Por Martius Coronado
La rebelión de los alimentos, cómo ha
sido denominado el fenómeno, no para de crecer y de crear alarma a
la par que peticiones ciudadanas para que se dejen de usar para
riegos las aguas residuales, se controlen los vertidos químicos al
mar y se promueva los cultivos orgánicos, así como la supresión de
medicamentos y antibióticos en la carne que se destina al consumo.
El rumor comenzó en la franquicia de
una famosa cadena de comida rápida en Nápoles, con el supuesto
video que grabó un cliente que estaba a punto de devorar su
hamburguesa y en el que justo antes de dar el primer bocado, se oye
una voz en perfecto italiano que le advierte de lo que va a ingerir
con las palabras: “Mi carne no sólo lleva trazas de caballo, sino
una dosis alta de medicamentos y antibióticos, por no hablar de los
vegetales o la salsa hecha con mantequilla que contiene hasta
petróleo… ¡Pero claro, tú sabrás lo que comes!”
El vídeo pronto se hizo viral, ante las
protestas de la multinacional de la restauración hamburguesera y las
hipótesis de qué intereses habían creado esa campaña de
desprestigio, pero fue el segundo el que comenzó a crear dudas. Su
condición de directo televisivo en un programa de cocina y con un
chef francés de prestigio, aumentó si cabe la credulidad de la
opinión pública en lo imposible y la indignación, cuando en la
presentación de un plato de atún y arroz, el pez que estaba de
cuerpo presente pareció mover la boca a la vez que avisaba, esta vez
en un perfecto y claro francés, que su contenido en mercurio, unido
al arsénico del arroz y al cadmio de las verduras haría del plato
resultante una grave y silenciosa amenaza para la salud. La emisión
se cortó inmediatamente y la cadena privada no tardó en sacar un
mensaje de disculpa y repulsa por haber sido objeto de un montaje, a
la vez que prometía una investigación que depurara la
responsabilidad de aquellos que habían cometido tal infamia. Pero lo
único que se pudo sacar en claro fue que, a pesar de las reticencias
primeras y tras un análisis de los alimentos que iban a ser
cocinados, los niveles denunciados en los alimentos y los
productos tóxicos que contenían coincidían con la afirmación de
aquella imposible voz.
Los desmentidos científicos y
programas especiales que se originaron en todo el mundo, calificando
esos sucesos como imposibles y farsas, no detuvieron la avalancha de
casos, muchas veces con grabaciones, en las que repartidos por medio
mundo y en decenas de idiomas se oía a verduras, lácteos, carnes y
pescados hablar en mercados, grandes superficies y restaurantes, no
sólo de los productos químicos y metales peligrosos que contenían,
sino también de cómo, por ejemplo el aluminio que en los procesos
de coloración de dulces se usa, se va acumulando en el cuerpo y en
el cerebro por años y que es causa y motivo final de la aparición
del alzhéimer, el párkinson o la esclerosis múltiple.
La rebelión de los alimentos, cómo ha
sido denominado el fenómeno, no para de crecer y de crear alarma a
la par que peticiones ciudadanas para que se dejen de usar para
riegos las aguas residuales, se controlen los vertidos químicos al
mar y se promueva los cultivos orgánicos, así como la supresión de
medicamentos y antibióticos en la carne que se destina al
consumo. No ha importado que las organizaciones mundiales de
salud y los gobiernos no paren de calificar de ridículas y sin base
científica las advertencias de la comida que comemos, el público no
importa que lo crea o no, lo importante es que la conciencia se ha
despertado y la mayoría de los consumidores piden un cambio.
Esperemos que, por nuestra salud, así sea.
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