En
1964, la Dictadura aprobó la creación en Huelva del Polo de
Promoción Industrial. Nacía el conocido como Polo Químico. El
mayor y más dañino ejemplo del desarrollismo neocolonialista de la
segunda etapa del franquismo padecido por nuestro pueblo y mantenido
hasta la fecha por su heredero, el Estado continuista actual. El
resultado ha sido la transformación de la zona en una de las más
contaminadas de Andalucía. Hasta hace poco, estas industrias,
dependientes de grandes multinacionales, han poseído tal grado de
impunidad en sus actividades que tan siquiera se habían realizado
estudios sistemáticos e independientes sobre la contaminación de
estas instalaciones químicas, y los existentes se mantenían al
margen del conocimiento público, debido al hermetismo mantenido
sobre este tema, tanto por las propias empresas, como por el
Ayuntamiento de Huelva o la Junta de Andalucía, y a las posturas
negacionistas de las “autoridades científicas” del régimen. No
obstante, en los últimos años el silencio fue roto por
investigaciones realizadas por el Centro Nacional de Epidemiología
del Instituto de Salud Carlos III, Greenpeace o la Universidad Pompeu
Fabra. Gracias a ellos se ha logrado saber, por ejemplo, que como
consecuencia de los vertidos tóxicos a la atmósfera, las aguas y
los terrenos cercanos, el índice de cáncer en este territorio es el
más elevado de la Península. El riesgo de padecer cáncer en la
zona por parte de los lugareños es de un 50% mayor que el de
poblaciones del resto del Estado.
Un
ejemplo de industria peligrosamente contaminante es la de Fertiberia.
Según Greenpeace las plantas que Fertiberia y FMC-Foret tienen en
Huelva han generado, en su actividad industrial, más de 120 millones
de toneladas de un residuo denominado fosfoyeso. Este residuo,
arrojado sobre 1.200 hectáreas de las marismas del Tinto, que son
Dominio Marítimo Terrestre (DMT), contiene metales pesados y
elevadas concentraciones de uranio 238. La desintegración de los
radioisótopos contenidos en los fosfoyesos forma, además, otros
elementos muy radiotóxicos como el torio 230, el radio 226, el plomo
210 y el polonio 210, tal y como demuestran los estudios del Consejo
superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y la Commission de
Recherche et d'Information Indépendantes sur la Radioactivité
(CRIIRAD). Esta contaminación industrial producida por Fertiberia y
FMC-Foret, ha sido reconocida incluso por el Parlamento europeo,
catalogándola como la más grave de Europa.
Tras
largos años de luchas ciudadanas e innumerables pleitos, la
Audiencia Nacional acabó sentenciando en contra de Fertiberia,
obligándoles a cesar los vertidos contaminantes antes del 31 de
diciembre de 2010. Pero a punto de cumplirse dos años, y tras sufrir
durante más de 40 años vertidos a la atmósfera, aguas y suelos, de
millones de toneladas de residuos contaminantes y peligrosos,
procedentes de ésta y otras empresas, los onubenses siguen
condenados a vivir a 500 metros de un vertedero tóxico y radiactivo.
Se han paralizado los vertidos pero continúa sin haber proyectos de
limpieza y regeneración, además de perpetuarse el Polo y la
permanencia de otras contaminaciones medioambientales.
Ahora
los empresarios agrícolas implicados en el negocio del fresón han
encontrado la solución: ¿Acabar con las industrias contaminantes,
sus humos y vertidos tóxicos?, no, esconderlas a la vista para no
perjudicar sus ventas. La Comunidad de Regantes pretende levantar una
pantalla vegetal para “tapar” las fábricas del horizonte visual.
“Una Pantalla Vegetal que favorezca la integración paisajística
del sector agrícola en su entorno natural, y por otra parte, que
minimice el impacto visual de agentes externos”. Este hipócrita
proyecto sintetiza la actuación de las “fuerzas vivas” de la
ciudad desde hace décadas. La de ocultar la realidad para favorecer
la impunidad y los intereses de las multinacionales, y de paso los
suyos, en detrimento de la salud el futuro de la población. Esto sí
que sería un muro de la vergüenza, o, mejor dicho, de la
desvergüenza.
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