Mientras se sucede la contienda
entre científicos y organismos, se está imponiendo el acceso a las
nuevas tecnologías en las escuelas y centros de secundaria, a veces
incluso de infantil mayoritariamente a través de conexiones
inalámbricas -wifis, pizarras digitales conectadas al wifi...- como
herramienta escolar cotidiana para los niños en lugar de cableado,
inocuo para la salud
MARÍA DEL MAR ROSA MARTÍNEZ El
pasado mes de marzo más de doscientos científicos de cuarenta
países elevaron un llamamiento al secretario general de la ONU, Ban
Ki-moon, y a la directora de la OMS, Margaret Chan, alertando a las
autoridades de la grave crisis de salud global que supone la
proliferación de los campos electromagnéticos provenientes de la
telefonía móvil y otros emisores de similar naturaleza
(emfscientist.org). En el llamamiento, los científicos solicitan,
entre otras cuestiones, que se revisen con urgencia los obsoletos
niveles legales de exposición a los que está sometida la población,
que el Programa Ambiental de Naciones Unidas desarrolle una
evaluación de la situación global para la salud de las personas y
del medio ambiente, que se proteja a los niños y a las mujeres
embarazadas y que se creen zonas blancas libres de radiación. Según
estimaciones oficiales, en el mundo hay ya unos 7.000 millones de
teléfonos móviles con sus correspondientes antenas y ya se está
sirviendo wifi via satélite.
Hace dos semanas la directora de Salud
Pública y Medio Ambiente de la OMS, María Neira, coincidiendo
irónicamente con el Día Internacional contra la Contaminación
Electromagnética (24 junio) ofreció una breve intervención sobre
campos electromagnéticos y salud invitada por la Universidad de
Murcia. En su exposición, la señora Neira trasladó a los allí
presentes que la OMS no encuentra evidencia alguna que permita trazar
relaciones entre campos electromagnéticos y efectos negativos para
la salud. Eso incluso a pesar de que la Agencia Internacional para la
Investigación del Cáncer (IARC), organismo de la OMS, clasificó en
2011 los campos electromagnéticos de microondas, los utilizados por
la telefonía y tecnologías similares, como «posible carcinogénico
en humanos», categoría 2B.
La señora Neira dirigió sus
argumentos, curiosamente, a relativizar la declaración de la IARC,
simplificando la importancia de esta clasificación. Para ello, en
primer lugar, comparó los campos electromagnéticos de este tipo con
otros elementos que se incluyen en la misma tabla 2B: gasolina, café,
pescado marinado. No tuvo ningún reparo en hacer ese paralelismo
salvando el nada despreciable hecho de que mientras vivimos
veinticuatro horas de exposición permanente proveniente de múltiples
fuentes simultáneas y de efecto combinado (móviles, inalámbricos,
antenas, wifis, todo tipo de aparatos smart, hornos microondas,
radares y, lo último, prendas y complementos corporales) nadie pasa
esas horas al día bebiendo café, comiendo salmón marinado o
manipulando gasolina. La importancia de esa comparación fue
explicada en sentido inverso, esto es, equiparando los efectos del
café y los de CEM al alza, por María Jesús Azanza, catedrática de
Magnetobiología ya retirada de la Universidad de Zaragoza, tras la
publicación de esta clasificación, especificando cuáles son las
similitudes a tener en cuenta del comportamiento celular que estos
dos elementos producen.
Como segundo argumento de su
intervención, Neira negó que existan vínculos entre campos
electromagnéticos de este tipo y cáncer. La declaración de la IARC
2011 menciona explícitamente la relación que existe entre los
campos electromagnéticos que utiliza la telefonía móvil y el
aumento del riesgo de padecer gliomas (un tipo de tumores cerebrales)
y neuroma acústico. Desde 2011 hasta hoy, otros estudios de los
mismos científicos considerados entonces por la IARC han confirmado
y profundizado en esa relación, solicitando incluso que este tipo de
contaminación pase a ser del grupo 1: carcinogénico en humanos. El
problema es que, además, numerosos estudios explican que los campos
electromagnéticos generados por microondas interaccionan con nuestro
organismo dando lugar a múltiples alteraciones físicas y problemas
de salud (neurológicos, cardiacos, inmunológicos, cognitivos,
reproductivos, electrohipersensibilidad, etc.), algo que también
negó Neira.
El mes pasado un Comité de Salud del
Gobierno de Canadá revisó su normativa de seguridad
electromagnética (Safety Code 6) invitando a que científicos
internacionales, miembros de la industria y de otros organismos
expusieran sus argumentos. Como resultado, el Comité ha emitido doce
recomendaciones en las que sugiere al Gobierno de la nación que
revise de manera profunda la normativa, que se mejore la forma de
recabar información sobre el cáncer, que se financie investigación
pública independiente, que se informe a los ciudadanos, que se
proteja a los colectivos vulnerables, que se incluya la
electrohipersensibilidad como síndrome físico producido por este
tipo de contaminación y se atienda a quienes lo padecen, etc.
Mientras se sucede la contienda entre
científicos y organismos, vemos, por ejemplo, cómo en nuestro país
se está imponiendo el acceso a las nuevas tecnologías en las
escuelas y centros de secundaria, a veces incluso de infantil (véase
el caso del Colegio Pasico-Capillo de Lorca) mayoritariamente a
través de conexiones inalámbricas, esto es, por medio de wifis,
pizarras digitales conectadas al wifi, facilitando el uso inalámbrico
de tablets y móviles como herramienta escolar cotidiana para los
niños en lugar de realizar esa implantación por medio de cableado,
medio totalmente inocuo para la salud.
Una llamada de alerta nos
llega de Cataluña: el Consejo Escolar Catalán, en la edición del
Congreso del Móvil de Barcelona de este año, mostró su aprobación
al uso del móvil como herramienta básica del aula. Y lo hizo en la
presentación del programa mEducation y mSchools de este congreso,
organizado por la Fundación MWCB en la que participan el
ayuntamiento de Barcelona, la Generalitat y la GMSA: la asociación
mundial de la Industria de las Telecomunicaciones.
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