lunes, 6 de marzo de 2017

10 motivos de salud, dinero y medio ambiente para decir No a la ropa low cost

La ropa low cost o 'fast fashion' tiene múltiples implicaciones negativas tanto para la salud como para la economía y el medio ambiente.

Foto: Elvert Barnes  
La ropa ‘fast fashion’ domina el modo en que se visten muchas personas desde hace casi dos décadas. Se trata de prendas de tiendas como Zara, H&M, Primark, Mango o Forever 21 y otros tantos conglomerados que se han adueñado completamente del sector textil. Su aparente gancho es el de ofrecer ropa bonita a precios de ganga, de modo que nos permite combinar infinidad de modelos distintos a lo largo de la semana, aparentando así ser más creativos con nuestra imagen y estar más al día.

Sin embargo, la realidad que esconden estas prendas es bien distinta, no solo porque su calidad deja mucho que desear, sino también por sus implicaciones ambientales, ya que se la considera la segunda industria más contaminante del planeta, solo por detrás del petróleo. También es fundamental destacar que el modelo neoliberal en el que se basa, en el que solo cuenta el beneficio, perpetúa modos de explotación humana que rozan las prácticas esclavistas.

Pero fundamentalmente, la ropa low cost puede ser mala para nuestra salud, tal como aseguran numerosas investigaciones. A continuación te damos diez razones para decir no a la ropa barata.

1. La calidad

Todo el mundo sabe que la calidad de la ropa low cost no es la mejor del mundo, pero pocos sospechan que la mala calidad y la baja durabilidad son un fin en sí mismas. En su libro ‘Overdressed: the shockingly high cost of cheap fashion’ (Penguin, 2012), la escritora, periodista y cineasta Elizabeth Cline analiza las estrategias de las corporaciones textiles de ‘fast fashion’ para lograr vender cuanto más mejor. La mala calidad de los materiales está entre ellas.

La razón es que usando tejidos con algodón de la peor calidad, mezclados con una creciente proporción de fibras sintéticas derivadas del petróleo, así como tintes baratos y mal fijados y acabados pobres, se aseguran que la prenda durará poco y tendrá que ser repuesta en un corto periodo de tiempo. En la industria de la ‘fast fashion’ cada prenda da muy poco margen de beneficio, por lo que se deben lograr unas ventas globales altas para hacer rentable la inversión.

Adicionalmente Cline explica cómo las empresas lanzan colecciones de destajo que no duran en la tienda muchas veces ni una semana antes de pasar a otra ciudad, otro país o a los ‘outlets’. El objetivo es causar una sensación de ansiedad subconsciente en los consumidores que les impulse a no demorar la compra, ya que saben que el modelo que les gusta pronto no estará a su alcance. En 2014 el ratio de recambio de Zara era de dos por semana y el de H&M llegaba a ser diario, según Cline.


2. Parece barata pero no lo es tanto

Respecto al coste de confección, la periodista inglesa Luci Siegle explica en su libro ‘To die for: is fashion wearing out the world?’ (Fourth State, 2011), que muchos procesos de la misma, como el cosido, no se hacen generalmente en factorías sino en cooperativas de remotas aldeas donde las mujeres son presionadas continuamente para aumentar el volumen de producción sin importar que los acabados sean malos.

De este modo se logra rentabilizar la mano de obra hasta que una sola pieza tiene el coste de unos pocos céntimos de euro. Estas ropas, tal como se relata en el reportaje ‘The tue cost’, en el que Siegle participa, tienen muchas veces diseños tan extremados que duran menos de una temporada, ya las empresas cambian cada pocos meses radicalmente las tendencias estéticas con el fin de aumentar su obsolescencia. De este modo acabamos acumulando en el armario un montón de ropa barata, que nos parece obsoleta y que nos ha costado en conjunto más que una prenda de calidad.

3. La presencia de metales pesados en la ropa y los complementos

Según un reportaje de The New York Times publicado en 2013, y titulado ‘Fashion at a very high price’, un estudio de la organización ecologista Center for Environmental Heath revelaba que mientras los límites legales para la presencia de plomo en prendas y complementos de moda se situaban en torno a las 300 partes por millón (ppm), numerosos objetos comercializados por las marcas de ‘fast fashion’ mostraban niveles superiores a las 10.000 ppm.

Según el color en que estuviera teñida la prenda o complemento, y por tanto según el requerimiento de plomo del tinte, los límites eran más o menos altos. Un par de sandalias naranja, por ejemplo, alcanzaban las 25.000 ppm de plomo en su superficie, un plomo que se mezclaba con el sudor de los pies. Unas zapatillas rojas alcanzaron las 30.000 ppm y los cinturones amarillos escalaban hasta las 50.000 ppm.

El plomo de estos objetos puede pasar a nuestras manos cuando tocamos la ropa o los complementos en un probador, ya que los tintes son de muy mala calidad, y de ahí a nuestra boca y al interior del cuerpo. Además del plomo otros metales presentes en los tintes son el mercurio y el arsénico, todos ellos tóxicos.


4. La existencia de restos de sustancias que reaccionan con el sudor

El algodón suele lavarse en algunos procesos textiles, como la fijación de tintes, con soluciones alcalinas, muy cáusticas. En el caso de la ropa low cost estos lavados se hacen deprisa y mal con frecuencia y como resultado, restos alcalinos pueden quedar en la ropa y reactivarse con el sudor, creando heridas. También los metales pesados pueden crear en la piel reacciones alérgicas similares a las de los tatuajes.

5. El peligro de portar disruptores endocrinos

GreenPeace también alertaba en un estudio de 2013 de la presencia en los tintes de la ropa ‘fast fashion’ de noni l fenoles, unos peligrosos compuestos orgánicos que pueden alterar la producción de hormonas corporales, disminuyéndola o bloqueándola y en algunos casos acelerándola. Este hecho puede provocar problemas tanto en los ríos donde se vierten los tintes como en las personas que lleven las ropas, que entren en contacto con ellas o trabajen en tiendas donde se almacene ropa ‘fast fashion’.

La exposición a nonifenoles es especialmente nociva en el caso de mujeres embarazadas y en la Unión Europea están prohibidos en el proceso de producción de la ropa, aunque no en Estados Unidos. Ahora bien, no hay ningún control sobre la ropa que se compra vía internet en plataformas de China como AliExpress.

6. La agresividad del monocultivo de algodón con el medio ambiente

El algodón es polémico por la gran necesidad de agua de su cultivo, que ha secado numerosos acuíferos. Así ocurrió con el mar de Aral en Uzbekistan, cuyas aguas fueron usadas para la producción masiva de algodón textil durante la era soviética. Hoy este mar interior ha desaparecido casi por completo y las aguas que quedan están tan contaminadas que se consideran residuales.

El problema no es solo el consumo de agua de la planta de algodón, sino también la contaminación que su cultivo deja en el medio en forma de herbicidas, pesticidas, sales y otros componentes orgánicos tóxicos. Si bien sólo en el 2,4 % de las tierras cultivables del mundo se planta con algodón, este consume el 10 % de todos los productos químicos agrícolas y el 25 % de los insecticidas.


7. La presencia de variedades genéticamente modificadas de consecuencias no determinadas

A pesar de que también tiene sus ventajas en algunos aspectos, el algodón transgénico ocupa casi el 70% de la superficie algodonera mundial. Este hecho magnifica algunos de sus efectos negativos, como por ejemplo la auto producción de toxinas herbicidas e insecticidas que si bien ahorran el uso de pesticidas, al final terminan contaminando los campos, disminuyendo la producción e impidiendo la biodiversidad.

8. La acumulación de residuos no biodegradables

El creciente uso de fibras sintéticas derivadas del petróleo en sustitución del algodón, para abaratar costes y también conferir propiedades elásticas a la ropa, provoca que cuando esta se deja de utilizar se acumule en vertederos donde no se degrada. Según el documental ‘The true cost’, cada americano tira a la basura una media de 37 kilos de ropa al año, una buena parte de ella, ropa low cost.

9. El desastre ecológico que causan los tintes utilizados

A la mala calidad de los tintes usados, con toda su carga tóxica ya explicada, se une su pésima gestión, ya que el teñido se hace en industrias subcontratadas del Tercer Mundo que acaban lanzando los vertidos sobrantes de la tinción, muy elevados, a los ríos sin tratamiento alguno, de modo que los contaminan mortalmente. Tal es caso de numerosos afluentes del Ganges en India.


10. La explotación laboral imprescindible para su éxito

El modelo neoliberal en el que se basa el negocio de la ropa low cost necesita que se vendan grandes volúmenes de ropa, ya que el margen es muy pequeño. Solo con una gran rotación en el consumo se consigue obtener el enorme beneficio que ostentan las grandes marcas de la ropa barata. Esto implica el uso de mano de obra casi en régimen de esclavitud, que trabaja hasta 16 horas por menos de dos dólares al día y en pésimas condiciones en el Tercer Mundo. Tal como reflejó el colapso del edificio Raza Plaza de Dacca, Bangladesh en 2013.

Este modelo de explotación comenzó en Galicia en los años 80 de la mano de empresas como Zara, pero también de otros productores y diseñadores gallegos, que fueron acotando los márgenes a base de presionar a las cooperativas de cosedoras, tal como refleja el documental ‘Fíos fora’.

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