jueves, 16 de febrero de 2017

Así De Jodida Es La Vida De Una Persona Con Alergia Al Wifi

ESCRITO POR Alejandro Tovar 7 febrero, 2017

“El wifi para mí es cosa del pasado. Igual que el teléfono inalámbrico, el WhatsApp o el móvil en general. Tampoco puedo pisar un gimnasio, una biblioteca o cualquier edificio público. Ni coger autobuses urbanos o de largo recorrido, ni trenes”. Hasta hace unos meses, Rocío, una enfermera de 45 años, no daba importancia a unos síntomas que, poco a poco, se iban manifestando con más intensidad. “No es que fuera adicta a la tecnología pero, como todo el mundo, estaba permanentemente colgada al teléfono y todo el día metida en Internet. Y sí, notaba dolores musculares, sofocos, cefaleas e insomnio, pero no sabía qué era lo que lo causaba”, dice.

Al tiempo, cuando sus dolencias se recrudecieron y tras consultar a varios médicos, cayó en la cuenta de que su cuerpo había desarrollado una electrosensibilidad que, supuestamente, la hacía enfermar al exponerse a campos electromagnéticos. Rocío ha desarrollado intolerancia al wifi y a muchos otros sistemas wireless y campos electromagnéticos con los que todos convivimos, una dolencia que afecta cada día a más personas y en torno a la que existe una gran controversia en el seno de la comunidad científica, además de esconder, según asociaciones de afectados, muchos intereses económicos de grupos empresariales de telecomunicaciones.
Rocío trabajaba en un hospital de Madrid, aunque desde hace casi un año cuida de su padre en la casa familiar de León. Explica que sus síntomas fueron en aumento y, cuando le impidieron desarrollar una vida normal, comenzó a preocuparse de verdad: “Esta es una dolencia muy desconocida; todos damos la tecnología por sentada y jamás llegamos a pensar que puede afectarnos hasta estos extremos”. Minerva Palomar, presidenta de la asociación Electro y Químico Sensibles por el Derecho a la Salud conoce bien el caso de Rocío. Lo conoce y lo comprende, porque ella también es afectada.  “Nuestra asociación ha mantenido contacto con más de 3.500 personas que, en diferentes grados, también manifiestan sensibilidad a los campos electromagnéticos. Dolores de cabeza, confusión mental, insomnio, desmayos, mareos, taquicardias, arritmias, hormigueos, etc. Los síntomas son muchos y todos afectan al desarrollo de cualquier rutina”, comenta.

Basta con detenerse un momento para caer en la cuenta de que nuestra exposición a estas frecuencias es enorme. Telefonía móvil, bluetooth,etc. todo hoy está conectado por ondas. Y no solo eso: los teléfonos inalámbricos de las casas, los vigilabebés e, incluso, algunos electrodomésticos. No obstante, esta patología no está reconocida y ha generado una enorme polémica en el ámbito sanitario y científico. “No existe un consenso sobre si el nivel de exposición permitido hoy es de verdad perjudicial para la salud”, explica Minerva, y añade: “Mientras los investigadores expertos en bioelectromagnetismo sí alertan de los riesgos de esta exposición, otros afirman que no hay ningún problema”.

¿Intereses económicos quizás? Minerva entiende que “sería razonable” pensar que las industrias que han apostado por este tipo de tecnologías quieren, por encima de todo, rentabilizar sus inversiones millonarias. Aunque lo cierto es que ni la Organización Mundial de la Salud ni el comité de expertos de la Unión Europea está de su lado, y aseguran que todos estos efectos adversos “no están comprobados”. La OMS, no obstante, sí calificó a la radiación de los móviles como posible agente cancerígeno en 2011 y, por otro lado, organismos como la Agencia Europea de Medio Ambiente (dependiente de la UE), también empiezan a marcar como objeto de estudio estas tecnologías.
A los electrosensibles se les tacha habitualmente de enemigos de la tecnología y el desarrollo, vinculando sus dolencias a problemas psicológicos. Rocío, que no ha puesto problemas a ser citada con su nombre real, responde exponiendo su caso: “Yo padecía los síntomas antes de saber que este problema existía, y esa es la mejor contestación. Yo acudí al médico cuando empecé a no poder más, y ninguna psicosis previa hizo que mis dolencias aumentasen”.

Pero, ¿existen realmente alternativas? Más allá de lo que está en manos de los afectados, como renunciar al uso del móvil o conectarse a Internet recurriendo al cable, sí hay una tecnología sustitutiva. “Se llama LiFi y sirve para lo mismo que el wifi aunque se apoya en la luz y no en los campos electromagnéticos para compartir y descodificar la información”, explica Minerva. En la actualidad, tan solo un centro hospitalario francés ha apostado por implementarlo.

Rocío teme su vuelta al trabajo: “Mi cuadro se ha recrudecido en muy poco tiempo y, aunque antes sí tenía dolores, no eran tan severos como ahora. Por eso no quiero imaginar cómo va a ser mi reincorporación al trabajo”. Rocío quiere llevar una vida laboral como el resto de personas y espera no tener que seguir los pasos de Rosa C.T., la funcionaria de la Generalitat de Cataluña que solicitó una invalidez permanente por no poder desarrollar su trabajo en la oficina. Su caso está ahora visto para sentencia en el Juzgado de lo Social número 1 de Lleida.
“Convivo con una impotencia increíble por las limitaciones que provoca en las actividades de mi vida diaria y la falta de apoyo del entorno personal, social e institucional”, se lamenta Rocío, con la que contactamos a las diez de la noche por ser el único momento en el que se encuentra en casa y, por tanto, nos puede atender desde su tradicional teléfono fijo. “Conozco a otra afectada que prefiere ocultar sus dolores y tratar de convivir con ellos antes de hacer partícipe a su entorno por miedo al rechazo, y eso no se puede consentir”. Decidimos dejar de hablar porque, aunque el teléfono desde el que habla no es un móvil, dice que el campo electromagnético ya comienza a afectarle tras 20 minutos de conversación.