En el universo sanitario acogemos todo
tipo de catástrofes vitales. A los hospitales acuden personas cuyas
narrativas incluyen penosas o graves enfermedades. A los centros de
salud también, además de infinitud de vicisitudes de la vida entre
las que se incluyen problemas laborales, de pareja, familiares,
económicos, psicológicos, afectivos, sociales y existenciales. Se
puede decir que cuando un acontecimiento vital estresante llama a
nuestra puerta se disparan todas las alarmas. Cada cual lo llevará
de una manera pero en muchas ocasiones una de las dificultades a
afrontar será un enorme miedo a lo desconocido. Ese potente
sentimiento suele bloquear la capacidad de aceptación y adaptación.
Solo conseguiremos superar la situación si somos capaces de modelar
este cerrojo que al ser un mecanismo antiguo de supervivencia está
profundamente arraigado en las entretelas cerebrales.
El miedo a lo desconocido es un factor
que manejan con frecuencia los políticos y estrategas, los gestores
y directivos, todo aquel que tiene una parcela de poder que defender.
Activarlo supone conseguir apoyos a favor de quien lo pulsa, en
contra de algún enemigo o circunstancia a confrontar. A mayor miedo
social mayor capacidad de sugestionar y manipular conciencias,
voluntades y votos. La sociedad audiovisual en la que nos movemos
tiene potentes herramientas para favorecer este mecanismo y dada la
facilidad de generar mensajes equívocos, en la era de la postverdad,
poca capacidad de regulación, crítica y ajuste de los mismos.
El miedo de base frente a la enfermedad
que caracteriza nuestro tiempo favorece el consumismo sanitario y la
dependencia de la ciudadanía frente a prestadores de servicios y
productos de salud. La ciencia médica está siendo usada a favor de
agentes que terminan ganando grandes cantidades de poder y recursos.
La razón es la propia potencia del método científico para
etiquetar salud y enfermedad. Si comparamos los parámetros de
etiquetar enfermedad hoy con los de hace treinta años observaremos
un incremento, si a su vez comparamos aquellos con los de la
generación anterior todavía más. Por ponerles un ejemplo
cotidiano, muchos consideran el catarro una enfermedad, lo que les
hace acudir a los servicios sanitarios, consumir medicamentos o
incluso quedarse en casa sin trabajar. Es cierto que en algunos casos
puede producir fiebre alta que incapacite durante unas horas, pero lo
habitual es que sea un proceso menor que el propio cuerpo soluciona
en unos días sin mayores problemas y sin necesidad de requerir
complejos cuidados. La variabilidad clínica nos dirá que
aproximadamente un 80% de los casos seguirán haciendo una vida
normal y un 20% se quejarán de sus evidentes limitaciones. Pero ¿qué
pasaría si la proporción fuera al revés?, ¿qué ocurriría si
cada vez tolerásemos peor las molestias de salud asociadas a la vida
corriente?, ¿si sintiéramos miedo cada vez que nuestro cuerpo
manifiesta una reacción adaptativa de salud por pequeña que sea?
Todo aquel que trabaje en el ámbito de
la salud tiene un papel a la hora de gestionar el miedo que la salud
y la enfermedad puedan generar. Existen perfiles profesionales e
institucionales que tienden a aumentar el miedo con mensajes del
tipo: “más vale prevenir que curar”, “hágase chequeos o todas
las pruebas diagnósticas que pueda”, “póngase todas las vacunas
posibles”, “recurra a nuestros servicios médicos al menor
síntoma”. Son más frecuentes de lo que nos pensamos, en muchos
casos surgen de un genuino interés por el paciente, en otros de la
inseguridad del profesional y en algunos de un evidente factor de
lucro. Otros perfiles lo disminuyen aunque esto es más difícil dado
que requiere de tiempo suficiente para escuchar convenientemente al
paciente y su acompañante, hacer una correcta historia clínica con
su correspondiente exploración y generar un dictamen razonado que
explique la situación en un lenguaje comprensible y responda las
posibles preguntas que se generen. Las condiciones de saturación en
las que frecuentemente se trabaja dificultan mucho esta labor que por
otra parte no se registra ni se reconoce de ninguna manera.
Este tema merece una reflexión tanto
de los que tienen algo que ver con el mundo de la salud como por
todos aquellos que en alguna ocasión necesitarán sus cuidados y
servicios. Vivir en una sociedad con miedo genera enfermedad. Darnos
cuenta es el primer paso para modularlo.
Salvador Casado en médico de familia
@DoctorCasado
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