- Florencio Jiménez es el único paciente de Sensibilidad Química Múltiple en Menorca
- No puede pagar los cuidados para sobrellevar esta dolencia
Carmen
Morales. Palma
23/09/2012
Un
zumbido desagradable y áspero en los oídos anticipa a Florencio
Jiménez que alguien llama a su móvil, sin necesidad de que la
melodía llegue a sonar. Si opta por descolgar, a los 2 ó 3 minutos
los dolores de cabeza le recorrerán el cerebro y le nublarán la
vista. Para buscar algo de alivio, puede que decida refrescarse la
cara. Entonces, tendría que apartar la tupida cortina aislante que
tiene en la puerta del comedor y dirigirse al baño. Cogería un poco
de suero fisiológico para
lavarse el rostro. Si lo hiciese con agua, con un poco de suerte,
sólo le irritaría la piel. Otras
veces, le ha llegado a provocar heridas en las cejas y en la nariz.
Puede
que optase por sentarse en el colchón que usa de sofá para evitar
una crisis de cansancio, otro de los síntomas que a veces padece.
Quizás le gustaría evadirse
un rato con la lectura de un libro, pero su solo contacto le inflama
los labios, le hincha los párpados y le obstruirá las vías
respiratorias. En
la boca, un sabor intenso a tinta se le agarra a la garganta, como si
se hubiese bebido el tintero. Si quiere leer, tiene que airear el
libro durante dos semanas y pasar las páginas con guantes. Si opta
por la televisión, solo aguantará media hora antes de que le
asalten de nuevo los dolores de cabeza.
Florencio
Jiménez padece Sensibilidad Química Múltiple (SQM), un síndrome
ambiental crónico, limitante y orgánico, causado por exposición a
químicos sintéticos tóxicos y que provoca multitud de síntomas,
que varían de un paciente a otro. Es el único enfermo con esta
dolencia que vive en Menorca.
Cualquier
olor, sobre todo los perfumes, y las ondas electromagnéticas le
incapacitan para cualquier actividad cotidiana. Para
poder recibir algún tipo de tratamiento, se desplaza a Mallorca, que
carece de especialistas en esta dolencia. No
es sólo un problema de Baleares, es que tampoco abundan en la
península.
Los
primeros síntomas empezaron hace seis años. Desde que él recuerda,
siempre había trabajado en entornos con una alta exposición de
sustancias químicas, ya fuese como mecánico de motos, en
trabajillos esporádicos en el campo y durante los tres años que
trabajó en un campo de golf de Tenerife. Allí, entre carritos y
aficionados al swing, fumigaba con los fungicidas y los herbicidas
que le colocaron en la antesala de esta enfermedad. Cuando poco
después regresaba a Menorca y se enfundaba su antiguo mono azul
oscuro de mecánico, algo empezó a fallar. «Sudaba mucho, se me
hinchaban los ojos y me costaba mantener la concentración»,
recuerda. Al principio, todo se mitigaba cuando salía del taller.
Pero los meses empezaban a pasar y el malestar ya no se calmaba ni
siquiera por las noches. Algo psicológico, le decía el médico. En
2007, la mitad derecha del cuerpo perdió toda la movilidad.
«Principio de hernia discal, agravada por el estrés», diagnosticó
el doctor. Hasta que en 2009, otro ataque le sobrepasó. «Se me
hincharon tanto los párpados, que me los separaba con esparadrapo
para ver», recuerda.
Y
cada vez que recibía el alta, él volvía a enfundarse el mono. «Los
ojos me ardían con la gasolina y me asfixiaba dentro del taller»,
recuerda, hasta el punto que «parecía que me había bebido el
aceite». Al describir este síntoma, el clarividente doctor le
despachó de la consulta tras aclararle que todo era «producto de mi
cabeza».
Diagnóstico
al fin
Poco
después, se despertó en urgencias en el hospital tras sufrir un
desmayo. La doctora decretó que padecía «alergia a la gasolina»
aunque también sonaron, por primera vez, las siglas SQM. Tras una
observación de tres meses, volvió a Palma y lo llevaron a Son
Espases. Cuando cruzó el vestíbulo del hospital recién inaugurado
y pintado, cayó fulminado al suelo. «¡Imagina la de sustancias
tóxicas que había allí!», exclama al otro lado del teléfono. El
doctor le diagnosticó un grado 4, el más alto, de SQM. También le
pidió que no buscase información en Internet sobre la dolencia.
Ignoró
el consejo y, un rato después, «pensé que me había tocado la
lotería», apostilla. El SQM es una dolencia crónica, sin cura y
sin cobertura por parte de la sanidad pública. «La Organización
Mundial de la Salud no la reconoce aún como enfermedad», aclara la
experta Carme Valls, desde Barcelona, por lo que el sistema sanitario
no la contempla. La aparición de enfermedades asociadas al SQM como
la fibromialgia o fatiga crónica allanan el camino para recibir
tratamiento en la sanidad pública.
«El
SQM es una enfermedad para ricos», se lamenta Jiménez. Y
que condena a la soledad. «Pierdes tu trabajo, a tus amigos y a tu
familia», explica. Si alguien quiere visitarle, debe lavar su ropa
con bicarbonato dos días antes, a mano, y secarla al sol durante ese
periodo. Cuando llegue a su apartamento, él le prestará una bata o
no se quitará la mascarilla. Para
mantener relaciones sexuales, la otra persona debería asearse
durante tres días como él, para eliminar cualquier fragancia.
Ahora mismo, ha encontrado una fórmula que le va bien: rebaja
lavaplatos con un litro de agua y bicarbonato. Luego, deja que la
mezcla repose durante dos días para que pierda toda la fragancia.
Tras probar varios jabones ecológicos, esta solución le sirve para
asearse, limpiar la casa y lavar la ropa.
Tras cuatro mudanzas, ahora vive en un primer piso al lado del mar y se encuentra mejor. Le han reconocido una discapacidad de un 86% y los únicos ingresos que recibe son los 417 euros que consiguió que le concediesen tras acampar una semana frente al Consell de Menorca.
Tras
pasar una depresión de cuatro meses, se muestra optimista. «Por
ejemplo, si tengo que ir a la farmacia, me pongo la mascarilla, me
cubro bien y me lo tomo como una aventura», explica. Y si la sanidad
pública y las administraciones le pudieran ayudar a sobrellevar su
situación, mejor que mejor. La doctora Valls coincide con él, lo
último a perder «es la esperanza».
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