La agricultura ecológica en la trampa
de la gran distribución
por Sophie Chapelle 10 de diciembre de
2012
Los productos ecológicos han aparecido
en los estantes de los supermercados. Pero detrás de la etiqueta de
“ecológico” también hay enormes explotaciones que contratan
trabajadores muy mal pagados y sin derechos, y que se exportan a todo
el mundo. Dentro de la etiqueta “ecológico” también se
encuentran productos químicos y otras muchas cosas. El periodista
Philippe Baqué, en su libro Lo ecológico, entre la visión de
empresa y un proyecto de sociedad, ha denunciado las derivas de la
Industria de lo ecológico.
Basta!: Hay cada vez más productos
ecológicos en los supermercados. Pero la superficie agrícola que se
destina al cultivo ecológicos sigue estancada en los mismos niveles
de hace unos años, en Francia (3%). ¿Cómo explicar este
contrasentido?
Philippe Baqué [1]: Se asiste desde
hace 15 años a un desarrollo fulgurante de la agricultura ecológica.
Habría unos 40 millones de hectáreas de cultivo ecológico en todo
el mundo, según la Agencia de Cultivo Ecológico (o su equivalente
en Alemania y Suiza). Los dos tercios de esta superficie son praderas
que pertenecen a grandes explotaciones, donde se alimentan rebaños,
la mayoría de los cuales no se venden como ecológicos. Es el caso
de Argentina, donde el 90% de los 4,4 millones de hectáreas
etiquetadas como ecológicas son tierras destinadas a la cría de
ovejas que pertenecen a inmensas explotaciones.
Aparte de estas áreas de cultivo, la
mayoría de las superficies de cultivo ecológico certificado
pertenecen a grandes explotaciones, especializadas en monocultivos de
exportación: soja, aceite de palma, maíz o quinoa. Esta agricultura
ecológica certificada está creciendo sobre todo en América Latina
(el 26% entre 2007 y 2008), en Asia (10%), África (6%), allí donde
la gente consume muy poco de lo que produce. Estos países exportan a
Europa. Japón y América del Norte. Este modelo de Agricultura
Ecológica reproduce el modelo Agrícola Industrial, con los
agricultores del Sur al servicio de los consumidores del Norte,
haciéndoles más dependientes.
¿Cuál es la estrategia de negocio de
las empresas Bio?
Es una verdadera OPA de los
supermercados, que han visto en lo ecológico un mercado emergente
que hay que explotar a cualquier precio. Hoy en día, en Francia, el
50% de los productos ecológicos se venden en los supermercados. ¡Es
una cantidad enorme! Los supermercados basan su estrategia en la
“democratización” de los productos ecológicos. Desarrollan
importantes campañas publicitarias, como los supermercados Auchan,
que ofrecen 50 productos por menos de 1 euro. Esto lleva hacia la
Agricultura Industrial Intensiva, con la importación de grandes
cantidades de estos productos a precio reducido. Francia se ha
convertido en el principal importados de productos ecológicos,
después de haber sido un país exportador.
En el terreno de las frutas y las
verduras ecológicas, los grandes distribuidores reproducen en lo
ecológico lo mismo que hacen en el sector convencional. Hay zonas
que se especializan en una determinada producción: la provincia de
Almería se ha especializado en el tomate, el pimiento, el calabacín
y la berenjena; en la provincia de Huelva, las fresas. Pero
encontramos los mismos productos en la llanura de Agadir en
Marruecos, o en el sur de Italia. Los productores de cultivos
ecológicos están en plena competencia en toda la cuenca
mediterránea. Si el coste del tomate es muy alto en Almería, lo
buscan en Marruecos. El único coste que se puede ajustar es el de la
mano de obra agrícola, a la que se explota, en su mayoría
inmigrantes y con pocos derechos.
¿Esta estrategia de marketing no está
en conflicto con la legislación europea? ¿La legislación laboral
no se aplica en la agricultura ecológica?
El nuevo reglamento de la UE sobre la
agricultura ecológica, que entró en vigor el 1 de enero de 2009, ha
sido adaptado para apoyar el desarrollo de esta Agricultura
Industrial Intensiva, y la competencia con otras áreas de
producción. Se reduce a principios agronómicos, a técnicas y no
establece criterios sociales. No se tienen en cuenta las condiciones
de trabajo, ni el tamaño de las explotaciones.
El problema del transporte no se tiene
en cuenta. El hecho de que los tomates o las zanahorias procedan de
Andalucía o Israel, y se distribuyan mediante camiones por toda
Europa no entra en contradicción con la normativa europea. Citemos
por ejemplo el caso de la soja ecológica importada desde Brasil, que
proviene de enormes explotaciones de 5.000 a 10.000 hectáreas
sustraídas de los bosques primarios en el estado de Mato Grosso. El
reglamento europeo no prohíbe que los productos ecológicos se
cultiven en tierras deforestadas. Lo mismo ocurre con el aceite de
palma que importa en grandes cantidades desde Colombia, donde los
campesinos fueron desalojados de sus tierras a fin de poner en
marchas este tipo de cultivos.
¿No hay riesgo para los consumidores,
engañados por estos “productos ecológicos?
Si se sigue en esta línea, la gente no
sabrá cuál es una cosa y cuál otra. Se está muy lejos del
espíritu de la Carta de 1972 de la Organización Internacional de
Agricultura Ecológica (IFOAM), que contenía fuertes principios
agronómicos, ambientales, sociales y políticos. Era una cuestión
de transparencia, de justicia en el precio, de solidaridad, de no
explotación de otros países, de cooperación con el Sur, de
diversidad y proximidad en el consumo. Hoy en día, las
especificaciones de lo ecológico han escapado totalmente de la mano
de los campesinos, aunque los colegios profesionales estén invitados
en las discusiones. Al final, son los técnicos de Bruselas,
sometidos a presión por los lobbies, los que definen las reglas.
Prohíbe a los Estados adoptar reglas más estrictas. Existe el
peligro real de que lo ecológico pierda totalmente su sentido.
Afortunadamente algunas marcas tienen
unas especificaciones más estrictas que las normas europeas. Tal
como ocurre con Naturaleza y Progreso, Demeter, BioBreizh o Bio
Cohérence, que apuestan claramente por la Industria ecológica.
Algunos productores no quieren la certificación europea y han
desarrollado sistemas alternativos de garantía: una revisión basada
en la confianza, en presencia del consumidor y el productor. Si
detectan que algo funciona mal, ayudan al agricultor a mejorar sus
prácticas. Es una lógica de intercambio y solidaridad.
Explica usted que no quiere diabolizar
esos agricultores. Los que estan en este sistema de la agricultura
ecológica industrial pueden cambiar y salir de este sistema?
Los agricultores se convierten en
subcontratistas. Están obligados con las todopoderosas cooperativas
agrícolas. La cría intensiva de pollos ecológicos está dominada
por cooperativas como Terre du Sud, MaïsAdour o Terrena, ilustrando
esta tendencia. En Lot-et-Garonne, por ejemplo, Terre de Sud ha
contratado recientemente a los productores, a menudo endeudados, para
la cría del pollo ecológico. Se les garantiza un contrato con los
grandes distribuidores y los servicios de restauración. La
cooperativa les busca financiación, instalaciones, equipos,
asesoramiento técnico. Por su parte, el productor firma un contrato
por el que se compromete a comprar los pollos para su cría, la
alimentación que van a recibir, los productos químicos y otros
tratamientos sanitarios [2]. Debe vender toda su producción a la
cooperativa, que es la que determina los precios.
Un ejemplo: un productor que firma para
la cría de 40.000 pollos. Debe invertir 250.000 euros. La
Cooperativa le puede subvencionar con 50.000 euros, el resto lo
obtiene mediante un préstamo de un banco. Endeudado desde el
principio, el granjero está sometido completamente a la voluntad de
las cooperativas, pudiendo decidir que debe producir otra cosa si
considera que el pollo ecológico no es lo bastante rentable.
¿En cada uno de estos sectores
industriales, pollo, soja, café, aceite de palma, frutas y verduras,
existen alternativas ecológicas locales?
Sea cual sea al país que vayamos, nos
damos cuenta de que la agricultura no tiene otra salida con el actual
sistema agroindustrial, ya sea ecológica o no. He tenido relación
con un productor de Almería, lugar donde se concentran la mayor
cantidad de invernaderos de todo el mundo. Sus padres se vieron
atrapados en este ciclo de producción de frutas fuera de temporada
para la exportación. Durante varios años se ha negado a ampliar el
negocio. Ha viajado mucho para conocer a otros agricultores
ecológicos. Hoy en día, en medio de este mar de plástico, con dos
hectáreas de invernaderos y dos hectáreas a campo abierto, sólo
obtiene productos ecológicos, emplea variedades locales de semilla y
sólo vende a los consumidores de Andalucía. Las formas de
resistencia son abundantes: cooperativas agrícolas familiares,
comunidades o grupos, cultivos asociados, sistemas agroforestales,
permacultura, etc.
¿Un cambio en las prácticas no supone
también una reflexión sobre la distribución?
El sistema AMAP (Asociación para el
Mantenimiento de la Agricultura Local) alentó las prácticas de
miles de agricultores franceses. También se desarrollaron de forma
espectacular los grupos de consumo. En Lot, por ejemplo, los
beneficiarios de la RSA decidieron unirse para consumir productos
ecológicos locales. Con una crítica bastante radical de la
distribución a gran escala, tienen una relación directa con los
productores. En el Aveyron, un grupo ayudó a uno de sus miembros a
establecerse como productor local. Planteamientos más amplios sobre
los alimentos están comenzando a establecerse.
¿La cuestión del precio es algo
esencial?
Con unos precios más asequibles se
asegura una competencia contra los grandes distribuidores. Pero nunca
hablamos del precio real de los productos convencionales. De un
tomate convencional producido industrialmente en España, nunca
hablamos de los costes del transporte, el coste medioambiental, las
subvenciones que recibe y que pagamos todos. Y aún menos se habla de
los problemas de salud ocasionados por los plaguicidas. Teniendo en
cuenta todo esto, con los márgenes de los intermediarios y de los
supermercados, el precio del tomate ecológico se acerca al precio
del tomate convencional. No es normal que quienes paguen la
certificación sean los productos ecológicos. El que contamina es el
que debe pagar. Y los horticultores que trabajan 14 horas al día,
seis o siete días a la semana, es esencial que reciban un precio
justo por su trabajo.
¿La agricultura ecológica debe
conllevar un proyecto social?
La agricultura ecológica no es un fin
es sí mismo. Es parte de un movimiento más general basado en el
respeto al hombre y la naturaleza. Hay discusiones entre los expertos
de si la agricultura ecológica pude alimentar al mundo en el año
2050 o no. La agricultura ecológica no puede alimentar al mundo si
no cambiamos el sistema político; si no detenemos las emigraciones
masivas a los barrios pobres de las grandes ciudades; si no dejamos
de emplear la tierra para los monocultivos industriales para
alimentar a los países ricos y a los vehículos; si no acabamos con
el capitalismo financiero, el más salvaje que jamás haya existido.
Lo ecológico nos debiera llevar a
considerar una sociedad más justa que en la que vivimos. En la
actualidad existe un amplio movimiento social, aunque no muy
organizado, pero que es portador de una nueva visión de la sociedad,
muy extendidas por todo el territorio de nuestro país. La
agricultura ecológica no puede existir sin los campesinos. Si no se
acaba con la Agricultura Industrial, sólo estaremos acelerando la
desaparición del mundo campesino.