El
Institut de Recerca Vall d’Hebron prueba el origen orgánico del
colon irritable
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El colon
irritable,
hoy llamado intestino
irritable porque
se sabe que el daño es más extenso, no
es una enfermedad
psicológica ni
funcional como hasta ahora se pensaba, sino absolutamente orgánica.
“Porque aunque tenga un componente psicosocial asociado en la mitad
de los casos, en todos los enfermos hay una alteración biológica
clara de varias proteínas que convierten la membrana intestinal en
más permeable y por lo tanto más inflamable y vulnerable”,
explica el doctor Javier Santos, director del estudio y responsable
del grupo de neuroinmunogastroenterología del VHIR.
El
impacto del hallazgo, demostrado a través de cientos de biopsias “de
pacientes que sostienen que ‘ya se lo decía yo’”, se ha
convertido tras su publicación en un revuelo esperanzador y en una
nueva cascada de investigaciones en busca de marcadores de esas
alteraciones que se puedan ver en análisis de sangre o de saliva y
que sean a su vez dianas terapéuticas.
“Porque
se trata de una enfermedad que afecta al 15% de la población,
principalmente mujeres jóvenes, y es crónica recurrente y hoy sólo
se tratan sus síntomas; amarga la vida a mucha gente”, recapitula
el doctor Santos, que además de investigador atiende a 4.000
pacientes con esta dolencia en la consulta de Vall d’Hebron.
La
mayoría de esos pacientes se consideraban en el argot profesional
enfermos parias: “Es de los nervios, relájese”, era la respuesta
más frecuente a diarreas intermitentes, o estreñimientos frecuentes
o ambas cosas combinadas a veces en el mismo día, dolores, ansiedad,
depresión…
“¿Quién
quiere salir a cenar con los amigos si un tomate se puede convertir
un día en un peligro intestinal y otro día no y no hay manera de
saber cuándo te va a afectar?”, apunta el gastroenterólogo.
Pérdida de horas de trabajo, de vida social, uso desmesurado de
recursos sanitarios (consumen entre el 1 y el 2% de todo el gasto
sanitario).
En
las biopsias concentradas en el yeyuno, el segundo tramo del
intestino delgado, detectaron que las células estaban más abiertas,
por lo que la membrana que recubre el intestino, por el que pasan
alimentos, pero también desechos y toxinas, era más permeable, por
lo que era más susceptible a inflamaciones e infecciones, la base de
las gastroenteritis.
Y
esa alteración en los nexos entre células se debía a una
sobreexpresión de diversas proteínas reguladas por varios genes ya
perfectamente establecidos. Esa alteración marca una predisposición
y probablemente las infecciones y el estrés favorezcan la puesta en
marcha de la enfermedad.
“El
intestino está hipersensible y reacciona de forma exagerada e
inespecífica a cualquier tipo de estímulo”, señala el
investigador. “Estas células tienen miles de mediadores y secretan
mucha agua y eso es lo que provoca la contracción del músculo
intestinal, que intenta expulsar fuera aquello que rechaza. Es una
cadena de acontecimientos con mucho sentido”.
La
enfermedad no evoluciona a peor. Se queda de por vida de forma
intermitente. Por eso no se le considera grave. “Pero a menudo
comparte existencia con depresión, fibromialgia, sensibilidad
química múltiple, ansiedad. Podrían tener puntos de encuentro”,
apunta el doctor Santos.
El
equipo de investigadores lleva ya tiempo trabajando en los marcadores
y espera resultados pronto, “Y tendremos algo que tratar, no solo
de aliviar”. Ensayan ya el uso de algún medicamento ya existente.
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