Ahora que el Papa ha abandonado Madrid
y que la derecha sigue calificando de ateos intolerantes y anti-papa
a los participantes en las protestas contra la visita del Papa
conviene poner encima de la mesa un debate interesante...
Alberto
Garzón Espinosa
|
http://www.agarzon.net | 22-8-2011 a las
Ahora
que el Papa ha abandonado Madrid y que la derecha sigue calificando
de ateos intolerantes y anti-papa
a
los participantes en las protestas contra la visita del Papa conviene
poner encima de la mesa un debate interesante. Entre las muchas
organizaciones y colectivos que se oponían a la visita del Papa -y
todos los privilegios que les ha otorgado un Estado supuestamente
aconfesional- había también colectivos cristianos. Eso lógicamente
invalida absolutamente todas las acusaciones infundadas que los
medios de derechas y sus acólitos han tratado de hacer llegar a la
población acerca del carácter antireligioso de las protestas, pero
además nos llama a la reflexión. ¿Por qué hay cristianos que se
oponen a la tendencia oficial y dominante de la Iglesia?
Como en todas las organizaciones en la
Iglesia también hay ramas y facciones. La tradición cristina se ha
ido dividiendo una y otra vez, y siempre por cuestiones vinculadas al
poder. Y en la Iglesia mejor que en ningún sitio se ve cómo el
poder mueve la fe. La Iglesia ha tenido dos cismas importantes (el
primero en el siglo XI y que separó a la iglesia de oriente de la
iglesia de occidente; y el segundo a finales del siglo XIV y
principios del siglo XV, que separó a la iglesia occidental y que
hizo que hasta tres Papa se reclamaran como los verdaderos Papa).
En general además suele ocurrir que en
algún lugar perdido de la institución surge un sujeto con ideas
revolucionarias que intenta imponerse a la línea oficial y que a
veces vence. Si vence se forma un nuevo status quo que tendrá nuevos
pastores con sus propios rebaños. Eso pasó con Lutero y con la
Reforma protestante en el siglo XVI, que desafiaron la ortodoxia
oficial y vencieron en la parte este de Europa. Como reacción los
católicos más ortodoxos (que como siempre estaban en España, ya se
sabe que somos más papistas que el Papa) montaron la Contrareforma y
pusieron a la Inquisición a trabajar: se torturaron y quemaron a
todos los protestantes que había en España con el objetivo de no
dejar pasar a las “ideas revolucionarias”. Y así se escribe la
historia, también de las religiones. Los rebaños siguen a la
religión que profesan sus líderes políticos, y si los líderes
cambian de religión ellos también. Por decirlo directamente: en
España no hay más católicos que protestantes como resultado de un
profundo estudio individual de las tesis de unos y otros sino
sencillamente porque las sectas funcionan de forma orgánica y aquí
toca obedecer, por causas históricas, a los ortodoxos.
Dicho lo cual hay que mencionar una
línea muy especial de pensamiento surgida en el siglo XX en América
Latina: la teología de la liberación. Para esta línea de
pensamiento la Iglesia estaba muy vinculada al pueblo en sus inicios,
pero a partir de la edad media se fue apartando progresiva y
lentamente de su base social: ya no pensaba tanto en el pueblo y sus
problemas y se dedicaba en su lugar a pensar más en aspectos
doctrinales sobre la fe. En un contexto de pobreza extrema en el
siglo XX en algunos países de América Latina algunos religiosos
comenzaron a pensar de nuevo en los problemas del pueblo, y
comenzaron a preguntarse en por qué había pobreza y desigualdad.
El
martirio de los religiosos del pueblo
Influidos por las ideas dependentistas
(una rama de la economía del desarrollo que viene a decir que el
subdesarrollo de unos es resultado del desarrollo de otros -Günder
Frank dixit-) y por los acontecimientos de rebelión popular (V.
Alvarado en Perú, S. Allende en Chile, E. Che Guevara en Cuba, Perón
en Argentina…) se desarrollan las ideas de la desde entonces
llamada Teología de la Liberación o, según otros, “La Iglesia de
los Pobres”.
Pero
entonces comienza la contrarevolución en América Latina, orquestada
en casi todas las ocasiones por EEUU y su aplicación de la Doctrina
de Seguridad Nacional
(y dirigidas por el político estadounidense Henry Kissinger, también
premio Nobel). Llegó el golpe de Estado en Bolivia (1971), en Chile
(1973), en Uruguay (1973), en Argentina (1976), y las muchas
dictaduras militares en Brasil, Paraguay, Nicaragua, Guatemala, El
Salvador, Panamá, etc. Y con todo ello llegó la represión: el
exilio y el asesinato en masa de los subversivos, entre los cuales se
encontraban muchos de los religiosos de la teología de la
liberación. Y en el año 1976 la Iglesia emite un informe señalando
a esta teología como peligrosa, para el 1984 elaborar una lista de
críticas severas desde la oficialidad. Entre ellas se destaca “un
clasismo intolerable dentro de la Iglesia y a una negación de su
estructura sacramental y jerárquica”.
La teología de la liberación apostaba
por entrar en la política, y a pesar de sus críticas rechazaba ser
una teología inspirada por el marxismo. Siempre se ha reclamado de
inspiración bíblica y evangélica. Y en cuanto a la violencia
declaraba lo siguiente:
“Su
postura frente a la violencia es la clásica de la teología y de la
moral católica: hay que buscar soluciones pacíficas y no violentas
a los conflictos existentes, pues la violencia engendra una espiral
de violencia. Pero el admitir en casos extremos de opresión
prolongada y general la legitimidad de una defensa, cuando se han
agotado ya todos los demás recursos y se tiene garantías de éxito,
esto no es ninguna originalidad de la Teología de la Liberación
sino ladoctrina tradicional de la iglesia, actualizada por el mismo
Pablo VI en su encíclica El Desarrollo de los Pueblos (n 30 – 31)”
(Victor Codina, 1985).
El
pecado estructural
A
pesar de que no reconocen ser inspirados por el marxismo como
ideología política sí que hay numerosas similitudes metodológicas
con el marxismo científico, es decir, con la herramienta que
desarrolló Marx para comprender el funcionamiento del capitalismo.
Para los teólogos de la liberación el capitalismo es un sistema
económico inmune a las variaciones de la moral de la sociedad, de
modo que no se aceptan las soluciones de tipo “responsabilidad
social” o “ética capitalista”. Para algunos teóricos de esta
teología “las corporaciones solamente pueden ser generosas o
socialmente responsables en la medida que el mercado sea menos
competitivo” (fuente
de esta y siguientes citas textuales),
es decir, cuanto más se aleje del diseño de libre mercado perfecto.
Pero van mucho más allá.
En efecto, para los teólogos de la
liberación “hay una diferencia cualitativa fundamental entre el
nivel de las acciones concretas (conscientes, con una cierta
intencionalidad) y el nivel del sistema económico. En este pasaje de
un nivel al otro emergen nuevas propiedades que nos permiten percibir
que estamos tratando de un nivel diferente (no necesariamente
superior en términos éticos)”. Esta idea es muy similar al
pensamiento estructuralista, en oposición al individualismo
metodológico propio de los economistas convencionales.
Como consecuencia de lo anterior, para
los teólogos “no basta que seamos honestos y que actuemos de
acuerdo con los valores morales si el sistema económico y social en
el que estamos inseridos es un sistema éticamente perverso o
socialmente excluidor y opresor”. Esto significa, sencillamente,
que la solución a la pobreza, desigualdad y otros males de la
sociedad deben pasar por un cambio estructural en el sistema
económico. Esto es así porque para ellos “la lógica del sistema
económico funciona y produce sus resultados independientemente de la
voluntad individual del agente”, lo que supone que por muy
bienintencionadas que sean las personas que viven en esta sociedad el
propio sistema conduce a un resultado malvado.
Esto tiene que ver con las nociones de
culpa y responsabilidad. Para la teología de la liberación “podemos
sentirnos responsables frente a estructuras injustas, estructuras de
pecado, y sentirnos llamados a luchar por su transformación sin que
tengamos que asumir la culpa por la existencia y funcionamiento de
esa estructura”. De ahí nacía el concepto de “pecado
estructural”, que yo resumiré valientemente en lo siguiente: todo
buen cristiano debe estar en contra del pecado pero no sólo del
personal sino también del estructural, de modo que todo buen
cristiano necesita obrar con objetivo de superar el capitalismo.
En
definitiva
Más allá del hecho tramposo y
mentiroso de la derecha al afirmar que quienes no están a favor de
la visita del Papa son ateos intolerantes, lo que interesa es
reflejar la complejidad no sólo de las ideas sino también de las
corrientes religiosas. Yo soy ateo, pero como cualquier atento lector
puede deducir comparto mucho más con esta corriente cristiana que
con determinados colectivos ateos o hippies que ignoran consciente o
inconscientemente el problema económico.
Por eso considero que es un error
entrar en el debate sobre si religión sí o religión no. Soy de los
que creen que la religión es el opio del pueblo, como Marx, y a la
historia me remito para demostrar cómo el poder ha instrumentalizado
la religión en su favor. Pero por encima de todo está, para mí, el
papel del sistema económico y la diferente estructura de la lucha de
clases. Y la teología de la liberación (la de los pobres) y su
enfrentamiento con la versión oficial de la Iglesia (la del lujo y
el poder) pone de relieve perfectamente cómo el problema no es de si
se cree en Dios o no, sino de a quién sirve ese Dios.
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