Los informes financieros de diferentes
operadoras de telefonía alertan del riesgo para la salud del uso de
la telefonía móvil.
CARLOS ÁLVAREZ BERLANA 2018-09-29
Las compañías de telefonía móvil
saben que su producto implica riesgos para la salud. Los usuarios no
son informados pero los accionistas sí reciben información sobre
los riesgos financieros asociados a este riesgo para la salud. Las
tecnologías de la información ofrecen posibilidades para el
desarrollo, pero, de hecho, su influencia está más en el mercado de
consumo que en el interés social de los usuarios.
Que el móvil mata, no cabe ninguna
duda; lo decía el consejero delegado de la compañía Telefónica
Móviles en 2002 para TVE en el no emitido documental
Contracorriente. “Mire usted, no me voy a morir de esto; esto
contribuye a que me muera. Pero, como todas las cosas”, expresaba
Javier Aguilera para el programa Documentos TV de la televisión
española. El reportaje, tras las presiones de la industria,
finalmente no vio la luz, aunque se filtró y está disponible en
todo el mundo. Y añadía con gracejo el ejecutivo de la
multinacional: “Coño, que uno se muere por 38.000 cosas. ¿Que
esta es una más? Indiscutible. ¿Que esta es una más incluso para
los que no usan la telefonía móvil? Indiscutible. ¿Y que los que
usan la telefonía móvil no deberían tener este factor? Sin duda.
Pero joder, el mundo es como es. A mi me gustaría no respirar el
humo que echan los autobuses, pero ¿no vamos a tener autobuses?”.
Cabe suponer que Javier Aguilera
recibiese algún tirón de orejas por su ejercicio de sinceridad en
un reportaje que acabó siendo censurado. Valga el ejemplo para
ilustrar el hecho de que las compañías de telefonía móvil son
conscientes de que el móvil es perjudicial para la salud, aunque su
política no ha sido la de informar de que se trata de un riesgo que
hay que asumir como parte del progreso, sino la de ocultar a la
opinión pública e, inclusive, mentir sobre los efectos de la
radiación electromagnética utilizada en las telecomunicaciones.
Ya en 1995, por medio de una circular
interna filtrada, tenemos noticia de que la compañía Motorola ponía
en marcha una campaña de desprestigio contra el científico Henry
Lai. ¿Su pecado? Haber desarrollado una investigación, al amparo
del WTR —Wireless Technology Research—, en la que se demostraba
que una radiación semejante a la de telefonía móvil producía
daños en el ADN. Desde la asociación de la industria de
telecomunicaciones —CTIA— primero se decía que las frecuencias
no eran las mismas y que, por lo tanto, no afectaba a la telefonía
móvil, y luego se afirmaba que esa investigación nunca había
podido ser replicada. Las compañías financiaron estudios en los que
no se encontraron efectos en el ADN, aunque a lo largo de los años
diversas investigaciones han ido confirmando los trabajos de Henry
Lai. En el año 2000, financiado por la compañía T-Mobile, el
estudio Ecolog, que revisó 220 artículos científicos, encontró
efectos inductores del cáncer, efectos genotóxicos, así como
alteraciones en el sistema nervioso, inmunitario y hormonal.
INFORMES FINANCIEROS
Aunque los usuarios no son informados,
las compañías sí recogen en sus informes financieros las
implicaciones de los riesgos para la salud de la telefonía móvil.
Telefónica en su informe anual para la Comisión de Valores de los
EE UU dice: “La industria de las telecomunicaciones puede verse
afectada por los posibles efectos que los campos electromagnéticos,
emitidos por dispositivos móviles y estaciones base, puedan tener en
la salud humana. [...] Las preocupaciones sobre las emisiones de
radiofrecuencia pueden desalentar el uso de dispositivos móviles, lo
que podría provocar que las autoridades públicas implementen
medidas que restrinjan dónde se pueden ubicar los transmisores y
sitios celulares, cómo funcionan, el uso de teléfonos móviles y el
despliegue masivo de dispositivos móviles, medidores inteligentes y
otros productos que usan tecnología móvil. Esto podría llevar a
que Telefónica no pueda expandir o mejorar su red móvil”.
Vodafone, que en su informe anual 2017 incluye los riesgos para la
salud entre sus principales riesgos financieros, dice: “Las señales
electromagnéticas emitidas por los dispositivos móviles y las
estaciones base pueden presentar riesgos para la salud, con un
potencial impacto que incluye: cambios en la legislación nacional,
reducción del uso del móvil o litigación”.
Las legislaciones para proteger a los
ciudadanos frente a los riesgos de los campos electromagnéticos de
las telecomunicaciones existen; el problema es que su base teórica
es de tiempos de la guerra fría y que numerosos grupos científicos
independientes están diciendo que los límites de exposición son
insuficientes y están hechos a medida de la industria. Inclusive
estas poco estrictas normas de seguridad no son cumplidas por las
compañías de teléfonos, como el límite según la SAR —tasa de
absorción específica— que la mayoría de móviles que hay en el
mercado superan, algo sabido a través del caso 'phonegate', que, a
pesar de su gravedad, ha recibido muy poca atención por parte de la
opinión pública.
Se cantan las bondades de la tecnología
móvil; la sociedad civil podrá organizarse con facilidad para
reivindicar sus derechos y propiciar las transformaciones sociales.
Las aplicaciones podrán gestionar un mejor uso de servicios y
recursos, poniendo directamente en contacto a profesionales y
usuarios en una nueva economía más participativa. Podrás acceder a
la información en todo momento y los alumnos aprenderán a su ritmo
interactuando directamente con los contenidos online. Las
aplicaciones móvil monitorizarán tu salud y te avisarán antes de
que los problemas aparezcan... Sin embargo el uso dado a la
tecnología ha resultado menos transformador y ha formado parte del
planteamiento del mercado capitalista. Algunos consideran inclusive
que la actuación digital es un falso activismo al crear la sensación
de que se está haciendo algo al dar un like o firmar una petición,
cuando la participación implicaría un grado de organización en la
vida real. La economía colaborativa se ha convertido en una nueva
forma de explotación de los trabajadores por parte de grandes
empresas, que camuflan la relación laboral mediante resquicios
legales. Las tecnologías de la información aplicadas en la
enseñanza no han conseguido frenar la pérdida de nivel académico
de los últimos años y problemas como el déficit de atención están
en expansión. Inclusive estamos asistiendo a un descenso del Cociente Intelectual detectado en algunos países. En cuanto a la
salud, los datos no favorecen el optimismo: el cáncer —vinculado a la exposición electromagnética— crece a un ritmo casi de
epidemia; a pesar de los avances en la medicina, la esperanza de vida
está prácticamente estancada en los países occidentales y en EE UU
está en retroceso, y la llamada esperanza de vida saludable está en
descenso.
Al respecto de la influencia de las
tecnologías en el funcionamiento político, propuestas para la
democracia digital, con participación directa a través de internet
de la ciudadanía en los Parlamentos, no se han puesto en marcha; y
mecanismos de transparencia en la gestión por medio de la apertura y
monitorización en tiempo real de la gestión pública apenas se
están desarrollando. Por contra, hemos tenido noticias como la del
caso Cambridge analytica por las que hemos sabido que información
personal robada de las redes sociales ha sido utilizada para diseñar
campañas de manipulación dirigidas específicamente a cada usuario
y que han ayudado a ganar las elecciones a gobernantes como Donald
Trump.
No podemos decir que las tecnologías
en el pasado garantizasen el mejor funcionamiento democrático y
calidad de la información, pero, antes de continuar por un camino
sin sentido cautivados por los avances de la electrónica, deberíamos
sopesar las implicaciones sociales, de salud y psicológicas que los
usos de las distintas posibilidades tecnológicas están poniendo en
nuestras manos.
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