Por:
Autor
invitado |11
de febrero de 2014
Por
Montse
Escutia,
ingeniera
agrónoma especializada en agricultura ecológica y colaboradora de
la revista The
Ecologist
A
finales de 2013 el Ministerio de Agricultura, Ganadería,
Alimentación y Medio Ambiente (MAGRAMA) puso en marcha una campaña
institucional para promocionar la llamada “Leche sostenible” o
PLS, Productos
Lácteos Sostenibles.
La campaña se llevó a cabo en varios medios de comunicación,
incluida la televisión. El anuncio no se olvidaba de proyectar la
típica imagen bucólica de las vaquitas pastando en verdes prados.
Cuando indagabas un poco sobre la
supuesta sostenibilidad de la leche
te
dabas cuenta de que se refería exclusivamente a la sostenibilidad
económica del sector puesto que la
única garantía de dicha leche es que estaba producida en España.
Si se trata de eso ¿por qué no se le dice al consumidor con todas
las letras? ¿Por qué en el anuncio en lugar de un prado con vacas
no aparece la selección española de fútbol o el típico torero
como imagen de lo que es genuinamente español?
Parece
ser que al MAGRAMA no le ha importado lo más mínimo utilizar lo que
se conoce como una práctica
comercial desleal
engañando claramente al consumidor al crearle la falsa imagen de que
está consumiendo leche producida de una forma más ecológica. No
hay que ser muy listo para darse cuenta que para
el consumidor, “sostenible” es sinónimo de “ecológico” y no
se va a parar a reflexionar sobre si existen diversos tipos de
sostenibilidad,
más allá de la que coloquialmente se ha asociado a aspectos
ambientales. El cinismo de los responsables de nuestro gobierno quedó
bien claro cuando, frente
a las lógicas protestas del sector de la producción agraria
ecológica, arguyeron que dicho sector no se podía apropiar de todos
los términos.
Dicho
de otra forma: la ley sólo protege los términos ecológico y
biológico por lo que podemos llamar sostenible a lo que nos dé la
gana sin que pase nada, aunque la intención sea claramente engañar
al consumidor.
Hace
poco en TVE se emitió un reportaje
sobre cómo la industria
china ha desembarcado en la región italiana de Prato,
que tiene una fuerte tradición de industria textil. Por lo que se
daba a entender los chinos operan en una especie de ciudad sin ley
(al menos las relativas a la protección de los trabajadores) y son
capaces de producir en territorio italiano a precios tan bajos como
si estuviesen en China. Como resultado han
hundido a muchos pequeños talleres artesanos que no han podido
resistir la competencia. ¿Cuál es su objetivo? Pues
poder etiquetar con la preciada denominación “Made
in Italy”.
En
un mercado donde los consumidores cada vez están más concienciados,
tanto en aspectos ambientales como sociales, es evidente que
cualquier pequeña referencia a ello puede marcar la diferencia y
ayudar a vender mucho más. Y las empresas lo saben. ¡Hasta el
gobierno lo sabe! Y por desgracia lo aplica, como lo aplican tantas y
tantas empresas, grandes y pequeñas.
Y
en medio de este panorama sigue habiendo gente que se esfuerza por
ofrecer a los consumidores un producto verdaderamente respetuoso,
ecológico, justo, solidario y todos los calificativos que se quieran
aplicar. Pondré sólo un ejemplo del que fui conocedora hace muy
pocos días. En Alcorisa, un pueblecito de Teruel (esa provincia
española que parece ser que también existe) hay una iniciativa de
elaboración artesana de chocolate: Chocolates
artesanos Isabel.
En su producción cuidan cada uno de los detalles: las materias
primas, la energía que utilizan, las condiciones laborales de sus
trabajadores y de los de sus proveedores, el embalaje de sus
productos, los utensilios y productos de limpieza del obrador… y de
paso dan vida a una región que, sin iniciativas de este estilo, se
vería condenada al abandono.
Hablando
con Isabel te das cuenta de hasta qué punto es consecuente con sus
principios. Su
chocolate está certificado como “Comercio justo” pero
convencieron a los inspectores de que era muy absurdo utilizar aceite
de oliva palestino certificado de comercio justo cuando en su pueblo
también se producía aceite. Siguiendo este razonamiento dan
prioridad el uso de materias primas locales frente al de ecológicas
que deberían traer de fuera. No renuncian a lo ecológico pero de
momento prefieren ser consecuentes con su objetivo de dar vida al
pueblo aunque esto les obligue a renunciar a una etiqueta que
seguramente las ayudaría en sus ventas.
Este
es el modelo de empresarios que necesitamos: concienciados y
consecuentes con sus principios, conocedores
de su enorme potencial para transformar la sociedad en la que
desarrollan su actividad, sin renunciar a los beneficios pero sin
necesidad de engañar para obtenerlos.
Los
verdaderos ecotimos son los de aquellos que utilizan el nombre de la
ecología en vano como ha hecho nuestro querido gobierno.
La mala leche la encontramos en aquellos que se dejan llevar por la
vanidad, el miedo y la ignorancia y ello hace desprestigiar a tantas
y tantas personas. Personas que con su esfuerzo y su conciencia
luchan por un modelo de producción y consumo más justo para todos,
especialmente para los que han de venir.