- Por primera vez disminuyen los niveles en sangre de los compuestos tóxicos persistentes
- Aun así solo el 4% de la población tiene cantidades reducidas
MIQUEL
PORTA Barcelona
13
MAR 2012 - 00:56 CET
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La
contaminación atmosférica y la alimentación son
las dos vías
de entrada al organismo de los
compuestos tóxicos persistentes.
/ TEJEDERAS
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Es
la primera vez que una ciudad española analiza las concentraciones
sanguíneas de compuestos tóxicos persistentes en dos momentos
diferentes; tampoco lo ha hecho ninguna comunidad autónoma.
Barcelona integró tales análisis en los sondeos o encuestas de
salud que se realizaron en muestras representativas de su población
en 2002 y 2006. Otras ciudades llevan a cabo encuestas de salud, pero
ninguna ha analizado nunca la contaminación interna por CTP. En los
dos años mencionados los métodos epidemiológicos y químicos
fueron idénticos, garantizando así la validez de la comparación.
Nuestro estudio lo publica la revista Science
of the Total Environment.
Los
resultados, en líneas generales, deberían ser extrapolables al
resto de España, aunque habría que estudiarlo y tener en cuenta los
condicionantes de cada lugar.
Las razones de la
disminución no están claras. Lo más verosímil es que se deba
primordialmente a las políticas de control de los CTP en alimentos
desarrolladas durante décadas por las autoridades y empresas que
operan en la ciudad.
Las mezclas de CTP que
habitualmente se detectan en las poblaciones del planeta tienen
efectos inmunosupresores, inflamatorios, neurotóxicos, metabólicos,
endocrinos, epigenéticos o cancerígenos. Existen amplios
conocimientos científicos —aunque no siempre concluyentes, como es
habitual en ciencia— de que estos compuestos aumentan el riesgo de
diversos cánceres (como los linfomas no-Hodgkin), infertilidad,
asma, párkinson, diabetes, problemas tiroideos o de aprendizaje. Es
pues plausible que la contaminación por CTP explique una parte
relevante de la carga de enfermedad que sufrimos.
Entre los ciudadanos existen
grandes diferencias en su contaminación; por ejemplo, el nivel
sanguíneo más alto de DDE hallado en una persona (8.227
nanogramos/gramo, ng/g) fue 1.100 veces superior al de quien tuvo
menos (7 ng/g); las concentraciones de otros compuestos son en unas
personas centenares de veces superiores a las de otras. Las razones
de las diferencias interindividuales en la impregnación corporal por
tóxicos no están claras, aunque esta suele aumentar con la edad y
el peso.
El
control de la producción de alimentos favorece el descenso
Ocho de los 19 CTP
analizados se detectaron en la mayoría de la población barcelonesa:
el DDT se detectó en la sangre del 97% de los participantes y el DDE
en el 100%, mientras que el hexaclorobenceno y el
beta-hexaclorociclohexano se detectaron en un 98% y un 97%,
respectivamente. El número mínimo de contaminantes que se detectó
en una persona fue de cinco, y el máximo, 15. Por tanto, la
totalidad de la población almacena estos compuestos. El 72% de los
barceloneses acumula en su cuerpo 10 o más tóxicos; ese porcentaje
era el 90% en 2002. Los datos son en buena medida extrapolables a
otras poblaciones españolas. Los 19 contaminantes analizados son una
cifra modesta en relación a las decenas de compuestos que pueden
detectarse en un ciudadano medio.
Muchos
estudios analizan los niveles de cada CTP individualmente, no
conjuntamente; observan entonces que una mayoría de la población
tiene niveles muy inferiores a los de una relativa minoría. Este
hecho —y la proverbial ceguera ante lo obvio, que también afecta a
los científicos— ha hecho que durante años se creyese que apenas
nadie tiene concentraciones altas de tóxicos. Lo que ha resultado
ser falso, como ha puesto de relieve otro estudio nuestro, basado en
una muestra representativa de la población de Cataluña, de
inminente publicación en la revista Environment
International. El punto de partida es la ignorancia existente a nivel mundial acerca
de una cuestión muy simple: ¿todos los individuos con niveles
corporales bajos de algunos contaminantes tienen concentraciones
asimismo bajas de otros contaminantes? (y, por tanto, la minoría que
tiene concentraciones altas de algunos las tienen también altas de
otros compuestos); ¿o más bien ocurre que algunos individuos con
concentraciones bajas de ciertos contaminantes tienen concentraciones
altas de otros? La respuesta correcta ha resultado ser la segunda:
más del 58% de los 919 miembros de la muestra tuvieron
concentraciones altas de uno o más de los 19 CTP analizados; el 34%
de la población tiene niveles altos de tres o más tóxicos. Entre
las mujeres de 60 a 74 años, el 48% tiene concentraciones altas de
seis o más compuestos. Tan solo el 4% de la población catalana
tiene concentraciones bajas de todos los CTP analizados. Por tanto,
algunos subgrupos de ciudadanos acumulan mezclas de CTP a
concentraciones altas.
Las
sustancias se acumulan en el tejido graso animal
Las componentes del sistema
económico global causantes de la actual crisis generaron numerosas
prácticas y productos financieros que -con curiosa sinceridad- se
denominan tóxicos. La metáfora tiene la virtud de aludir a la
naturaleza venenosa de las causas de la crisis y a sus perniciosos
efectos. Pero entre éstos no contabiliza la carga de sufrimiento,
enfermedad y muerte que el sistema vigente contribuye a causar. Es
más, todos sabemos que esta no es una crisis exclusivamente
financiera o económica, sino una crisis de ciertos modelos de
economía, política y cultura. Disminuir la contaminación humana
por compuestos que no son tóxicos metafóricamente, sino
literalmente, exige que promovamos otros sistemas de economía,
cultura y sociedad. Debemos promover políticas públicas y privadas
más humanas, saludables y socialmente eficientes -otras políticas
sobre ganadería y agricultura, consumo y seguridad alimentaria,
condiciones laborales, energía, medio ambiente y salud pública.
Es
tiempo de que las organizaciones ciudadanas hagan aumentar el
cumplimiento de las normas jurídicas autonómicas, estatales e
internacionales -como la Ley General de Salud Pública y el Convenio
de Estocolmo -
que establecen que los gobiernos (central, autonómicos y
municipales) deben vigilar y controlar la contaminación interna por
compuestos ambientales. Sería toda una señal de que ya funcionan
los nuevos valores, conocimientos y políticas que necesitamos para
salir auténticamente de la crisis, por tantos motivos en verdad
tóxica.
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