Publicado
en: jun
21 2014 – por
Mandarina
Las
noticias sobre la central nuclear solo pueden ir a peor
Harvey
Wasserman.
Ecowatch.com⎮Rebelión⎮21 junio 2014
Traducido
del inglés para Rebelión por Sinfo
Fernández
Treinta
y nueve meses después de las múltiples explosiones de Fukushima,
las tasas de cáncer de tiroides entre los niños que viven en los
alrededores se han disparado más de cuarenta veces por encima de lo
normal.
Más
del 48% de los 375.000 de los jóvenes –casi 200.000 niños-
examinados por la Universidad Médica de Fukushima en los alrededores
de los llameantes reactores sufren ahora trastornos
precancerosos de tiroides,
sobre todo nódulos y quistes. La tasa está acelerándose.
Se
están registrando más de 120 cánceres infantiles donde antes se
registraban sólo tres, dice Joseph Mangano, director ejecutivo del
Proyecto
Salud Pública y Radiación.
La
industria nuclear y sus defensores continúan negando esta tragedia
sobre la salud pública. Algunos han llegado incluso a afirmar que
“ninguna
persona”
se ha visto afectada por las liberaciones masivas de radiación de
Fukushima que, en relación con algunos isótopos, superó las de
Hiroshima en un factor de casi 30.
Pero
la mortal
epidemia
de
Fukushima es consistente con los impactos sufridos por los niños que
se encontraban cerca de Three Miles Island cuando ocurrió el
accidente de 1979, y de la explosión de Chernobil de 1986, así como
respecto a lo descubierto en otros comerciales reactores.
La
Comisión de Seguridad Nuclear de Canadá ha confirmado la
probabilidad de que la energía atómica pueda causar ese tipo de
epidemias, afirmando que en caso de un desastre en un reactor se
produciría “un aumento en el riesgo
de
cáncer de tiroides infantil”.
Al
evaluar las perspectivas de construcción de un nuevo reactor en
Canadá, la Comisión dice que la tasa “aumentaría en un 0,3% a
una distancia de doce kilómetros” del accidente. Eso supone la
distribución de pastillas protectoras de yoduro de potasio y una
urgente y eficaz evacuación, nada de lo cual se produjo en los casos
de Three Mile Island, Chernobil o Fukushima.
Mangano
ha analizado las cifras. A partir de la década de 1980, ha venido
estudiando los impactos de la radiación producida por un reactor
sobre la salud humana; empezó sus trabajos con el legendario
radiólogo Dr. Ernest Sternglass y el estadístico Jay Gould.
En
las declaraciones hechas por Mangano para Green
Power & Wellness Show en
www.prn.fm,
confirma también que la salud general de las poblaciones humanas
situadas en la dirección del viento mejora cuando los reactores
atómicos se cierran y va en declive cuando se abren o se vuelven a
abrir.
Los
niños de las cercanías de Fukushima no son las únicas víctimas.
El operario de la planta, Masao
Yoshida,
murió a los 58 años de un cáncer de esófago. Masao se negó
heroicamente a abandonar Fukushima en lo peor de la crisis, salvando
probablemente millones de vidas. A los trabajadores del reactor
empleados por contratistas independientes –muchos dominados por el
crimen organizado- no se les controla en absoluto la exposición a la
radiación. Y la indignación de la gente va en aumento a causa de
los planes del gobierno para obligar a las familias –muchas con
niños pequeños- a volver a la región fuertemente contaminada que
rodea la planta.
Tras
su accidente de 1979, los propietarios de Three Miles Island negaron
que el reactor se hubiera fundido. Pero una cámara-robot confirmó
más tarde lo contrario.
El
estado de Pensilvania acabó misteriosamente con su registro de
tumores, después dijo que “no había pruebas” de que nadie
hubiera muerto.
Sin
embargo, una amplia gama de estudios independientes confirma las
aumentadas tasas de mortalidad infantil y de exceso de cánceres
entre la población en general. El Departamento de Agricultura de
Pensilvania y periodistas locales confirmaron
también
el exceso de muertes, mutaciones y enfermedades entre los animales
locales.
En
la década de 1980, la juez federal Silvia Rambo bloqueó una demanda
colectiva presentada por 2.400 personas que vivían en zonas
alcanzadas por la radiación trasladada por los vientos, afirmando
que no se había liberado radiación importante como para causar daño
a nadie. Y, después de 35 años, nadie sabe cuánta radiación
escapó ni dónde acabó. Los propietarios de Three Mile Island han
pagado calladamente millones a las víctimas a cambio del secreto de
sumario.
En
Chernobil, un compendio de más de 5.000 estudios ha arrojado una
cifra de muertos de más
de un millón de personas.
Los
efectos de la radiación en los más jóvenes en las zonas situadas a
favor del viento de Bielorrusia y Ucrania han sido horrendos. Según
Mangano, alrededor del 80% de los “niños de Chernobil” nacidos
desde el accidente en esas zonas han sufrido una amplia gama de
impactos
que
van desde defectos congénitos y cáncer de tiroides a enfermedades
coronarias, respiratorias y mentales de larga duración.
Los
resultados indican que sólo uno de cada cinco de los jóvenes puede
ser considerado sano.
Médicos
por la Responsabilidad Social y
la rama alemana de la Asociación
Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear
han
advertido de problemas parecidos en los alrededores de Fukushima.
El
Comité Científico sobre los Efectos de la Radiación Atómica de
las Naciones Unidas (UNSCEAR, por sus siglas en inglés) ha emitido
recientemente varios informes restando importancia a los impactos
humanos del desastre. El UNSCEAR está interconectado con la Agencia
Internacional de la Energía Atómica de la ONU, cuyo mandato
promueve la energía atómica. La AIEA tiene orden de secreto de
sumario sobre los hallazgos de la ONU acerca de los impactos sobre la
salud provocados por el reactor. Durante décadas, el UNSCEAR y la
Organización Mundial de la Salud han impedido que se conozcan los
extendidos impactos sobre la salud de la industria nuclear. Fukushima
ha demostrado no ser una excepción.
Como
respuesta, los Médicos por la Responsabilidad Social y la rama
alemana de la Asociación Internacional de Médicos para la
Prevención de la Guerra Nuclear han refutado a través de diez
puntos esas afirmaciones, advirtiendo
al público
de
que la credibilidad de las Naciones Unidas ha quedado comprometida.
El desastre “sigue avanzando”, dicen esos grupos y habrá que
controlarlo durante décadas. “Las cosas podrían ir a peor” si
los vientos que han estado soplando hacia Tokio se vuelven hacia el
mar (y hacia EEUU).
Hay
un riesgo en curso a partir de los productos radiados y entre los
trabajadores del lugar porque no se están controlando ni las dosis
de radiación ni su impacto sobre la salud. Las estimaciones de las
dosis actuales no son fiables y hay que tener muy en cuenta los
graves impactos de la radiación sobre el embrión humano.
Los
estudios del UNSCEAR sobre la radiación de fondo son también
“engañosos”, dicen los grupos, y deben llevarse a cabo nuevos
estudios sobre los efectos de la radiación en la genética así como
en las “enfermedades no cancerosas”. La afirmación de la ONU de
que “no se esperan efectos discernibles sobre la salud relacionados
con la radiación entre las personas expuestas” es “cínica”,
aseguran los grupos. Añaden que las cosas pueden ir a peor por la
negativa
oficial a distribuir yoduro de potasio,
que podrían haber protegido a las personas de los impactos en el
tiroides de las liberaciones masivas del radioactivo I-131.
Además,
las horribles noticias de Fukushima sólo
pueden ir a peor.
La radiación de los tres núcleos perdidos está aún vertiéndose
en el Pacífico. El control de las barras de combustible gastadas en
las piscinas suspendidas en el aire y esparcidas alrededor del lugar
sigue siendo muy peligroso.
El
régimen pronuclear de Shinzo Abe quiere reabrir los 48 reactores que
quedan en Japón. Está presionando duramente a las familias que
huyeron del desastre para que vuelvan a ocupar sus casas y ciudades
irradiadas.
Pero
Three Mile Island, Chernobil y la plaga de muerte y enfermedad que
está surgiendo cerca de Fukushima dejan muy claro que el coste
humano de esas decisiones sigue incrementándose y que son nuestros
niños los que sufren primero y los que sufren lo peor.
Harvey
Franklin Wasserman (1945) es periodista, escritor, activista por la
democracia y defensor de las energías renovables. Ha sido uno de los
estrategas y organizadores del movimiento antinuclear en Estados
Unidos. Es editor de
Nukefree.org
y
autor del libro
Solartopia!
Our Green-Powered Eart.
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