María Goretti Guisande, en un box de
urgencias del hospital de Sant Pau.
Ha sido trasladada en ambulancia
tras ser desahuciada de su casa.
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Una mujer, una dolencia
grave, un desahucio. María Goretti Guisande ha perdido su piso esta
mañana y ha ingresado en un centro de alojamiento temporal
municipal. La hemos acompañado.
Xavi Herrero Follow @twitterdev
“Han forzado mi puerta”.
María Goretti Guisande dormía cuando esta mañana un taladro ha
perforado el cerrojo de su casa. La ha despertado la luz de la
habitación al encenderse. Ha abierto los ojos y ha visto a mucha
gente. Incapaz de moverse, lo único que ha podido hacer es mandar
con el móvil dos mensajes de urgencia: a la asociación
antidesahucios 500X20 y a Genoveva Seydoux, otra enferma, como
ella misma, de las enfermedades de los síndromes de sensibilización
central (SSC), cuyo día internacional se celebra mañana.
Me están desalojando, les
ha dicho.
La comitiva judicial ha
entrado en su casa. Agentes de la policía catalana, trabajadores de
servicios sociales y del servicio de emergencias médicas (SEM). La
han sentado en una silla, la han bajado en el ascensor, la han metido
en una ambulancia y se la han llevado. Detrás ha quedado una puerta
rota, sus muebles, sus cosas, sus recuerdos y las pocas cajas que
había podido empezar a embalar.
Goretti Guisande ha perdido
su piso, que para ella era mucho más que su hogar: era su hospital y
la burbuja donde vivía protegida de los tóxicos del exterior.
“Creo que estoy en un
estado de choque y de autoengaño. Creo que saldré de aquí y
volveré a mi casa”, repetía esta mañana, desesperada, en un box
de urgencias del hospital de Sant Pau, donde la han trasladado por
orden del médico forense que el juez había convocado al desahucio.
Afectada de sensibilidad química múltiple severa tiene también
fibromialgia y síndrome de fatiga crónica, cualquier químico
puede causarle transtornos graves, por eso se ha resistido hasta el
final a mudarse a un centro de alojamiento temporal, la alternativa
de vivienda que le ofrecía el Ayuntamiento. Por eso tampoco quería
hoy estar en el servicio de urgencias del hospital barcelonés.
La pesadilla empezó en
otoño de 2013, cuando, incapacitada para trabajar prácticamente
no puede moverse, dejó de tener ingresos y ya no pudo seguir
pagando el alquiler. En 2014 recibió tres notificaciones de
desahucio, que sus abogados asignados de oficio consiguieron
paralizar a causa de su enfermedad. El propietario ofreció
condonarle la deuda si se iba en quince días, pero en su situación
eso no era factible. No fue hasta principios de febrero pasado cuando
se intentó ejecutar el desalojo, aunque un grupo de activistas de laasociación 500X20 y la PAH consiguieron pararlo. El 13 de abril, el
juez decretó el lanzamiento abierto, es decir, que podía ser
desalojada sin notificación previa. Goretti vivía desde entonces
con la angustia de perder su piso en cualquier momento.
No solo a ella, tampoco a su
abogada la habían advertido de que el desahucio sería hoy. “El
alzamiento abierto es una medida para evitar que lo paren, como en la
ocasión anterior. Es muy perjudicial, y más en el caso de una mujer
tan enferma como ella”, afirma Laia Caralt, letrada del despacho
que fue designado de oficio para representarla. El hecho de que haya
acudido un médico forense y el SEM muestra que era un desalojo
especial y que el juez era consciente de la gravedad de su estado.
Estaba bien documentado. Para Clara Valverde, enferma y presidenta de
la Liga Síndrome de Fatiga Crónica, su caso abre un precedente “muy
peligroso” para otras enfermas de SSC. “Hay muchas enfermas
amenazadas de desahucio. Hay muchas enfermas que están sin ingresos
y sin pensiones. Hay muchas Gorettis”, denuncia.
Su invalidez, ha dejado a
Goretti impotente y sin opciones. Si fuera por ella, decía entre
sollozos este mediodía en Sant Pau, agarraría la puerta y se iría
por las buenas del hospital. Pero ni tenía su silla de ruedas ahí,
ni sitio a donde ir. Originaria de Galicia, de 37 años, está sola y
tiene a su familia lejos. La atienden los servicios sociales de su
distrito y una trabajadora social desde hace tiempo.
Goretti no ha podido salir
del centro sanitario hasta primera hora de la tarde, cuando la han
dado el alta tras hacerle una analítica y visitarla los médicos de
urgencias y un psiquiatra. Una ambulancia la ha vuelto a trasladar,
esta vez al centro de alojamiento temporal Hort de la Vila, un recurso municipal abierto hace dos años en el barrio de Sarrià para
ofrecer techo a víctimas de desahucios y a personas con dificultades
para acceder a una vivienda.
El Ayuntamiento de Barcelona
asegura que el centro, que gestiona la orden hospitalaria de Sant
Joan de Déu, está preparado para acogerla. Le han dispuesto una
habitación individual pintada con pintura ecológica, y sábanas y
toallas especiales. Su abogada discrepa: el informe que presentaron
los servicios sociales al juzgado, sostiene, alertaba que los
espacios comunes baño, comedor se limpian a diario con
productos convencionales y que la alimentación es una dieta común,
no ecológica. “Servicios sociales dijo que su situación de salud
es extrema, pero que era lo único que le podían ofrecer”, dice.
Cuando ha llegado al centro,
a Goretti se le ha caído el alma a los pies. Su habitación es
pequeña pero luminosa, pero huele todavía a recién pintado y las
ventanas no consiguen apagar el ruido del intenso tráfico de la
avenida Via Augusta, dos plantas más abajo, y a ella cualquier
estímulo puede provocarle una crisis de dolor paralizante. El baño
común, situado justo enfrente de su puerta, desprende un intenso
olor a desinfectante. Única cosa positiva en esta carrera de
obstáculos: le han comprado productos de alimentación ecológica, y
podrá mantener su dieta aunque no comer a las horas que suele
hacerlo ella, que come solo cuando tiene fuerzas y tiene el reloj
interno estropeado.
La puerta de la habitación
es estrecha, y se derrumba cuando le cuesta entrar con la silla de
ruedas. Llora. Calla. En la habitación, un escritorio de madera, un
armario, una cama, un espejo y un lavamanos. Servicios sociales le ha
traído algunas de sus pertenencias: una caja de cartón con su
televisor, otra con libros, unas cuantas bolsas llenas, dos maletas.
Goretti cuenta que esta mañana las han preparado rápido y que casi
no ha podido elegir qué llevarse. Las abre y mira: ropa que no usa,
cajas vacías de medicamentos, una caja con joyas que no necesita.
Pero, sobre todo, le faltan su colchón y su almohada, los únicos
con los que el dolor le da una tregua. “Se lo pedí a servicios
sociales, que si me echaban me los trajeran”, murmura.
El futuro de Goretti pende
de un hilo. La enfermedad la ha incapacitado para trabajar y ganarse
la vida su último empleo remunerado fue en 2009 pero la
Seguridad Social y el Institut Català d’Avaluacions Mèdiques i
Sanitàries (ICAMSS) le denegaron la petición de invalidez.
Servicios sociales le está tramitando una renda mínima de
inserción. Es la única manera, dicen desde el Ayuntamiento, de que
pueda acceder a un piso de emergencia social. Mientras tanto, tendrá
que quedarse en el Hort de la Vila. Mientras tanto, promete el
consistorio, le guardarán todas sus cosas en un depósito municipal.
Su situación es tan
compleja como su enfermedad. El mientras tanto puede durar.
Goretti se desespera. Su piso era su
hospital. Tiene sensibilidad química múltiple
y cualquier estímulo
puede desencadenarle una crisis.
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Por la tarde, Goretti es dada de alta
en Sant Pau. Le han hecho una analítica
y la han visitado médicos
de urgencias y un psiquiatra.
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Una ambulancia la traslada a un centro
de alojamiento temporal municipal.
No tiene otra opción a su
alcance.
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Goretti llega al centro, en Sarrià,
donde ha de vivir hasta que
pueda acceder a un piso de emergencia
social.
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La habitación huele a recién pintado.
Se oye el ruido del intenso tráfico de la ciudad.
Goretti teme que
le desencadene una crisis de dolor.
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Destrozada y agotada. Su futuro es
incierto. Querría dormir, despertarse
y estar de vuelta a su casa.
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Los servicios sociales le han llevado
unas cuantas pertenencias a la
habitación. El resto se lo guardarán
en un depósito municipal.
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Durante el desahucio, Goretti no ha
podido elegir qué llevarse. Le faltan su colchón y su
almohada, los
únicos que le permiten dormir pese al dolor.
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Ante la ventana de su nueva habitación.
Sin saber qué le deparará el futuro.
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