viernes, 27 de abril de 2012

Plastificados

LOLA HUETE MACHADO 3 ABR 2011

Nuestro mundo sería muy distinto sin plástico, un material con poco más de un siglo de vida que se ha hecho imprescindible y omnipresente. Pero su uso excesivo y algunos de sus aditivos se están convirtiendo en amenaza para el medio ambiente y la salud. El austriaco Werner Boote lo cuenta en el impactante filme 'Plastic Planet'.

Con un globo terráqueo de plástico en la mano, Werner Boote recorrió15 países en busca de su composición y efectos. Descubre que el consumo se ha extendido en Occidente y Oriente, en casas ricas y pobres, en productos para niños y adultos. Sus efectos se aprecian en tierra, mar y aire. Hasta que llegó a Qin Xu, en China, donde se fabricó su balón con compuestos prohibidos en la UE /THOMAS KIRSCHNER
La escena es corta. El director austriaco Werner Boote se sienta en el despacho de la entonces vicepresidenta de la Comisión Europea, Margot Wallström, y le lanza un balón, un globo terráqueo inflable, y le dice: "Vivimos en un planeta de plástico". "Sí", responde ella al cogerlo, "está en todas partes... conocemos el aumento de alergias, de cáncer, de problemas endocrinos... Es un hecho científico. Pero, ¿sabe usted?, en los últimos 10 años hemos podido probar la existencia de riesgo en 11 sustancias... Once. De las 100.000 que deberían ser analizadas... El sistema no funciona. Y en tanto en cuanto no tengamos información completa... la industria puede decir: '¿Ven ustedes? No pueden probar que esto es peligroso'. Por tanto, se pueden seguir produciendo...".

Y ahí queda dicho. Y grabado. En Plastic Planet, la película de Boote, un puñetazo al estómago de fabricantes, políticos y consumidores que se estrenó en 2009 y ahora en EE UU y Francia. Impacta. Igual que el libro homónimo, un completo documento sobre el tema del periodista Gerhard Pretting con capítulos de título ilustrativo: El plástico se instala en la casa; se entierra, se quema, amenaza el mundo animal, envenena a los hombres, la industria cambia, el material cambia, el pensamiento cambia, el hombre cambia...

"De las 100.000 sustancias que deberían ser analizadas, solo en 11 hemos podido probar la existencia de riesgo"

Se ha pasado de una producción de un millón de toneladas en los años sesenta a 230 millones en 2009

"Si tienes mucho bisfenol A en la sangre, difícil que puedas procrear", advierte uno de los investigadores

Plástico. Desde hace cien años mejora y aligera nuestra existencia. Sin él nada sería igual. Su producción define un tiempo ("el siglo sintético", llaman al XX) y un tipo de gustos en el consumo: ha pasado del millón de toneladas en los años sesenta a 230 millones en 2009 (el 25% en Europa; de ellos, un 1,5% en España). "Sin darnos cuenta, lo hemos convertido en el material de los materiales", dice Boote por teléfono. Y el exceso mismo es el problema, no el plástico en sí. "Sin él no se puede vivir; sin él no habríamos ido a la Luna, y ¿que habría sido del sida sin jeringuillas...? No. Es el exceso y los compuestos peligrosos que se usan". Sobre todo en Asia. Una amenaza para la salud y el medio ambiente, advierten los ecologistas desde hace años.

Tan habitual es que ya casi ni lo vemos. Basta mirar alrededor. Está en lo que captan nuestros ojos y en lo que no, por lo microscópico y lo camaleónico que puede llegar a ser. Omnipresente, sin ser ni Dios, ni aire. Hablar de plástico es hablar de esa "amplia gama de materiales sintéticos o semisintéticos que se usan en un enorme y creciente abanico de aplicaciones: del envasado a la construcción de edificios, de vehículos a dispositivos médicos, ropa, ordenadores...". Así lo cuentan en PlasticsEuropa (www.plasticseuropa.com), voz de los fabricantes europeos (50.000 transformadores, más de mil fabricantes de maquinaria, millón y medio de empleados).

Dicen que el término viene del griego plastikos, que significa "apto para el moldeado". Maleable, permite ser moldeado, prensado o extrusionado en variedad de formas: películas, fibras, placas, tubos, botellas, cajas... Una suerte de maná para todo: moquetas, cortinas de ducha, gafas, móviles, bolsos... Los chinos han hecho de su uso arte: consiguen introducir sus productos replicados hasta en los mercados de antigüedades.

Termoplásticos y plásticos termoestables (así se dividen, unos pueden refundirse y otros no), en sus variadas formas, conforman nuestra vida... Y han cambiado la de este hombre, Werner Boote, que no solo nació en un mundo sustentado económicamente por su manufactura, sino que lleva una década haciendo penitencia por su culpa. Tal cual. Veamos. El abuelo de Boote fue parte de la industria. Alto cargo de la firma austriaca Interplastik, contribuyó a expandir el producto por Alemania y el mundo. "Plástico era palabra mágica en mi familia", dice. Y su nieto (él, que se dedicaba antes a grabar vídeos de Andrea Bocelli, afirma), acostumbrado a la monada de juguetes que traía el abuelo Schuster, se compró un día, ya adulto, ese globo inflable citado. Nostalgia de la infancia. Y en sus viajes encontró otro aquí y allá... Iguales. Producidos en la misma empresa. Qué gran trabajo el del abuelo, tan ligero, bonito y usado, con tanta historia...

Un material creado primero de nitrato de celulosa por John Wesley Hyatt en 1869 en EE UU, y luego, en 1907, por el belga Leo Baekeland. Baquelita, el primer sintético, gran invento: hizo posible la electrificación del mundo (aislante eficaz), la proliferación de teléfonos, radios, cámaras... Fabricado con derivados del petróleo desde los treinta, con él se fue edificando un mundo nuevo, moderno, el American way of life:las primeras vajillas de cocina; las medias de nailon (de las que solo en Alemania se vendieron 30 millones en 1951); los tupperware, esa revolución publicitaria casera; la vivienda de PVC...

El plástico era pop. Se dejó querer por filósofos (como Roland Barthes), arquitectos (como Charles y Ray Eames), por el cine: "El plástico es el futuro", decía Mr. McGuire en El graduado. Así hasta convertirse en el material más usado del mundo a mitad de los setenta y en la tercera industria en EE UU (www.plasticsindustry.org) hoy. Y sin dejar de crecer, ha tenido vaivenes en su reputación. "Tras la guerra, y quizá entre otros con la implicación de la industria química alemana con el nazismo y la tendencia a lo natural del movimiento hippy, su imagen viró hasta convertirse en sinónimo de barato, desechable, poco importante...". Imagen que tiene mucho que ver con su derroche hoy. Pero con el gusto último por el revival, el neón, el látex, el bolso de pvc de marca, se ha recuperado.

El vintage sintético unido al high tech se ha hecho cool... ¿Y ahora? "La mayoría de consumidores se ha habituado al envase usual, ligero y barato, se conforma si acaso con el sello verde y no indaga demasiado. Se consume con gusto todo y se ignoran los ingredientes. El marketing ha hecho que la frontera entre artificial y natural se difumine", dice Pretting. Sea como sea, los nombres de los plásticos son parte de la vida cotidiana: resinas de epoxi o poliéster, poliuretano (PU), polietileno (PE), polipropileno (PP), policarbonatos, PET (polietileno tereftalato), PVC (policloruro de vinilo), las nuevas poliamidas (de tercera generación), los polietilenos más resistentes actuales... Y también algunos de sus aditivos: antioxidantes, antimicrobianos, estabilizantes, lubricantes, retardantes de llama, plastificantes... Los vemos en las etiquetas (si es que se ven). Y ya.

En 1999, la infancia juguetera feliz de Boote se empezó a desmoronar. Supo por un periódico de una especie de peces en peligro de extinción por esterilidad a los que se había descubierto en sangre una sustancia usada en la fabricación de plásticos. La duda se le hizo carne. La obra del abuelo era grande... pero tanta y con tanta química, quizá no tan ideal. Y empezó a indagar, a leer, a preguntar a científicos, a escribir cartas a los productores... Una noticia aquí sobre plásticos que afectan a osos polares en Groenlandia, otra allá de cómo las bolsas de plástico son un gran problema de salud en África (campan a sus anchas, y los animales, sustento de las familias, los engullen y mueren), otra sobre el efecto de las botellas (PET) en el fondo del océano o las montañas de desechos en basureros donde viven poblaciones enteras (como en Calcuta, en las imágenes).

Plástico por la mañana, tarde y noche fue su vida. Plástico en el sueño y en la vigilia. Y así nació Plastik Planet (primero en alemán), la crónica de una investigación paso a paso casi en formato televisivo, en la que el protagonista es el mismo realizador, una suerte de Michael Moore a la austriaca (comparación que él agradece,pero rechaza: "Yo no tengo tesis, me dejo llevar por la película"). Boote agarra su globo terráqueo y se va por 15 países tras su origen, su fórmula, la manera de reciclarlo, su impacto en el medio.

Lo primero que hizo fue analizar la pelota en cuestión. ¿Y qué encontró? Muchas sustancias químicas. Y una prohibida en la UE en 2004 en productos infantiles: ftalatos, plastificantes usados como disolventes y para fabricación de plásticos más flexibles y resistentes como el PVC. Se encuentra en juguetes, envases de alimentos, suelos de vinilo, detergentes, esmaltes de uñas y hasta en las videoconsolas (ver Greenpeace y Eroski Consumer), y son "probada causa de desórdenes reproductivos y, según se sospecha, también de cáncer".
Están en el polvo, la leche materna, la sangre... Los respiramos. Se huelen: ese olor característico en los comercios con mucho artículo de plástico o en los coches nuevos... "Prohibir los ftalatos en juguetes y artículos de puericultura es un gran paso adelante en la protección de los niños", informaba la CE. "No podrán comercializarse juguetes y artículos de puericultura que contengan concentraciones superiores al 0,1% de ftalatos... clasificados como tóxicos para la reproducción". ¿Cómo podía ser que su balón infantil contuviera un químico peligroso? Obsesionado, el austriaco analizó chupetes, biberones..."Allí estaban siempre; escandaloso".

Boote buscó hasta en su interior. Se hizo analizar la sangre (y la de todo su equipo, 40 personas) para descubrir en ella otra sustancia polémica, el bisfenol A, junto a restos de todo tipo de sustancias tóxicas con las que tenemos contacto. "La carga corporal", lo llaman. "Mucho bisfenol A, problemas de fertilidad", le suelta un investigador. "Está dentro de nosotros", dice. "Está en la comida". Las respectivas agencias nacionales de seguridad alimentaria, ojo avizor, incluyen apartados relacionados con "plásticos en contacto con alimentos". El tema no es banal. La regulación europea se mueve con nuevas investigaciones. Lo último: adiós a los biberones que contienen bisfenol A ante el peligro de que, al calentarse, pase a la leche y afecte al sistema nervioso, entre otros. El pasado marzo se ha prohibido su fabricación; desde el 1 de junio, su venta. Si antes eran aceptables y ahora no, ¿cómo estar seguros de que lo que usamos ahora lo es? Gran pregunta. Ante "la preocupación y el alto índice de riesgo de cara al consumidor, al trabajador y al medio ambiente", entró en vigor en 2007 la directiva REACH sobre sustancias químicas, un avance en el necesario registro, evaluación, valoración, admisión y restricción de esas 100.000 citadas al inicio.

En el transcurso de su vida-película, Boote reunió 700 informes científicos con evidencia de efectos adversos de algunos plásticos, los metió en su maleta y se fue a entregarlos en mano al presidente de la industria europea en una acción muy cinematográfica. Como lo fue coger un megáfono e interpelar a los clientes de un gran supermercado. Ni uno ni otros se inmutaron. "Es un lobby muy poderoso. Y solo se les puede quitar la palabra con el conocimiento de lo que pasa, mostrándolo... y es entonces también cuando pueden y deben actuar los políticos, como ha pasado con el bisfenol A y pasará con los ftalatos y con tantos otros". Si tuvo éxito o no en su objetivo, hay que verlo en el filme. "Pero yo parezco ya más un político que un director de cine", dice, por la cantidad de conferencias a las que ha sido invitado en universidades, escuelas, en Bruselas, en la última Cumbre del Clima de Cancún. "Algo ha cambiado, porque hasta la industria que nos rechazaba al principio, ahora se acerca...", asegura.

En los contenidos de sus webs (la europea, la americana, la de los industriales españoles) se aprecia preocupación: hay información sobre directivas y prohibiciones de la UE y otras sobre búsqueda de materiales y productos con menos impacto, más biodegradables, fabricados con biocombustibles (como ya ensayan dos grandes marcas de refrescos), una apuesta por el reciclado y por aligerar los envases para reducir el gasto energético... "Este es un problema de todos. Hay medidas urgentes que tomar", sigue Boote. Y da ejemplos: en una ciudad austriaca se proyectó el filme. La alcaldesa y su hijo fueron a verla. "Al salir, el niño le dijo: 'Mamá, tú eres política, haz algo'. Ella prohibió el uso de bolsas de plástico al poco. Otro: los Emiratos Árabes. "Tras la rueda de prensa vino a verme el ministro de Medio Ambiente a preguntarme: '¿Por dónde empezamos?'. Dios, no soy experto. Pero lo mejor es lo básico: 'Bolsas de plástico', le dije, sin creer demasiado en que lo haría. A la semana las prohibieron". Y la CE en Europa está en ello ante su consumo disparado: 800.000 toneladas al año. "Las tendencias en la industria de embalaje de plástico no son sostenibles".

¿Alternativas? ¿Vuelta al cepillo con cerdas naturales? Lo planteaba elNew York Times en el artículo Plastic: too good to throw away [plástico, demasiado valioso para tirarlo], que es el eslogan de una campaña reciente del gremio para sensibilizar sobre su uso y tratar de recuperar el valor perdido. Quizá no. La cuestión de consumo general debería ser no solo el está hecho de qué sino el está hecho para qué. "El consumo monumental de productos de un solo uso solo tiene sentido si son jeringuillas o botellas de agua en caso de urgencia como ahora en Japón".

Pero ¿qué hay de las botellas de plástico y los envases que van a dar a la mar, las bolsas, los platos, cucharas y vasos de los cumpleaños felices...? O como expone Pretting: "Un envase de yogur que alarga la vida de su contenido varias semanas necesita 500 años para degradarse. Y una bolsa de plástico que quizá solo se va a usar media hora ensuciará el medio ambiente durante un par de cientos de años". Absurdo. ¿Vivir entonces sin plástico como ha intentado la familia Krautwaschl en Austria? "Paso a paso, fuimos primero renunciando a envases, luego a juguetes, a lo electrónico, uf... ¿Lo más duro? No encontrar patatas fritas que no estuvieran en plástico...", se reían en una entrevista (ver su diario en www.keinheimfuerplastik.com).

"En un mundo de 7.000 millones de almas, no se trata de alimentarnos, vestirnos y vivir de la madera y la piedra, necesitamos el plástico porque requiere menos energía que otros en fabricación y transporte. Quizá sea el material del siglo XXI, pero repensando su fabricación excesiva y eliminando los hábitos de derroche". Y entonces Boote podrá descansar, dejar atrás a su abuelo y dedicarse a ese otro tema secreto que tiene en mente ya.

'Plastic Planet', de estreno en Francia; también en DVD. 'Plastic Planet, el lado oscuro del plástico', libro de Gerhard Pretting y Werner Boote. Editorial Orange Press.