S. McCoy 16/04/2012 06:00h
Nos
hemos empeñado desde el inicio de la crisis soberana europea en
negar la evidencia. Cuando un estado entraba en desgracia, el
voluntarismo de los demás por distanciarse se activaba de inmediato.
“Por
favor, dónde va hombre, mi país no es como ese otro”.
Dicho con mucho énfasis, eso sí, como si a los mercados –léase
acreedores- se les pudiera convencer por la vía de las palabras.
Tales cortafuegos verbales, como era de suponer, han sido ineficaces.
A los hechos me remito. La discrepancia en las causas, base de la
argumentación, no ha impedido la uniformidad de la consecuencia.
Ahora
es España la que está en el punto de mira.
Y la insana indiferencia inicial y la teórica imposibilidad
posterior se han visto sustituidas por la incredulidad y la
indignación. ¿Qué ha fallado? En esencia tres
han sido las causas fundamentales que han puesto la cruz a las
naciones hasta ahora intervenidas.
Un problema de credibilidad de sus finanzas públicas, caso de
Grecia; la inviabilidad de su sistema financiero, que fue lo que
condenó a Irlanda; y un cóctel imposible endeudamiento-crecimiento,
talón de Aquiles, mejor dicho: cuerpo entero, portugués.
A
nivel país, nos hemos empeñado en dar razones para la primera, con
o sin razón, al revisar el déficit en más de dos puntos y
cuestionar la credibilidad de las cuentas regionales; pesa como una
losa dentro de la segunda el tema Bankia, al que todo el mundo ahí
fuera sigue vinculando la resolución definitiva de la cuestión
bancaria española, demora asociada a ese vocablo tan bonito que es
procrastinar; y, mientras que el sector exterior nos da un respiro,
muchos se cuestionan qué puede ser de nosotros con un consumo
interno deprimido por el desempleo, el precario valor de los activos
y el exceso de endeudamiento. No
es de extrañar que, ante ese panorama, nos hayan puesto la cruz. Hay
razones para ello.
Otra
cosa bien distinta es esa imagen que muchos medios internacionales se
empeñan a dar de España,
que sucesos ‘reales’ como los de este fin de semana no ayudan a
mejorar (Valor
Añadido,
A
don Juan Carlos se le acabó el crédito, ¿es la hora de Felipe VI?,
15-04-2012).
El
sesgo hacia la calamidad es una contante, como lo es la difusión de
aquellas imágenes que más daño pueden hacer a nuestra percepción
exterior,
algaradas, manifestaciones y/o situaciones desesperadas. Ni un
resquicio para la esperanza. Da la sensación de que solo falta un
muerto para que estalle la calle. Y pesa. Y de qué manera. No lo
digo yo, lo dicen por ejemplo esas escuelas de negocio que han tenido
que convertir en prescriptores a sus alumnos foráneos ante el
rechazo del estudiante extranjero a matricularse en esa
suerte de infierno en la tierra que parece que somos.
Y es solo un ejemplo.
Los
que tenemos nuestro día a día entre las fronteras nacionales
sabemos
que no es la realidad, que en el espejo cóncavo del sensacionalismo,
la figura hispánica que se percibe es errada.
Pero poco importa. Los
datos son
los que son y ni los observadores externos pueden ni los analistas
españoles deben sustraerse a ellos. Porque son
caldo de cultivo para lo peor.
Y si no ha llegado ya, si
la calle no ha ardido, es por esas siete razones,
entre otras, a las que hicimos referencia en su día en estas mismas
líneas (Valor
Añadido,
Siete
Razones por las que no arde la calle en España,
02-11-2011).
Economía sumergida, protección familiar, bajos tipos de interés,
estado del bienestar, deflación de precios, globalización y
virtualización, ausencia de liderazgo.
El
problema es que la duración de la crisis y la necesidad de abordar
medidas radicales para afrontar su solución hacen que buena
parte de tales diques de contención puedan estar a punto de
resquebrajarse.
Entonces la corriente del descontento y la frustración puede inundar
las aceras y romper lo que eufemísticamente se ha dado en llamar
‘cohesión social’.
Solo
la reconciliación con el pueblo de sus representantes,
tema al que aludimos hace ahora una semana (Valor
Añadido,
No
va más: hora de llevar al matadero a nuestros políticos,
09-04-2012),
y
un pacto de estado que incorpore la mayor representatividad ciudadana
pueden impedirlo.
No estamos hablando de un tema menor, ni mucho menos. Más bien al
contrario:está
en juego buena parte del rédito logrado en casi cuarenta años de
vida democrática en España. Ojito.
Buena
semana a todos... si nos dejan.
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