Miguel Ayuso 09/09/2014
El Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM, por sus siglas en inglés) contiene la clasificación de las enfermedades mentales según la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, y se usa en todo el mundo para decidir quién padece una enfermedad mental y quién no.
El Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM, por sus siglas en inglés) contiene la clasificación de las enfermedades mentales según la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, y se usa en todo el mundo para decidir quién padece una enfermedad mental y quién no.
El
doctor Allen
Frances (1942),
catedrático emérito de la Univesidad de Durham, dirigió
la penúltima edición de la conocida como “Biblia de la
psiquiatría”,
el DSM IV. Entonces, trató de elevar los criterios bajo los cuales
se puede calificar a alguien como enfermo mental. Pero no lo
consiguió. El DSM IV se empezó a utilizar, a juicio de Frances, de
forma incorrecta para hacer explotar la burbuja de la inflación
diagnóstica y la medicación. Hoy, sobre todo en EEUU, las cifras
son preocupantes: el 20% de las personas toman un medicamento
psiquiátrico a diario y una cuarta parte de la población tiene un
diagnóstico de enfermedad mental.
La inflación diagnóstica no es exclusiva de la psiquiatría, es común a toda la práctica médica y es algo que debería preocuparnos
Aunque
a Frances no le hacía ninguna gracia el nuevo DSM, no tenía
intención de criticarlo públicamente (la polémica sería enorme
entre los psiquiatras, tratándose del director de la anterior
edición), pero tras una fiesta de la asociación cambió de opinión.
“Me
horrorizaba el ingenuo entusiasmo de las personas que trabajaban en
el DSM 5. Donde
ellos veían magnificas oportunidades yo veía graves riesgos”,
reconoce Frances en su nuevo libro,¿Somos
todos enfermos mentales? (Ariel),
que
acaba de publicarse en España. El nuevo DSM iba a ser un desastre, y
su antiguo director se decidió a tomar partido.
Ayer
Frances visitó Madrid y fue muy claro: si el DSM 5 tiene éxito
(algo que aún está por ver) el
81% de la población de entre 11 a 21 podría ser diagnosticada con
una enfermedad mental.
La inflación diagnóstica puede llegar al absurdo. Y el psiquiatra
cuenta con numerosos ejemplos.
“Con
el nuevo DSM –explica Frances–, tan
sólo dos semanas después de que alguien pierda a un ser querido, un
médico puede diagnosticar depresión clínica.
Si alguien tiene síntomas propios del duelo no va a acudir a un
psiquiatra, va a ir al médico de cabecera, que en Estados Unidos
pasa de media 7 minutos con cada paciente, cifras que no serán muy
distintas a las de España. Quizás ni siquiera conozca al paciente
bien”. No importa, asegura el psiquiatra, en un momento podrá (con
el manual en la mano) decir que tiene depresión y recetarle
antidepresivos. Y la situación se repite con numerosos trastornos
que, desde la publicación del nuevo DSM (en mayo de 2013), son mucho
más sencillos de diagnosticar.
Y
no hay que ser un genio para darse cuenta de que el
verdadero beneficiado de esta nueva situación es la industria
farmacéutica.
“Las farmacéuticas están alertando ya a los médicos que la
depresión debe ser diagnosticada en personas que están pasando un
duelo”, asegura Frances. “Es parte de su campaña de promoción”.
Una
deriva muy peligrosa
En
su opinión, aunque el nuevo DSM 5 genere enormes beneficios para las
farmacéuticas, estas no están detrás de sus errores. Es
más bien el ego y la falta de perspectiva de los psiquiatras lo que
ha provocado todo esto.
“Conozco
muy bien a la gente que ha trabajado en el DSM 5 y no creo que tengan
un interés sea ayudar a las farmacéuticas”, asegura Frances. “Es
gente de buen corazón que ha tomado decisiones muy estúpidas, pero
no por la presión de las farmacéuticas, sino porque han
sobrestimado la importancia de su campo de estudio,
sin darse cuenta del daño que puede hacerse cuando las cosas que
pueden funcionar para ellos en la universidad se lleven a la práctica
clínica”.
Si
las farmacéuticas hubieran pagado a los profesionales por redactar
el DSM estaríamos ante un escándalo mayúsculo. Pero lo que han
logrado es casi peor, ya que está más arraigado: han conseguido que
todos (médicos y pacientes) creamos que las drogas son la única
solución a nuestros problemas. “Esta colosal industria está
lavando el cerebro a todo el mundo para que tomen pastillas, aunque
no las necesiten”,
explica Frances.
El
psiquiatra insiste en que las farmacéuticas no han tenido ninguna
influencia directa en el DSM –“no es así como van las cosas”–,
pero una vez publicado van a exprimir sus posibilidades hasta la
última gota: “Miran
hasta los márgenes, buscando cómo pueden usar los diagnósticos en
su provecho. Las
farmacéuticas tienen millones de dólares, y la más brillante
mercadotecnia, a la espera de encontrar cualquier nuevo trastorno
para convertirlo en moda. Así ocurrió con el TDAH, con la
depresión, con el desorden bipolar… Tomaron la definición, que
funciona bien si se usa con cautela, y la hicieron confusa en la
práctica general”.
Un
problema que afecta a toda la medicina
Para
Frances, la inflación diagnóstica no es exclusiva de la
psiquiatría, es común a toda la práctica médica y es algo que
debería preocuparnos. Mucho. “Si tienes 60 años y eres mujer, es
casi imposible no tener osteoporosis, porque la definición de unos
huesos ‘normales’ está basada en los huesos de las mujeres de 20
años”, asegura el psiquiatra. “Se
ha patologizado todo”.
A las farmacéuticas no les interesa desarrollar antibióticos que la gente sólo va a tomar dos o tres días, pero van a hacer todo lo posible para vender medicamentos a los niños, porque serán consumidores para toda la vida
Pero
si esto ocurre con todos los campos de la medicina, cuando hablamos
de enfermedad mental la cosa se complica. “En
psiquiatría no hay análisis de sangre para saber si una persona es
normal o no”,
explica Frances. “Si la línea que separa a las personas a las que
se les puede diagnosticar un trastorno y las que no se desplaza
aunque sea un poco, y puedes presionar para que eso ocurra, la
diferencia es de millones de pacientes”.
El
ejemplo más claro de esta vergonzosa inflación diagnóstica es el
trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH).“La
forma más fácil de predecir que un niño va a padecer TDAH es su
cumpleaños”,
explica Frances. “Si eres el niño más pequeño de tu clase,
tienes el doble de posibilidades de padecerlo que si eres el más
mayor. Estamos transformando la inmadurez en enfermedad, y en vez de
tratarla en clase, estamos gastando millones de dólares en
medicamentos”.
“Desde
la perspectiva de la industria farmacéutica –continua Frances–
esto es genial. No hay mejor cliente que un niño. A las
farmacéuticas no les interesa desarrollar antibióticos que la gente
sólo va a tomar dos o tres días, pero van
a hacer todo lo posible para vender medicamentos a los niños, porque
serán consumidores para toda la vida”.
Medicamentos que, en numerosas ocasiones, causan más problemas de
los que resuelven. “Los antipsicóticos hacen a los niños muy
gordos”, explica el psiquiatra. “Ya tenemos una epidemia de
obesidad infantil que provoca diabetes y muerte prematura”.
Hay
espacio para el optimismo
Para
Frances la solución a este problema es bien sencilla: hay
que limitar el poder de las farmacéuticas y promover una vuelta a la
práctica clínica racional,
humanizada. “Cualquier problema múltiple se resuelve de forma más
efectiva a través de la psicoterapia que a través de la
medicación”, asegura el psiquiatra. “Sí, es más barato dar
drogas a un paciente en los primeros meses, pero si tiene que estar
medicado toda la vida es muy caro. Si pensamos en la vida de los
pacientes es mejor gastar dinero en diagnósticos más precisos y
cuidadosos y en psicoterapia, y menos dinero en aumentar los
diagnósticos y la medicación”.
Los doctores están prescribiendo narcóticos como locos, y la industria está empezando a ser más peligrosa que los carteles de la droga
El
psiquiatra pide sentido común en la práctica médica, y mano dura
con las farmacéuticas. “A
veces, cuando la situación se vuelve indignante, acaba ganando el
sentido común”, asegura
Frances, que cree que se puede luchar contra ciertos comportamientos
de la industria farmacéutica al igual que se acabó con el
tabaquismo: presionando a los Gobiernos para que establezcan unas
regulaciones más duras.
“Las
farmacéuticas venden una píldora para tratar la hepatitis C por
miles de dólares a Europa y luego venden
la misma píldora a Egipto por 10 dólares”,
afirma Frances visiblemente enfadado. “La
gente tiene que empezar a darse cuenta de que esta gente no son
nuestros amigos. No
es gente que se preocupa por nosotros: se preocupan por sus
beneficios, y debemos ser escépticos y controlarlos. Los doctores
están prescribiendo narcóticos como locos, y la industria está
empezando a ser más peligrosa que los cárteles de la droga, y ya
está causando más muertes. Esto es tan indignante que el cambio
tiene que ser inminente”.
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