Nuevas enfermedades, ¿nuevas personas?
Las enfermedades nunca son estáticas. Los actuales diccionarios médicos incluyen nuevos términos. Síndrome de inmunodeficiencia adquirida, síndrome de fatiga crónica y síndrome por desgaste —burnout syndrome— son patologías descritas en las últimas décadas.
Algunos resultados de laboratorio otrora normales ahora son anormales; hasta hace poco la cifra normal de azúcar en sangre era 110 mg/dl, ahora es menor de 100 mg/dl, mientras que la cifra anterior de colesterol adecuada oscilaba entre 220 y 240 mg/dl y ahora debe ser menor de 200 mg/dl.
En el mismo rubro, algunas enfermedades han (casi) desaparecido o se encuentran bajo control; poliomielitis, rubeola y difteria son ejemplos. Ciertas actividades contemporáneas devienen patologías; tabaquismo como antesala de cáncer de pulmón, consumo de cocaína vinculada con infartos.
Cambios ecológicos son origen de malestares; conjuntivitis secundaria a contaminación ambiental, alimentos y peces irradiados como consecuencia de desastres nucleares. Gracias a la fuerza de la sociedad han sido eliminadas conductas que antes se consideraban enfermedades; la homosexualidad y la masturbación han dejado de ser patologías.
Finalmente, la tecnología de la comunicación, internet, celulares, ¿producirá cambios en la mente y en la forma de relacionarse de las personas en las próximas generaciones?
Al tejido previo agrego otras realidades. La esperanza de vida, sobre todo en Occidente, aumenta cada vez más. En la Grecia clásica la media era de 28 años, a principios del siglo XIX variaba entre 30 y 40, a principios del siglo XX oscilaba entre 50 y 60 años, y en la actualidad, en Occidente, la media es de 80, mientras que en África es 50 años. Este último dato agrega otro factor de sobra conocido: las enfermedades de ricos y pobres difieren.
Al tejido previo agrego otras realidades. La esperanza de vida, sobre todo en Occidente, aumenta cada vez más. En la Grecia clásica la media era de 28 años, a principios del siglo XIX variaba entre 30 y 40, a principios del siglo XX oscilaba entre 50 y 60 años, y en la actualidad, en Occidente, la media es de 80, mientras que en África es 50 años. Este último dato agrega otro factor de sobra conocido: las enfermedades de ricos y pobres difieren.
Enfermedades como tuberculosis, paludismo, sida y problemas no resueltos como desnutrición y falta de agua potable matan a los pobres y disminuyen su esperanza de vida.
Tratarlas es barato, no tratarlas conduce a la muerte. Patologías como cáncer, accidentes de tráfico y problemas cardiovasculares son más frecuentes en poblaciones ricas. Estas enfermedades terminan con la vida lentamente y generan enormes gastos: diálisis, quimioterapias, unidades de cuidado intensivo salvan vidas a expensas de sabiduría y dinero.
La suma de las ideas previas representa un panorama distinto e interesante. Sus consecuencias sociales, económicas y políticas rebasan el ámbito médico. El dilema fundamental es complejo. Al pensar en salud, el ser humano, a pesar de ser el mismo de antaño, “es otro”: el conocimiento médico, los cambios ecológicos y las invenciones tecnológicas han modificado los conceptos de enfermedad. Las enfermedades viejas difieren de las actuales. Los enfermos de hoy enferman de patologías viejas y nuevas. Las enfermedades y los enfermos requieren adecuaciones médicas para enfrentarlas con sabiduría. Unas y otros reflejan los cambios en la sociedad. Esos cambios, positivos y negativos, provienen del conocimiento, de la tecnología y de las modificaciones del entorno ecológico.
Las enfermedades siempre han sido un magnífico retrato de la condición humana. Amplifican lo que sucede en cualquier sociedad. La de los ricos y sus preocupaciones. La de los pobres y sus realidades. El inmenso y admirable progreso de las ciencias médicas confronta con éxito muchas patologías; cáncer, diabetes, trasplantes de órganos son ejemplos. La medicina confronta con dificultad algunas condiciones como el síndrome de fatiga crónica, y es la responsable del mal uso y el exceso de medicación de otras, como los síndromes por déficit de atención. Por razones políticas, racistas y económicas la medicina no lidia con eficacia con las enfermedades de la pobreza.
Las lecciones son muchas, las deudas más. Las enfermedades nunca son estáticas. Cambian y nos cambian. Mientras unas se controlan gracias a medicamentos, como es el caso de la hipertensión arterial, o se curan por medio de cirugía como el cáncer de colon, otras, como la obesidad y sus consecuencias, o los accidentes cerebrovasculares, exigen otro enfoque. Las enfermedades no cejan. Unas van, otras vienen. Muchas, como el cáncer, emergen dentro del cuerpo. Otras, como el síndrome de desgaste, provienen del exterior. Algunas, como la desnutrición, son consecuencia de la pobreza, otras, como el alcoholismo (en Rusia, en algunas ciudades, la expectativa de vida de los hombres es 55 años) reflejan la vida de la comunidad. Otras, como la epidemia de problemas de déficit de atención en los niños, provienen de la intromisión de las farmacéuticas en la vida de las personas.
El modelo médico contemporáneo debe confrontar ese mosaico. Para hacerlo debe modificar sus prioridades. Abarcar las cuestiones sociales, dimensionar los problemas derivados de la tecnología y refundar el diálogo entre médicos y pacientes son factores esenciales para comprender el movimiento de las enfermedades.
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