Por Minerva
Estimados Señores:
Los integrantes de la asociación
Electro y Químico Sensibles por el Derecho a la Salud queremos
manifestarle nuestro más profundo malestar por el tratamiento
informativo que su programa “Alergia a las ondas” -emitido el
pasado 5 de junio por la noche en “En el Punto de Mira”, de su
cadena Cuatro- otorga a la enfermedad que padecemos:
electrohipersensibilidad. A nuestro juicio, dicho programa vulnera
varios principios y preceptos fundamentales de la ética y
deontología periodística como son, por ejemplo, el rigor y la
veracidad; y, por ello, ha lesionado gravemente nuestra imagen. Por
ello, solicitamos que hagan una rectificación pública de aquellos
aspectos que nos han perjudicado y que nos den réplica (en el mismo
programa o en otro de la misma naturaleza, bien sea de Cuatro o de
Telecinco) para poder ofrecerle a la opinión pública española
todos aquellos elementos que ustedes omitieron, ocultaron y
tergiversaron. De lo contrario, nos veríamos obligados a considerar
otras vías, entre las cuales figura acudir a la Comisión de
Arbitraje, Quejas y Deontología del Periodismo.
Su programa ha transgredido gravemente
el Código Deontológico de la Federación de Asociaciones de
Periodistas de España (FAPE) al vulnerar el respeto a la verdad, ya
que ha ocultado informaciones esenciales y ha usado material
informativo manipulado, engañoso y deformado, tal y como reza el
propio Código citado. Y como consecuencia de esta violación de la
veracidad, se ha producido un serio daño en la imagen del colectivo
de enfermos electrosensibles, ya que esa información tendenciosa lo
que ha hecho ha sido representarnos como personas obsesivas y
trastornadas mentalmente –lo cual es vejatorio y humillante-, en
vez de personas que padecen una patología orgánica. A continuación
nos gustaría hacer un análisis minucioso de su programa en el que
vamos a dar detalle de las manipulaciones y vulneraciones cometidas.
En primer lugar, el programa no respeta
el principio de “veracidad”, que todo periodista profesional
tiene que tener en cuenta en todos los casos, pero especialmente
cuando la información emitida puede provocar dolor o aflicción en
las personas afectadas, tal y como asevera el principio 4.c. del
código aludido: “En el tratamiento informativo de los asuntos en
que medien elementos de dolor o aflicción en las personas afectadas,
el periodista evitará la intromisión gratuita y las especulaciones
innecesarias”. Su programa, tal y como vamos a exponer a
continuación, ha especulado y se ha basado en hipótesis y
conjeturas sobre nuestra enfermedad, lo cual nos ha causado un dolor
y daño tremendos.
Asimismo, se da el agravante de que el
programa se enmarca dentro del género de periodismo de
investigación, tal y como la propia cadena explicaba cuando presentó
públicamente el programa. Se afirmaba textualmente que contendría:
“Investigaciones en profundidad ofreciendo una visión de 360º de
cada asunto y abordándolos desde sus principales ángulos”. Por si
quedara algún género de duda, los propios reporteros se encargan de
recordar esto al principio del programa diciendo que van a
“investigar”. Sin embargo, no ha habido la menor labor de
investigación ni de documentación, por lo que se han infringido
doblemente los principios de rigor y veracidad. Dado que el tema
sobre el que versa el programa es de carácter médico y científico,
tales reporteros tendrían que haberse documentado todavía más
sobre el tema, cosa que en ningún momento hicieron, centrándose en
la mayor parte del reportaje en aspectos anecdóticos y morbosos,
especialmente en la parte dedicada a los dos enfermos entrevistados.
Dicho tratamiento acerca más este reportaje al de otros programas de
Mediaset, muy populares por lo anecdótico y folclórico de su
contenido, que a un programa de investigación serio y riguroso que
quiere profundizar en la verdad del asunto.
Igualmente, no solo los periodistas no
se han documentado, sino que han cometido unas faltas de ortografía
gravísimas en los rótulos de los vídeos del programa publicados
tanto en su página como en las redes sociales, donde escriben
literalmente: “’En el Punto de Mira’ destapa el negocio que hay
detrás del miedo a la hipersensibilidad a las hondas” (así se
puede ver en esta URL de la web del programa:
http://www.cuatro.com/enelpuntodemira/hipersensibilidad-hondas-estafa_2_2382480211.html).
Por si esto fuera poco, llegan a escribir “electrohipersensivilidad”,
tal y como se puede leer en esta otra URL de dicha web
(http://www.cuatro.com/enelpuntodemira/hipersensivilidad-hondas-afectada_2_2382480214.html.
Esto no solo hace daño a la vista sino
que denota, aparte de una gran falta de profesionalidad, una grave
carencia de formación. Realmente no da la impresión de que los
redactores hayan pasado por una facultad de periodismo. De cualquier
modo, el instrumento fundamental de un periodista es el dominio de la
lengua; y si no la domina, surgen serias dudas sobre la capacidad
para realizar su trabajo de un modo ético y profesional; y menos
todavía, como ya hemos apuntado, si el género periodístico es el
de investigación.
El reportaje no respeta la verdad y no
es veraz porque parte de una premisa falsa, que se configura como
espina dorsal de todo el programa: según los autores del reportaje,
la electrohipersensibilidad surge como consecuencia del miedo
–palabra que llega a repetirse hasta en diecinueve ocasiones, según
hemos podido contar nosotros- y obsesión que generan las empresas
dedicadas a ofrecer soluciones contra la contaminación
electromagnética. Esto obviamente no es sino una elucubración; y un
programa, máxime cuando es de investigación, tiene que basarse en
hechos y no en conjeturas. Esta especulación equivaldría a afirmar
que las empresas que venden productos sin gluten generan miedo y
obsesión entre la gente y, por tanto, son las responsables de la
celiaquía o la intolerancia al gluten; o que las empresas que venden
productos sin azúcar son las causantes de la pandemia de diabetes.
Asimismo, nos gustaría subrayar que durante todo el reportaje parece
evitarse el nombre científico de la enfermedad,
electrohipersensibilidad, y se sustituye por el término “alergia”,
lo cual nos parece que trivializa y oculta la seriedad de la
enfermedad que padecemos.
Partir de una tesis falsa viola el
principio 1 del Código de la FAPE, que establece que: “El
compromiso con la búsqueda de la verdad llevará siempre al
periodista a informar sólo sobre hechos de los cuales conozca su
origen, sin falsificar documentos ni omitir informaciones esenciales,
así como a no publicar material informativo falso, engañoso o
deformado”. También vulnera el principio 1.a, que dictamina que:
“Deberá fundamentar las informaciones que difunda, lo que incluye
el deber de contrastar las fuentes y el de dar la oportunidad a la
persona afectada de ofrecer su propia versión de los hechos”. Y el
reportaje no solo contraviene gravemente el Código de la FAPE, sino
también todos los códigos éticos y deontológicos de los medios de
comunicación de este país, que estipulan que siempre hay que
escuchar o acudir a las dos partes en litigio, pero de modo
particular en los casos conflictivos. El tema de los daños que las
tecnologías inalámbricas producen en la salud y la
electrohipersensibilidad son asuntos complejos y controvertidos, por
lo que el tratamiento adecuado habría sido tener en cuenta e
investigar a fondo las tesis de las dos partes. Y es bochornoso que
en vez de consultar a éstas, hayan centrado su programa en torno a
las discutibles opiniones y conjeturas del Sr. Alberto Nájera, que
casualmente coinciden plenamente con las de la industria de las
telecomunicaciones.
Además, otro elemento que hace que el
reportaje carezca de veracidad es que utiliza fórmulas manidas como
la “Ciencia”; es decir, generaliza y usa términos absolutos para
definir lo que en realidad son complejos debates científicos en los
que no hay ni mucho menos consenso sino puntos de vista que pueden
llegar a ser contrapuestos. Este punto de partida de que solo hay una
“Ciencia”, distorsiona y tergiversa lo que es el debate actual
que mantienen los expertos en el tema que nos ocupa, en el que, como
acabamos de explicar, dicha unanimidad dista muchísimo de darse. Ese
cónclave de científicos a los que se refieren los redactores no es
un bloque monolítico sino que está escindido entre quienes
defienden la existencia de la electrohipersensibilidad, y denuncian
el daño en la salud que el uso masivo de tecnología móvil causa en
los seres vivos, y quienes defienden la inocuidad de los aparatos
inalámbricos y denostan a las personas electrosensibles, negando el
origen orgánico de sus padecimientos, alineándose así con las
tesis que mantienen los integrantes de la industria de la telefonía
móvil. Reducirlo todo a lo que dice la “Ciencia” refleja una
postura cuanto menos inquisitorial y tremendamente peligrosa. La
ciencia no es algo inmutable y lo que puede ser evidencia hoy puede
ser un error garrafal mañana. Tampoco es un credo o una religión y
en su seno admite la discrepancia y el debate. Posturas como la de su
programa, que apelan a la ciencia como si fuera una deidad, y no
reconocen el carácter cambiante y relativo de las ciencias, no es
asumible en una sociedad democrática, ya que se corre el riesgo de
tiranizar a los ciudadanos en nombre de la “Ciencia”.
La telefonía móvil utiliza
microondas, que se han venido usando desde que se inventaron los
radares primero y los hornos microondas después. Por lo que ya en
los años 60 se empezaron a hacer estudios para evaluar el daño que
podrían tener en la salud de las personas. Los países del entonces
bloque soviético fueron los que más estudiaron el asunto. E incluso
ya documentaron lo que entonces se denominó “enfermedad de
microondas”, que sufrían en gran medida los trabajadores de la
industria del radar. La literatura científica al respecto es
abundantísima. Sin embargo, en vez de documentarse bien, leyendo los
estudios y documentos científicos más relevantes, los redactores
parece que optan por usar como hilo conductor del programa la curiosa
teoría elaborada por el invitado del programa, Alberto Nájera, que
no es médico sino físico, y está especializado en radiología y
dosimetría, disciplinas alejadas de la medicina o la biología.
Asimismo, en su currículum tan solo figura un estudio sobre los
efectos de los campos electromagnéticos en la salud. Además,
tampoco parece ser un científico de mucho prestigio y renombre. Como
podrá ver, si consulta su perfil en Google Académico, sus
investigaciones apenas tienen impacto en su área de estudio (que es
el criterio que se usa hoy en día para valorar las publicaciones
científicas de un investigador), ya que tan solo han generado un
total de once citas, lo cual, para ser un campo tan puntero y
fructífero en cuanto a publicaciones se refiere, apunta a que su
producción científica tiene una repercusión muy escasa.
Al Sr. Nájera se le concede el
privilegio de convertirse en autoridad suprema e incuestionable en el
tema a tratar. En concreto, el programa parece seguir al pie de la
letra una presentación elaborada por este científico
(http://www.isciii.es/ISCIII/es/contenidos/fd-el-instituto/fd-organizacion/fd-estructura-directiva/fd-subdireccion-general-servicios-aplicados-formacion-investigacion/fd-centros-unidades/fd-centro-nacional-sanidad-ambiental/CARPETA_PDF/pdf_2017/Riesgos_de_Campos_Electromagneticos_ANajera_2017.pdf)
y presentada en diversos actos públicos
(https://www.youtube.com/watch?v=JAOlnnraLGc&feature=youtu.be).
El que un físico, que solo representa a una de las partes, se
convierta en lo que parece el “guionista” del reportaje, a
nuestro juicio viola de tal modo el principio de veracidad que
convierte al programa televisivo que estamos denunciando en un
instrumento mediático para que los científicos cuyas tesis parecen
coincidir con los intereses de la telefonía móvil puedan exponer
sus puntos de vista sin réplica ni discusión ninguna. Esto, desde
luego, no es propio de unos medios de comunicación democráticos al
servicio de la ciudadanía y del bien común.
El eje del programa calca el tema
central de la presentación del Sr Nájera: los campos
electromagnéticos son inocuos (aunque los reporteros deciden usar el
término ondas), pero generan mucho miedo en las personas porque hay
una serie de empresas que se lo infunde para que se obsesionen,
compren sus productos y se hagan de oro. Para aderezar este
argumento, al principio del programa se hace una demostración
práctica con un aparato de medición de un afectado y se afirma
literalmente que el pitido es tan fuerte y da tanto miedo que parece
que anuncia una catástrofe nuclear.
Siguiendo al pie de la letra todos y
cada uno de los elementos y argumentos de la presentación del Sr.
Nájera, se apunta en concreto a un grupo empresarial y una de sus
fundaciones –la Fundación para la Salud Geoambiental- a la que se
critica con ahínco y de la que se insinúa que incurre en prácticas
fraudulentas. Pero lo cierto es que dicha compañía se fundó no
hace tantos años, en 2010. Sin embargo, tal y como ya hemos
reseñado, los estudios publicados que muestran que las microondas no
son inocuas datan de décadas antes, lo cual desmonta la absurda
hipótesis del Sr. Nájera. La telefonía móvil apareció en la
década de los noventa y desde el primer momento muchos científicos
le dedicaron una gran atención, ya que generó mucha preocupación
entre los expertos, que ya sabían de los riesgos de las microondas
precisamente por toda esa labor llevada a cabo durante esas décadas
anteriores.
Aparte de los estudios del bloque
soviético, también se habían llevado otros en Estados Unidos. Y en
1971 el Electromagnetic Radiation Management Advisory Council de
dicho país publicó un informe advirtiendo del daño que las
microondas podrían provocar en la salud y abogando por una
regulación del uso de dichas ondas. Asimismo, en 1992 la Oficina
Federal para la Protección de las Radiaciones de Alemania hizo
pública la misma advertencia que ya había hecho el organismo
estadounidense un par de décadas antes. Pero desde el primer momento
la estrategia de la industria inalámbrica fue torpedear cualquier
intento de advertir e informar sobre el riesgo de las microondas. En
1996 los investigadores alemanes Hecht y Balzer hicieron una
recopilación de las investigaciones llevadas a cabo en los países
del Este durante años anteriores por encargo de la Oficina Federal
de Telecomunicaciones alemana. Como los resultados de la revisión
atentaban contra los intereses de la industria de la telefonía
móvil, nunca llegaron ni a publicarse ni a traducirse al inglés,
tal y como se había estipulado previamente. Algo parecido ocurrió
con el estudio que el gigante de la telefonía británico T-Mobile
encargó al organismo alemán Ecolog. Como los resultados no eran
favorables a los intereses de la compañía, éstos nunca se hicieron
públicos hasta que años más tarde alguien lo filtró a la prensa y
se produjo una gran polémica.
En Estados Unidos entre 1993 y 1998 el
prestigioso investigador George Carlo dirigió el programa Wireless
Technology Research y los resultados fueron espeluznantes al
relacionar la radiación inalámbrica con una serie de enfermedades,
entre las cuales figura el cáncer. Y una vez más los resultados
fueron ocultados. Otro investigador estadounidense, Henry Lai, llegó
a las mismas conclusiones en varios estudios hechos también durante
la década de los noventa. Pero se trató de silenciar sus resultados
al máximo. Y en 2004 se publicaron los resultados de uno de los
mayores estudios llevados a cabo hasta el momento, el Estudio Reflex.
Financiado con fondos europeos, se llevó a cabo en varios equipos de
investigación en distintos países europeos y las conclusiones
fueron unánimes: la exposición a dispositivos inalámbricos puede
romper enlaces de ADN, lo que conlleva un aumento de riesgo de
cáncer. Pero lejos de seguir investigando, tal y como figuraba en el
contrato, se cortó la financiación y el director del proyecto,
Franz Adlkofer, fue perseguido y acusado de fraude, en lo que bien se
podría considerar una caza de brujas. Finalmente fue absuelto al
considerarse las acusaciones totalmente infundadas. En realidad, tras
aquel escándalo, el único condenado en 2015 fue el profesor
Alexander Lerchl por difamación en relación al mencionado estudio,
cuyos resultados se consideraron corroborados por estudios
posteriores, tal y como estipula la sentencia por la que se exculpa a
Franz Adlkofer, que establece que las acusaciones falsas se vertieron
de modo deliberado.
Desde que se llevó a cabo ese estudio
europeo hasta el día de hoy se han hecho miles de estudios
científicos que demuestran una y otra vez que las microondas
producen una serie de efectos nocivos en los seres vivos y que son
perjudiciales para la salud. Pero por razones de espacio no vamos a
seguir enumerando. Necesitaríamos cientos de páginas para relatar
toda la historia de cómo la industria inalámbrica ha ido avanzando
en una carrera de expansión contra viento y marea, en contra de todo
tipo de advertencias por parte de organismos y de estudios llevados a
cabo por investigadores independientes. Pero de toda esta crónica de
escándalos sucesivos y concatenados sus reporteros han guardado un
silencio cómplice y han engañado a la opinión pública afirmando
que los “expertos” aseguran que la tecnología móvil es segura.
Por callar hasta han ocultado que la propia Organización Mundial de
la Salud en 2011 clasificó la radiación de los móviles dentro de
la categoría 2B como posiblemente cancerígena.
Igualmente, sus investigadores deciden
no informar de que en 2013 la Agencia del Medio Ambiente Europea, en
su segundo volumen de “Lecciones tardías de alertas tempranas,
decidió incluir las tecnologías móviles como contaminantes que hay
que regular antes de que sea demasiado tarde. Estas publicaciones de
esta agencia europea hacen un repaso de todas las advertencias que
hubo en el pasado sobre contaminantes ambientales (amianto, tabaco,
gasolina con plomo, DDT, etc.) -que provocaron millones de muertes,
enfermedades y sufrimiento en la población- que en su día las
distintas industrias optaron por desoír, llevadas por la codicia y
la irresponsabilidad. Con ello, esta agencia europea insta a aprender
de esas lecciones pasadas y a tomar en serio las evidencias y
advertencias tempranas que ya hay sobre la mesa sobre la tecnología
móvil para evitar muertes, enfermedades y tragedias en un futuro que
ya está a la vuelta de la esquina.
De igual modo, el reportaje oculta que
diversos organismos europeos, entre los que se encuentran el Consejo
de Europa y el Parlamento Europeo, han dictado varias resoluciones
apelando al principio de precaución. Dicho principio está
instaurado en Europa para que todo producto que pueda tener efectos
potencialmente peligrosos, identificados por una evaluación
científica y objetiva –e incluso aunque dicha evaluación no
permita determinar el riesgo con suficiente certeza-, se use bien con
extremada precaución o bien se retire del mercado hasta que no quede
demostrada su inocuidad total y absoluta.
Asimismo, tampoco hacen mención alguna
a las sucesivas declaraciones de médicos europeos para que se tomen
medidas de precaución. Ya en 2002 los médicos alemanes firmaron la
Declaración de Friburgo, que volvieron a actualizar en 2012. Y en
este mismo año, los médicos suizos firmaron una declaración en
Basilea y los médicos austríacos publicaron el informe:
“Directrices del Colegio Médico de Austria para el diagnóstico y
el tratamiento de enfermedades relacionados con los campos
electromagnéticos (Síndrome de CEM).
Los avezados reporteros no solo no
mencionan ni uno solo de los importantísimos estudios y documentos
que prueban el daño que la telefonía móvil produce en los seres
vivos, sino que ni siquiera entrevistan a otro científico, de los
muchos que hay en España que mantienen tesis contrarias a las de la
industria inalámbrica, que dé réplica a las infundadas
suposiciones e hipótesis del Sr Nájera. Tampoco se le dedica la
atención ni el tiempo suficiente a entrevistar a médicos expertos
que consideran la electrohipersensibilidad como una enfermedad
orgánica y que preconizan e intentan promover medidas de apoyo y
asistencia a los enfermos electrosensibles. Tampoco mencionan que
estos médicos expertos no ven la electrosensibilidad como una
enfermedad aislada sino que la encuadran dentro de lo que se denomina
Síndrome de Sensibilización Central, en la cual también confluyen
otras patologías incapacitantes y ya reconocidas como son el
Síndrome de Sensibilidad Química Múltiple, Síndrome de Fatiga
Crónica y fibromialgia.
Tan solo se entrevista a un médico, el
Dr. Joaquim Fernández Solà, al que apenas se le permite articular
dos frases en el programa; y mientras tanto se desacreditan sus
palabras con unos subtítulos que rezan lo siguiente: “Quienes
creen en la electrosensibilidad aseguran que nadie ha probado que las
ondas sean inofensivas”. Es decir, no permiten que este médico
pueda explicar sus tesis haciendo alusión a la apabullante
bibliografía científica existente, sino que intentan asociar su
opinión a la de una especie de chamán o curandero, que no se basa
en evidencias científicas sino en “creencias” sin fundamento.
Además, omiten información vital: el Dr. Solà es una eminencia en
España en enfermedades de sensibilización central. Y es el
vicepresidente de la Sociedad Española de Síndrome de
Sensibilización Central. Da la impresión de que sus reporteros no
tienen muy buena opinión de este médico, lo cual quizá no sea
sorprendente, ya que si el guion del reportaje, tal y como parece, es
el elaborado por el Sr Nájera, el Dr. Solà no podía salir muy bien
parado. En unas jornadas médicas celebradas en el Hospital de La Paz
de Madrid hace unos meses, el Sr Nájera insulta y profiere calumnias
contra el citado doctor al final del acto, en la parte de ruegos y
preguntas. Pueden escuchar tamañas barbaridades en el minuto 1:33 de
este vídeo:
https://www.youtube.com/watch?v=JAOlnnraLGc&feature=youtu.be.
Desde luego, estos comentarios no dejan muy bien parado al Sr Nájera,
que no parece la persona más indicada para dirigir el hilo de su
programa. Y demuestran que para esta persona la desacreditación de
todo aquel que afirme que la telefonía móvil es dañina es una
cruzada personal.
Como colofón, contraponen la sucinta
opinión del Dr. Solá a la de la psiquiatra, Marina Díaz Marsá
-que trabaja en el mismo hospital que este doctor, el Clinic de
Barcelona-, a la que se le permite explicar de modo exhaustivo su
teoría no demostrada de que la electrosensibilidad tiene un origen
psicológico. Está doctora basa su opinión en algunos estudios que
se han llevado a cabo, cuya validez ha sido puesta en duda por muchos
expertos que apuntan a graves fallos metodológicos y de diseño de
los mismos. Nos gustaría recalcar que las enfermedades y los
trastornos primero aparecen y luego los científicos los estudian. Y
no porque no se encuentre una respuesta inmediata a los mecanismos
fisiológicos que la producen, se puede afirmar alegremente que es
una obsesión, tal y como asevera dicha psiquiatra, que nos tilda de
obsesivos. También la sífilis, el Parkinson, la esclerosis múltiple
y una larga lista de enfermedades más fueron en su día catalogadas
de psiquiátricas; parece que cuando una enfermedad no se entiende se
opta por la cómoda postura de considerarla de origen psiquiátrico.
De cualquier modo, la insistencia en la tesis de que la
electrosensibilidad es de origen psicológico y la profusión con la
que se difunde esta idea parecen más bien obedecer al gran interés
de las operadoras telefónicas por negar de modo sistemático los
daños que la telefonía inalámbrica produce en la salud de las
personas. Dichas empresas se niegan a tener en cuenta los numerosos
estudios ya realizados que sí muestran que tal enfermedad tiene un
origen orgánico y que han encontrado biomarcadores que sirven de
referencia para poder diagnosticar la enfermedad. También desoyen
los sucesivos llamamientos internacionales de muchos médicos y
expertos para que se reconozca la EHS como enfermedad orgánica.
Con respecto a las intervenciones de
los dos afectados electrosensibles, nos gustaría denunciar el
tratamiento totalmente sesgado y manipulador del reportaje. En primer
lugar, queremos remarcar que antes de entrevistar a estas personas,
se contactó con la presidenta y vicepresidente de nuestra
asociación, quienes aparte de proveerles con mucha documentación de
tipo científico –que según parece no se ha usado para elaborar el
reportaje- les facilitaron también información sobre la
problemática que viven las personas electrosensibles (cálculo de
personas afectadas de electrohipersensibilidad en España;
dificultades tanto familiares, laborales como sanitarias por las que
atraviesan dichas personas; consecuencias del uso de tecnología
móvil en las aulas y aumento de niños electrosensibles; y el
abandono y desprotección que sufre el colectivo por la falta de
reconocimiento de esta enfermedad). Pues bien, ninguno de estos datos
fue usado en la elaboración del reportaje. Se mantuvieron
conversaciones tanto con la presidenta como con el vicepresidente por
unas diez horas; y los portavoces del programa aseguraron en todo
momento que tanto la enfermedad como los entrevistados serían
tratados desde un punto de vista profesional, serio, riguroso y
objetivo. Se les dijo que se mostraría el lado más humano de su
situación y que se darían toda suerte de detalles para mostrar la
problemática de modo profundo. Incluso a Victoria, la afectada que
vive en Cádiz, se le llegó a prometer ayuda para ciertos problemas
cotidianos. Pues bien, todas esas promesas y compromisos
quedaron en agua de borrajas, lo cual no nos parece ni ético ni
serio. De las declaraciones del vicepresidente, al que grabaron por
más de dos horas, no ha quedado ni rastro y se procedió a mostrar
tan solo el lado morboso y llamativo de la vida de los afectados
entrevistados, lo cual ha afectado negativamente nuestra imagen
pública. Les podemos asegurar que si los responsables del programa
nos hubieran informado de que el enfoque del reportaje iba a ser que
la electrosensibilidad es un trastorno psicológico producido por el
miedo a las ondas que generan unas empresas que solo buscan
enriquecerse a nuestra costa, no habríamos aceptado participar en el
programa.
Del primer entrevistado, Ricardo, que
vive en Madrid, no se ofreció en absoluto el lado humano, al no
hacer en ningún momento alusión alguna a cómo la enfermedad que
padece le ha cambiado su vida laboral, social y familiar. A pesar de
haberle entrevistado durante todo un día, se centran tan solo en
sacar imágenes que lo representan como una persona obsesiva. Primero
dedican toda la atención a las medidas protectoras que ha tenido que
instalar en su domicilio para protegerse de la radiación proveniente
de los dispositivos inalámbricos que hay alrededor de su vivienda.
También se muestra mucho interés en cuánto dinero se ha gastado y
el reportero llega a apostillar que “el miedo a las ondas sale
caro” (y el mensaje que subyace es que los electrosensibles somos
personas sugestionables y blancos perfectos de timos perpetrados por
esas empresas propagadoras del miedo). Acto seguido, lo sacan a la
calle y lo “pasean” (con el medidor -al que definen como
“artilugio”- siempre en la mano y afirmando que “viven pegados
a ellos”, para que dé bien la imagen de persona obsesiva) por
zonas llenas de antenas, por las que el afectado nunca pasa; y lo
meten en el metro, medio de transporte que Ricardo no usa porque le
agrava sus síntomas. Y para colmo le preguntan incesantemente que
cómo se siente. Esto, aparte de inaudito, es denigrante. Si usted
entrevistara a una persona diabética, ¿le haría comer un kilo de
pasteles y luego le preguntaría que cómo está? O si fuera un
enfermo del corazón, ¿le haría subir y bajar escaleras, lo dejaría
con la lengua fuera o con una taquicardia y después le preguntaría
que si se siente mal? Es aberrante que se trate así a una persona
enferma, que además tiene la condición de discapacitada por tener
reconocida una incapacidad permanente, tal y como establece la ley.
Con respecto a la afectada que vive en
Tarifa, Victoria, con la que también pasaron todo un día y que les
contó muchísimas cosas sobre cómo la enfermedad ha cambiado su
vida drásticamente, se centran de modo casi exclusivo en los
preliminares, cuando entran en la vivienda (cuyas imágenes se
grabaron sin el permiso de la enferma y sin que se le advirtiera de
que la cámara estaba grabando antes incluso de que les abriera la
puerta). No explican debidamente que esta persona también padece el
Síndrome de Sensibilidad Química Múltiple, por lo que no puede
estar expuesta a sustancias químicas que hoy en día son de uso
cotidiano como los detergentes y suavizantes en la ropa, colonias,
geles y champús. Por ello, los reporteros tienen que ponerse las
ropas que la afectada les proporciona. Pero esto no queda
suficientemente explicado. Tampoco aclaran que su sistema inmune está
muy debilitado, por lo que los médicos le han recomendado que adopte
las máximas medidas posibles para evitar contagios de virus y
bacterias. Por eso, los redactores tienen que proteger sus pies con
unos patucos de plástico desechables y lavarse con un producto
natural y no tóxico para estar desinfectados. Al omitir todas estas
informaciones, representan a esta persona, al igual que hacen con el
afectado de Madrid, como alguien obsesivo que sufre algún tipo de
trastorno.
Y para recalcar bien que todo lo que
rodea a Victoria es raro y que poco más o menos el periodista y el
cámara están entrando en la casa de los horrores, aderezan las
imágenes con una música que nada tiene que envidiar a las películas
de Hitchcock. Y con un objetivo ojo de pez (utilizado en el cine de
terror para infundir miedo y sensaciones agobiantes) se recrean en
las medidas apantallantes de la vivienda e incluso en detalles
íntimos como libros que tiene en la mesilla de noche o utensilios de
higiene íntima que están en el suelo de la habitación. Como guinda
final, el redactor manifiesta interés en la vida amorosa de la
afectada, haciéndole unas preguntas que nos parecen inaceptables. Es
éste un tratamiento infame y vejatorio que ninguna persona enferma
merece. Pero menos todavía cuando tiene reconocida por la Comunidad
Autónoma de Madrid un 65 por ciento de discapacidad, por la cual
cobra una pensión.
Uno de los momentos cumbres del
programa es cuando en tono de camaradería uno de los redactores le
pregunta al invitado estrella, el Sr Nájera, lo siguiente: “Mucha
gente que nos esté viendo se planteará que estos estudios, como los
que usted está haciendo, los pagan las compañías de
telecomunicaciones”. Pero en vez de tratar este aspecto tan serio
con rigor, el periodista lo hace de modo frívolo y trivial, por lo
que da la impresión de que es una pregunta trampa que se formula
para no tener que abordar el problema fundamental de los conflictos
de interés. Y al no tratar este espinoso tema, parece que el
programa manipula la realidad que puede haber detrás de muchos
estudios científicos financiados por la industria inalámbrica.
En vez de investigar cuáles son las
estrategias y herramientas que esta industria utiliza para negar los
riesgos y los daños que su tecnología produce en la salud, los
redactores del programa prefieren desviar la atención de dicha
controversia, utilizando una cortina de humo: se concentran en unas
supuestas irregularidades del grupo empresarial Silversalud, del cual
depende la fundación antes mencionada. Erigiéndose en jueces y
policías, sugieren que tal holding incurre en prácticas delictivas,
al sugerir que operan a través de una fundación, y le dedican un
tiempo y una atención desmedida que en absoluto viene al caso. Sus
intrépidos reporteros, que tanto parecen querer perseguir las malas
prácticas, no tendrían que haber dispersado la atención del tema
central. Si tan interesante les resulta el tema de las fundaciones y
sus posibles malas prácticas, deberían dedicarle al asunto otro
programa monográfico.
Pero en “Alergia a las ondas”
deberían haberse informado mucho mejor de cómo se financia hoy en
día la investigación, que es uno de los aspectos verdaderamente
relevantes. Y es que lamentablemente, a nivel mundial, las
universidades y centros de investigación, que son los que lideran y
gestionan la producción científica, no reciben financiación
exclusivamente pública, tal y como dice el Sr Nájera, sino que sus
arcas dependen en buena medida del apoyo financiero de las empresas.
Y éstas no donan dinero por razones filantrópicas sino porque saben
muy bien que cuando se financia un estudio resulta más fácil
influir en los resultados, de modo que favorezca sus intereses. Desde
que en Europa se implantó el Plan Bolonia (que no es sino una copia
calcada del modelo estadounidense, donde no solo las universidades
privadas se financian de fondos privados, sino que los fondos de las
públicas dependen también de patrocinadores privados) se ha
establecido un sistema de financiación en el que las empresas juegan
un papel fundamental.
Los científicos pueden llegar a tener
dificultades para llevar a cabo su labor de modo independiente. Y se
pueden ver presionados para que los diseños y la metodología de los
estudios favorezcan los resultados que las industrias buscan. Las
empresas controlan muchos de los fondos destinados a investigar, a
becas, a cátedras, a programas educativos, a conferencias y hasta a
revistas donde se publican los resultados de las investigaciones
(muchas de ellas han sido compradas por las industrias de turno; ya
no pertenecen a grupos editoriales independientes). Por ello, los
científicos díscolos que no siguen las directrices marcadas por las
empresas se pueden ver privados de medios y financiación, lo cual
perjudica enormemente sus carreras profesionales y obstaculiza el
desarrollo y el progreso científico. Ya hemos mencionado al
catedrático Franz Adlkofer, Director del estudio Reflex. Este
eminente investigador, tras publicar los resultados de dicho estudio,
fue acusado de fraude por el Rector de la Universidad de Viena y
expulsado de la universidad. Y como este científico, otros muchos
han sido víctimas de represalias. Afortunadamente, hay científicos
valientes, como Franz Adlkofer, que se enfrentan a tales poderes
fácticos y perseveran en una línea de investigación independiente.
Y gracias a ese trabajo los ciudadanos podemos saber que las
investigaciones sufragadas por la industria inalámbrica pueden estar
bajo sospecha y hasta pueden llegar a ser fraudulentas.
En España las empresas también
intentan controlar la producción científica de universidades y
centros públicos de investigación. Y la Universidad de Castilla-La
Mancha, en la que trabaja el Sr. Nájera, no es una excepción. A
esta entidad académica le unen fuertes lazos con Telefónica,
empresa que financia planes de digitalización y de estudio,
programas académicos y cátedras. Dado que el Sr. Nájera es un
ferviente defensor de que la telefonía móvil es inocua y no produce
daños en la salud –postura que parece alinearse con la de la
industria de la telefonía móvil- nos surge la gran duda de si en un
momento dado podrían existir ciertos conflictos de interés; lo
cual, a nuestro juicio, podría llegar a poner en cuestión la
objetividad de este profesor.
Pero lejos de indagar en estos
aspectos, su reportero parece tener una fe ciega en este invitado. Y
haciendo gala de una gran ignorancia sobre cuáles son los
fundamentos del método científico, le permite al Sr Nájera hacer
una medición en la Plaza de Castilla de Madrid y afirma de modo
categórico que se ha “demostrado científicamente que las ondas no
son dañinas”. Desde luego, esto tendría que pasar a engrosar los
anales de los disparates periodísticos de los últimos años. Los
fenómenos no se comprueban científicamente haciendo una medición
delante de una cámara sino que se hace a través de estudios serios
y rigurosos, siguiendo una serie de parámetros metodológicos
correctos y un diseño adecuado.
Con respecto a la medición llevada a
cabo, la conclusión de este físico es que no se superan los niveles
oficiales establecidos y que, por tanto, podemos estar seguros de que
nuestra salud no corre riesgo alguno. El gran problema es que el Sr
Nájera confunde los niveles oficiales establecidos con los niveles
recomendables para proteger la salud. Los primeros fueron
establecidos en la década de los noventa por la Comisión
Internacional sobre Protección frente a Radiaciones No-Ionizantes.
Dichos niveles se instauraron teniendo en cuenta la premisa de que
solo por encima de éstos la radiación produce calor y efectos
térmicos peligrosos para la salud; pero por debajo de dicho umbral
los niveles son inocuos. Sin embargo, esta teoría ha quedado
totalmente desfasada, ya que a día de hoy ya hay numerosísimos
estudios que demuestran que a niveles infinitamente más bajos estas
radiaciones producen otro tipo de efectos biológicos nocivos que son
también muy dañinos para la salud.
Pero a pesar de estas evidencias, este
organismo regulador se ha negado en rotundo a reducir esos niveles
establecidos hace ya casi dos décadas. Por lo tanto, creemos que es
un atentado contra la salud pública decir que como no se superan los
niveles oficiales los españoles podemos dormir tranquilos porque
nuestra salud no corre ningún peligro. Sus reporteros tendrían que
haber investigado también los conflictos de interés que se dan en
organismos reguladores como el mencionado en el párrafo anterior.
Aunque presumen de ser entidades independientes, sus miembros tienen
lazos con la industria inalámbrica e incluso llegan a ocupar puestos
importantes en ciertas empresas. Obviamente, no se puede ser juez y
parte, por lo que numerosas organizaciones llevan tiempo denunciando
estas prácticas fraudulentas que vulneran la ética y la
transparencia. Aparte de esa entidad reguladora más arriba
mencionada, hay muchos otros organismos que han sido acusados de
estar condicionados por conflictos de interés.
Uno de los casos más recientes ha sido
el Comité Económico y Social de la Unión Europea. Uno de sus
miembros, que no había declarado intereses en la industria de los
contadores inteligentes, impidió que se aprobara un informe que
reconocía precisamente la electrohipersensibilidad como discapacidad
física. Diversas asociaciones de afectados europeas (entre las que
se encuentra la nuestra), lo denunciaron y llevaron el caso a la
Defensora del Pueblo Europeo, quien, tras hacer las averiguaciones
pertinentes, reconoció que el organismo europeo había incurrido en
“mala administración” por no haber vigilado y evitado que se
dieran irregularidades varias como, por ejemplo, que uno de sus
miembros tuviera conflictos de interés. Esto pone de manifiesto por
qué no solo no se reconoce dicha enfermedad sino también por qué
existe gran interés en demonizar a las personas electrosensibles,
argumentando que son personas obsesivas y que padecen un trastorno
psiquiátrico. Y los reporteros de su programa, en vez de investigar
y documentarse bien sobre todos estos aspectos, para mostrar todas
las caras y aristas, han seguido de modo fiel y exclusivo las tesis
del Sr. Nájera que, tal y como hemos explicado, parecen estar
alineadas con los intereses de la industria, causándonos a nosotros
un perjuicio enorme.
Por todo lo expuesto, y dado que el
programa “Alergia a las ondas” ha conculcado principios básicos
de la ética y deontología periodística y ha atentado gravemente
contra el derecho a la imagen de las personas electrosensibles,
solicitamos que para reparar este daño nos den réplica en alguno de
sus programas (bien sea de Cuatro o de Telecinco como, por ejemplo,
el programa de la mañana de Ana Rosa Quintana -que además es socia
de la productora del programa “En el Punto de Mira”) y lleven a
cabo la debida rectificación en el programa donde se emitió el
reportaje, para poder informar a la opinión pública española de
todos esos aspectos que se omitieron, ocultaron, tergiversaron y
manipularon.
Electro y Químico Sensibles por el
Derecho a la Salud. EQSDS
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