«A pesar de que la comunidad
científica internacional (frente a los sesgados contrainformes de la
industria) se expresa con voz unánime, esto es, a pesar de que no se
da la posibilidad de que las autoridades responsables desconozcan el
problema, los límites legales que serían adecuados para nuestra
salud se superan en nuestro país en miles de veces»
MARÍA DEL MAR ROSA MARTÍNEZ En
telediarios y reportajes hemos visto casos. Personas cubiertas con
telas metálicas, incapaces de salir a la calle porque no toleran la
radiación artificial que, poco a poco, va saturando nuestro entorno.
Como probablemente ustedes, al verlo pensé que eran casos
excepcionales, personas con reacciones extremas, anormales, a las que
les había tocado eso en la vida, como a todos en ocasiones nos
sonríen o nos dan la espalda la salud, el amor o la fortuna. Pues
bien, después de dos años de médicos, pruebas, síntomas que no
remiten (pitidos en los oídos, mareos, dolores de cabeza diarios,
calambres, taquicardias€) y muchas cajas de medicamentos, decidí
medir el nivel de electrocontaminación de mi casa (Infante/ Barrio
del Carmen), ya que a escasos cien metros había dos grandes antenas
de telefonía. El resultado fue altísimo (4.740 mW/m2). En pocos
días, empecé a mentalizarme y a asumir que el mío también podía
ser uno de esos casos ´raros´.
Intentando dar en la web con un
especialista al que consultar, encontré algo que no esperaba. A la
luz de la numerosa y reveladora información científica disponible,
ni los casos de electrosensibilidad son ´raros´ ni tampoco
´anormales´. La literatura científica independiente no admite
controversia: los efectos de los campos electromagnéticos generados
a gran escala, principalmente, por la tecnología telefónica
inalámbrica (antenas, móviles, wifis, teléfonos ´fijos´
inalámbricos, PDA´s) y similares (microondas) son nocivos para la
salud a todos los niveles: endocrino, cardiovascular, sistema
hormonal, neurológico, celular€ siendo uno de los efectos
demostrados (Informe Reflex, 2004, financiado por la CCE) que se
rompen los enlaces de ADN a niveles de radiación bajos. Hay que
advertir que, en los niños los efectos son muy superiores a los que
padecemos los adultos y también que son acumulativos. El organismo
suma y sigue. Lo que sucede es que hay personas que desarrollan una
sintomatología ´de aviso´, la ´electrosehipersensibilidad´ y
otras que no, pero están igualmente expuestas a los riesgos para la
salud de esta nueva plaga. A la larga (cinco/diez años de
exposición) enfermedades graves de todo tipo, cánceres de todos,
cardiopatias, y un largo etc.
Esto no sólo lo atestiguan numerosos
artículos de investigación sino que científicos de todo el mundo
han suscrito numerosos llamamientos públicos colectivos alertando a
las autoridades y a la sociedad de los inminentes y graves riesgos
que para la salud pública conlleva la proliferación de este tipo de
tecnologías: resolución de Salzburgo 2001; declaración de
Friburgo, 2002; declaración de Venecia, 2007; llamamiento de
Bruselas, 2007; panel de Seletun, Noruega, 2009; declaración de
París, 2009.
Aun así, a pesar de que la comunidad
científica internacional (frente a los sesgados contrainformes de la
industria) se expresa con voz unánime, esto es, a pesar de que no se
da la posibilidad de que las autoridades responsables desconozcan el
problema, los límites legales que serían adecuados para nuestra
salud (mil megavatios por metro cuadrado se considera exposición
extrema) se superan en nuestro país en miles de veces y el debate de
la nueva ley no contempla rebajarlos.
Mientras, una parte de nuestros vecinos
europeos y occidentales como Italia, Alemania, Austria o Suiza,
tienen legislaciones más restrictivas que la nuestra (incluso Rusia
y China), advierten a sus ciudadanos de los efectos dañiños del uso
privado de estas tecnologías, retiran de escuelas, centros
educativos, hospitales, bibliotecas, instituciones públicas, etc.,
antenas, wifis, wimax, bluetooth y dispositivos inalámbricos, y
cuidan, como es su deber, a los grupos de riesgo (niños, ancianos,
epilépticos, embarazadas) así como a las personas
´electrosensibles´, muchas, gravemente incapacitadas. Suecia lidera
aquí los logros y reivindicaciones.
De todo lo anterior también nos
advierten: la OMS (IARC), clasificando el 31 de mayo de 2011 las
radiaciones electromagnéticas de radiofrecuencia como posible
cancerígeno en humanos (grupo 2B); la Asamblea del Consejo de
Europa, resolución 1815 (2011), instando a los Gobiernos europeos a
que adopten de inmediato medidas para reducir la exposición de los
ciudadanos a todo tipo de radiaciones electromagnéticas; la Agencia
Europea de Medio Ambiente (EEA), confirmando que «las radiaciones de
microondas pueden provocar enfermedades tales como leucemia infantil,
tumores cerebrales, cáncer de mama, alteraciones en el sistema
nervioso, cambios en las funciones cerebrales y daños en el sistema
inmunitario».
Afortunadamente, en casa, la solución
es sencilla, gratuita (si la exigimos) y accesible para todos:
teléfonía fija e internet por cable. La telefonía por cable es
totalmente inocua para nuestra salud y la de nuestros hijos. A nivel
político, tal y como está el patio, y con las multinacionales de
telecomunicación enfrente, más nos vale empezar a informarnos y
cuidarnos los ciudadanos (perdón, los consumidores) por nuestra
cuenta.
Pero, por favor, no consintamos que
nuestros hijos estén todo el día irradiados en los colegios.
Reclamemos, como mínimo, que retiren los wifis de los centros
educativos públicos (incluida la universidad, a la que pertenezco).
Sólo contando el periodo de educación obligatoria, un niño pasa
más de 10.000 horas en su centro. Según la Convención
Internacional de los Derechos del Niño de 1989, niños y niñas
tienen derecho a vivir con salud y bienestar, a tener una protección
especial para desarrollarse, y a ser los primeros en recibir
protección y auxilio. No se trata de dar la espalda a la tecnología,
sino de utilizarla de forma segura. Apostemos por el cable y el
principio de precaución.