martes, 18 de abril de 2017

La agricultura ecológica de las grandes distribuidoras crece gracias a la explotación laboral.


La agricultura ecológica en la trampa de la gran distribución

por Sophie Chapelle 10 de diciembre de 2012

Los productos ecológicos han aparecido en los estantes de los supermercados. Pero detrás de la etiqueta de “ecológico” también hay enormes explotaciones que contratan trabajadores muy mal pagados y sin derechos, y que se exportan a todo el mundo. Dentro de la etiqueta “ecológico” también se encuentran productos químicos y otras muchas cosas. El periodista Philippe Baqué, en su libro Lo ecológico, entre la visión de empresa y un proyecto de sociedad, ha denunciado las derivas de la Industria de lo ecológico.

Basta!: Hay cada vez más productos ecológicos en los supermercados. Pero la superficie agrícola que se destina al cultivo ecológicos sigue estancada en los mismos niveles de hace unos años, en Francia (3%). ¿Cómo explicar este contrasentido?

Philippe Baqué [1]: Se asiste desde hace 15 años a un desarrollo fulgurante de la agricultura ecológica. Habría unos 40 millones de hectáreas de cultivo ecológico en todo el mundo, según la Agencia de Cultivo Ecológico (o su equivalente en Alemania y Suiza). Los dos tercios de esta superficie son praderas que pertenecen a grandes explotaciones, donde se alimentan rebaños, la mayoría de los cuales no se venden como ecológicos. Es el caso de Argentina, donde el 90% de los 4,4 millones de hectáreas etiquetadas como ecológicas son tierras destinadas a la cría de ovejas que pertenecen a inmensas explotaciones.

Aparte de estas áreas de cultivo, la mayoría de las superficies de cultivo ecológico certificado pertenecen a grandes explotaciones, especializadas en monocultivos de exportación: soja, aceite de palma, maíz o quinoa. Esta agricultura ecológica certificada está creciendo sobre todo en América Latina (el 26% entre 2007 y 2008), en Asia (10%), África (6%), allí donde la gente consume muy poco de lo que produce. Estos países exportan a Europa. Japón y América del Norte. Este modelo de Agricultura Ecológica reproduce el modelo Agrícola Industrial, con los agricultores del Sur al servicio de los consumidores del Norte, haciéndoles más dependientes.

¿Cuál es la estrategia de negocio de las empresas Bio?

Es una verdadera OPA de los supermercados, que han visto en lo ecológico un mercado emergente que hay que explotar a cualquier precio. Hoy en día, en Francia, el 50% de los productos ecológicos se venden en los supermercados. ¡Es una cantidad enorme! Los supermercados basan su estrategia en la “democratización” de los productos ecológicos. Desarrollan importantes campañas publicitarias, como los supermercados Auchan, que ofrecen 50 productos por menos de 1 euro. Esto lleva hacia la Agricultura Industrial Intensiva, con la importación de grandes cantidades de estos productos a precio reducido. Francia se ha convertido en el principal importados de productos ecológicos, después de haber sido un país exportador.

En el terreno de las frutas y las verduras ecológicas, los grandes distribuidores reproducen en lo ecológico lo mismo que hacen en el sector convencional. Hay zonas que se especializan en una determinada producción: la provincia de Almería se ha especializado en el tomate, el pimiento, el calabacín y la berenjena; en la provincia de Huelva, las fresas. Pero encontramos los mismos productos en la llanura de Agadir en Marruecos, o en el sur de Italia. Los productores de cultivos ecológicos están en plena competencia en toda la cuenca mediterránea. Si el coste del tomate es muy alto en Almería, lo buscan en Marruecos. El único coste que se puede ajustar es el de la mano de obra agrícola, a la que se explota, en su mayoría inmigrantes y con pocos derechos.

¿Esta estrategia de marketing no está en conflicto con la legislación europea? ¿La legislación laboral no se aplica en la agricultura ecológica?

El nuevo reglamento de la UE sobre la agricultura ecológica, que entró en vigor el 1 de enero de 2009, ha sido adaptado para apoyar el desarrollo de esta Agricultura Industrial Intensiva, y la competencia con otras áreas de producción. Se reduce a principios agronómicos, a técnicas y no establece criterios sociales. No se tienen en cuenta las condiciones de trabajo, ni el tamaño de las explotaciones.

El problema del transporte no se tiene en cuenta. El hecho de que los tomates o las zanahorias procedan de Andalucía o Israel, y se distribuyan mediante camiones por toda Europa no entra en contradicción con la normativa europea. Citemos por ejemplo el caso de la soja ecológica importada desde Brasil, que proviene de enormes explotaciones de 5.000 a 10.000 hectáreas sustraídas de los bosques primarios en el estado de Mato Grosso. El reglamento europeo no prohíbe que los productos ecológicos se cultiven en tierras deforestadas. Lo mismo ocurre con el aceite de palma que importa en grandes cantidades desde Colombia, donde los campesinos fueron desalojados de sus tierras a fin de poner en marchas este tipo de cultivos.

¿No hay riesgo para los consumidores, engañados por estos “productos ecológicos?

Si se sigue en esta línea, la gente no sabrá cuál es una cosa y cuál otra. Se está muy lejos del espíritu de la Carta de 1972 de la Organización Internacional de Agricultura Ecológica (IFOAM), que contenía fuertes principios agronómicos, ambientales, sociales y políticos. Era una cuestión de transparencia, de justicia en el precio, de solidaridad, de no explotación de otros países, de cooperación con el Sur, de diversidad y proximidad en el consumo. Hoy en día, las especificaciones de lo ecológico han escapado totalmente de la mano de los campesinos, aunque los colegios profesionales estén invitados en las discusiones. Al final, son los técnicos de Bruselas, sometidos a presión por los lobbies, los que definen las reglas. Prohíbe a los Estados adoptar reglas más estrictas. Existe el peligro real de que lo ecológico pierda totalmente su sentido.

Afortunadamente algunas marcas tienen unas especificaciones más estrictas que las normas europeas. Tal como ocurre con Naturaleza y Progreso, Demeter, BioBreizh o Bio Cohérence, que apuestan claramente por la Industria ecológica. Algunos productores no quieren la certificación europea y han desarrollado sistemas alternativos de garantía: una revisión basada en la confianza, en presencia del consumidor y el productor. Si detectan que algo funciona mal, ayudan al agricultor a mejorar sus prácticas. Es una lógica de intercambio y solidaridad.

Explica usted que no quiere diabolizar esos agricultores. Los que estan en este sistema de la agricultura ecológica industrial pueden cambiar y salir de este sistema?

Los agricultores se convierten en subcontratistas. Están obligados con las todopoderosas cooperativas agrícolas. La cría intensiva de pollos ecológicos está dominada por cooperativas como Terre du Sud, MaïsAdour o Terrena, ilustrando esta tendencia. En Lot-et-Garonne, por ejemplo, Terre de Sud ha contratado recientemente a los productores, a menudo endeudados, para la cría del pollo ecológico. Se les garantiza un contrato con los grandes distribuidores y los servicios de restauración. La cooperativa les busca financiación, instalaciones, equipos, asesoramiento técnico. Por su parte, el productor firma un contrato por el que se compromete a comprar los pollos para su cría, la alimentación que van a recibir, los productos químicos y otros tratamientos sanitarios [2]. Debe vender toda su producción a la cooperativa, que es la que determina los precios.

Un ejemplo: un productor que firma para la cría de 40.000 pollos. Debe invertir 250.000 euros. La Cooperativa le puede subvencionar con 50.000 euros, el resto lo obtiene mediante un préstamo de un banco. Endeudado desde el principio, el granjero está sometido completamente a la voluntad de las cooperativas, pudiendo decidir que debe producir otra cosa si considera que el pollo ecológico no es lo bastante rentable.

¿En cada uno de estos sectores industriales, pollo, soja, café, aceite de palma, frutas y verduras, existen alternativas ecológicas locales?

Sea cual sea al país que vayamos, nos damos cuenta de que la agricultura no tiene otra salida con el actual sistema agroindustrial, ya sea ecológica o no. He tenido relación con un productor de Almería, lugar donde se concentran la mayor cantidad de invernaderos de todo el mundo. Sus padres se vieron atrapados en este ciclo de producción de frutas fuera de temporada para la exportación. Durante varios años se ha negado a ampliar el negocio. Ha viajado mucho para conocer a otros agricultores ecológicos. Hoy en día, en medio de este mar de plástico, con dos hectáreas de invernaderos y dos hectáreas a campo abierto, sólo obtiene productos ecológicos, emplea variedades locales de semilla y sólo vende a los consumidores de Andalucía. Las formas de resistencia son abundantes: cooperativas agrícolas familiares, comunidades o grupos, cultivos asociados, sistemas agroforestales, permacultura, etc.

¿Un cambio en las prácticas no supone también una reflexión sobre la distribución?

El sistema AMAP (Asociación para el Mantenimiento de la Agricultura Local) alentó las prácticas de miles de agricultores franceses. También se desarrollaron de forma espectacular los grupos de consumo. En Lot, por ejemplo, los beneficiarios de la RSA decidieron unirse para consumir productos ecológicos locales. Con una crítica bastante radical de la distribución a gran escala, tienen una relación directa con los productores. En el Aveyron, un grupo ayudó a uno de sus miembros a establecerse como productor local. Planteamientos más amplios sobre los alimentos están comenzando a establecerse.

¿La cuestión del precio es algo esencial?

Con unos precios más asequibles se asegura una competencia contra los grandes distribuidores. Pero nunca hablamos del precio real de los productos convencionales. De un tomate convencional producido industrialmente en España, nunca hablamos de los costes del transporte, el coste medioambiental, las subvenciones que recibe y que pagamos todos. Y aún menos se habla de los problemas de salud ocasionados por los plaguicidas. Teniendo en cuenta todo esto, con los márgenes de los intermediarios y de los supermercados, el precio del tomate ecológico se acerca al precio del tomate convencional. No es normal que quienes paguen la certificación sean los productos ecológicos. El que contamina es el que debe pagar. Y los horticultores que trabajan 14 horas al día, seis o siete días a la semana, es esencial que reciban un precio justo por su trabajo.

¿La agricultura ecológica debe conllevar un proyecto social?

La agricultura ecológica no es un fin es sí mismo. Es parte de un movimiento más general basado en el respeto al hombre y la naturaleza. Hay discusiones entre los expertos de si la agricultura ecológica pude alimentar al mundo en el año 2050 o no. La agricultura ecológica no puede alimentar al mundo si no cambiamos el sistema político; si no detenemos las emigraciones masivas a los barrios pobres de las grandes ciudades; si no dejamos de emplear la tierra para los monocultivos industriales para alimentar a los países ricos y a los vehículos; si no acabamos con el capitalismo financiero, el más salvaje que jamás haya existido.

Lo ecológico nos debiera llevar a considerar una sociedad más justa que en la que vivimos. En la actualidad existe un amplio movimiento social, aunque no muy organizado, pero que es portador de una nueva visión de la sociedad, muy extendidas por todo el territorio de nuestro país. La agricultura ecológica no puede existir sin los campesinos. Si no se acaba con la Agricultura Industrial, sólo estaremos acelerando la desaparición del mundo campesino.

Una vida con electrosensibilidad

La dolencia no ha sido demostrada científicamente y la OMS no ha encontrado causa- efecto entre ondas y síntomas, pero existen sentencias que reconocen la incapacidad de algunos afectados
Minerva Palomar (con mascarilla) y Javier Palomeque fueron los encargados de desarrollar
la conferencia. - ISRAEL L. MURILLO  
V. MARTÍN 18/04/2017

«Cuando alguien habla de radiación a la gente le viene a la cabeza una central nuclear, desconocen que la energía nuclear es una fuente de emisión determinada pero también existe la energía no ionizante que nos afecta de otra manera». Así iniciaba el ingeniero químico Javier Palomeque, la conferencia ‘Contaminación electromagnética y electro sensibilidad’, junto a la presidenta de la Asociación Electro y Químico Sensible, por el derecho a la salud, Minerva Palomar.

«Las radiaciones de las que hablamos son, por un lado, altas frecuencias dentro del campo de las microondas que vienen de antenas de telefonía, repetidores de televisión, radares, WiFi, WiMAX y, por otro lado, bajas frecuencias que provienen de la red eléctrica como transformadores y aparatos electrónicos que podemos tener en casa».

Aunque la hipersensibilidad electromagnética no ha sido demostrada de forma científica y la OMS tampoco ha encontrado causa-efecto entre las ondas y los síntomas, existen varias sentencias judiciales que han reconocido la incapacidad total o parcial a personas afectadas por esta dolencia.

«Todos estamos afectados por este tipo contaminación electromagnética», tal y como explica Palomeque, y «existen algunos grupos de riesgo como las personas con hipersensibilidad electromagnética». La sintomatología «puede ser muy variada y difusa, es decir, no todo el que tenga un síntoma de este tipo va a implicar que tenga hipersensibilidad electromagnética», comentó Palomar, quien señaló «los dolores de cabeza, cansancio crónico, dolor generalizado, mareos, sensación de pérdida de equilibrio, inflamación general del aparato digestivo, acúfenos, visión borrosa, taquicardias y arritmias» como algunos de ello.

La hipersensibilidad se incluye dentro del Síndrome de Sensibilización Central que «acoge a afectados de Fibromialgia, Síndrome de Fatiga Crónica y Sensibilidad Química», comentó Palomera, quien añadió que «estos colectivos podrían ser más sensibles a estos factores al igual que los son a otros factores ambientales, no es que sean la causa de su problema, pero sí agravan su sintomatología».

Evitar la sintomatología «es complicado» y es que «la mejoría llega cuando la gente deja de estar expuesta a estas ondas o reduce su exposición», comenta Palomar, quien señala que lo más importante es «tener la conciencia de que te puede estar afectando y para ello hay que comprobarlo y objetivarlo, viendo que hay en tu medio y qué puedes hacer».

«Lo único que hay demostrado ahora mismo para evitar o reducir los síntomas es alejarse de la fuente», aseveró el ingeniero, pero «muchas veces no se puede conseguir y lo que podemos hacer es tratar de disminuir en casa el uso de estos aparatos o apagarlos cuando no los usemos e incluso apantallar la vivienda». En este sentido, Palomar hizo hincapié en que «hay un variación enorme de las posibles exposiciones, y es que no es lo mismo pasarse el día pegado a un router a diez centímetros, que tenerlo a tres metros o simplemente apagarlo y estar conectado por cable».

Para Palomar, «los informes que niegan la existencia de esta enfermedad están favorecidos por grandes intereses económicos como es el caso de las grandes compañías telefónicas» y añadía que «se trata de informes sesgados que seleccionan de forma interesada los estudios que convienen a los intereses económicos asociados a esta industria».