lunes, 15 de septiembre de 2014

'Respiramos aire tóxico y no le damos ninguna importancia'

JORDI SUNYER Dirige el Centro de Epidemiología Ambiental
  • Es Catedrático de la Universidad Pompeu Fabra y un reconocido investigador internacional
  • Acaba de recibir el prestigioso Premio internacional John Golsmith
Jordi Sunyer lleva 30 años estudiando la relación entre medio ambiente y salud. Jordi Soteras 
15/09/2014

Planeaba vivir la medicina a través del fonendoscopio, pero el destino le sacó de la consulta y le llevó a estudiar las enfermedades del aire. Después de 30 años destapando la relación entre medio ambiente y salud, Jordi Sunyer acaba de recibir el Premio internacional John Goldsmith, el más prestigioso en epidemiología ambiental.

¿Es muy nocivo el aire que respiramos?

Es el noveno factor de riesgo respecto a la salud. Por delante está el alcohol, el tabaco, la hipertensión, y pocas cosas más. Está demostrado que la contaminación afecta al aparato respiratorio y también al cardiovascular, entre otros. De hecho, desde hace unos años estamos viendo cuál es su efecto neurotóxico. Mi investigación actual se centra en el posible papel de la contaminación en el crecimiento del cerebro, en su desarrollo.

Si existe una relación tan clara con la salud, ¿por qué recibe menos atención que otros factores?

Supongo que si lo viéramos dentro de 100 años nos llevaríamos las manos a la cabeza, porque realmente lo que está pasando es que estamos respirando un aire tóxico. Y no le damos ninguna importancia porque estamos acostumbrados y nadie cae muerto a nuestro lado. Tenemos una vida en la que el coche es un elemento de alta prioridad, socialmente representa mucho y no queremos renunciar a él.

¿Cómo podemos saber si el sitio en el que vivimos tiene unos niveles altos de contaminación?

Es muy fácil: cuanto más coches, más contaminación. Esto tiene que ver con la densidad del tráfico, así de claro. En California varios estudios demostraron que los niños que acudían a colegios cercanos a vías de tránsito muy denso tenían peor desarrollo pulmonar. Allí ya no se pueden instalar centros educativos cerca de autopistas. Y Dinamarca y otros países han hecho lo mismo.

¿En España estamos a años luz de este tipo de medidas?

Aquí no nos lo hemos tomado en serio. Y claro, en algún momento deberemos hacerlo, tendremos que cambiar porque tenemos unos niveles de contaminación que doblan a los de la mayoría de países europeos.

¿En estos 30 años ha notado cierta evolución en este sentido?

Ha aumentado mucho la cultura de la gente, el nivel educativo. De manera que hay más gente preocupada por estos temas. Y hay algunos parámetros de contaminación atmosférica que han disminuido. Pero el problema del tránsito no lo ha hecho y en Europa las cosas han sido muy diferentes. Ha habido planes de calidad del aire en más de 200 ciudades europeas, pero no aquí. Por otra parte yo no querría ser excesivamente crítico con la política. Es decir, lo que necesitamos es diálogo entre los que hemos estudiado estos fenómenos y los que pueden aportar soluciones.

Mientras llegan estas soluciones. ¿Hay algo que podamos hacer de forma individual?

Nosostros hemos publicado recientemente que los niveles de contaminación dentro de las escuelas son iguales que fuera de las escuelas, es decir, que el confinamiento no sirve para nada. Hay algunos estudios que dicen que una dieta rica en vegetales y fruta tiene un papel protector, y es útil escoger la calles menos contaminadas si vas a usar la bici o hacer jogging. Pero las soluciones han de ser colectivas, no pueden ser individuales. Es un problema colectivo y lo que necesitamos son planes de descontaminación.

¿Qué se conseguiría?

Las ciudades que han hecho estos planes tienen más conectividad social, porque la gente está más en la calle; los niños pueden jugar, hay más espacios verdes, menos ruido, la gente hace más ejercicio... Es todo un paquete de circunstancias que benefian la salud y además reducen riesgos. Por eso es clave la implicación de profesionales como los urbanistas o los arquitectos.

¿Por qué decidió estudiar este ámbito?

Todos somos esclavos del destino. Cuando terminé mi especialidad de medicina de familia y comunitaria, había hecho un master en epidemiología y en aquel momento había unas epidemias de asma en Barcelona y no había mucha gente formada para estudiarlas. Empecé haciendo este tipo de investigación a pesar de que mi vocación era ser clínico. La primera hipótesis que se planteó era que el problema se debía a la contaminación atmosférica, pero luego descubrimos que estas epidemias, que se produjeron en los años 80 y eran muy graves, estaban causadas por la descarga de soja. A partir de ahí ya cogí este camino.

¿Usted cómo se desplaza?

Yo utilizo el transporte público o ando. Andar me relaja y llego a caminar hasta 2 horas al día. 

Las ciudades de todo el Sur de Europa son perfectas para caminar o ir en bicicleta alternativamente.

¿Alguien que conoce también la relación entre contaminación y salud vive con cierta ansiedad aquí?

No, ansiedad ninguna. Pero resignación tampoco. Al contrario, vivo con mucha voluntad de seguir luchando para que se apliquen soluciones a este problema. Deben ser soluciones muy radicales. Aquí estamos hablando de cambiar el aire de las ciudades. Este será un tema que en pocos años tendrá impacto en la elección de los alcaldes. Al menos este es mi deseo.

“La industria farmacéutica está causando más muertes que los cárteles de la droga”

Allen Frances (DonnaManning)
Miguel Ayuso 09/09/2014

El Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM, por sus siglas en inglés) contiene la clasificación de las enfermedades mentales según la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, y se usa en todo el mundo para decidir quién padece una enfermedad mental y quién no.

El doctor Allen Frances (1942), catedrático emérito de la Univesidad de Durham, dirigió la penúltima edición de la conocida como “Biblia de la psiquiatría”, el DSM IV. Entonces, trató de elevar los criterios bajo los cuales se puede calificar a alguien como enfermo mental. Pero no lo consiguió. El DSM IV se empezó a utilizar, a juicio de Frances, de forma incorrecta para hacer explotar la burbuja de la inflación diagnóstica y la medicación. Hoy, sobre todo en EEUU, las cifras son preocupantes: el 20% de las personas toman un medicamento psiquiátrico a diario y una cuarta parte de la población tiene un diagnóstico de enfermedad mental.
La inflación diagnóstica no es exclusiva de la psiquiatría, es común a toda la práctica médica y es algo que debería preocuparnos

Aunque a Frances no le hacía ninguna gracia el nuevo DSM, no tenía intención de criticarlo públicamente (la polémica sería enorme entre los psiquiatras, tratándose del director de la anterior edición), pero tras una fiesta de la asociación cambió de opinión. Me horrorizaba el ingenuo entusiasmo de las personas que trabajaban en el DSM 5. Donde ellos veían magnificas oportunidades yo veía graves riesgos”, reconoce Frances en su nuevo libro,¿Somos todos enfermos mentales? (Ariel), que acaba de publicarse en España. El nuevo DSM iba a ser un desastre, y su antiguo director se decidió a tomar partido.

Ayer Frances visitó Madrid y fue muy claro: si el DSM 5 tiene éxito (algo que aún está por ver) el 81% de la población de entre 11 a 21 podría ser diagnosticada con una enfermedad mental. La inflación diagnóstica puede llegar al absurdo. Y el psiquiatra cuenta con numerosos ejemplos.

“Con el nuevo DSM –explica Frances–, tan sólo dos semanas después de que alguien pierda a un ser querido, un médico puede diagnosticar depresión clínica. Si alguien tiene síntomas propios del duelo no va a acudir a un psiquiatra, va a ir al médico de cabecera, que en Estados Unidos pasa de media 7 minutos con cada paciente, cifras que no serán muy distintas a las de España. Quizás ni siquiera conozca al paciente bien”. No importa, asegura el psiquiatra, en un momento podrá (con el manual en la mano) decir que tiene depresión y recetarle antidepresivos. Y la situación se repite con numerosos trastornos que, desde la publicación del nuevo DSM (en mayo de 2013), son mucho más sencillos de diagnosticar.

Y no hay que ser un genio para darse cuenta de que el verdadero beneficiado de esta nueva situación es la industria farmacéutica. “Las farmacéuticas están alertando ya a los médicos que la depresión debe ser diagnosticada en personas que están pasando un duelo”, asegura Frances. “Es parte de su campaña de promoción”.

Una deriva muy peligrosa

En su opinión, aunque el nuevo DSM 5 genere enormes beneficios para las farmacéuticas, estas no están detrás de sus errores. Es más bien el ego y la falta de perspectiva de los psiquiatras lo que ha provocado todo esto.

“Conozco muy bien a la gente que ha trabajado en el DSM 5 y no creo que tengan un interés sea ayudar a las farmacéuticas”, asegura Frances. “Es gente de buen corazón que ha tomado decisiones muy estúpidas, pero no por la presión de las farmacéuticas, sino porque han sobrestimado la importancia de su campo de estudio, sin darse cuenta del daño que puede hacerse cuando las cosas que pueden funcionar para ellos en la universidad se lleven a la práctica clínica”.

Si las farmacéuticas hubieran pagado a los profesionales por redactar el DSM estaríamos ante un escándalo mayúsculo. Pero lo que han logrado es casi peor, ya que está más arraigado: han conseguido que todos (médicos y pacientes) creamos que las drogas son la única solución a nuestros problemas. “Esta colosal industria está lavando el cerebro a todo el mundo para que tomen pastillas, aunque no las necesiten”, explica Frances.

El psiquiatra insiste en que las farmacéuticas no han tenido ninguna influencia directa en el DSM –“no es así como van las cosas”–, pero una vez publicado van a exprimir sus posibilidades hasta la última gota: Miran hasta los márgenes, buscando cómo pueden usar los diagnósticos en su provecho. Las farmacéuticas tienen millones de dólares, y la más brillante mercadotecnia, a la espera de encontrar cualquier nuevo trastorno para convertirlo en moda. Así ocurrió con el TDAH, con la depresión, con el desorden bipolar… Tomaron la definición, que funciona bien si se usa con cautela, y la hicieron confusa en la práctica general”.

Un problema que afecta a toda la medicina

Para Frances, la inflación diagnóstica no es exclusiva de la psiquiatría, es común a toda la práctica médica y es algo que debería preocuparnos. Mucho. “Si tienes 60 años y eres mujer, es casi imposible no tener osteoporosis, porque la definición de unos huesos ‘normales’ está basada en los huesos de las mujeres de 20 años”, asegura el psiquiatra. Se ha patologizado todo”.
A las farmacéuticas no les interesa desarrollar antibióticos que la gente sólo va a tomar dos o tres días, pero van a hacer todo lo posible para vender medicamentos a los niños, porque serán consumidores para toda la vida

Pero si esto ocurre con todos los campos de la medicina, cuando hablamos de enfermedad mental la cosa se complica. En psiquiatría no hay análisis de sangre para saber si una persona es normal o no”, explica Frances. “Si la línea que separa a las personas a las que se les puede diagnosticar un trastorno y las que no se desplaza aunque sea un poco, y puedes presionar para que eso ocurra, la diferencia es de millones de pacientes”.

El ejemplo más claro de esta vergonzosa inflación diagnóstica es el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH).La forma más fácil de predecir que un niño va a padecer TDAH es su cumpleaños”, explica Frances. “Si eres el niño más pequeño de tu clase, tienes el doble de posibilidades de padecerlo que si eres el más mayor. Estamos transformando la inmadurez en enfermedad, y en vez de tratarla en clase, estamos gastando millones de dólares en medicamentos”.

“Desde la perspectiva de la industria farmacéutica –continua Frances– esto es genial. No hay mejor cliente que un niño. A las farmacéuticas no les interesa desarrollar antibióticos que la gente sólo va a tomar dos o tres días, pero van a hacer todo lo posible para vender medicamentos a los niños, porque serán consumidores para toda la vida”. Medicamentos que, en numerosas ocasiones, causan más problemas de los que resuelven. “Los antipsicóticos hacen a los niños muy gordos”, explica el psiquiatra. “Ya tenemos una epidemia de obesidad infantil que provoca diabetes y muerte prematura”.

Hay espacio para el optimismo

Para Frances la solución a este problema es bien sencilla: hay que limitar el poder de las farmacéuticas y promover una vuelta a la práctica clínica racional, humanizada. “Cualquier problema múltiple se resuelve de forma más efectiva a través de la psicoterapia que a través de la medicación”, asegura el psiquiatra. “Sí, es más barato dar drogas a un paciente en los primeros meses, pero si tiene que estar medicado toda la vida es muy caro. Si pensamos en la vida de los pacientes es mejor gastar dinero en diagnósticos más precisos y cuidadosos y en psicoterapia, y menos dinero en aumentar los diagnósticos y la medicación”.
Los doctores están prescribiendo narcóticos como locos, y la industria está empezando a ser más peligrosa que los carteles de la droga

El psiquiatra pide sentido común en la práctica médica, y mano dura con las farmacéuticas. A veces, cuando la situación se vuelve indignante, acaba ganando el sentido común”, asegura Frances, que cree que se puede luchar contra ciertos comportamientos de la industria farmacéutica al igual que se acabó con el tabaquismo: presionando a los Gobiernos para que establezcan unas regulaciones más duras.

Las farmacéuticas venden una píldora para tratar la hepatitis C por miles de dólares a Europa y luego venden la misma píldora a Egipto por 10 dólares”, afirma Frances visiblemente enfadado. La gente tiene que empezar a darse cuenta de que esta gente no son nuestros amigos. No es gente que se preocupa por nosotros: se preocupan por sus beneficios, y debemos ser escépticos y controlarlos. Los doctores están prescribiendo narcóticos como locos, y la industria está empezando a ser más peligrosa que los cárteles de la droga, y ya está causando más muertes. Esto es tan indignante que el cambio tiene que ser inminente”.