POR ARANTXA ROCHET
Vivimos rodeados
de elementos que no vemos. Pero cada vez se investiga más la
influencia sobre la salud que tienen campos electromagnéticos,
gases, sustancias químicas y radiaciones de baja o alta frecuencia
provocados por la naturaleza o por el hombre. “Se da por supuesto
que todos vivimos y trabajamos en lugares sanos. Y la realidad es que
no”, explica José Miguel Rodríguez, director de la Fundación
para la Salud Geoambiental, una entidad que estudia la llamada
“contaminación electromagnética”.
Desde el boom de los teléfonos
móviles, han sido miles los estudios que se han llevado a cabo para
determinar si la exposición a los campos electromagnéticos de este
tipo, conocidos como radiaciones “no ionizantes” (también
presentes en líneas de alta tensión, los microondas, etc.),
provocan un perjuicio real a los humanos. Pero no hay una respuesta
clara. Mientras el ICNIPR (Comisión Internacional de Protección
contra la Radiación No Ionizante), órgano asesor de la Organización
Mundial de la Salud (OMS), no encuentra evidencias científicas al
respecto, la IARC (Agencia Internacional de Investigación contra el
Cáncer) sí calificaba en 2011 esas radiaciones como potencialmente
cancerígenas.
A pesar de la legislación sobre los
límites de emisiones, organizaciones como la Plataforma Estatal
Contra la Radiación Electromagnética en España (PECCEM) insisten
en que el problema va más allá de los máximos establecidos y que
hay muchas personas afectadas por emisiones más bajas con dolencias
que se han agrupado bajo la enfermedad, aún no reconocida por la
OMS, de “electrosensibilidad múltiple” (EHS).
Algunos estudios indican que existe un
alto componente “psicosomático” en las personas que aseguran
sufrir esta dolencia, pero varias sentencias en los últimos años
dan la razón, al menos en parte, a los que alzan la voz para
conseguir que en España se tenga en cuenta como causa de incapacidad
laboral, igual que en otros países de Europa como Suecia. Una del
Tribunal Superior de Justicia de Madrid de julio de 2016 reconoció
por primera que un ingeniero de telecomunicaciones no podía trabajar
por padecer EHS, porque le impedía desarrollar su actividad
profesional en entornos con campos electromagnéticos.
La Sociedad Española de Síndrome de
Sensibilidad Central (SESSEC) relata sus síntomas: “cefalea,
fatiga, estrés, trastornos del sueño, síntomas cutáneos como
picazón, ardor y erupciones, dolor muscular y otros tipos de
problemas de salud como trastornos gastrointestinales, intolerancia a
determinados alimentos e hipersensibilidad a un número importante de
productos químicos”, que “representan un problema de incapacidad
para las personas afectadas”.
La incidencia en la ciudadanía
Aún sin registros oficiales, la SESSEC
estima que la hipersensibilidad electromagnética afecta al 5% de la
población (más de 2,3 millones de personas) española, igual que la
Sensibilidad Química Múltiple (SQM), otra patología que sí está
reconocida oficialmente en España desde 2014. Es factible que “al
menos un 15% (más de 6,6 millones personas) de la población
presente algún síntoma relacionado con la EHS por exposición a los
campos electromagnéticos”, explica Julio Carmona, coordinador de
la PECCEM.
La Unión Europea emitió en 2011 una
resolución que instaba a los países a aplicar el principio ALARA
(as low as reasonably achievable), es decir, el nivel más bajo
razonablemente posible, tanto a los efectos térmicos como a los
atérmicos o biológicos de las emisiones o radiaciones
electromagnéticas. Esta normativa fue, sin embargo, calificada por
el Comité Científico Asesor en Radiofrecuencia y Salud de España,
de “iniciativa política que no introduce elementos nuevos
racionales que permita una gestión más eficiente de este problema”,
y cuyas recomendaciones “es muy probable que distorsionen la
percepción del riesgo en algunos sectores de la población muy
sensibles a estos temas, y que aumente la inquietud y la alarma de
una forma injustificada”.
La pregunta es: ¿cómo podríamos
librarnos de toda esta “contaminación” en un mundo cada vez más
tecnológico? Tampoco hay una sola respuesta. Isabel Sanz se cambió
de casa después de someter su hogar a un estudio sobre radiaciones
motivado por problemas como insomnio, inquietud y dolores de origen
desconocido. Desde entonces, muchos de los problemas que sufrían
ella y su marido han cesado. “Que [la hipersensibilidad] ahora no
tenga la calificación de científica no significa que no tenga un
componente real”, asegura esta psicóloga. De la misma opinión es
José Miguel Rodríguez: “Es un tema muy lento porque es
desconocido. No hay conciencia. Es como en la época del tabaco
cuando le decías a un fumador que dejara de fumar. Decía: ‘bah,
si de algo hay que morirse’. Es un poco eso”.
Rosa Nieto, afectada por el EHS, se ha
mudado con su familia a un pueblo de Cantabria casi sin cobertura.
Sin embargo, sus dos hijos, también aquejados por este síndrome, no
se han librado de los campos electromagnéticos: el colegio al que
van alberga una antena de wifi que surte al propio centro, al
ayuntamiento y a otros edificios públicos. “No se han tomado muy
bien nuestras quejas. Dicen que es una obsesión y que a los niños
no les pasa nada, que no tienen ni idea de lo que es la radiación y
los efectos que produce en la salud”.
La Fundación para la Salud
Geoambiental indica que basta con cambiar la cama de posición o
remodelar la instalación eléctrica de la casa para evitar las
posibles consecuencias de las radiaciones electromagnéticas. Otros
métodos son evitar el uso del móvil de forma irracional, separarlo
de la cabeza al hablar o apagar los aparatos en vez de ponerlos en
stand by, etc.
Los gases que nadie percibe
La peligrosidad de otros contaminantes
sí está reconocida oficialmente aunque son, muy desconocidos aún
por la población. Es el caso del radón, un gas radiactivo de origen
natural que tiende a concentrarse en viviendas, escuelas y lugares de
trabajo y que, según la OMS, “es la segunda causa más importante
de cáncer de pulmón después del tabaco”. Provoca entre el 3% y
el 15% del total. Y se produce a partir de la desintegración
radiactiva del uranio, presente de forma natural en suelos y rocas.
De ahí pasa al aire, donde se desintegra y emite partículas
radiactivas que al ser respiradas se depositan en las células de las
vías respiratorias. Al aire libre, el radón se diluye rápidamente,
tiene concentraciones muy bajas y no suelen representar ningún
problema. No así en espacios cerrados.
La Unión Europea emitió en 2013 una
directiva para que sus miembros tuvieran en cuenta este problema y
pusieran en marcha, antes de febrero de 2018, medidas para alertar a
la población e informar sobre la manera de reducir la exposición al
radón en los hogares. “En España hay zonas de alto riesgo que se
conocen desde hace mucho tiempo. Por ejemplo, la Sierra de Guadarrama
en Madrid, la Sierra de Gredos en Ávila, Galicia o parte de
Extremadura y Asturias. En Reino Unido, Irlanda Francia o Bélgica
tienen desarrolladas ya normativas desde 2003 o 2004 y hay muchísima
información para el ciudadano. Pero en España no”, explica
Rodríguez. En 2013, el Consejo de Seguridad Nuclear elaboró un mapa
predictivo sobre el radón con el objetivo de identificar las zonas
con mayores tasas de concentración de este gas. Sin embargo, desde
entonces son pocas las medidas que se han llevado a cabo.
Otros “contaminantes invisibles”
son las sustancias químicas, entre las cuales se encuentra el
formaldehído, reconocida como cancerígena por la OMS en 2004 y que
puede provocar, además, irritación ocular, de las vías
respiratorias o de la piel, cefaleas o problemas respiratorios
similares al asma. Pero de momento la exposición a esta sustancia
solo está regulada a nivel laboral. Este químico se utiliza en la
producción de resinas y adhesivos para madera (barnices, pinturas,
etc.), en papel, lana de vidrio o roca, la producción de
revestimientos plásticos en acabados textiles como los vaqueros, y
como aditivo en cremas, champús, lociones, jabones, pomadas, laca de
uñas o dentífricos. “Hemos tenido a personas que han estado
viviendo en casas con niveles de formaldehído muy bajos y que tenían
una serie de síntomas como fatiga, dolores de cabeza, problemas de
insomnio… Cuando se ha eliminado ese factor, que lo causaba el
barniz del parqué del suelo, esa persona ha mejorado y en cambio el
médico no había dado con la causa”, cuenta José Miguel
Rodríguez.
Es por eso que desde su fundación
piden la retirada del mercado de este tipo de productos de uso común.
“Hemos visto ampliamente superados en algunos hogares los límites
establecidos en España para exposiciones laborales debido a la
utilización, en el parqué, de barnices de urea formol”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario