Artículo
publicado por Vicenç Navarro, 13 de abril de 2012
Este
artículo analiza la situación de la socialdemocracia francesa y
española, comentando críticamente algunas de las posturas que han
aparecido publicadas por autores cercanos o pertenecientes a la
socialdemocracia española.
Parece que el descontento de la
ciudadanía con los instrumentos políticos que históricamente han
sido más receptivos a las demandas de las clases populares -tales
como los partidos socialdemócratas- están teniendo un cierto
impacto en algunos países, provocando la recuperación de parte del
ideario político que se había abandonado cuando gobernaban. Uno de
los protagonistas del cambio provocado por este descontento popular
es el Partido Socialista Francés (PSF). Su candidato François
Hollande había sido el candidato “moderado” durante las últimas
primarias de tal partido. Su “moderación” había sido la causa
de la aprobación y simpatía por parte del establishment mediático
en Francia hacia su candidatura, un establishment temeroso de
cualquier contagio radical del PSF por parte de las corrientes de
izquierda de aquel partido y de fuera de él. Un elemento atractivo
del candidato Hollande para tal establishment mediático había sido
su abandono de políticas redistributivas. La redistribución no era
un concepto con el cual tal político se hubiera encontrado cómodo.
Hollande representaba con esta actitud un comportamiento bastante
generalizado en gran número de partidos socialdemócratas europeos
(ver mi artículo “El abandono de las políticas redistributivas
por parte de las izquierdas gobernantes” en www.vnavarro.org,
publicado en Sistema Digital. 06.01.12).
Como parte de este abandono, Hollande
había indicado que estaba en contra de elevar sustancialmente los
impuestos de los súper ricos, aduciendo los mismos argumentos que
han utilizado los políticos conservadores y liberales (en realidad,
neoliberales) para rechazar tales políticas fiscales. Hace sólo un
año, Hollande afirmó, como ha indicado recientemente el ‘Financial
Times’ (28.02.12), que estaba en contra de tales medidas
“confiscatorias” (el término que utilizó), pues lo único que
tales políticas conseguirían sería que los súper ricos se
desplazaran a otros países, argumento que el lector habrá leído
miles de veces en los medios (muy influenciados por los ricos).
Hollande afirmó que quería que los súper ricos pagaran impuestos
en Francia y sólo lo conseguiría evitando impuestos confiscatorios.
Pero, mira por donde, durante la
campaña electoral Hollande ha cambiado de posición, e informa a
todo el mundo, incluidas las clases populares, que gravará los
ingresos de más de un millón de euros, con un 75% de tasa marginal.
Ni que decir tiene que los súper ricos han puesto el grito en el
cielo, como documenta muy bien el artículo de Hugh Carnegy en el
‘Financial Times’ (28.02.12) que he citado en el párrafo
anterior. Este grito ha sido apoyado por el candidato
conservador-neoliberal, Sarkozy, el cual ha subrayado que tal
política fiscal afectaría negativamente al nuevo ídolo
cinematográfico francés Jean Dujardin, reciente ganador del Oscar
al mejor actor, insinuando que Francia perdería tal tipo de
personalidades carismáticas de la cultura francesa si tales
políticas fiscales “confiscatorias” tuvieran lugar, ahuyentando
el talento y a los súper ricos de Francia. Parece que tal argumento
no está teniendo ningún impacto en la población francesa. Según
Carnegy, nada menos que entre el 61% y el 65% de franceses aprueban
tal medida fiscal, supuestamente “confiscatoria”, lo cual explica
que el candidato Hollande lo esté pidiendo ahora, en periodo
electoral. Ahora bien, el problema que tiene Hollande es que la
población francesa tiene memoria (y la campaña Sarkozy se lo
recuerda citando las declaraciones de Hollande en contra de las
medidas que ahora apoya). De ahí su grave problema de credibilidad.
Ahí está el problema del Partido Socialista Francés y de gran
número de los partidos socialdemócratas europeos. El cambio en los
partidos socialdemócratas no debe ser sólo de valores y programas,
sino también de equipos y personas. Hollande es un personaje
político muy vulnerable, pues hoy apoya medidas a las que ayer se
opuso.
Esta observación no tiene por qué
desmerecer las medidas que ahora apoya. En realidad, éstas
significarían, en caso de aplicarse, un cambio muy sustancial de las
políticas públicas existentes hoy en Francia y en la mayoría de
los países de la Unión Europea. Por primera vez, un dirigente
político, con posibilidades reales de salir elegido presidente de un
país, propone cambiar las políticas neoliberales de austeridad que
dominan hoy en la Unión Europea, poniendo en su lugar políticas de
estímulo económico y creación de empleo. Hollande ha cuestionado
el Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobierno (TSCG), impuesto
por el binomio Merkel-Sarkozy, que está desmontando el Estado del
Bienestar en los países de la Unión Europea, forzando recortes de
gran magnitud en el gasto público, incluyendo gasto público social.
El objetivo central de la banca,
dirigida por el BCE y por el binomio Merkel-Sarkozy, es desmantelar
la protección social y debilitar al mundo del trabajo, incluso a
costa de crear otra Gran Recesión (las políticas del Gobierno Rajoy
están también claramente en este sentido). La llamada “crisis de
la deuda pública” (una crisis artificial, creada en parte por la
banca y el BCE) cuenta a su servicio con las agencias de valoración
de bonos, que juegan un papel determinante en la creación de tal
crisis. No es mera casualidad que François Fillon, primer ministro
del Gobierno Sarkozy, utilizara como máximo indicador de “la falta
de rigor” de las propuestas del candidato Hollande, el hecho de que
cualquiera de estas agencias de evaluación de bonos les daría un
suspenso mayúsculo (Le Journal Dimanche, 15.01.12). El señor
Fillon, por cierto, ha sido uno de los oponentes a establecer
agencias de valoración públicas europeas que valoraran
objetivamente y rigurosamente los bonos públicos de los Estados de
la Unión Europea. La falta de credibilidad de las agencias privadas
está bien mostrada, incluso por dirigentes de tales agencias, tales
como el vicepresidente de Moody’s, que tras dejar la agencia
admitió, frente a la comisión del Congreso de EEUU encargada de
analizar las causas de la crisis financiera, que los trabajos de
tales agencias están orientadas primordialmente a satisfacer los
intereses de sus clientes, en lugar de realizar análisis objetivos
de la valía de tales bonos. Más claro es imposible decirlo. Y estas
agencias, que son utilizadas por el BCE como su indicador de calidad
de los productos financieros, son las que están creando el problema
artificial de la deuda pública.
LA IMPORTANCIA DE LA VICTORIA DE
HOLLANDE
Es importantísimo para la Unión
Europea que el binomio Merkel-Sarkozy deje de dominar tal comunidad.
La derrota de Sarkozy podría ser un paso en esta dirección, aunque
es frustrante que la socialdemocracia alemana esté todavía
estancada en el pensamiento neoliberal heredado del Gobierno
Schröder, que el Gobierno Zapatero intentó imitar. Ni que decir
tiene que existen distintas opciones dentro del Partido
Socialdemócrata alemán. Pero el que probablemente sería el sucesor
de Merkel, Peer Steinbrück, en caso de que ganara tal partido, ha
ridiculizado las propuestas de Hollande, acusándole de “ingenuo”,
añadiendo que es más que probable que cambiaría una vez elegido,
lo cual, por cierto, no es nada descartable. Serge Halimi, director
de ‘Le Monde Diplomatique’, en un artículo titulado “Sacking
Sarkozy won’t be enough” en la revista de izquierdas de EEUU
‘Counterpunch’ (03.04.12), señala como Lionel Jospin, que como
candidato había criticado el Pacto de Estabilidad (como ahora
Hollande critica el TSCG), acabó aceptándolo tras meros cambios
estéticos (añadiendo la palabra crecimiento después de
estabilidad, sin proveer los instrumentos para poder estimular la
economía). La imagen de Hollande, apoyando ahora medidas que ayer
criticó, subraya la vulnerabilidad de su credibilidad. El punto
clave, sin embargo, no es tanto lo que ahora Hollande (y otros
dirigentes de la socialdemocracia) prometen, aunque es positivo que
lo prometan, sino lo que harán cuando salgan elegidos presidentes.
Dirigentes de todos los partidos (y los partidos socialdemócratas
entre ellos) prometen medidas populares que, frecuentemente, luego no
llevan a cabo. Que lo realicen o no, dependerá, no de su palabra,
promesa, o programa electoral, sino de dos factores. Uno es la fuerza
de los partidos a su izquierda. Sin que estos partidos tengan
suficiente poder en Francia para influenciar al PSF, el gobierno
Hollande no lo hará. Y el segundo factor, incluso más importante
que el primero, es la movilización y presión popular por parte de
los movimientos sociales y del movimiento sindical. Sin que ello
ocurra, el “talante” moderado del señor Hollande predominará si
gana las elecciones, por mucho que haya prometido lo contrario.
¿CAMBIOS EN LA SOCIALDEMOCRACIA
ESPAÑOLA?
Una situación todavía más acentuada
de vulnerabilidad de su credibilidad es el caso Rubalcaba en el PSOE.
¿Cómo puede hacer propuestas de cambio cuando él, secretario
general del partido socialdemócrata, el PSOE, fue el segundo de a
bordo del Gobierno Zapatero hasta hace sólo unos meses? Las medidas
tomadas por el Gobierno Zapatero en respuesta a la crisis fueron
enormemente impopulares y causaron la mayor derrota electoral que el
PSOE haya sufrido desde el establecimiento de la democracia en
España. Y el Gobierno Zapatero tenía como la persona más poderosa,
después del propio Zapatero, a Rubalcaba, que siempre defendió
tales medidas. La falta de recambio en la dirección de tal partido
le ha hecho un flaco favor al mismo, pues el Gobierno Rajoy puede
responderle, como hace responde constantemente, “¿por qué no hizo
usted estas políticas públicas que ahora recomienda cuando usted
gobernaba?”. Esta vulnerabilidad la utiliza efectivamente el
Partido Popular en casi cada ocasión que recibe críticas de
Rubalcaba.
La clara necesidad de un cambio dentro
de la socialdemocracia en España y en Europa ha originado una serie
de respuestas que advierten del supuesto peligro que la
socialdemocracia mire a su pasado e intente recuperar sus “esencias”,
término peyorativo que se utiliza para definir las políticas
públicas de carácter redistributivo que se han basado en un
intervencionismo público acentuado. Así, Soledad Gallego Díaz, en
un artículo titulado “¿Hay futuro para la social democracia?”
en ‘El País’ (25.03.12), desanima a la socialdemocracia a
recuperar sus principios, tales como su énfasis en políticas
redistributivas, concluyendo que el renacimiento de la
socialdemocracia no puede basarse en el abandono de la Tercera Vía o
la Neue Mitte de Gerhard Schröder (que sí que abandonaron tales
políticas). Un tanto semejante ocurre en el artículo de José María
Maravall titulado “los deberes actuales” (27.03.12), donde tal
autor, que en su día fue ministro del Gobierno de Felipe González,
aplaude también a Tony Blair y Gerhard Schröder por haberse
distanciado de lo que llama despectivamente las “esencias” de la
socialdemocracia, lo cual les llevó a una larga estancia en el
Gobierno, que Maravall atribuye a la popularidad de sus medidas.
Tales expresiones de admiración
responden a un gran desconocimiento sobre la inexistente supuesta
popularidad de tales Gobiernos. Como varios autores han documentado
(ver mi artículo “El porqué del declive de la Nueva Vía en el
socialismo español”, ‘Sistema Digital’, 10.06.11), el Partido
Laborista liderado por Blair fue perdiendo apoyo electoral a partir
de su primer mandato, cuando abandonó lo que Soledad Gallego Díaz y
José María Maravall llaman despectivamente las “esencias”
socialdemócratas. Tal partido había conseguido el 33% del
electorado en 1997, la primera vez que fue elegido. En 2001, bajó ya
al 25%, más tarde, en 2005 al 22% y en 2010 ya colapsó al 19%. La
larga permanencia del Gobierno Blair tuvo poco que ver con la
popularidad de sus políticas (en realidad, muy poco populares), y
mucho con el sistema bipartidista de Gran Bretaña y la enorme crisis
del Partido Conservador. Si Gran Bretaña hubiera tenido un sistema
proporcional, el Partido Laborista no podría haber continuado
gobernando por tanto tiempo. Un tanto semejante ocurrió con el
Partido Socialdemócrata alemán, bajo el liderazgo de Schröder.
Éste había conseguido alcanzar el 34% del electorado en 1998, para
bajar al 30% en 2002, al 27% en 2005 y al 16% en 2010.
Además,
perdió casi la mitad de sus miembros. En realidad, la enorme crisis
de los partidos socialdemócratas se basa en su abandono de los
principios socialdemócratas entre los cuales la redistribución
sustancial de los recursos fue uno de sus principios básicos.
Maravall asume, erróneamente, que el
abandono del compromiso redistributivo de los Gobiernos
socialdemócratas (diluido con el paso del tiempo) se debe a su
compromiso con el principio de universalidad, es decir, con su
compromiso con la expansión de los derechos de la ciudadanía o
universalización de los derechos. No hay contradicción, sin
embargo, entre universalidad y redistribución. En realidad, el
primero requiere lo segundo. No puede garantizarse el acceso
universal a los servicios públicos del Estado del Bienestar sin
medidas redistributivas. La universalización de los derechos
sociales, garantizando que todo ciudadano tenga igual acceso a la
sanidad, por ejemplo, requiere una redistribución de los recursos.
No es por casualidad que los países más desiguales, como EEUU, sean
también los que tienen menos universalidad en su acceso a los
derechos sociales. El principio básico (que el término “esencia”
intenta ridiculizar) de que “cada uno reciba los servicios y
recursos según su necesidad –basado en el principio de que cada
uno tenga acceso a poder resolver su necesidad-, y ‘de cada uno
según su capacidad’ (y los recursos que tenga)”, era tan válido
cuando se estableció el socialismo en democracia –la
socialdemocracia- como lo es ahora.
Algo parecido ocurre con los derechos
políticos. En los países que se consideran democráticos, la
universalidad de los derechos políticos está claramente mermada por
la existencia de grandes desigualdades. EEUU es un ejemplo de ello.
Las enormes concentraciones de la riqueza y su dominio del proceso
político violan el proceso democrático.
Basado en estos datos, que son robustos
e incuestionables, aconsejaría a aquellos partidos que “recuperaran
sus esencias”, abandonadas desde hace tiempo, causando su enorme
crisis. Renovar los planteamientos, necesarios para adaptarlos a los
tiempos que vivimos, no puede hacerse a base de abandonar lo que la
socialdemocracia fue y debería continuar siendo. Es relativamente
fácil ver por qué la socialdemocracia está en profunda crisis,
como también es relativamente fácil ver qué es lo que debería
haber hecho cuando gobernaba y no se hizo. El abandono de sus
esencias y su adaptación al neoliberalismo creó una enorme
concentración de poder financiero y económico que ha dominado la
vida política y mediática de los países, incluyendo España. Es
imposible recuperar la democracia sin eliminar tal concentración de
poder económico, financiero y mediático existente hoy en España.
La realidad de este hecho es evidente. Lo que ocurre es que la
socialdemocracia no se atreve a enfrentarse con los poderes fácticos,
pues actualmente existe un maridaje entre sus profesionales del poder
y estos grupos. Pero esto es materia para otro artículo.