17 de enero de 2019 por Sessec
Antenas de telefonía, wifi,
vigilabebés, teléfonos móviles, televisores inteligentes, líneas
de alta tensión, cableados domésticos, subestaciones de
transformación, motores eléctricos… estamos rodeados de campos
electromagnéticos tanto fuera como dentro de nuestras casas. Para la
gran mayoría de la población esto no supone un problema, sin
embargo, para algunas personas el simple hecho de exponerse a todas
estas radiaciones afecta de forma notable a su salud hasta el punto
de que esta circunstancia, denominada electrohipersensibilidad, acaba
de ser reconocida por un tribunal español como causa de accidente
laboral.
Insomnio, dolor de cabeza, neuralgia,
dolores osteomusculares, problemas circulatorios (hormigueo), de
memoria cercana, desorientación espacial, prurito… son sólo
algunos de los síntomas que padece Joaquín Sanz como respuesta
biológica a los campos de alta y baja frecuencia. Empezó a
manifestar los primeros en 2009. Pero no consiguió un diagnóstico a
sus problemas hasta cinco años después. «Como es una patología
que afecta a nivel sistémico y tiene una sintomatología muy variada
tanto a nivel físico como cognitivo fui a todo tipo de
especialistas, pero no encontraron ninguna razón orgánica que
justificara mi malestar. Entonces me derivaron a Enfermedad Mental
pero no me vieron nada, no había ninguna psicopatología primaria»,
cuenta Sanz. Entonces comprobó que cuando se ausentaba de su
domicilio o del trabajo los síntomas remitían, lo que le hizo
pensar que era algo medioambiental.
El problema, como explica Rosa Nieto,
secretaria de la Asociación Electro y Químico Sensibles por el
Derecho a la Salud (Eqsds), radica en que la enfermedad no está
reconocida ni por la Organización Mundial de la Salud (OMS), ni en
España, y eso que la propia OMS en 2011 consideró los campos
electromagnéticos de radiofrecuencia un posible carcinogénico con
categoría 2B.
«La electrosensibilidad es una entidad
médica que no ha recibido categoría de enfermedad por intereses. La
podemos reconocer con cierta facilidad pero no está bien constatada
ni regulada», coincide Joaquím Fernández Solá, jefe de la Unidad
de Sensibilización Central del Hospital Clinic de Barcelona. Como
explica este experto, que también es vicepresidente de la Sociedad
Española de Síndrome de Sensibilidad Central, existe una base
genética para este problema: «La base de la enfermedad es lo que se
llama sensibilización central, que comprende más de 50
patologías (entre las que se encuentra la fibromialgia o la
sensibilidad química). Son personas con una predisposición
genética, se ve más en mujeres y se produce cuando te expones a
productos irritantes que pueden ser desde la luz o la temperatura a
las radiaciones electromagnéticas, que tienen una incidencia muy
alta y que no son inocuas para toda la población. Una de cada 1.000
personas tienen síntomas cuando se expone a emisiones que les
produce una disfunción en el Sistema Nervioso Central».
El diagnóstico no se obtiene por
pruebas sino por criterios clínicos que miden el contexto de la
exposición en relación con los síntomas. «Relacionamos una
exposición determinada con los síntomas razonables de la
hipersensibilidad en ausencia de otra enfermedad, como por ejemplo la
psiquiátrica». Para intentar mejorar su diagnóstico desde el
Clinic han hecho una propuesta de criterios de la enfermedad, porque,
dice Solá «el problema es que no tiene un reconocimiento automático
ni una atención específica. No está regularizado lo que, hasta
cierto punto resulta frecuente en Medicina, pero es que tampoco hay
interés por hacerlo». Estos criterios son: que haya una fuente de
exposición adecuada; que la radiación no sea sólo de un sólo tipo
de fuente; que la enfermedad mejore cuando ésta se evita; que no
haya otra patología que lo justifique. Además, es habitual que
estos pacientes tengan otras enfermedades por sensibilización
central.
Exiliados tecnológicos
«Las personas electrosensibles no
tienen tolerancia a las exposiciones habituales de campos eléctricos
y electromagnéticos, estamos hablando de cosas tan comunes como
llevar un móvil o el cableado eléctrico de una vivienda. Sus
orígenes pueden ser motivados por exposiciones previas especialmente
altas», explica Carles Surià, ingeniero y consultor en
Biohabitabilidad. Además, la electrosensibilidad es crónica,
irreversible y acumulativa. Por eso, más allá de medicamentos para
paliar algunos de los síntomas que produce (como analgésicos para
el dolor o pastillas contra el insomnio), evitar la exposición es la
única medida posible para «protegerse».
Joaquín Sanz trabajaba en un oficina
convencional con wifi, móviles, ordenadores, impresoras, techos
técnicos, transformadores… y una subestación eléctrica en
Zaragoza, lo que ha llevado a reconocer su caso como accidente
laboral. Ahora se ha trasladado a un pueblecito de Teruel –Samper
de Calanda de apenas 800 habitantes– tratando de huir de la
contaminación electromagnética. «En mi casa entraban más de 20
wifis de mis vecinos», cuenta. Es un exiliado tecnológico. Y la
contaminación electromagnética va a más.
«Pasar del 4G al 5G supone aumentar
cinco veces la exposición ambiental a radiaciones. Y este va a ser
un problema exponencial a medida que pase el tiempo. Estamos viendo
ya consecuencias a nivel médico y, aunque no son importantes, van a
ir a más por definición porque la exposición es mayor», advierte
el doctor Solá.
«Los límites de exposición previstos
en la ley previenen los efectos a corto plazo para tipos individuales
de campos eléctricos, magnéticos y electromagnéticos. Pero no
contempla límites de exposición inferiores en caso de interacciones
entre ellos, lo que ocurre de forma común en la vida diaria. Los más
aceptados a nivel internacional son las normas suecas TCO para
pantallas de ordenador. Se crearon para prevenir los efectos a la
salud de las radiaciones electromagnéticas. A pesar de no ser
vinculantes y de que sus límites son muy inferiores a los legales,
son usados por muchos fabricantes como patrón. La TCO presenta unos
límites de 200 nanoTeslas a 30 cm del plano de la pantalla. En
España, el nivel de acción superior en lugares de trabajo a la
frecuencia de red de 50Hz, es de 6.000.000 nanoTeslas», explica
Surià. Por eso, continúa, «más allá de los efectos jurídicos y
de las puertas que están abriendo los tribunales al reconocimiento
de nuevos casos, representa un toque de atención a la sociedad. La
prevención debería ser una opción inteligente».
Un paso más para su reconocimiento
legal
La sentencia del Tribunal Supremo de
Aragón podría servir para fijar una doctrina hasta ahora
inexistente ya que va un paso más allá de las obtenidas en 2011,
2016 y 2017 en los juzgados españoles donde la
electrohipersensibilidad sólo fue reconocida como motivo de
incapacidad laboral ya que los trabajadores no pudieron demostrar la
relación causal. «Ahora se abre una vía para que otros casos
puedan tener la misma consideración de contingencia profesional»,
algo relevante porque el acceso al derecho de la prestación es más
duro en una enfermedad común, afirma Pedro José Jiménez, abogado
de Joaquín Sanz. Esta sentencia, asegura el jurista, llena la laguna
que hay en la ley que no recoge la electrohipersensibilidad como
enfermedad laboral al no estar incluida en el RD 1299/2006 como sí
lo están, en cambio, algunas hipersensibilidades a agentes químicos.
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