Las acumulaciones de arsénico, plomo y
cobre se concentran en las branquias y el hígado, según un estudio
realizado con lubinas y doradas, en el que también se pone de
manifiesto la genotoxicidad del arsénico por su efecto reforzador de
los radicales libres.
Imagen de archivo en la que un hombre
muestra dos ejemplares de lubina.
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ENRIQUE MORÁN / ENERO 2016
La sociedad se siente cada vez más
preocupada por la presencia de metales pesados en nuestro ambiente y
especialmente, por las repercusiones que pueden tener en la salud.
Fruto de esta inquietud es el trabajo de investigación
Monitorización de efectos de metales pesados en sistemas acuáticos:
lubina y dorada, realizado por el grupo Respuestas celulares al
estrés ambiental, financiado por el Plan de Investigación de la
Junta de Andalucía. Sus componentes pertenecen al Departamento de
Biología Ambiental y Salud Pública y más concretamente del área
de biología celular de la Facultad de Ciencias Experimentales de la
Universidad de Huelva (UHU).
El director del estudio es Rafael
Torronteras, profesor titular y decano de Ciencias Experimentales. El
trabajo es enormemente interesante para avanzar en el conocimiento de
los efectos de los metales pesados en los seres vivos y por ende, en
el ser humano. Comenta que la elección de la lubina y dorada está
justificada por su abundancia en el Golfo de Cádiz. El trabajo de
investigación se realizó con tres metales: plomo (Pb), arsénico
(As) y cobre (Cu). Los peces fueron objeto de una exposición de 24 y
96 horas a cada uno de esos elementos. El estudio permitió ver dónde
se registraban las principales concentraciones de esos componentes en
el organismo de estos animales. Las partes que se tomaron como
referentes fueron el hígado, el músculo, las branquias y el
cerebro. Aparte de éstas, para percibir su efecto a nivel genético,
se incluyeron los glóbulos rojos.
El equipo de la Universidad de
Huelva demostró que los lugares de mayor concentración fueron las
branquias y el hígado. En ambos elementos se percibieron
alteraciones patológicas que en el hígado se tradujeron incluso en
necrosis. Los niveles son sensiblemente inferiores en el músculo
(carne). Pese a esas repercusiones en la salud del animal, “el pez
se defiende y no pone en peligro su vida”, apunta Torronteras.
Pero
quizá el aspecto más importante era estudiar lo que pasa en la
sangre para conocer el comportamiento de los metales pesados en la
genética o ADN, es decir, si son genotóxicos. El estudio de la UHU
ha demostrado que sí tienen esa genotoxicidad y alteran el ADN
especialmente en el caso del arsénico. Queda demostrado que “cuanto
más metal, más daño genético que se traduce en mayor rotura de
cromosomas y la aparición de micronúcleos”.
El estudio propone
alternativas a los niveles de toxicidad establecidos que por la
agencia medioambiental de Estados Unidos, Environmental Protection
Agency (EPA). Los datos del equipo onubense sostienen que se precisan
mayores niveles, en los casos del plomo y el cobre, para que sean
dañinos para el organismo que los establecidos por el ente
norteamericano. No pasa lo mismo con el arsénico. Aquí, el estudio
de la Universidad de Huelva sitúa un nivel inferior que el de la EPA
para considerar la presencia de este metal pesado como dañina para
un organismo.
Pero, ¿cómo se han conseguido todos estos datos?
Los científicos lo han estudiado en la relación que se da entre los
radicales libres y las enzimas que tienen poder antioxidante. Los
radicales libres son un producto de la presencia de oxígeno en
nuestro organismo, esencial por otra parte para la existencia. Ese
proceso origina sin embargo, unos elementos altamente oxidantes o
tóxicos que son los radicales libres, que “a cierto nivel son
positivos para el organismo. Sin embargo, a medida que comienzan a
actuar en las moléculas de las células son tóxicos y patológicos”.
Para mantenerlos a raya, el organismo produce enzimas “que nos
defienden del exceso de radicales”.
El problema surge con la
presencia de los metales pesados que “contribuyen a que el
organismo produzca más radicales”. Rafael Torrontera insiste en
que “necesitamos cierto nivel de radicales ya que tienen capacidad
bactericida y favorecen la actividad vascular”. Lo que se conoce
como estrés oxidativo es precisamente la producción en exceso de
esos radicales libres que “supera la capacidad antioxidante o de
producción de enzimas”. Ese exceso es perjudicial para las
células, el ADN y genera alteraciones en las moléculas, las
proteínas y el genoma”. “Hay enzimas que necesitan de iones
metálicos pero los metales pesados tienen la capacidad de
sustituirlos y de provocar daños. Esa capacidad sustitutiva se
percibe especialmente con el plomo, cobre, cadmio, arsénico y
talio”.
Regresando a los estudios realizados con la lubina y la
dorada, el escaso perjuicio infligido en el músculo por los metales
pesados no evita un efecto beneficioso que se da en esta parte de los
animales: que sirven como un estupendo biomarcador, es decir, que
ofrecen información sobre el nivel enzimático del organismo y por
lo tanto si es el adecuado o está afectado por la presencia de
metales.
Los metales pesados y su presencia en el medio ambiente y
su relación con los seres vivos marcan en buena parte, la agenda
investigadora de este equipo de la Universidad de Huelva y producirá
nuevos trabajos en el futuro.