicas), que es un primer hito y que se debe seguir con cuidado. Para agrupar el estado del conocimiento sobre esta materia se puede consultar el estudio del CAPS sobre Salud y Medio Ambiente impulsado por el CADS.[7]

[1] Ribas, N.; Sunyer, J. (2003). Breastfeeding, Exposure to Organochlorine Compounds, and Neurodevelopment in Infants. Pediatrics, 111
[2] CAPS (1999). Disrupción Endrocrina. Quadern Caps, 19.
[3] Ver el detalle en www.caps.cat/mediambient.
[4] Porta, M. et al (2002). Concentraciones de compuestos tóxicos persistentes en la población española: el rompecabezas sin piezas y la protección de la salud pública. Gac Sanit, 16.
[5] www.gencat.cat/cads
[6] En inglés, POP, persistent organic pollulants
[7] Disponible en www15.gencat.cat/cads
*Este reportatge ha sido cedido por la revista RCE Educación y Sostenibilidad

http://www.sostenible.cat/sostenible/web/noticies/sos_noticies_web.php?cod_idioma=2&seccio=3&num_noticia=438929

Este pez tiene mercurio (y usted)

La contaminación del pescado cuestiona la recomendación de consumo regular -Compuestos cotidianos afectan al desarrollo cognitivo o al sistema reproductor

MÓNICA G. SALOMONE 19/12/2010

"De todos los animales, el que tiene ahora más contaminantes en el cuerpo eres tú", dice Nicolás Olea, de la Universidad de Granada, uno de los pioneros en España en investigar presencia de contaminantes en el organismo. La afirmación suena efectista, pero el mensaje está claro: durante nuestra larga vida los humanos acumulamos compuestos químicos persistentes que aderezan nuestra dieta, contaminantes que nuestra propia actividad industrial ha generado. Y ahí se quedan, en un organismo que no los sabe eliminar. Es más, han entrado en la especie humana para quedarse. Las madres los transmiten a través de la placenta y de la leche materna, así que los bebés los incorporan de serie. ¿Qué efecto tienen? Hay cada vez más evidencias de que muchos inciden desde en el desarrollo cognitivo hasta en la fertilidad, incluso a dosis bajas.

Hace ya tiempo que se conoce la toxicidad de muchos de estos compuestos, y por ejemplo en el caso de las dioxinas, los bifeniles policlorados (PCB) o los metales pesados, su uso industrial o su liberación al medio se han regulado. Pero no por ello han desaparecido del entorno. Están en la cadena alimentaria, atrincherados sobre todo en los tejidos grasos; cuanto más viejos sean los animales que comemos, y más grasos, más contaminados. Los peces predadores, como el tiburón o el emperador, pueden llevar más de diez años almacenando metilmercurio, la forma más tóxica del mercurio, antes de llegar al plato.

Además hay compuestos más modernos y de uso muy común en la vida cotidiana, como los ftalatos -usados en plásticos blandos, por ejemplo para juguetes infantiles-, los compuestos bromados -en tejidos y ordenadores, para evitar incendios- o el bisfenol A, cuyos efectos sobre la salud preocupan.

Organizaciones ecologistas y expertos llevan tiempo dando la voz de alarma, con algunos resultados. La Comisión Europea anunció hace una semana que a partir de 2011 se prohíbe el bisfenol A en biberones, decisión que Estados Unidos tomó ya hace un año. John Dalli, comisario europeo de salud, declaraba que "nuevos estudios demostraban que el bisfenol A podría afectar al desarrollo, la respuesta inmune y la generación de tumores". En contacto con líquidos calientes este compuesto se separa del plástico, en especial si los biberones no son nuevos. Para Olea la prohibición "es una fantástica noticia, pero ¿por qué han tardado tanto? Sabemos cómo actúa este compuesto desde 1936".

¿Cuántos contaminantes exactamente nos comemos? José Luis Domingo, del Laboratorio de Toxicología y Salud Medioambiental de la Universidad Rovira i Virgili, y Joan María Llobet, de la Universidad de Barcelona, llevan desde el año 2000 analizando los alimentos de la cesta de la compra promedio en Cataluña. Su tercer informe está casi a punto. Toman las muestras escogiendo como lo haría un consumidor medio, y miden ocho contaminantes más metales pesados. Luego cruzan los datos con los de consumo de los catalanes y obtienen la ingesta de un consumidor medio.

Hay algunas buenas noticias: "Se nota el descenso de algunos contaminantes en el ambiente, como el plomo, que ya no se usa en las gasolinas, o las dioxinas y los PCB", señala Domingo. Llobet recuerda que "lo que emitimos al ambiente vuelve a nosotros; si el ambiente está más limpio, los alimentos también".

El punto negro está sobre todo en el pescado y el marisco, alimentos en que las concentraciones no bajan. De hecho, si bien la ingesta media de todos los compuestos está por debajo de los niveles de seguridad establecidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS), el estudio de 2007, que publica la Agencia Catalana de Seguridad Alimentaria (ACSA), revela que los niños y niñas superan por poco este nivel, y las mujeres prácticamente lo alcanzan. Se remite en el texto a las recomendaciones de la UE: los niños pequeños, las mujeres embarazadas o que deseen concebir y las que estén amamantando no deberían comer más de 100 gramos semanales de pez espada o tiburón, dosis que excluyen más pescado esa semana. El atún, no más de dos veces por semana. Europa no es la única en emitir estas recomendaciones; Estados Unidos y Canadá dan consejos similares desde hace años.

Los datos de los estudios de la ACSA casan bien con que la mayor parte de las alertas emitidas por la Agencia Española de Seguridad Alimentaria en 2009 fueron por niveles altos de mercurio en el pescado. Tiene su lógica. Una vez en el medio, el mercurio no desaparece. Y a las fuentes naturales de mercurio, como las erupciones volcánicas, hay que añadir la actividad del hombre, que lleva 3.500 años usando este metal. Se estima que seguimos liberando al medio cada año 50.000 toneladas de mercurio.

"Nunca nos quitaremos el mercurio de la cadena trófica", dice Bernardo Herradón, químico del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). "Se ha usado mucho, y aunque ahora está muy restringido sigue estando en algunos tipos de pilas y en tubos fluorescentes, por ejemplo". El mercurio está en el suelo y también pasa a la atmósfera; la lluvia lo lleva a los ríos y de ahí al mar, donde los microorganismos lo convierten en metilmercurio, que es la forma que nos comemos con el pescado. Los microorganismos están en la base de la cadena alimentaria marina, y los grandes peces predadores, y nosotros mismos, estamos en la cúspide.

Pero, además de la dieta, los investigadores están descubriendo -"sorprendidos", dice Olea-, otra fuente de contaminantes químicos para el organismo: la cosmética. "El efecto de los componentes de cremas y champús es ahora un área de investigación en auge. Tenemos cada vez más evidencias de que compuestos de uso muy común en cosmética, como los parabenes, interfieren con la acción de las hormonas. Se absorben fácilmente por la piel pero su eliminación es muy difícil", explica Olea.

También los filtros UV, usados en cremas antisolares y recomendados por los dermatólogos para prevenir el cáncer de piel, empiezan a ser sospechosos. De confirmarse su acción tóxica la comunidad biomédica se encontraría ante un dilema riesgo-beneficio.

Sin embargo, los investigadores advierten de que no será nada fácil establecer fuera de toda duda el vínculo entre exposición a contaminantes en la vida cotidiana y enfermedades. En primer lugar porque los efectos, de haberlos, tardan décadas en manifestarse. Y también porque lo importante, advierten los investigadores, es el 'cóctel' de productos químicos, esto es, su acción conjunta. Los compuestos son muchos, y su posible interacción, un misterio.

"No sabemos qué pasará, pero los datos están ahí", dice Olea. "La exposición es real. Los tóxicos están en la sangre y en la placenta, se excretan en la leche materna. Las madres los pasan a sus hijos. Tenemos en el cuerpo compuestos que nunca antes habíamos tenido", dice Olea.

Los epidemiólogos, por lo pronto, investigan la relación entre exposición a contaminantes y enfermedades como cáncer, diabetes, endometriosis, infertilidad, malformaciones genitourinarias, depresión inmunológica, asma, Alzhéimer y Parkinson.

Para este tipo de trabajo suponen un tesoro los bancos de tejidos y datos como el que tiene el grupo de Olea en Granada: 6.000 placentas de madres de toda España obtenidas hace una década, con información de seguimiento, durante ese tiempo, del par madre-hijo correspondiente. Esto permite investigar, por ejemplo, la relación entre contaminantes en la placenta y desarrollo. Uno de los últimos trabajos científicos publicados, en septiembre, indica que una mayor concentración de compuestos clorados podría afectar negativamente a la función cognitiva, y recomienda más estudios.

Los investigadores también están observando en los últimos años que la baja concentración de estos compuestos en el organismo no garantiza su inocuidad. El llamado mito de las dosis bajas está cayendo.

"Tanto en animales como en humanos se han visto efectos adversos de los contaminantes a las dosis tradicionalmente llamadas bajas", explica Miquel Porta, catedrático de Epidemiología y Salud Pública de la Universidad de Barcelona e investigador del Instituto Municipal de Investigaciones Médicas (IMIM). "Estrictamente, estas dosis no son bajas: las concentraciones o niveles en sangre o en líquido amniótico, por ejemplo, son tan altas como las de nuestras propias hormonas naturales, y a menudo mucho más". Hasta ahora se aceptaba que estos compuestos debían presentarse a dosis más elevadas para alterar funciones fisiológicas en el organismo, "pero eso está en revisión", dice Porta.

A este experto no le tranquiliza saber que en la mayor parte de los alimentos estos compuestos no superan los niveles considerados seguros por las agencias de seguridad alimentaria y la OMS. "A menudo los niveles legales se establecen simplemente para que los alimentos puedan llegar a nuestra mesa", señala Porta. "Pero nadie nos puede asegurar que las concentraciones que tiene una parte importante de la población sean seguras; a mí, como médico, me parecen muy preocupantes".

En un estudio reciente, su grupo midió presencia de contaminantes en una muestra de 919 personas en Cataluña, considerada representativa de la población general. Los resultados revelaron que algunas personas tenían cantidades de DDE y hexaclorobenceno hasta 6.000 veces superiores que otras. "Una minoría de la población tiene una contaminación interna escandalosamente superior a la mayoría. ¿Es esa minoría la que luego desarrolla enfermedad?", se pregunta Porta.

Es una de las muchas cuestiones aún pendientes de estudiar. Los investigadores se preguntan, por ejemplo, cómo interfieren los tóxicos ambientales con la acción de los genes. Algunos datos apuntan a que el arsénico, el cadmio y los pesticidas organoclorados podrían apagar genes supresores de tumores, y encender genes con precisamente la acción opuesta.

Prueba de que el problema importa es que la Unión Europea destina fondos a investigarlo. El grupo de Olea y otros siete laboratorios europeos participan en el proyecto internacional Contamed, que estudia la relación de la química cotidiana con los trastornos del sistema reproductivo. La incidencia de estas alteraciones -desde una menor calidad del semen hasta malformaciones de genitales- está en aumento en Europa y el problema causa "una considerable preocupación", se dice en la web del proyecto.

http://www.elpais.com/articulo/sociedad/pez/tiene/mercurio/usted/elpepisoc/20101219elpepisoc_1/Tes

Pájaros para llevar un mensaje contra el silencio

Estrenan una película sobre el mal de la burbuja
VÍCTOR SARIEGO 21/12/2010 - 12

El entorno como enemigo. Lo cotidiano como rotundo agresor. Un elemento químico, el sonido fuerte, la luz intensa, cualquier producto de uso habitual en el hogar como desencadenante de una reacción corporal masiva devastadora... Así es la Sensibilidad Química Múltiple o SQM, una enfermedad que relega a los que la sufren a la reclusión en imposibles ambientes asépticos, desaparecidos, invisibles al resto del mundo porque aunque crónica, devastadora, y cada vez más numerosa en todo el mundo, especialmente en las llamadas sociedades avanzadas.

Esta patología no está reconocida oficialmente, “ni siquiera por la Organización Mundial de la Salud (OMS), a pesar de que en España la padecen 400.000 personas, siete millones en EE UU”, advierte Víctor Moreno, director de la película Los Pájaros de la Mina, en la que se narra el proceso personal, familiar y social que sufre Laura, de 32 años, afectada de SQM “desde que manifiesta los primeros síntomas hasta que, por fin, consigue un diagnóstico”, matiza su realizador. Su producción narra el gran desconocimiento que existe sobre la enfermedad de la burbuja, como se la conoce, casi despectivamente, porque está rodeada de un gran oscurantismo mediático, institucional, sanitario y social.

Como matiza la guionista y actriz principal, Mariam Felipe, “Laura, fiel reflejo de un paciente de este tipo, pierde a su pareja, amigos y familia en el intento de que algún médico le haga caso. Todos piensan que su mente no funciona, que está loca o con una depresión profunda de la que no puede salir, pero lo que destroza su vida está en el aire, en lo que respira o toca”. “Cuando escuché en la radio por primera vez a una enferma de SQM me pareció algo de ciencia ficción”, explica Moreno, que añade que “esta mujer, en la que se basa la película, ha de estar protegida continuamente por una máscara, tener un cuidado extremo con todos los químicos, no tocar casi nada, no salir de casa”. Esto le impactó de tal manera que, cuenta, no paró “de documentarse hasta darse cuenta del calvario que pasan estas personas para que las crean y no las tomen por locas, depresivas o mentirosas”. Así, Pájaros en la Mina, que hace referencia a las aves que utilizaban los mineros en el siglo XIX para detectar fugas de grisú, tiene como gran reto, “dramatizar y hacer entender la situación de estas personas”, que trata “de forma no alarmista, sin incidir en la parte estética o polémica de la SQM, incidiendo en la dificilísima relación de la protagonista con su entorno”.

REPERCUSIÓN SOCIAL
“Desde que colgamos los trailers de la película en internet, hace mes y medio, hemos tenido más de 30.000 visitas de 67 países”, comenta Moreno sobre el gran impacto social que ha tenido el largometraje, rodado en varias localizaciones de Pontevedra, A Coruña y Valencia. “Sobre todo, comentarios de agradecimiento de enfermos y familiares”, añade Mariam Felipe, que destaca que les “escribieron desde diversas asociaciones de SQM de todo el mundo en las que los pacientes se veían reflejados en el filme y valoraban nuestro trabajo y la documentación previa”, por lo que todo el contenido de la web se ha traducido al inglés y al alemán.

El director agrega que, desde Estados Unidos, la presidenta de The Canary Report, Susie Collins, les “envió un mensaje muy emotivo diciendo que Los Pájaros de la Mina retrata exactamente lo que es esta enfermedad”, algo que “absurdamente se esconde” añade, por lo que, dice, su “principal objetivo era visibilizar este fenómeno por impactante, por no reconocido y por increíble”.

Hace dos semanas, se realizó un primer pase público simbólico de la película en el teatro Principal de Pontevedra para conocer una primera impresión de los espectadores. Después de Reyes se inaugurará en Ferrol y luego en Valencia. En la ciudad del Lérez, fue presentada por el actor y la actriz gallegos Celso Bugallo y María Faltriqueira, que participaron en el proyecto de forma desinteresada, al igual que el resto del equipo; pues de hecho, este no es un filme al uso, sino que en él prima la intención social, algo que se refleja también en su distribución, fuera de los circuitos comerciales y de forma gratuita, pues, como recuerda su realizador, “nuestra intención no era tanto comercial como la de dar a conocer esta enfermedad y su tremendo impacto social”.

Por ello, recurrió a fondos propios, a la ayuda de las productoras Evofoto de Pontevedra y Elite Fotógrafos de Miño (A Coruña), y no pidió ninguna subvención. Tampoco los que participan han recibido remuneración, lo mismo que los grupos que han compuesta la banda sonora, la mayoría gallegos: Overlook, Maryland, Insomnia y NOC.

http://www.xornal.com/artigo/2010/12/20/sociedad/pajaros-llevar-mensaje-silencio/2010122000251500854.html