miércoles, 19 de septiembre de 2012

La comida ecológica, ese supuesto lujo para pijos

Por: Mikel López Iturriaga | 18 de septiembre de 2012

Lentejas rojas ecológicas de El Pagès d'Or. / AINHOA GOMÀ
Defensores de lo ecológico, preparad los lanza-melones bío. Detractores, armáos de pistolas de pesticidas. La publicación de un estudio de la Universidad de Stanford, que niega la superioridad nutricional de la comida orgánica frente a la convencional, ha desatado una nueva batalla entre los que prefieren los productos con menos química y los que consideran tal preferencia como una monumental chorrada.

No es la primera vez que estudios de este tipo ponen en cuestión las virtudes de la comida ecológica con similares argumentos. En 2009 ya hubo otro rifirrafe después de que la British Food Standard Agency diera a conocer un informe que concluía que una dieta ecológica no resultaba más beneficiosa para la salud que una normal. Hay quien sugiere que los informes obedecen a oscuros intereses de la industria de tratamientos fitosanitarios, fertilizantes y semillas transgénicas, aunque yo, que soy un poco cándido, prefiero no caer en lo conspiranoico y confiar en las buenas prácticas de unas instituciones a priori bastante serias.

Personalmente, el informe de Stanford ha cambiado más bien poco mi percepción del asunto. 

Para mí, la nutrición no es un factor fundamental a la hora de elegir entre un alimento ecológico y otro que no lo es. Si alguna vez compro un tomate, un litro de leche o una chuleta bío no es porque asuma que contiene más vitaminas o minerales, sino porque

a) trato de meterme en el cuerpo menos pesticidas, fertilizantes químicos, hormonas o antibióticos -algo que el informe reconoce como ventaja-,

b) creo que le hago un pequeño favor al medio ambiente y promuevo un trato digno a los animales, y

c) tengo la esperanza de que sepa bien al haber sido cultivado o producido de una manera más tradicional. Aunque siendo sincero, he de reconocer que más de una hortaliza ecológica me ha decepcionado en este último apartado, en el que me da la sensación de que otras cuestiones -variedades, maduración, frescura- son bastante más decisivas que el factor eco.

Lo que me sorprende es la virulencia con la que algunos detractores de la comida ecológica atacan a las personas que la defienden, tachándolos de pijo-progres y esnobs que se permiten el lujo de pontificar desde su posición económica privilegiada. El último en sumarse a ese discurso es el chef británico Marco Pierre White, que se ha quedado a gusto tras publicar un artículo sobre el tema en el diario Daily Mail. En él arremete contra cocineros como Jaime Oliver o Hugh Fearnley-Whittingstall, a los que denomina "la altanera mafia orgánica" y acusa de promover una especie de clasismo alimentario que distingue entre ricos compradores de productos bío y pobres humillados ante la imposibilidad de acceder a ellos.

"Si la industria entera se volviera ecológica, no podríamos alimentarnos", escribe. "¿Cuál sería el precio del pan? ¿Y de los huevos? ¿Y de las galletas o la mayonesa hecha con esos huevos? [...] El pollo sería un artículo de lujo. La idea de que algo tan simple -y nutritivo- como un pollo debería negarse a las familias con pocos recursos es francamente aterradora".

En esta misma línea se manifiestan teóricos como Bjorn Lomborg, autor del libro El ecologista escéptico. Lomborg reconoce que evitar los pesticidas podría reducir hasta un 20% de las muertes por cáncer en EEUU. Pero añade que, de imponerse, el alto coste de los productos ecológicos -entre un 10 y un 174% más- reduciría el consumo de frutas y verduras, lo que tendría unas consecuencias aún peores para la salud de los ciudadanos con menor poder económico. El campeón anti-eco en España es el profesor José Miguel Mulet, que en su blog Los productos naturales, ¡vaya timo! insiste en que la agricultura ecológica es poco eficiente, minoritaria y "muy pija".

Que la comida ecológica que llega a nuestras tiendas es más cara es un hecho incuestionable. Y hasta cierto punto lógico, porque hoy por hoy es más costoso producirla. Es razonable que si estás a la cuarta pregunta, prescindas de ella, y desde luego no creo que te debas sentir culpable si no te alcanza el dinero para comer pollo criado en libertad y alimentado con maíz cultivado sin pesticidas.

Sin embargo, no está tan claro que la agricultura sostenible sea incapaz de alimentar a la Humanidad: expertos e instituciones como la ONU comienzan a verla como una vía que a la larga puede ser más productiva que la industrial, y más eficaz a la hora de combatir las desigualdades.

Considerar los productos bío como un capricho lava-conciencias para pijos me parece tan injusto como creerte superior por consumirlos. Si eres tan afortunado de tener el dinero suficiente para comprarlos y los consigues de buena calidad, resulta coherente seguir apostando por ellos. La demanda hace que los productores y distribuidores amplíen la oferta, y siempre será bueno para el medio ambiente que esta manera de proceder se extienda. Además, un mayor interés de los consumidores debería llevar a las autoridades a promover y facilitar la producción ecológica (si es que las autoridades tienen algún tipo de sensibilidad hacia estos asuntos, claro).

Por otro lado, creo que gracias a la tecnología cada vez es más fácil acceder a este tipo de comida a un coste razonable. Internet permite el contacto directo entre el consumidor y los productores, y la actual variedad de webs que venden cestas ecológicas a domicilio entre las que elegir era impensable hace apenas unos años. Más competencia y menos intermediarios, igual más oportunidades de encontrar buenos precios.

En lo que sí coincido con los anti-organic es en que a veces el furor por lo ecológico puede llegar a excesos ridículos. Pienso en esas personas que creen que se van a morir por comer alimentos convencionales o en esas actrices norteamericanas que evangelizan sobre lo orgánico desde sus mansiones de Hollywood. No olvidemos que existen productos fantásticos que no cuentan con el sello de agricultura o ganadería ecológica, entre otras cosas por lo caro que resulta obtenerlo. Que la proximidad es tan importante (¿o más?) que dichos sellos. Y que "ecológico" no es necesariamente sinónimo de "saludable": hablo de los refrescos u otros productos procesados blanqueados, o más bien reverdecidos, con la etiqueta bío.