La ropa low cost o 'fast fashion' tiene
múltiples implicaciones negativas tanto para la salud como para la
economía y el medio ambiente.
La ropa ‘fast fashion’ domina el
modo en que se visten muchas personas desde hace casi dos décadas.
Se trata de prendas de tiendas como Zara, H&M, Primark, Mango o
Forever 21 y otros tantos conglomerados que se han adueñado
completamente del sector textil. Su aparente gancho es el de ofrecer
ropa bonita a precios de ganga, de modo que nos permite combinar
infinidad de modelos distintos a lo largo de la semana, aparentando
así ser más creativos con nuestra imagen y estar más al día.
Sin embargo, la realidad que esconden
estas prendas es bien distinta, no solo porque su calidad deja mucho
que desear, sino también por sus implicaciones ambientales, ya que
se la considera la segunda industria más contaminante del planeta,
solo por detrás del petróleo. También es fundamental destacar que
el modelo neoliberal en el que se basa, en el que solo cuenta el
beneficio, perpetúa modos de explotación humana que rozan las
prácticas esclavistas.
Pero fundamentalmente, la ropa low cost
puede ser mala para nuestra salud, tal como aseguran numerosas
investigaciones. A continuación te damos diez razones para decir no
a la ropa barata.
1. La calidad
Todo el mundo sabe que la calidad de la
ropa low cost no es la mejor del mundo, pero pocos sospechan que la
mala calidad y la baja durabilidad son un fin en sí mismas. En su
libro ‘Overdressed: the shockingly high cost of cheap fashion’
(Penguin, 2012), la escritora, periodista y cineasta Elizabeth Cline
analiza las estrategias de las corporaciones textiles de ‘fast fashion’ para lograr vender cuanto más mejor. La mala calidad de
los materiales está entre ellas.
La razón es que usando tejidos con
algodón de la peor calidad, mezclados con una creciente proporción
de fibras sintéticas derivadas del petróleo, así como tintes
baratos y mal fijados y acabados pobres, se aseguran que la prenda
durará poco y tendrá que ser repuesta en un corto periodo de
tiempo. En la industria de la ‘fast fashion’ cada prenda da muy
poco margen de beneficio, por lo que se deben lograr unas ventas
globales altas para hacer rentable la inversión.
Adicionalmente Cline explica cómo las
empresas lanzan colecciones de destajo que no duran en la tienda
muchas veces ni una semana antes de pasar a otra ciudad, otro país o
a los ‘outlets’. El objetivo es causar una sensación de ansiedad
subconsciente en los consumidores que les impulse a no demorar la
compra, ya que saben que el modelo que les gusta pronto no estará a
su alcance. En 2014 el ratio de recambio de Zara era de dos por semana y el de H&M llegaba a ser diario, según Cline.
2. Parece barata pero no lo es tanto
Respecto al coste de confección, la
periodista inglesa Luci Siegle explica en su libro ‘To die for: is fashion wearing out the world?’ (Fourth State, 2011), que muchos
procesos de la misma, como el cosido, no se hacen generalmente en
factorías sino en cooperativas de remotas aldeas donde las mujeres
son presionadas continuamente para aumentar el volumen de producción
sin importar que los acabados sean malos.
De este modo se logra rentabilizar la
mano de obra hasta que una sola pieza tiene el coste de unos pocos
céntimos de euro. Estas ropas, tal como se relata en el reportaje
‘The tue cost’, en el que Siegle participa, tienen muchas veces
diseños tan extremados que duran menos de una temporada, ya las
empresas cambian cada pocos meses radicalmente las tendencias
estéticas con el fin de aumentar su obsolescencia. De este modo
acabamos acumulando en el armario un montón de ropa barata, que nos
parece obsoleta y que nos ha costado en conjunto más que una prenda
de calidad.
3. La presencia de metales pesados en
la ropa y los complementos
Según un reportaje de The New York
Times publicado en 2013, y titulado ‘Fashion at a very high price’,
un estudio de la organización ecologista Center for Environmental
Heath revelaba que mientras los límites legales para la presencia de
plomo en prendas y complementos de moda se situaban en torno a las
300 partes por millón (ppm), numerosos objetos comercializados por
las marcas de ‘fast fashion’ mostraban niveles superiores a las
10.000 ppm.
Según el color en que estuviera teñida
la prenda o complemento, y por tanto según el requerimiento de plomo
del tinte, los límites eran más o menos altos. Un par de sandalias
naranja, por ejemplo, alcanzaban las 25.000 ppm de plomo en su
superficie, un plomo que se mezclaba con el sudor de los pies. Unas
zapatillas rojas alcanzaron las 30.000 ppm y los cinturones amarillos
escalaban hasta las 50.000 ppm.
El plomo de estos objetos puede pasar a
nuestras manos cuando tocamos la ropa o los complementos en un
probador, ya que los tintes son de muy mala calidad, y de ahí a
nuestra boca y al interior del cuerpo. Además del plomo otros
metales presentes en los tintes son el mercurio y el arsénico, todos
ellos tóxicos.
4. La existencia de restos de
sustancias que reaccionan con el sudor
El algodón suele lavarse en algunos
procesos textiles, como la fijación de tintes, con soluciones
alcalinas, muy cáusticas. En el caso de la ropa low cost estos
lavados se hacen deprisa y mal con frecuencia y como resultado,
restos alcalinos pueden quedar en la ropa y reactivarse con el sudor,
creando heridas. También los metales pesados pueden crear en la piel
reacciones alérgicas similares a las de los tatuajes.
5. El peligro de portar disruptores
endocrinos
GreenPeace también alertaba en un estudio de 2013 de la presencia en los tintes de la ropa ‘fast
fashion’ de noni l fenoles, unos peligrosos compuestos orgánicos
que pueden alterar la producción de hormonas corporales,
disminuyéndola o bloqueándola y en algunos casos acelerándola.
Este hecho puede provocar problemas tanto en los ríos donde se
vierten los tintes como en las personas que lleven las ropas, que
entren en contacto con ellas o trabajen en tiendas donde se almacene
ropa ‘fast fashion’.
La exposición a nonifenoles es
especialmente nociva en el caso de mujeres embarazadas y en la Unión
Europea están prohibidos en el proceso de producción de la ropa,
aunque no en Estados Unidos. Ahora bien, no hay ningún control sobre
la ropa que se compra vía internet en plataformas de China como AliExpress.
6. La agresividad del monocultivo de
algodón con el medio ambiente
El algodón es polémico por la gran
necesidad de agua de su cultivo, que ha secado numerosos acuíferos.
Así ocurrió con el mar de Aral en Uzbekistan, cuyas aguas fueron
usadas para la producción masiva de algodón textil durante la era
soviética. Hoy este mar interior ha desaparecido casi por completo y
las aguas que quedan están tan contaminadas que se consideran
residuales.
El problema no es solo el consumo de
agua de la planta de algodón, sino también la contaminación que su
cultivo deja en el medio en forma de herbicidas, pesticidas, sales y
otros componentes orgánicos tóxicos. Si bien sólo en el 2,4 % de
las tierras cultivables del mundo se planta con algodón, este
consume el 10 % de todos los productos químicos agrícolas y el 25 %
de los insecticidas.
7. La presencia de variedades
genéticamente modificadas de consecuencias no determinadas
A pesar de que también tiene sus ventajas en algunos aspectos, el algodón transgénico ocupa casi el 70% de la superficie algodonera mundial. Este hecho magnifica algunos
de sus efectos negativos, como por ejemplo la auto producción de
toxinas herbicidas e insecticidas que si bien ahorran el uso de
pesticidas, al final terminan contaminando los campos, disminuyendo
la producción e impidiendo la biodiversidad.
8. La acumulación de residuos no
biodegradables
El creciente uso de fibras sintéticas
derivadas del petróleo en sustitución del algodón, para abaratar
costes y también conferir propiedades elásticas a la ropa, provoca
que cuando esta se deja de utilizar se acumule en vertederos donde no
se degrada. Según el documental ‘The true cost’, cada americano
tira a la basura una media de 37 kilos de ropa al año, una buena
parte de ella, ropa low cost.
9. El desastre ecológico que causan
los tintes utilizados
A la mala calidad de los tintes usados,
con toda su carga tóxica ya explicada, se une su pésima gestión,
ya que el teñido se hace en industrias subcontratadas del Tercer
Mundo que acaban lanzando los vertidos sobrantes de la tinción, muy
elevados, a los ríos sin tratamiento alguno, de modo que los
contaminan mortalmente. Tal es caso de numerosos afluentes del Ganges
en India.
10. La explotación laboral
imprescindible para su éxito
El modelo neoliberal en el que se basa
el negocio de la ropa low cost necesita que se vendan grandes
volúmenes de ropa, ya que el margen es muy pequeño. Solo con una
gran rotación en el consumo se consigue obtener el enorme beneficio
que ostentan las grandes marcas de la ropa barata. Esto implica el
uso de mano de obra casi en régimen de esclavitud, que trabaja hasta
16 horas por menos de dos dólares al día y en pésimas condiciones
en el Tercer Mundo. Tal como reflejó el colapso del edificio Raza Plaza de Dacca, Bangladesh en 2013.
Este modelo de explotación comenzó en
Galicia en los años 80 de la mano de empresas como Zara, pero
también de otros productores y diseñadores gallegos, que fueron
acotando los márgenes a base de presionar a las cooperativas de
cosedoras, tal como refleja el documental ‘Fíos fora’.
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