Las multinacionales financian
investigadores científicos y utilizan grupos de presión para
mantener en el mercado sustancias o productos que tienen un impacto
en la salud y en el medioambiente. Con el desarrollo surgen nuevas
enfermedades, como la Sensibilidad Química Múltiple y la
electrosensibilidad, que por su carácter ambiental son atacadas por
las maquinarias de manipulación de las industrias. En un sistema
perverso la democracia resulta secuestrada por el poder de los
negocios.
CARLOS ÁLVAREZ BERLANA 2018-11-15
Hay enfermedades paradigmáticas, no
solo referidas a la persona que las padece, sino por lo que dicen de
la sociedad en la que se producen. Siempre ha habido problemas de
salud asociados a una época o lugar, bien sea el escorbuto —por
las carencias alimentarias—, el tifus —por las condiciones
higiénicas— o la histeria —consecuencia de una moral victoriana
demasiado estricta—.
Los cambios en el modo de vida humano
han ido desterrando algunas patologías y generando nuevos problemas
de salud como la obesidad por los excesos alimentarios y el
sedentarismo, o la miopía, consecuencia de la mejor educación y
acceso a la cultura de cada vez mayores sectores de población. El
“progreso”, de manera más reciente, ha propiciado el incremento
de determinadas patologías como las autoinmunes, los trastornos de
la conducta infantil o el cáncer, y la aparición de nuevas
enfermedades como las sensibilidades ambientales. La Sensibilidad
Química Múltiple y la electrosensibilidad son enfermedades modernas
vinculadas a factores ambientales asociados al desarrollo.
Especialmente la electrosensibilidad es un problema de salud
emergente que va creciendo al ritmo que aumenta la contaminación
electromagnética procedente de aparatos e infraestructuras
eléctricas y sistemas de telecomunicaciones.
En primera instancia, las
sensibilidades ambientales nos están hablando del problema ecológico
que se está produciendo en el planeta, consecuencia de una
industrialización que no está teniendo en cuenta los efectos del
abuso de sustancias químicas y las prácticas de explotación
intensiva.
Paralelamente al aumento de sustancias tóxicas presentes
de manera cotidiana, estamos contemplando una pérdida de
biodiversidad y espacios forestales a un ritmo que algunos catalogan
de extinción masiva y que se clasifica dentro de la nueva era
geológica del antropoceno, caracterizada por el biocidio que el ser
humano está cometiendo en el planeta Tierra.
En el caso de la electrosensibilidad nos encontramos con un ejemplo de cómo determinados intereses económicos corporativos mienten y manipulan para hacer prevalecer productos que tienen un impacto en la salud y en el medioambiente
Sin embargo lo que nos dicen patologías
como la electrosensibilidad excede el marco medioambiental y alcanza
una dimensión social añadida. No cabe duda que el problema
ecológico es una cuestión política, relacionado con una forma de
capitalismo ultraliberal que prioriza la rentabilidad económica a
corto plazo y se comporta como si el patrimonio natural fuese
ilimitado e indestructible. Pero en el caso de la electrosensibilidad
nos encontramos con un ejemplo de cómo determinados intereses
económicos corporativos mienten y manipulan para hacer prevalecer
productos que tienen un impacto en la salud y en el medioambiente.
Como primer gran caso demostrado de engaño a la opinión pública en
este sentido tenemos el ejemplo de la industria del tabaco, que
durante décadas compró investigadores y “expertos” para decir
que el riesgo no estaba demostrado, cuando ellos mismos sabían desde
los años 50 que su producto era perjudicial para la salud. Una parte
de estos hechos se supieron por filtraciones internas que dieron
lugar a condenas millonarias a las empresas productoras de
cigarrillos y que narran excelentemente libros como Mercaderes de la
duda, Ciencia a sueldo y películas como El dilema.
Los ejemplos de campañas de
desinformación para mantener en el mercado sustancias o productos
dañinos para la salud o el medioambiente se suceden a lo largo de la
historia reciente. El amianto, los eftalatos; y más cercanamente el
glifosato, del que desde hace años hay investigaciones que
demuestran que es perjudicial para la salud. Un revelador informe
elaborado por el grupo ambientalista Global2000 desvelaba los
vínculos económicos con Monsanto de los investigadores que habían
publicado estudios que negaban la relación entre este herbicida y el
cáncer. Las presiones de la multinacional agroquímica a la UE y
otras administraciones han hecho que, a pesar de la evidencia
científica y las denuncias ecologistas, el glifosato siga siendo ampliamente utilizado en todo el mundo.
Son diversos los ejemplos de la
persecución que ha padecido la electrosensibilidad por ser un
problema de salud que está poniendo en tela de juicio la seguridad
desde un punto de vista de la salud de un negocio billonario como el
de la telefonía móvil. Quizá el caso más representativo sea lo
ocurrido en el CESE a principios de 2015. Durante el 2014 este
organismo consultivo europeo decidió elaborar un dictamen sobre la
electrosensibilidad del que se encargó como ponente el español
Bernardo Hernández Bataller. Tras consultar tanto a la industria
como a diversos expertos y asociaciones de afectados, Bataller
elaboró una propuesta de dictamen en la que se planteaba que el
derecho a las telecomunicaciones debía contrapesarse con los
derechos de las personas afectadas por el síndrome de intolerancia a
los campos electromagnéticos, que se encuentran vulnerados al tener
dificultades para el acceso a servicios y necesidades que se
consideran básicas y universales. En la propuesta de dictamen se
pedía el reconocimiento de la electrosensibilidad como enfermedad de
carácter ambiental y la asistencia a estas personas en muchos casos
en situaciones de gran precariedad. La propuesta de dictamen se
aprobó en la sección TEN a la que pertenecía Bataller, pero dos
días antes de su votación en el pleno, otro miembro del CESE,
Richard Adams, presentaba una propuesta alternativa de dictamen en la
que se negaba la existencia de la electrosensibilidad y se afirmaba
la seguridad de los campos electromagnéticos utilizados en las
telecomunicaciones. La propuesta de dictamen elaborada por Bataller y
aprobada en la sección TEN fue rechaza y en su lugar, con el apoyo
principal del grupo de empresarios, aprobada la propuesta de dictamen
alternativo presentada por Adams. El dictamen sobre
electrosensibilidad presentado por Adams se apoyaba en un informe del
SCENIRH y el punto de vista de la OMS de que no hay evidencia
científica que demuestre efectos en la salud dentro de los niveles
legales de emisión de campos electromagnéticos. Sin embargo tanto
la comisión del SCENIRH como el grupo de campos electromagnéticos de la OMS han sido acusados de falta de preparación, conflictos de
interés generalizados y excesiva cercanía con la industria de
telecomunicaciones.
Durante el proceso de aprobación del
dictamen sobre electrosensibilidad en el CESE pudo saberse que
Richard Adams, a pesar de pertenecer a la sección de organizaciones
ambientalistas, tenía vínculos con dos empresas de
telecomunicaciones, lo que hizo que varias organizaciones europeas
entre las que estaban La PECCEM y EQSDS de España presentasen una
queja al CESE y posteriormente al defensor del pueblo europeo, el
cual acabó dictaminando que se había producido mala administración
por parte del CESE en el proceso del dictamen. Sin embargo, la
solicitud de anulación y un proceso para la elaboración de un nuevo
dictamen no fueron tenidos en cuenta y Richard Adams, a pesar de
haber quedado patente que actuó en nombre de la industria aunque
figuraba como ambientalista, fue renovado por su gobierno como
miembro del CESE y asignado a nuevas funciones como consejero dentro
del mismo.
Hoy día si quieres mentir con éxito lo tienes que
hacer científicamente. Esto lo saben las empresas multinacionales,
que no solo financian a investigadores, sino que ejercen su control
en el campo de la divulgación científica. La industria química, la
farmacéutica, la alimentaria y la de las telecomunicaciones tienen a
su servicio a científicos, periodistas especializados y expertos
sobre las distintas áreas de su interés. De este modo puedes
encontrar artículos de corte científico en los cuales por un lado
se denuncian prácticas como la publicidad engañosa pero por otro se
te dirá que no hay que preocuparse por los aditivos alimentarios si
están aprobados por la EFSA o por las sustancias tóxicas de la
agricultura, ya que están reguladas por las administraciones
sanitarias y demostrada su seguridad por investigaciones científicas.
Sin embargo si te informas un poco sobre algunos de estos aditivos
alimentarios o sobre sustancias de uso agrícola como los pesticidas
encontrarás estudios y opiniones científicas que contrastarán con
esa visión tranquilizadora. Desde conocidos medios que aluden a la
palabra ciencia en su nombre se hace una feroz crítica a las
terapias alternativas, calificándolas de pseudocientíficas, sin
embargo nada se dirá acerca de las dudas respecto de la efectividad
de los tratamientos o de los efectos secundarios que hacen que las
intervenciones médicas sean una de las principales causas de muerte
en los países occidentales. Hay grupos organizados que auspiciados
por algunos de estos periodistas y expertos, mal denominadas
escépticos o por el pensamiento crítico, en nombre de la ciencia y
en contra de la superstición y las “magufadas”, se dedican a
expandir un estado de opinión favorable a los intereses comerciales
de estas grandes empresas.
La electrosensibilidad, como dolencia
que directamente señala una situación de falta de seguridad de la
población frente a un elemento —los campos electromagnéticos—
utilizado en las telecomunicaciones, ha recibido el ataque por parte
de la maquinaria de manipulación de la industria. La primera
consigna es que no se hable de ello, algunos grandes medios de
comunicación tienen bien presente que no deben contrariar a sus
anunciantes de telefonía y mucho menos a los accionistas que forman
parte de conglomerados en los que están estos negocios. La segunda
consigna es que la electrosensibilidad no es real, si se habla de
ella es para decir que se trata de un problema psicológico ”causado
por el miedo” y no un trastorno consecuencia de la exposición
electromagnética. Este “punto de vista” se apoya en algunos
estudios de provocación en los cuales las personas electrosensibles
no han sido capaces de detectar cuando una fuente electromagnética
estaba encendida o apagada. La principal referencia citada por los
defensores de la industria para negar la electrosensibilidad es un
psicólogo inglés, financiado por las compañías de telefonía,
llamado James Rubin. Poco importa que sus estudios de provocación no
cumplan con unas mínimas condiciones experimentales y que sus
revisiones estén sesgadas en la muestra y en las conclusiones, que
algunos de sus estudios sean claramente tramposos en su afán por
desprestigiar a la electrosensibilidad; James Rubin ha sido elevado a
la categoría de autoridad y que la electrosensibilidad no es real se
ha convertido en un mensaje repetido por estos periodistas y
divulgadores al servicio de la industria y difundido desde estas
organizaciones supuestamentamente defensoras del pensamiento
científico.
El que gracias a la labor de
científicos a sueldo y del trabajo de los lobbies elementos o
sustancias perjudiciales para la salud y el medioambiente sean
utilizados de manera perfectamente legal y sin conciencia de la
población acerca de sus riesgos, no es nuevo. Sin embargo, el hecho
de que estos elementos —los campos electromagnéticos— produzcan
una enfermedad y que se realicen esfuerzos por negar esta patología
sí que convierten a la electrosensibilidad en una pequeña parábola
de nuestro tiempo. La situación es que en nombre de la ciencia y a
veces desde un punto de vista aparentemente crítico la opinión
pública está siendo aleccionada según los intereses de la
industria. Vivimos en una sociedad en teoría democrática y de libre
información, sin embargo con un sistema capitalista pervertido lo
que en realidad tenemos es una prensa y una democracia al servicio de
las corporaciones.
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