lunes, 1 de octubre de 2018

Un hombre, un móvil: ¿la democracia del futuro o un mundo orwelliano?

Los informes financieros de diferentes operadoras de telefonía alertan del riesgo para la salud del uso de la telefonía móvil.
CARLOS ÁLVAREZ BERLANA 2018-09-29

Las compañías de telefonía móvil saben que su producto implica riesgos para la salud. Los usuarios no son informados pero los accionistas sí reciben información sobre los riesgos financieros asociados a este riesgo para la salud. Las tecnologías de la información ofrecen posibilidades para el desarrollo, pero, de hecho, su influencia está más en el mercado de consumo que en el interés social de los usuarios.

Que el móvil mata, no cabe ninguna duda; lo decía el consejero delegado de la compañía Telefónica Móviles en 2002 para TVE en el no emitido documental Contracorriente. “Mire usted, no me voy a morir de esto; esto contribuye a que me muera. Pero, como todas las cosas”, expresaba Javier Aguilera para el programa Documentos TV de la televisión española. El reportaje, tras las presiones de la industria, finalmente no vio la luz, aunque se filtró y está disponible en todo el mundo. Y añadía con gracejo el ejecutivo de la multinacional: “Coño, que uno se muere por 38.000 cosas. ¿Que esta es una más? Indiscutible. ¿Que esta es una más incluso para los que no usan la telefonía móvil? Indiscutible. ¿Y que los que usan la telefonía móvil no deberían tener este factor? Sin duda. Pero joder, el mundo es como es. A mi me gustaría no respirar el humo que echan los autobuses, pero ¿no vamos a tener autobuses?”.

Cabe suponer que Javier Aguilera recibiese algún tirón de orejas por su ejercicio de sinceridad en un reportaje que acabó siendo censurado. Valga el ejemplo para ilustrar el hecho de que las compañías de telefonía móvil son conscientes de que el móvil es perjudicial para la salud, aunque su política no ha sido la de informar de que se trata de un riesgo que hay que asumir como parte del progreso, sino la de ocultar a la opinión pública e, inclusive, mentir sobre los efectos de la radiación electromagnética utilizada en las telecomunicaciones.

Ya en 1995, por medio de una circular interna filtrada, tenemos noticia de que la compañía Motorola ponía en marcha una campaña de desprestigio contra el científico Henry Lai. ¿Su pecado? Haber desarrollado una investigación, al amparo del WTR —Wireless Technology Research—, en la que se demostraba que una radiación semejante a la de telefonía móvil producía daños en el ADN. Desde la asociación de la industria de telecomunicaciones —CTIA— primero se decía que las frecuencias no eran las mismas y que, por lo tanto, no afectaba a la telefonía móvil, y luego se afirmaba que esa investigación nunca había podido ser replicada. Las compañías financiaron estudios en los que no se encontraron efectos en el ADN, aunque a lo largo de los años diversas investigaciones han ido confirmando los trabajos de Henry Lai. En el año 2000, financiado por la compañía T-Mobile, el estudio Ecolog, que revisó 220 artículos científicos, encontró efectos inductores del cáncer, efectos genotóxicos, así como alteraciones en el sistema nervioso, inmunitario y hormonal.

INFORMES FINANCIEROS

Aunque los usuarios no son informados, las compañías sí recogen en sus informes financieros las implicaciones de los riesgos para la salud de la telefonía móvil. Telefónica en su informe anual para la Comisión de Valores de los EE UU dice: “La industria de las telecomunicaciones puede verse afectada por los posibles efectos que los campos electromagnéticos, emitidos por dispositivos móviles y estaciones base, puedan tener en la salud humana. [...] Las preocupaciones sobre las emisiones de radiofrecuencia pueden desalentar el uso de dispositivos móviles, lo que podría provocar que las autoridades públicas implementen medidas que restrinjan dónde se pueden ubicar los transmisores y sitios celulares, cómo funcionan, el uso de teléfonos móviles y el despliegue masivo de dispositivos móviles, medidores inteligentes y otros productos que usan tecnología móvil. Esto podría llevar a que Telefónica no pueda expandir o mejorar su red móvil”. Vodafone, que en su informe anual 2017 incluye los riesgos para la salud entre sus principales riesgos financieros, dice: “Las señales electromagnéticas emitidas por los dispositivos móviles y las estaciones base pueden presentar riesgos para la salud, con un potencial impacto que incluye: cambios en la legislación nacional, reducción del uso del móvil o litigación”.

Las legislaciones para proteger a los ciudadanos frente a los riesgos de los campos electromagnéticos de las telecomunicaciones existen; el problema es que su base teórica es de tiempos de la guerra fría y que numerosos grupos científicos independientes están diciendo que los límites de exposición son insuficientes y están hechos a medida de la industria. Inclusive estas poco estrictas normas de seguridad no son cumplidas por las compañías de teléfonos, como el límite según la SAR —tasa de absorción específica— que la mayoría de móviles que hay en el mercado superan, algo sabido a través del caso 'phonegate', que, a pesar de su gravedad, ha recibido muy poca atención por parte de la opinión pública.

Se cantan las bondades de la tecnología móvil; la sociedad civil podrá organizarse con facilidad para reivindicar sus derechos y propiciar las transformaciones sociales. Las aplicaciones podrán gestionar un mejor uso de servicios y recursos, poniendo directamente en contacto a profesionales y usuarios en una nueva economía más participativa. Podrás acceder a la información en todo momento y los alumnos aprenderán a su ritmo interactuando directamente con los contenidos online. Las aplicaciones móvil monitorizarán tu salud y te avisarán antes de que los problemas aparezcan... Sin embargo el uso dado a la tecnología ha resultado menos transformador y ha formado parte del planteamiento del mercado capitalista. Algunos consideran inclusive que la actuación digital es un falso activismo al crear la sensación de que se está haciendo algo al dar un like o firmar una petición, cuando la participación implicaría un grado de organización en la vida real. La economía colaborativa se ha convertido en una nueva forma de explotación de los trabajadores por parte de grandes empresas, que camuflan la relación laboral mediante resquicios legales. Las tecnologías de la información aplicadas en la enseñanza no han conseguido frenar la pérdida de nivel académico de los últimos años y problemas como el déficit de atención están en expansión. Inclusive estamos asistiendo a un descenso del Cociente Intelectual detectado en algunos países. En cuanto a la salud, los datos no favorecen el optimismo: el cáncer —vinculado a la exposición electromagnética— crece a un ritmo casi de epidemia; a pesar de los avances en la medicina, la esperanza de vida está prácticamente estancada en los países occidentales y en EE UU está en retroceso, y la llamada esperanza de vida saludable está en descenso.

Al respecto de la influencia de las tecnologías en el funcionamiento político, propuestas para la democracia digital, con participación directa a través de internet de la ciudadanía en los Parlamentos, no se han puesto en marcha; y mecanismos de transparencia en la gestión por medio de la apertura y monitorización en tiempo real de la gestión pública apenas se están desarrollando. Por contra, hemos tenido noticias como la del caso Cambridge analytica por las que hemos sabido que información personal robada de las redes sociales ha sido utilizada para diseñar campañas de manipulación dirigidas específicamente a cada usuario y que han ayudado a ganar las elecciones a gobernantes como Donald Trump.

No podemos decir que las tecnologías en el pasado garantizasen el mejor funcionamiento democrático y calidad de la información, pero, antes de continuar por un camino sin sentido cautivados por los avances de la electrónica, deberíamos sopesar las implicaciones sociales, de salud y psicológicas que los usos de las distintas posibilidades tecnológicas están poniendo en nuestras manos.