Muchos
dieron por muerto al 15-M hace meses, pero ahí está, llegó para
quedarse, y el éxito de la jornada del 15-O en todo el mundo,
muestra que son muchos los que creen que otro mundo es posible.
Roberto
Montoya |
Miradas al Sur | 16-10-2011 a las 21:42 |
La
Puerta del Sol de Madrid, el 15-O
|
La rebelión global ya está aquí. El
15-O se escuchó su grito de América a Asia y Oceanía, de Europa a
África y Oriente Medio: ¡Basta ya! La revolución ética, la
protesta de los indignados, la demanda de una democracia real, tomó
cuerpo y se hizo sentir en todo el mundo.
A la convocatoria se sumaron un total
de 951 ciudades de 82 países distintos. En algunos casos fueron sólo
unas centenas de personas, en la mayoría, miles, decenas de miles y
hasta centenares de miles en algunos países europeos. A causa de los
distintos husos horarios, las primeras movilizaciones empezaron en
Tokio, Sidney, Hong Kong.
Cuando la Argentina se desperezaba ayer
sábado, ya había decenas de miles de personas en las calles de
Berlín, de Lisboa, Amsterdam, de Roma –donde un grupo minoritario
protagonizó algunos incidentes violentos y numerosas otras capitales
y ciudades europeas. En la city londinense no faltó Julian Assange,
cara visible de Wikileaks.
En
numerosos sitios de Europa, como en Estados Unidos, muchos de los
manifestantes estaban acampados en plazas desde la noche anterior. En
vísperas del 15-O los indignados de Occupy
Wall Street lograron
evitar que la policía los desalojara del neoyorquino Zuccotti Park
–rebautizado Plaza de la Libertad– después de que más de
300.000 personas firmaran peticiones para detener el desalojo. Ayer
fueron decenas de miles los que salieron a la calle en Nueva York,
Washington y muchas otras ciudades de Estados Unidos.
En el Estado español, uno de los
platos fuertes de la jornada, con concentraciones en 60 de sus
ciudades y cientos de miles de personas protestando, seis marchas
partieron por la mañana desde pueblos de la periferia y barrios de
Madrid, para converger por la tarde en la mítica plaza de Cibeles,
en pleno centro, e iniciar luego la manifestación que terminó, como
no podía ser de otra manera, en la mítica Puerta del Sol, donde se
originó todo este movimiento hace ayer exactamente cinco meses, el
15 de mayo, el 15-M.
¿Qué gritaban, qué coreaban, qué
banderas enarbolaban personas de tantas nacionalidades, razas y
edades diferentes en esta protesta global?
“¡Especuladores a la cárcel!”, “¡No somos mercancía en manos de políticos y banqueros!”, “¡No estamos llamando a la puerta, la estamos tirando!”, “Precarios del mundo, no tenemos nada que perder, excepto las cadenas!”, “Yo no voté a los mercados ni al FMI”, “Estoy buscando mis derechos, ¿alguien los ha visto?”
Los lemas, estribillos y pancartas que
se vieron ayer en las cientos de manifestaciones que tuvieron lugar
en todo el mundo, eran tan variadas como las personas que las
portaban o gritaban, pero todas tenían algo en común: reflejaban el
hartazgo de millones de personas frente a las injusticias de un
sistema neoliberal donde los mercados financieros, el FMI, el Banco
Central Europeo, el Banco Mundial, la gran banca, las grandes
multinacionales, grandes especuladores y agencias de calificación de
riesgo, condicionan a su antojo la vida de los ciudadanos de a pie.
Con la complicidad, claro, de tantos de los gobiernos y dirigentes
políticos de turno, que se arrodillan ante ellos.
“Los poderes establecidos actúan en beneficio de unos pocos, desoyendo la voluntad de la gran mayoría, sin importarles los costos humanos o ecológicos que tengamos que pagar. Hay que poner fin a esta intolerable situación.” Ése es uno de los pasajes del manifiesto que gracias a la fluidez de las redes sociales elaboraron conjuntamente para la jornada de ayer las distintas partes de esta gran red contestataria y potencialmente anticapitalista.
Una
de las patas
donde
se trabajó en ese documento –traducido a 18 idiomas y accesible en
http://15october.net– fue en Bruselas. Durante una semana
convergieron en la capital de Bélgica y sede de la Unión Europea y
de la Otan, cientos de indignados, que a pesar de sufrir la represión
policial, llegaron tras marchar desde Madrid, Barcelona y Toulouse,
en recorridos de hasta 1.200 kilómetros.
Es uno de los fenómenos de este
movimiento. Sin medios, sin apoyos institucionales –todo lo
contrario, hostigados por los poderes públicos– miles de jóvenes
y no tan jóvenes vienen logrando movilizarse, traspasar las
fronteras virtual y físicamente, para reunirse, para intercambiar
experiencias, lanzar iniciativas comunes, de una forma que hasta
ahora no han logrado ni siquiera las poderosas confederaciones
sindicales, con tantos recursos a su alcance… pero tan
domesticadas, tan burocratizadas.
La propia izquierda parlamentaria
tradicional europea se ha visto desbordada y, de hecho, cuestionada
por toda esta corriente alternativa, sin llegar a comprender cómo un
movimiento asambleario como éste es capaz de limar y superar las
rencillas internas para consensuar documentos y actividades
colectivas, algo que ellos son incapaces de hacer. Tras el recelo
inicial, muchos partidos han intentado capitalizar políticamente
toda esta protesta, pero tanto el 15-M español como los distintos
movimientos similares, son conscientes de que uno de sus capitales
principales y diferenciadores es precisamente su independencia.
Supone por una parte una limitación
–al menos por ahora– al no poder pesar de una manera más
decisiva en el escenario político, sobre todo en situaciones
preelectorales como la que se vive en España, pero por otro lado le
permite solidificarse y extenderse.
A pesar de que el 15-M español, como
otros movimientos similares en otros países, no ha nacido de la
nada, sino que es la conjunción de luchas llevadas a cabo durante
años por miles de activistas en frentes muy variados, a las que sólo
en los últimos meses se han sumado muchísimas más personas, no
deja de ser un fenómeno nuevo, que necesita su tiempo para madurar.
Desde que estalló en 2008 en Estados
Unidos la actual crisis del sistema financiero capitalista,
propagándose por todas las economías europeas enlazadas –con
menores repercusiones en América latina y otras zonas del mundo–
los gobiernos de esos países desarrollados han justificado los
durísimos recortes a los derechos sociales y laborales que han
impuesto, en la necesidad de “calmar a los mercados”.
Los
mercados financieros, los grandes inversores internacionales, los
grandes especuladores, se han convertido así cada vez más en los
dueños de la situación. Entes que el ciudadano no ha elegido, han
pasado de hecho a condicionar la política económica, laboral y
social de gobiernos supuestamente soberanos.
La protesta del 15-O rechaza
frontalmente esa lógica, que sólo ha traído desempleo y pobreza.
Es un cuestionamiento al sistema económico, al sistema político, a
los grandes sindicatos; se trata de otra forma de hacer política, de
otra forma de participación ciudadana, de un rechazo del poder
monopólico de los medios de comunicación, de otra Justicia, el
germen de algo nuevo. De ahí que el fenómeno de los indignados se
haya convertido para tantas personas en una esperanza de que sí es
posible cambiar las cosas, de que otro mundo es posible.
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