Publicado
el 25
febrero, 2012 por nmurcia
Les
recomiendo encarecidamente la lectura del último pulitzer “El
emperador de todos los males”
de Siddhartha Mukherjee, una biografía científica y humana de esta
enfermedad totem que representa mejor que ninguna la lucha de la
medicina contra la enfermedad. El autor relata magnificamente como de
ser poco menos que innombrable y mancilladora pasó a ser, gracias a
depuradas técnicas de marketing social y lobbismo político, la
enfermedad con más recursos dedicados a investigación de la
historia de la medicina y la que con más eficacia ha movilizado la
solidaridad ciudadana o los medios de comunicación.
Siempre ha sido una enfermedad
prioritaria para la industria farmacéutica pero es en los últimos
años, debido a la revolución biotecnológica, cuando este interés
se ha visto acompañado de una explosión de nuevos medicamentos,
algunos de ellos, como el imatinib para la leucemia mieloide crónica,
con resultados realmente espectaculares.
Estos nuevos medicamentos
antineoplásicos biotecnológicos son los principales causantes de la
imparable escalada del gasto en farmacia hospitalaria que, según los
últimos datos, puede ya haber superado el 10% de toda la inversión
pública en sanidad, tras haberse doblado en la última década y
ser, de manera destacada, el concepto más inflacionista de todas las
partidas de gasto.
Esta
semana el estupendo bit navarro publica un extenso y documentado
artículo titulado “Medicamentos
biotecnológicos y cáncer: no es oro todo lo que reluce“.
En el trabajo se denuncia como en la
última década se está acelerando la aprobación de nuevos
medicamentos anti-neoplásicos por las agencias reguladoras,
basándose en estudios incompletos y variables intermedias débiles
lo que supone, en la práctica, la introducción de unas moléculas
escasamente testadas, escasamente útiles en términos de
supervivencia total o beneficio relevante para el paciente, muy
tóxicas y, por supuesto, enormemente costosas.
En este asunto se alían de manera
perfecta los intereses económicos de las farmacéuticas, con la
presión de los ciudadanos, la
atención prioritaria de los medios de comunicación, siempre
atentos a cualquier mínimo avance, y el interés de
los oncólogos por ofrecer cualquier tratamiento que pueda
suponer una mínima ventaja para el paciente con diagnóstico
infausto (regla del rescate). A ninguna otra especialidad médica le
rechinan más los argumentos acerca de la eficiencia de las terapias
que a los oncólogos. Probablemente en ninguna otra área médica los
enfermos aceptan someterse a terapias con tan poca evidencia de
efectividad y seguridad, siempre en nombre de la “heroica lucha por
la vida”.
No
hay mejor metáfora que la “lucha contra el cáncer” para
explicar la irracionalidad actual en los fines
de la medicina.
Una irracionalidad que nos está saliendo sumamente cara
pero de la que es difícil hablar. Por eso hay que aplaudir el
monográfico del boletín farmacoterapéutico navarro que concluye:
“Podríamos
debatir sobre si un medicamento que prolonga la vida de un paciente
durante uno o dos meses adicionales debe ser aprobado o financiado
públicamente. Pero todavía es más desconcertante el comprobar que
muchos medicamentos que no mejoran la supervivencia total reciben la
aprobación de las agencias reguladoras y nos cuestan una auténtica
fortuna a los sistemas públicos de salud y a los pacientes
particulares…. Es cierto que el paciente oncológico es especial,
que normalmente siente que su vida está amenazada y que existe una
sensibilidad especial en nuestra sociedad hacia el mundo de la
oncología. Sin embargo, no debemos perder el sentido común y el
rigor científico… Quizás haya llegado el momento de exigir más
rigor en la aprobación y utilización de los medicamentos
oncológicos. Además, tarde o temprano, tendrá que abordarse la
cuestión de hasta dónde podemos o queremos financiar, con cargo a
fondos públicos, los medicamentos oncológicos que no aportan
ventajas claras en términos de supervivencia, tal como sucede en
otros sistemas como el NHS británico”
Hace
unos meses en el NEJM aparecía un artículo, también valiente,
firmado por dos oncólogos titulado “Bending
the Cost Curve in Cancer Care”
en el que los autores señalaban la importancia de que sus compañeros
fueran capaces de modular sus decisiones en relación con el
tratamiento de enfermos con cáncer considerando a la vez calidad,
expectativas de vida y costes.
Sugerían cinco cambios en la toma de
decisiones de los oncólogos: (1) limitar la utilización de las
técnicas de imagen y marcadores oncológicos a aquellas situaciones
en las que se hayan demostrado beneficios; (2) limitar los
tratamientos combinados en los cánceres metastásicos
sustituyéndolos por la monoterapia secuencial; (3) limitar la
quimioterapia a pacientes con buenas perspectivas de éxito; (4)
reemplazar el uso rutinario de factores estimulantes de colonias por
la reducción de dosis de los tratamientos quimioterapéuticos en
pacientes con cánceres metastásicos; (5) para pacientes que no
hayan respondido a tres regímenes consecutivos, limitar posteriores
intentos terapéuticos a ensayos clínicos
También demandaban cuatro cambios de
actitud en sus compañeros: (1) los oncólogos deben reconocer que es
necesario tener en cuenta el costo a la hora de decidir qué hacer;
(2) oncólogos y pacientes deben modular sus expectativas de éxito
de una manera más realista; (3) se deben integrar mejor los cuidados
paliativos en los cuidados oncológicos; (4) se debe priorizar el
análisis del costo beneficio de las terapias y aceptar algunas
limitaciones en su uso
La metáfora del cáncer explica lo que
pasa con esta medicina postmoderna tecnocientífica centrada en los
medios y que ha olvidado sus fines.
La muerte nos espera a todos pero
mientras el cáncer nos devora.
Abel
Novoa
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