20
DE FEBRERO DE 201
Isaac
Rosa *
Somos muchos los que alguna vez hemos mandado un escrito a la sección de ‘Cartas al director’ de algún periódico para dar las gracias al personal de un centro sanitario por la atención recibida por nosotros o nuestros familiares, porque nos salvaron la vida o nos hicieron más humano el tiempo de hospitalización.
Somos muchos los que alguna vez hemos mandado un escrito a la sección de ‘Cartas al director’ de algún periódico para dar las gracias al personal de un centro sanitario por la atención recibida por nosotros o nuestros familiares, porque nos salvaron la vida o nos hicieron más humano el tiempo de hospitalización.
Pero últimamente abunda en los medios
otro tipo de cartas, que son el reverso negro de las anteriores.
Escritos de pacientes o familiares que relatan el retraso fatal de
una ambulancia, la complicación de un problema mal diagnosticado, la
falta de personal, el deterioro de las instalaciones, la espera
prolongada para una prueba o una intervención vital, o la
desatención a los pacientes,
como
denunció la actriz Candela Peña en los Goya.
Es verdad que
antes también había cartas así (pues la privatización y el
deterioro vienen de antiguo), del mismo modo que hoy sigue habiendo
cartas del primer grupo. Pero la proporción entre unas y otras se
está invirtiendo a marchas forzadas. Sin necesidad de escribir una
carta, cualquiera que haya pasado por un centro sanitario en los
últimos tiempos puede percibir signos de deterioro galopante, en la
falta de recursos, en el personal más agotado y estresado, en las
esperas prolongadas. Y si no lo han sufrido en carne propia, habrán
oído a médicos denunciando problemas por retrasos en pruebas
diagnósticas, falta de medios o tratamientos denegados.
Es ya una frase hecha esa de que los
recortes y privatizaciones sanitarias afectan a la calidad
asistencial. La repetimos a menudo, pero es una expresión fría,
burocrática, que encubre la realidad. Porque “calidad asistencial”
cuando hablamos de sanidad quiere decir sufrimiento, dolor y muerte.
Mejorar la calidad asistencial significa menos sufrimiento, menos
dolor, menos muerte. Empeorar la calidad asistencial significa más
sufrimiento, más dolor, más muerte. De modo que, si hacemos caso a
los estudios y experiencias previas, sabemos que nos espera más
sufrimiento, más dolor y más muerte. Llamemos a las cosas por su
nombre.
“Afectar a la calidad asistencial”
puede ser una ambulancia que no llega a tiempo, un hospital con una
máquina de diagnóstico averiada durante meses, un laboratorio que
se queda sin reactivos y obliga a repetir pruebas dolorosas, un
enfermo mal valorado que es enviado de vuelta a casa y acaba
muriendo, un paciente crónico que debe trasladarse decenas de
kilómetros para un tratamiento habitual, errores de diagnóstico más
frecuentes, pacientes desatendidos. No me invento nada, son formas de
“afectar a la calidad asistencial” que ya están pasando, que he
leído recientemente en esas cartas que van llenando los periódicos.
¿Estoy dramatizando por hablar de
sufrimiento, dolor y muerte? Se nos acusa a menudo de dramatizar con
las consecuencias de los recortes y privatizaciones, pero yo creo
que, al contrario, deberíamos empezar a ponernos dramáticos de
verdad, abandonar las frases hechas y los tecnicismos. Yo prefiero
dramatizar ahora y no dentro de diez años, cuando tengamos
investigaciones que, como la reciente en el hospital británico de
Staffordshire, nos hablen de muertes que se pudieron evitar,
sufrimiento gratuito y desatención a los enfermos debido a “una
gestión que primaba la consecución de ”objetivos
económicos por encima de la calidad del servicio”.
El horror de aquel hospital británico
puede ser algo excepcional, un caso aislado, pero la rotunda
conclusión de la investigación resume algo que ya está ocurriendo
hoy aquí: estamos primando “objetivos económicos por encima de la
calidad del servicio”. La reducción del déficit por encima de
cualquier otro objetivo (tal como obliga Europa y establece la
reforma constitucional de PSOE y PP) significa eso: que antes que
reducir el dolor, el sufrimiento y la muerte, cumpliremos el objetivo
de déficit.
Por ahora, el subgénero epistolar de
que hablaba al principio está en transición, desde las cartas
de agradecimiento a las de denuncia, y el resultado son cartas
mixtas: denuncias con agradecimiento, relatos de casos en que el
dolor, el sufrimiento o la muerte provocadas por los recortes fueron
contenidos, aliviados, revertidos por la entrega generosa de los
profesionales sanitarios, que van tapando los agujeros como pueden.
Pero no podremos seguir así mucho tiempo, confiando en que la
entrega de los trabajadores compensen las carencias y deficiencias
del sistema. No necesitamos médicos superhéroes en hospitales
deteriorados, como tampoco necesitamos profesores superhéroes en
escuelas degradadas.
El único heroísmo que debemos pedir a los profesionales es que no se dobleguen. Las privatizaciones y cambios pueden hacerse sin contar con los ciudadanos (que por algo somos “pacientes”), pero difícilmente sin contar con los médicos. Cualquier cambio profundo necesita su colaboración, por activa y por pasiva. Las presiones serán enormes, ya lo son, tanto en negativo (precarización, amenazas, pérdida de derechos) como en positivo (incentivos para participar en las nuevas formas de gestión, salario vinculado a objetivos, etc.). Ese es el heroísmo que exigimos, para el que debemos estar junto a ellos en las mareas, sin un paso atrás: que no colaboren, que resistan.
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