11 de octubre de 2018 por Sessec
Diario Médico entrevista a nuestro
vicepresidente, Dr. Joaquim Fernández Solà, y al Dr. José Alegre
sobre el Síndrome de Fatiga Crónica (SFC). El Dr. Alegre estará
presente en el II Simposio Internacional de Síndrome de Sensibilidad
Central en Sevilla, con la ponencia: “Perfil clínico del paciente
con Síndrome de Fatiga Crónica”.
El reconocimiento en 1990 del síndrome
de fatiga crónica (SFC), así como de la fibromialgia, por parte de
la Organización Mundial de la Salud, supuso el aval científico a la
propia existencia de la enfermedad y el motor para el crecimiento
exponencial de su investigación. Una búsqueda en internet ofrece
más de 8.000 referencias, incluyendo algunas publicaciones
relevantes. No obstante, persisten ciertas reticencias por el
desconocimiento etiológico, la falta de pruebas diagnósticas
objetivas y las limitaciones terapéuticas, lo que acaba
repercutiendo en la atención de los enfermos.
“La sensación es de estancamiento,
porque el reconocimiento científico, indiscutible, no se ha
traducido en la normalización de su atención, tanto en recursos
como en la percepción de parte del colectivo médico, que sigue
siendo reticente o indiferente, en primaria y en especializada. Se
ha dejado el manejo de la enfermedad a un grupo muy reducido de
profesionales interesados, lo que ha generado un nivel de desatención
importante en algunos territorios”, señala Joaquim Fernández
Solà, jefe de la Unidad de Sensibilización Central del Hospital
Clínico de Barcelona.
Si bien la OMS reconoció en 1990 el síndrome de fatiga crónica, persisten reticencias por la falta de pruebas objetivas y las limitaciones terapéuticas
Al igual que la fibromialgia (FM) o la
sensibilidad química múltiple (SQM), el SFC se engloba en los
llamados síndromes de sensibilización central (SSC), que comprenden
muchos otros procesos (migraña, colon irritable, síndrome de
piernas inquietas, cistitis intersticial crónica… hasta la
cincuentena) que comparten fisiopatología y cuyas manifestaciones
suelen solaparse. “Son enfermedades complejas e incómodas para el
profesional -añade este experto- porque los pacientes refieren un
conjunto de síntomas que hay que saber interpretar para no
perderse”.
Como “una de las pocas buenas
noticias en los últimos tiempos”, Fernández Solà destaca el plan
de la Generalitat de Cataluña de atención a los SSC (centrado en
fibromialgia, fatiga crónica y SQM), en marcha desde 2017 y que
contempla el despliegue de 18 unidades multidisciplinarias
especializadas, tanto en hospitales como en centros de salud,
repartidas por todo el territorio.
Alteración neuroinflamatoria
Aún por concretar la etiología del
SFC, José Alegre, coordinador de la Unidad de Fatiga Crónica del
Hospital Valle de Hebrón, en Barcelona, explica que existe consenso
en considerarla “una enfermedad de base genética, sistémica, con
fisiopatología de alteración inmunoinflamatoria y cuyos
desencadenantes son múltiples, desde infecciones y tóxicos a
multitud de procesos patológicos”. Es decir, una afectación
sistémica que está regulada por un proceso inflamatorio cerebral,
al que se añade una disfunción mitocondrial.
Alegre advierte de que, aparte de la
comorbilidad entre distintos SSC -la mitad de pacientes con SFC
sufren también fibromialgia, por ejemplo-, cabe distinguir entre
esta fatiga crónica primaria y la secundaria a procesos como la
esclerosis múltiple, la artritis reumatoide, la depresión o, en
particular, el cáncer. “El 15 por ciento de los que sobreviven a
un cáncer desarrollan fatiga crónica, lo que ha llevado a los
grandes centros oncológicos estadounidenses a dedicar unidades
específicas”. En esta dirección, Valle de Hebrón quiere
constituir una que puede ser pionera en Europa.
Aunque son escasos los estudios
epidemiológicos sobre SFC, se estima que afecta al 0,5 por ciento de
la población general, con un predominio claro de mujeres, en una
relación diez a uno respecto a los hombres. A ellas se dirigió
Alegre la semana pasada en el Women 360º Congress, cita de
referencia sobre salud y bienestar para mujeres directivas y
empresarias, celebrado en Sant Cugat (Barcelona), poniendo el énfasis
en la adaptación del puesto de trabajo a una enfermedad limitante
como ésta.
A pesar de la diversidad de los
síntomas implicados, el diagnóstico es sencillo y exclusivamente
clínico. Consiste en aplicar los criterios internacionales
(criterios de Fukuda, 1994), cuyo criterio mayor es la fatiga
persistente (seis meses como mínimo), inexplicada, de inicio
definido, que no mejora con el descanso y que reduce de forma
significativa la actividad cotidiana del paciente. A la fatiga se
suman otros síntomas asociados, como el deterioro cognitivo en
memoria o concentración, la intolerancia severa al ejercicio físico,
el sueño no reparador y otros síntomas sistémicos (dolor muscular,
de garganta, adenopatías).
“Afortunadamente, estos criterios son
muy sensibles y específicos para el diagnóstico del SFC, puesto
que, a pesar de los cientos propuestos, no disponemos de
biomarcadores específicos”, remarca Fernández Solà. De hecho, la
alteración analítica más frecuente en estos pacientes es el
colesterol elevado, por una mala utilización de la energía y la
transformación de ésta en colesterol.
De acuerdo a la evidencia disponible, el tratamiento no es curativo y sólo mejora de forma parcial y adaptativa el 20-30 por ciento de los síntomas
En todo caso, la sencillez diagnóstica
contrasta con unas limitaciones terapéuticas claras. Un informe
reciente de la Agencia de Calidad y Evaluación Sanitarias de
Cataluña (Aquas) sobre la evidencia disponible recuerda que el
tratamiento no es curativo y que sólo mejora de forma parcial y
adaptativa el 20-30 por ciento de los síntomas, mientras que el 5
por ciento de los pacientes son refractarios.
Se trata de un tratamiento
multidisciplinar y personalizado que descansa en tres patas: terapia
cognitivo-conductual, ejercicio físico gradual y tratamiento
farmacológico complementario. “Con la primera, que tiene el máximo
grado de evidencia, conseguimos la aceptación de la enfermedad y
ayuda al paciente a adaptar su vida a la nueva situación”, explica
Alegre. También con el máximo nivel de evidencia (grado A), el
ejercicio físico debe ser gradual, aeróbico, individualizado y casi
siempre supervisado. “Por el contrario, el descanso prolongado es
perjudicial, ya que los pacientes empeoran”.
Dado que ningún fármaco está
indicado para la fatiga, el tratamiento farmacológico se dirige al
control de otros síntomas, como el dolor, los trastornos del sueño,
los estados depresivos o la migraña. Por el momento, los fármacos
biológicos no han acreditado su utilidad, aunque estudios recientes
sugieren que algunos de los empleados en el tratamiento de la
esclerosis múltiple y la artritis reumatoide podrían mejorarlo.
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