ESCRITO POR Alejandro Tovar 7 febrero,
2017
“El wifi para mí es cosa del pasado.
Igual que el teléfono inalámbrico, el WhatsApp o el móvil en
general. Tampoco puedo pisar un gimnasio, una biblioteca o cualquier
edificio público. Ni coger autobuses urbanos o de largo recorrido,
ni trenes”. Hasta hace unos meses, Rocío, una enfermera de 45
años, no daba importancia a unos síntomas que, poco a poco, se iban
manifestando con más intensidad. “No es que fuera adicta a la
tecnología pero, como todo el mundo, estaba permanentemente colgada
al teléfono y todo el día metida en Internet. Y sí, notaba dolores
musculares, sofocos, cefaleas e insomnio, pero no sabía qué era lo
que lo causaba”, dice.
Al tiempo, cuando sus dolencias se
recrudecieron y tras consultar a varios médicos, cayó en la cuenta
de que su cuerpo había desarrollado una electrosensibilidad que,
supuestamente, la hacía enfermar al exponerse a campos
electromagnéticos. Rocío ha desarrollado intolerancia al wifi y a
muchos otros sistemas wireless y campos electromagnéticos con los
que todos convivimos, una dolencia que afecta cada día a más
personas y en torno a la que existe una gran controversia en el seno
de la comunidad científica, además de esconder, según asociaciones
de afectados, muchos intereses económicos de grupos empresariales de
telecomunicaciones.
Rocío trabajaba en un hospital de
Madrid, aunque desde hace casi un año cuida de su padre en la casa
familiar de León. Explica que sus síntomas fueron en aumento y,
cuando le impidieron desarrollar una vida normal, comenzó a
preocuparse de verdad: “Esta es una dolencia muy desconocida; todos
damos la tecnología por sentada y jamás llegamos a pensar que puede
afectarnos hasta estos extremos”. Minerva Palomar, presidenta de la
asociación Electro y Químico Sensibles por el Derecho a la Salud
conoce bien el caso de Rocío. Lo conoce y lo comprende, porque ella
también es afectada. “Nuestra asociación ha mantenido contacto
con más de 3.500 personas que, en diferentes grados, también
manifiestan sensibilidad a los campos electromagnéticos. Dolores de
cabeza, confusión mental, insomnio, desmayos, mareos, taquicardias,
arritmias, hormigueos, etc. Los síntomas son muchos y todos afectan
al desarrollo de cualquier rutina”, comenta.
Basta con detenerse un momento para
caer en la cuenta de que nuestra exposición a estas frecuencias es
enorme. Telefonía móvil, bluetooth,etc. todo hoy está conectado
por ondas. Y no solo eso: los teléfonos inalámbricos de las casas,
los vigilabebés e, incluso, algunos electrodomésticos. No obstante,
esta patología no está reconocida y ha generado una enorme polémica
en el ámbito sanitario y científico. “No existe un consenso sobre
si el nivel de exposición permitido hoy es de verdad perjudicial
para la salud”, explica Minerva, y añade: “Mientras los
investigadores expertos en bioelectromagnetismo sí alertan de los
riesgos de esta exposición, otros afirman que no hay ningún
problema”.
¿Intereses económicos quizás?
Minerva entiende que “sería razonable” pensar que las industrias
que han apostado por este tipo de tecnologías quieren, por encima de
todo, rentabilizar sus inversiones millonarias. Aunque lo cierto es
que ni la Organización Mundial de la Salud ni el comité de expertos
de la Unión Europea está de su lado, y aseguran que todos estos
efectos adversos “no están comprobados”. La OMS, no obstante, sí
calificó a la radiación de los móviles como posible agente cancerígeno en 2011 y, por otro lado, organismos como la Agencia
Europea de Medio Ambiente (dependiente de la UE), también empiezan a
marcar como objeto de estudio estas tecnologías.
A los electrosensibles se les tacha
habitualmente de enemigos de la tecnología y el desarrollo,
vinculando sus dolencias a problemas psicológicos. Rocío, que no ha
puesto problemas a ser citada con su nombre real, responde exponiendo
su caso: “Yo padecía los síntomas antes de saber que este
problema existía, y esa es la mejor contestación. Yo acudí al
médico cuando empecé a no poder más, y ninguna psicosis previa
hizo que mis dolencias aumentasen”.
Pero, ¿existen realmente alternativas?
Más allá de lo que está en manos de los afectados, como renunciar
al uso del móvil o conectarse a Internet recurriendo al cable, sí
hay una tecnología sustitutiva. “Se llama LiFi y sirve para lo
mismo que el wifi aunque se apoya en la luz y no en los campos
electromagnéticos para compartir y descodificar la información”,
explica Minerva. En la actualidad, tan solo un centro hospitalario
francés ha apostado por implementarlo.
Rocío teme su vuelta al trabajo: “Mi
cuadro se ha recrudecido en muy poco tiempo y, aunque antes sí tenía
dolores, no eran tan severos como ahora. Por eso no quiero imaginar
cómo va a ser mi reincorporación al trabajo”. Rocío quiere
llevar una vida laboral como el resto de personas y espera no tener
que seguir los pasos de Rosa C.T., la funcionaria de la Generalitat
de Cataluña que solicitó una invalidez permanente por no poder
desarrollar su trabajo en la oficina. Su caso está ahora visto para
sentencia en el Juzgado de lo Social número 1 de Lleida.
“Convivo con una impotencia increíble
por las limitaciones que provoca en las actividades de mi vida diaria
y la falta de apoyo del entorno personal, social e institucional”,
se lamenta Rocío, con la que contactamos a las diez de la noche por
ser el único momento en el que se encuentra en casa y, por tanto,
nos puede atender desde su tradicional teléfono fijo. “Conozco a
otra afectada que prefiere ocultar sus dolores y tratar de convivir
con ellos antes de hacer partícipe a su entorno por miedo al
rechazo, y eso no se puede consentir”. Decidimos dejar de hablar
porque, aunque el teléfono desde el que habla no es un móvil, dice
que el campo electromagnético ya comienza a afectarle tras 20
minutos de conversación.
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