Belleza tóxica desde el aire. Las
imágenes que ilustran este reportaje pertenecen a los proyectos Side
Effects y Toxic Beauty, del polaco Kacper Kowalski, sobre la compleja
relación del ser humano con la naturaleza. Se trata de fotografías
tomadas desde el aire en vuelos en parapente a unos 150 metros de
altura en distintas regiones de Polonia. En esta foto, una planta de
producción de sal. / KACPER KOWALSKI
José Luis Barbería 10 de Junio de
2017
Cáncer, infertilidad, diabetes, superbacterias resistentes a
los antibióticos… Son las nuevas plagas de la contaminación
global, vinculadas a la exposición creciente a compuestos químicos
relacionados con nuestro estilo de vida.
LA LECHUGA que usted se sirve a la mesa
puede muy bien haber sido regada con amoxicilina o ibuprofeno, sobre
todo si el suministrador irriga su huerta con aguas residuales; el pescado que consume puede contener metales pesados, particularmente
si se trata de un pez grande, depredador; y el filete de carne quizá
proceda de un animal tratado con fármacos o alimentado con piensos
basura.
El químico estadounidense Thomas
Midgley, inventor de los compuestos clorofluorocarbonos (CFC),
falleció en 1944 con la satisfacción de haber hecho un gran
servicio a la humanidad. Los CFC, utilizados como refrigeradores en
el aire acondicionado de los vehículos, la industria y las neveras
domésticas, estaban desempeñando un papel importante en la
conservación de los alimentos y, por lo tanto, en la lucha contra el
hambre en el mundo. Años después, se evidenció que los CFC eran los principales causantes de la destrucción de la capa de ozono.
El suizo Paul Hermann Müller, premio
Nobel de Medicina en 1948 por su descubrimiento del compuesto
organoclorado DDT (difenil tricloroetano), tuvo peor suerte. Murió
en 1965, tres años después de que el libro La primavera silenciosa,
de la bióloga marina Rachel Carson, pusiera de manifiesto que su
popular insecticida, tan eficaz en la lucha contra la malaria y la
fiebre amarilla, había contaminado hasta al último habitante y
rincón del planeta, además de extinguir a especies de fauna y
flora. Pese a que fue prohibido en los años setenta, la humanidad y
los animales al completo seguimos todavía portando cantidades
residuales de ese compuesto. El DDT está hoy presente en las
placentas, los cordones umbilicales y la leche con que las madres
actuales amamantan a los bebés. Además de DDT, nuestros niños
presentan muchas otras sustancias de síntesis en orina y sangre.
Una acería. KACPER KOWALSKI
|
“¿Es posible hacer un uso sostenible de los productos químicos
que mejoran nuestra calidad de vida y, al mismo tiempo, disfrutar de
un planeta no contaminado? ¿Podemos seguir vertiendo al medio
ambiente todo aquello que nos sobra como si el planeta fuera un
sumidero sin fin?”, se pregunta Félix Hernández, catedrático de
Química Analítica de la Universidad Jaume I de Castellón. Son
interrogantes que llevan tiempo revoloteando sobre la comunidad
científica, pero es ahora cuando adquieren un tono de alarma. Las
nuevas técnicas de análisis, capaces de detectar concentraciones de
sustancias químicas que antes pasaban inadvertidas, han puesto al
descubierto un universo contaminante nuevo, inherente a nuestro
estilo de vida, que surge del uso intensivo de fármacos y drogas, de
detergentes, productos de limpieza, higiene y cosmética, así como
de aditivos de gasolina, del consumo de alimentos enlatados y
envasados y de los innumerables compuestos plásticos sintetizados
por la industria química. Es una toxicidad, por lo general, de poca
intensidad, pero silenciosa, múltiple, permanente y global, que se
propaga por el aire, los alimentos, la ropa o el agua.
El planeta viene a ser un circuito
cerrado de tráfico acumulativo de sustancias sintéticas no
biodegradables que transitan por las cadenas alimentarias. A falta de
un consenso científico sobre las dosis de concentración peligrosas
para la salud humana y el medio ambiente, estos contaminantes,
denominados emergentes, continúan contando con el visto bueno
administrativo, aunque cada vez están más sujetos a investigación.
Los científicos punteros en el fenómeno advierten que nuestra
exposición creciente y masiva a estos compuestos está contribuyendo
de manera significativa al aumento de los cánceres, la caída de la
fertilidad y el incremento de la diabetes, además de a la aparición
de superbacterias resistentes a los antibióticos.
PESE A SU PROHIBICIÓN EN LOS AÑOS SETENTA, EL DDT SIGUE PRESENTE HOY EN LAS PLACENTAS, LOS CORDONES UMBILICALES Y LA LECHE MATERNA
“La situación es muy seria. Estamos
expuestos a sustancias capaces de alterar nuestro sistema hormonal y
causarnos problemas de salud de efectos irreversibles. Las
investigaciones están haciendo temblar las bases de la toxicología
reguladora, y aunque los lobbies industriales se están movilizando
con el mensaje de que no pasa nada, hay una brecha entre la ciencia
clínica y las reglamentaciones”, afirma Nicolás Olea, reputado
especialista en los contaminantes emergentes que actúan como
“disruptores endocrinos”, compuestos químicos que interfieren en
el sistema hormonal humano y animal y alteran nuestro crecimiento y
reproducción. Miembro de los comités de expertos de Dinamarca y
Francia, es el científico más veces citado por sus pares en esta
materia (12.800). Y la Unión Europea acaba de encargarle un proyecto
presupuestado en 75 millones de euros para que investigue la
exposición comunitaria a estos contaminantes.
Los experimentos realizados con peces,
moluscos y gasterópodos permiten a los investigadores atribuir a los
disruptores endocrinos fenómenos de feminización, hermafroditismo y
masculinización, malformaciones en recién nacidos, el desarrollo de
cánceres de dependencia hormonal —mama, próstata, ovarios—, el
aumento de la infertilidad y el crecimiento de tejido endometrial
fuera del útero (endometriosis). Otro ejemplo: la pérdida de
cantidad y calidad del semen es un hecho. Se sabe que el conteo
espermático cayó casi al 50% durante el periodo 1940-1990.
“La salud de nuestro planeta y la
nuestra propia están amenazadas”, advierte Miren López de Alda,
especialista del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones
Científicas) en diagnóstico ambiental y estudios del agua. “Durante
décadas, hemos vertido al medio ambiente toneladas de sustancias
biológicamente activas, sintetizadas para su uso en la agricultura,
la industria, la medicina, etcétera. Como consecuencia de su uso
intensivo, sobre todo, en granjas y piscifactorías, algunos
antibióticos se han hecho ineficaces”.
Un agricultor esparciendo fertilizante
en el campo. KACPER KOWALSKI
|
Muchos fármacos y pesticidas —ambos
se utilizan en cantidades similares— persisten durante décadas en el medio ambiente acuático, a veces modificados y sujetos a
transformaciones químicas incontroladas. “Antiguamente se creía
que todo dependía de la dosis”, explica Miquel Porta, catedrático
de Salud Pública en la Universidad Autónoma de Barcelona e
investigador del IMIM (Instituto Hospital del Mar de Investigaciones
Médicas). “El veneno es la dosis’, dejó escrito el alquimista y
médico Paracelso hace 500 años. Pero hoy sabemos que los
contaminantes pueden ser también dañinos a concentraciones bajas”.
“Una parte preocupante de los
trastornos y enfermedades crónicas o degenerativas, como las
cardiovasculares, ciertos cánceres, la infertilidad, la diabetes, el
párkinson o alzhéimer, se debe a las mezclas de contaminantes
químicos artificiales”, asegura Porta. “Los llevamos en nuestro
cuerpo porque estamos expuestos a ellos de forma continuada y muchos
se nos acumulan. La principal vía de penetración en el cuerpo son
los alimentos y sus envases, el aire y el agua, la ropa que contiene
sustancias plastificadas, los productos de limpieza de la casa y de
higiene personal, cosméticos, juguetes… Estos contaminantes
perturban nuestra fisiología, incrementan las alteraciones genéticas
y epigenéticas: lesionan nuestro ADN y dañan nuestro sistema
nervioso”.
DE LOS 140.000 PRODUCTOS QUE SINTETIZA LA INDUSTRIA QUÍMICA, SOLO SE HAN ANALIZADO 1.600 PARA VER SI SON TÓXICOS O CANCERÍGENOS
En apoyo de esta tesis, el investigador
barcelonés aduce un largo listado de estudios que demuestran la
presencia de contaminantes en la sangre de las embarazadas,
adolescentes y niños de distintas ciudades españolas. “Hace 25
años pensaba que las conclusiones de Nicolás Olea eran algo
alarmistas, pero ahora creo que se quedaba corto”, prosigue Porta.
“La situación es mucho peor de lo que parecía. A los viejos
contaminantes persistentes que entraron en la cadena alimentaria
humana y animal décadas atrás, antes de ser prohibidos, se están
uniendo los 140.000 productos sintetizados por la industria química.
Solo unos 1.600, el 1,1%, han sido analizados para determinar si son
cancerígenos, tóxicos para la reproducción o disruptores
endocrinos, así que nos quedan por analizar los 138.400 restantes”.
Todos los años salen al mercado entre 500 y 1.000 nuevos productos.
Solo el comercio mundial de automóviles supera al de las sustancias
químicas.
“No tenemos una imagen completa de
todos los componentes industriales sintetizados en el mercado de la
UE”, admite Hanna-Kaisa Torkkeli, portavoz de la Agencia Europea de Productos Químicos (ECHA), con sede en Helsinki. “Nuestro
reglamento comunitario REACH es pionero en exigir a las industrias
que aporten datos que cumplan con los requisitos legales, pero la
calidad de la información que nos suministran dificulta a menudo que
podamos hacernos un juicio global sobre la peligrosidad del producto
en cuestión. Las autoridades regulatorias analizan cientos de
sustancias, al tiempo que insistimos a las empresas para que nos
ofrezcan datos más fiables”. De los 553 compuestos evaluados como
potenciales disruptores endocrinos, 194 han sido incluidos en la
categoría “clara evidencia de perturbación endocrina” y 125 en
la de “posibilidad de perturbación endocrina”.
La ECHA tiene abierto un plazo que
finaliza el 31 de mayo de 2018 para que las industrias registren las
sustancias químicas que fabrican o importan en cantidad superior a
una tonelada. “Más de 11.000 empresas lo han hecho hasta ahora”,
afirma Hanna-Kaisa Torkkeli. “Nuestra base de datos reúne
información de más de 120.000 productos químicos. De las 173
sustancias consideradas de gran peligrosidad potencial, 31 han sido
incluidas en el listado de las que únicamente pueden ser
comercializadas con una autorización específica. El control
efectivo es mucho mayor que hace 10 años”.
Vista desde el aire del techo de un
depósito de combustible. KACPER KOWALSKI
|
“Nosotros aplicamos el reglamento
REACH y somos un sector superregulado”, manifiesta María Eugenia
Anta, directora de Tutela de Producto de la patronal química Feique.
“Aunque no podemos evitar que la gente se tire a un río
contaminado. Este es un tema complejo. Hay miles de sustancias,
incluidos el café y la soja, que pueden interactuar en el terreno
endocrino. Nosotros hacemos nuestros propios estudios y réplicas de
las investigaciones y creemos que un producto puede tener efectos
sobre los animales, pero no sobre las personas”.
La industria química española viene
de experimentar una década prodigiosa con un aumento espectacular de
las exportaciones y unos ingresos superiores a los 60.000 millones de
euros anuales. Da empleo a 191.000 personas y supone el 12,4% del
PIB. “Innovando para un futuro sostenible. La química como
solución inteligente para el futuro de las personas”, es el lema
que preside la asociación patronal.
“El poder de producción e innovación
de la industria química farmacéutica y alimentaria es muy superior
a la capacidad de control de las Administraciones”, declara Jesús
Ibarluzea, biólogo de la sanidad vasca. “Ahora sabemos que no todo
lo que viene con el marchamo de progreso es para bien. Antes,
considerábamos que el tejido adiposo era neutro, pero ahora vemos
que muchas sustancias se acumulan en él, son obesogénicas. También
comprobamos que los niños más expuestos a los compuestos
organoclorados (plaguicidas y PCB) tienen menor desarrollo físico y
neurológico; que hay compuestos organobromados en plásticos y
espumas; que los bisfenoles están presentes en la capa interior
blanca de las latas de conservas y en diversas resinas; y que el
teflón, el compuesto perfluorado que forma la capa antiadherente de
las sartenes, termina en nuestro estómago. A este largo listado hay
que añadir otro montón de sustancias que se encuentran en los
productos de limpieza, cosmética o protección solar, algunos con
propiedades de disruptores endocrinos, pero, en general, poco
conocidos en sus efectos sobre la salud”.
LOS NIÑOS DE VALENCIA TIENEN MÁS MERCURIO PORQUE CONSUMEN MÁS PESCADO. CADA REGIÓN, CADA PAÍS, TIENE SU HUELLA TÓXICA
“Sabemos que los microplásticos
utilizados en la fabricación de bolsas, contenedores de bebida y
comida, envoltorios y juguetes pueden durar hasta 100 años en el
mar, ser ingeridos por peces mesopelágicos (que navegan entre la
superficie y los 200 metros de profundidad) y pasar a formar parte de
nuestra cadena alimentaria. Es lo que yo llamo la “contaminación
interior”, abunda Miquel Porta. Al igual que la OMS (Organización
Mundial de la Salud), las agencias europeas reconocen que,
efectivamente, algunas de las sustancias sintetizadas pueden causar
infertilidad, diabetes y cáncer. Admiten igualmente que el cuerpo
humano no es capaz de metabolizar compuestos plásticos y otras
sustancias utilizadas por la industria.
José Luis Rodríguez Gil, investigador
especializado en ciencias ambientales y miembro de la Sociedad de
Toxicología y Química Ambiental (SETAC), relativiza el peligro de
los componentes sintéticos y pone en valor los beneficios en la
pelea contra el cáncer que proporciona haber reducido el uso de
estufas y chimeneas. Juzga irrelevante que las sustancias
contaminantes sean sintéticas o de origen natural y defiende que el
cuerpo humano puede metabolizar o almacenar ambas igual e
indistintamente. “La función principal del hígado es deshacerse
de esos compuestos”, apunta. A la espera de nuevas pruebas, se
inclina por atribuir a los cambios en el estilo de vida las tasas de
incidencia de enfermedades que detectan los estudios epidemiológicos.
Admite, eso sí, como “áreas de incertidumbre” y fuentes de
“alarma”, la exposición a los antibióticos, a los disruptores
endocrinos y a las mezclas de sustancias, pero indica: “Hasta hoy
no tenemos la certeza al 100% de que exista un problema generalizado
y, de haberlo, cuáles serían los compuestos responsables”.
La suya es una posición discutida. “El
hombre ha estado siempre expuesto a mezclas complejas de compuestos
químicos, pero el número y variedad de ellos, en su mayoría
sintéticos, han aumentado de forma exponencial en las últimas
décadas y en un periodo de tiempo corto que hace difícil que la
naturaleza pueda adaptarse”, subraya Miren López de Alda. “No es
cierto que los actuales niveles sanguíneos de tóxicos hayan
existido siempre”, asevera Miquel Porta. “Comparar la toxicidad
actual con la que generaban el carbón de cocina, etcétera, es un
despropósito semejante al de equiparar la contaminación de nuestros
días con la producida por las erupciones volcánicas y los grandes
incendios de la antigüedad. Lo que tenemos ahora en el cuerpo es
miles de veces superior”.
Un obstáculo mayor a la hora de
asentar la certidumbre científica en los foros de la industria, las
Administraciones y la política es la dificultad de establecer con
exactitud qué cantidades de las sustancias disruptivas representan
un peligro objetivo para el ser humano. Se sabe que en los momentos
críticos de la gestación y la primera infancia una pequeña dosis
puede ser muy dañina. “El bebé que mama leche contaminada no va a
caer fulminado en el acto, desde luego, pero puede tener un problema
de fertilidad décadas más tarde”, apunta Nicolás Olea. Si
asociar causa (contaminación) y efecto (enfermedad) en el plano
individual resulta difícil, lo es mucho más evaluar con precisión
las consecuencias de la exposición múltiple ambiental, el
denominado “efecto cóctel”. “Somos más complejos que los
peces y a nosotros enfermar nos lleva su tiempo, pero la exposición
continuada a bajas dosis y sus efectos están ahí”, subraya Olea.
Zona de almacén de materiales y carga
en el puerto de Gdynia (Polonia). KACPER KOWALSKI
|
Además de DDT, el científico de
Granada ha encontrado otro disruptor endocrino, el tetrabromo
bisfenol A (un eficaz retardador de la llama utilizado en el textil
que evita que los objetos ardan), en la totalidad de las placentas y
la sangre de bebé analizadas. “El cáncer de mama en Granada
aumenta anualmente el 2,8% y ese incremento no es solo atribuible al
hecho de que las mujeres tienen ahora hijos más tarde —dar de
mamar previene contra ese cáncer—, sino también a la
contaminación ambiental”, asegura. “Es esa contaminación, que
en algunas personas supera el centenar de compuestos químicos en
sangre, la que explica que los niños españoles meen plásticos,
cosméticos, metales pesados… Los de Valencia tienen más mercurio
de la cuenta, y es porque consumen más pescado. Cada región, cada
país, tiene su propia huella tóxica, pero el fenómeno es general.
Cabe muy poco consuelo cuando te dicen que los niños alemanes tienen
incluso valores superiores a los nuestros”.
La constatación de que las madres
transfieren parte de su contaminación a los bebés que amamantan ha
llevado incluso a cuestionar la conveniencia de la lactancia, aunque
los especialistas se pronuncian a favor de mantenerla por los grandes
beneficios de la leche materna. “Todos los esfuerzos de la
industria y de las Administraciones van encaminados al diagnóstico y
al tratamiento individualizado, cuando lo que tenemos es un problema
ambiental que deberíamos encauzar por la vía de la prevención”,
asevera Olea. “Es absurdo combatir la infertilidad derivada de la
técnica con más técnica y multiplicando las clínicas de
fertilización privadas. Alguien debería ver esto con perspectiva”.
LOS EXPERTOS PIDEN QUE SE INSTALEN FILTROS EN LAS DEPURADORAS PARA IMPEDIR QUE LOS NUEVOS TÓXICOS SINTÉTICOS PASEN AL CICLO DEL AGUA
¿Qué hacer? Dar marcha atrás en los
hábitos de consumo parece una quimera. ¿Acaso podemos prescindir de
los plastificantes y del resto de policarbonatos que se nos han hecho
indispensables y sustentan parte de la economía? ¿Habría que
prohibir la píldora anticonceptiva y el tratamiento contra la
menopausia, dos de los estrógenos sintéticos que más disforia de
género producen? La retirada del mercado del Vioxx, el
antiinflamatorio cardiotóxico, solo se produjo en septiembre de 2004
después de largos meses de debate y cuando el número de sus
víctimas se contaban por miles. Hubo que esperar a junio de 2011
para que la UE prohibiera los biberones de plasma de policarbonato de
toda la vida. A propósito de las actuaciones de la multinacional
Monsanto, acusada de amañar mediante sobornos informes falsamente
científicos favorables a sus intereses, la Corte Penal Internacional
ha propuesto incorporar el delito de ecocidio para quienes “causen
daños sustanciales y duraderos a la diversidad biológica y a los
ecosistemas y afecten a la vida y salud de las poblaciones humanas”.
Parece obligado que determinados
fármacos —el amidotrizoato y el iopamidol (utilizados como medio
de contraste en rayos X), la carbamazepina (de uso en el tratamiento
de la epilepsia), el diclofenaco (analgésico) y el clotrimazol
(antimicótico)— pasen a ser considerados sustancias prioritarias
peligrosas por su ecotoxicidad en el medio ambiente. Pero, más allá
de las prohibiciones puntuales, lo que se propone son medidas
preventivas. La más reclamada por los especialistas
medioambientales, aunque costosa, es la instalación de filtros de
tratamiento modernos en las estaciones depuradoras de aguas
residuales para impedir que los nuevos tóxicos sintéticos pasen al
ciclo del agua.
“No es cierto que no pueda hacerse
nada”, opina Miquel Porta. “Se puede mejorar la eficacia de las
agencias de salud públicas; apoyar a los agricultores, ganaderos y
empresarios para que hagan mejor su trabajo; se puede mentalizar a la
población para que no caliente en el microondas alimentos dentro de
tuppers o envases de plástico y para que recicle mejor y no vierta
fármacos ni productos tóxicos por los desagües”. Si, como
sostienen los científicos, los detergentes, fármacos y cosméticos
participan activamente en la contaminación general, haríamos bien
en autolimitarnos en su uso. Hoy por hoy, vivimos instalados en la
paradoja de que cuanto más cuidados e higiene personal nos aplicamos
y más y más limpiamos nuestros hogares, más contribuimos a
propagar las sustancias tóxicas.
Como con el cambio climático,
encarrilar el problema requerirá consenso político, grandes
acuerdos y una nueva conciencia ciudadana. Nicolás Olea no oculta su
impaciencia: “A menudo me pregunto si quienes nos patrocinan y
subvencionan, incluso generosamente, se leen las conclusiones de
nuestros trabajos. Me gustaría que los escépticos se imaginaran por
un momento que tenemos razón y que todo esto que decimos se
manifiesta claramente dentro de 40 años, cuando haya que entonar a
coro: ¡La hemos hecho buena, la hemos fastidiado bien!”.
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