ANÁLISIS
Vidas
precarias y la crisis global de la salud
En
la crisis sistémica actual no podemos olvidar la crisis de la salud,
dentro de un modelo que busca el beneficio por encima del bienestar
de las personas.
SILVIA L. GIL / INVESTIGADORA INDEPENDIENTE Y ACTIVISTA FEMINISTA
LUNES
7 DE NOVIEMBRE DE 2011. NÚMERO 160 NÚMERO 161
Ilustración:
Irene Cuesta.
Hay
quienes señalan, acertadamente, la importancia de comprender la
crisis mundial desatada en 2008 como una crisis sistémica que va más
allá de lo económico e incluye variables como la crisis ecológica
o la crisis de cuidados. En todos los casos lo que está en juego es
un modelo de desarrollo global insostenible que exige una crítica
desde dentro, estructural y profunda, que permita pensar cómo sería
una vida vivible para el conjunto de la población en condiciones de
igualdad y justicia.
A
estos aspectos de la crisis habría que añadir otro más,
generalmente invisible, que podemos denominar crisis de la salud: una
crisis de los cuerpos que enferman, contaminados, agotados, exhaustos
ante la imposición de un modelo en el que por encima del bienestar
de las personas se sitúa la búsqueda de beneficio; y una mirada
médica a la que no sólo le cuesta encontrar cura, sino que
invisibiliza determinadas dolencias y sobremedica en general.
Por
muy difícil y doloroso que nos resulte imaginarnos con una vida rota
por la enfermedad, debemos comprender que, dada nuestra posición
precaria y no definitiva en el mundo, se trata de un problema que
puede afectarnos en cualquier momento y que articula una nueva
diferenciación entre quienes pueden optar al autocuidado para
preservar la salud y quienes no. Una crisis que afecta de forma
diferente a los países del Norte y del Sur, y que produce diferentes
maneras de enfermar, también entre hombres y mujeres, pero que tiene
denominadores comunes.
Durante
las últimas décadas, sobre todo en años recientes, asistimos a un
despunte de las enfermedades denominadas de sensibilidad central
(fibromialgia, sensibilidad química múltiple, electrosensibilidad,
fatiga crónica). Si bien se ha hablado y es común presuponer sus
causas psicológicas, apenas se oye sobre sus causas biológicas y
medioambientales.
¿Todo
es emocional?
Individualizar
el malestar
La
preeminencia de un completo y novedoso discurso sobre la naturaleza
emocional de todas las enfermedades, como aventura la llamada “nueva
medicina” o las versiones occidentalizadas de algunas terapias
orientales, estaría activando un dispositivo de poder que
individualiza un problema cada vez más común, en lugar de ayudarnos
a comprender su origen social.
¿Qué
significa esto? En primer lugar, la tendencia a reducir la salud a lo
psicológico, con el objeto de situar en los propios individuos las
causas de sus males y las vías de curación, ignorando la presencia
de factores biológicos, genéticos, ambientales y sociales. En
segundo lugar, que las causas reales de algunas enfermedades se están
invisibilizando, de modo que los enfermos no pueden acceder a
diagnósticos certeros. Si no se incentivan investigaciones ni se da
luz verde a los informes ya existentes sobre el impacto del medio
ambiente en la salud, no se diseñarán los protocolos médicos
adecuados para paliar estas enfermedades.
Más
vulnerables
La
enfermedad no cotiza
Así,
las personas enfermas tampoco accederán a pensiones o ayudas, pues
para ello el primer paso es el reconocimiento médico de la
enfermedad, además del social y el jurídico. Esto significa que la
situación de estas personas sin perspectiva de cura y sin ayudas
económicas es dramática. Y, en tercer lugar, se está ocultando el
incremento de estas enfermedades y la extensión de los casos a capas
de población diversas, incluyendo niños y jóvenes, como recogen
las asociaciones de afectados.
La
fibromialgia, por poner un ejemplo, rompe la vida. Reclama un duelo
por el proyecto existencial propio que muere con la enfermedad. E
implica no poder trabajar de manera regular en el mercado laboral, lo
cual deja a los enfermos a merced de la acogida de su entorno
afectivo o familiar, si es que éste comprende la situación y tiene
recursos para ello.
Modelo
económico
La
sostenibilidad de la vida
La
crisis de salud está estrechamente vinculada con la precariedad: no
sólo porque el coste de la enfermedad es elevadísimo y al no contar
con ayudas sociales, el futuro se abre a una mayor vulnerabilidad e
incertidumbre (¿quién mantiene a los cuerpos enfermos que no pueden
someterse a la producción?), sino también porque la precariedad
dificulta el acceso a bienes saludables, aumentando el riesgo de
enfermar (quienes están en peores condiciones acceden al agua más
contaminada, a los alimentos de peor calidad, tienen menos y peores
momentos de descanso, etc.).
Lo
que está en juego es, una vez más, el modelo socio económico que
queremos. Como se insiste una y otra vez desde las movilizaciones del
15M, “somos personas y no mercancías”. Pero para integrar esa
reflexión es necesario visualizar la cuestión de la salud como un
problema que no es solo psicológico ni individual y que incluye una
dimensión global, otra social y una epistemológica: la
contaminación de nuestro entorno a escala planetaria, la
privatización de la vida y la competencia como lógicas sociales, y
la mirada médico-científica que se resiste a reconocer estas
enfermedades, avanzar en protocolos e investigar sobre cómo están
siendo afectados los cuerpos de hombres y mujeres de manera diferente
por las partículas que ingerimos y respiramos en el siglo XXI. Es
decir, lo que está en juego es la sostenibilidad de la vida, que es
también el cuidado y sostén de nuestros cuerpos.
SENSIBILIDAD
CENTRAL
ENFERMEDADES
EMERGENTES
Por
Silvia L. Gil
El
aumento en las cifras y la denuncia de las asociaciones han obligado
a la OMS a avanzar en el reconocimiento de las enfermedades de
sensibilidad central (fibromialgia, electrosensibilidad, fatiga
crónica) dentro de la Clasificación Internacional de Enfermedades.
En la reciente discusión sobre el síndrome de fatiga crónica, como
explica el abogado y especialista Juan Palma, se apunta a que su
origen se encuentra en la predisposición genética y en los efectos
de virus, bacterias y tóxicos sobre el sistema nervioso central, el
endocrino, el músculo-esquelético, gastrointestinal, etc.
Autores
como el periodista Miguel Jara investigan el efecto de los factores
ambientales sobre la salud (compuestos químicos, hormonas, ondas
electromagnéticas) y qué intereses influyen en el problema de la
invisibilización de sus efectos, como los producidos por la
administración extendida de anticonceptivos orales, el uso de
desinfectantes tóxicos o de pesticidas. Sin comprender el impacto de
estas sustancias en el cuerpo y sin lograr modelos de vida menos
agresivos la cura es realmente difícil.
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