LAURA RABANAQUE 24/02/2017
La catedrática María Jesús Azanza,
experta en Magnetobiología, a su llegada ayer al ciclo Aula
Montpellier.
- FABIÁN SIMÓN
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La exposición a campos
electromagnéticos no es un fenómeno nuevo. El sol o el núcleo
terrestre son fuentes naturales de este tipo de ondas de energía.
Sin embargo, la exposición ambiental ha aumentado de forma
continuada a medida que la creciente demanda de electricidad, el
avance de las tecnologías y los cambios en los hábitos sociales han
generado más y más fuentes artificiales de campos
electromagnéticos. Todos estamos expuestos a ellos, tanto en el
hogar como en el trabajo, desde los que producen la generación y
transmisión de electricidad, los electrodomésticos y los equipos
industriales, a los producidos por las telecomunicaciones y la
difusión de radio y televisión.
A medida que estas fuentes se han hecho
más presentes en nuestra vida cotidiana, la preocupación de la
sociedad sobre sus efectos para la salud ha ido en aumento. Pero,
¿qué efectos tienen realmente sobre el organismo? ¿Qué dice la
ciencia al respecto? ¿Existe relación con el incremento de los
casos de cáncer?
Para dar respuesta a muchas de estas
incógnitas, el ciclo Aula Montpellier contó ayer con la presencia
de la catedrática de Biología y Magnetobiología de la Universidad
de Zaragoza, María Jesús Azanza, que impartió la ponencia Efectos
biológicos de los campos electromagnéticos.
Según Azanza, los campos
electromagnéticos están presentes de manera natural en el mundo que
nos rodea. Los campos electromagnéticos de frecuencia variable con
el tiempo, como los que emite el Sol, se propagan en forma de ondas y
es su frecuencia lo que define la energía que transportan los
fotones y su posible efecto en los organismos vivos. Por esa razón,
desde el punto de vista de los posibles efectos biológicos, se
clasifica el espectro en los rangos de radiación no ionizante y
radiación ionizante.
Para Azanza, “el problema de las
radiaciones ionizantes es que al ser una frecuencia muy elevada, la
energía de los fotones es muy grande y puede producir alteraciones
graves al incidir en nuestro ADN, como mutaciones y cáncer”.
Prueba de ello son los efectos de la exposición prolongada a la luz
solar y la necesidad de utilizar protección para evitar el cáncer
de piel.
A lo largo de la última década han
surgido nuevas dudas sobre los efectos para la salud por el
incremento de fuentes artificiales de campos electromagnéticos. En
el rango de frecuencias extremadamente bajas se sitúan las redes de
alta tensión, los equipos eléctricos y electrónicos o los
transformadores. En el de alta frecuencia se encuentran los
microondas, ondas de radio, televisiones o los radares de control de
velocidad.
Según la experta, “por lo general,
los equipos de uso cotidiano están conveniente blindados y los
efectos se pueden producir por exposiciones prolongadas”. No
obstante, se han llevado a cabo investigaciones científicas que
demuestran la relación entre la cada vez mayor presencia de campos
electromagnéticos con el aumento de casos de cáncer en la sociedad.
Por ello, “se recomienda mantenerse a distancia de cualquier fuente
de campos electromagnéticos”, advirtió la ponente.
ESTUDIOS SOBRE EL CÁNCER
En el año 2001, la Organización
Mundial de la Salud (OMS) incluyó los campos electromagnéticos de
frecuencia extremadamente baja como posibles factores cancerígenos.
Esto hizo que se pusieran en marcha proyectos de investigación para
definir los mecanismos de acción y poder evitar efectos nocivos para
la población.
El Ministerio de Sanidad creó un Grupo
de Sanidad del que María Jesús Azanza formó parte entre el 2001 y
el 2005. En el año 2002 se publicó en la web del Ministerio el
documento Campos electromagnéticos y Salud pública. A nivel
internacional el proyecto más importante realizado hasta la fecha
fue el proyecto Reflex que demostró efectos nocivos en el ADN bajo
exposición a los campos típicos de la telefonía móvil.
En el año 2005, varios miembros del
grupo de expertos del Ministerio de Sanidad, entre los que se
encontraba la catedrática zaragozana, participaron en un proyecto
europeo sobre los Efectos biológicos de las radiofrecuencias. En
este caso se estudió el rango utilizado en radares para el control
de velocidad, los inhibidores de radiofrecuencia frente a posibles
actos terroristas y la radiofrecuencia de la radiodifusión y
televisión.
María Jesús Azanza aclaró que en
este tipo de estudios de investigación básica se expone las células
a la presencia del campo durante tiempos de exposición “que no se
dan en la vida real” y es necesario “forzar la exposición”
para estudiar los mecanismos que podrían dispararse para afectar a
un aumento en el número de células.
“Nuestros resultados sobre células
cancerosas mostraron un incremento del 42 al 44% en el número de
células tras 24 horas de exposición continuada. El efecto era
debido a la activación de las proteínas antiapoptóticas, es decir,
moléculas que bloquean el proceso de activación de muerte celular
programada genéticamente (apoptosis) con el consiguiente aumento de
células vivas. En cambio, no observamos efectos genotóxicos, es
decir, daños en el ADN”, indicó la especialista.
Según Azanza, desde el caso del
Colegio García Quintana de Valladolid, en el que a finales del 2001
y principios del 2002 llegaron a coincidir tres casos de leucemia y
un linfoma en niños de 3 a 6 años, dos de ellos compañeros de la
misma clase, ha aumentado la relación entre campos electromagnéticos
y el cáncer, y se han producido cambios tecnológicos, en particular
en la extensión y envergadura de las antenas de telefonía móvil.
“Muchos ayuntamientos están
vigilando desde entonces la localización de antenas de telefonía
móvil en relación a la situación de centros de enseñanza en la
que los niños y jóvenes permanecen muchas horas a lo largo del día.
La misma cautela se está llevando a cabo en relación con la
residencias de anciano”, aseguró la ponente.
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