Los productos químicos industriales
lanzados en el ambiente entran subrepticiamente en la
cadena de
alimento. (Romeo Gacad/AFP/Imágenes Getty)
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El trigo es, por mucho, la planta más
cultivada en el mundo y de hecho es la base de la civilización
occidental, además de que ha sido cultivada por más de 7,000 años
en todos los continentes, a excepción de la Antártida. Es probable
que en cien años o algo así, la gente mire el período desde el
final de la Segunda Guerra Mundial hasta el inicio del siglo XXI y
sacuda sus cabezas con incredulidad por la manera en que contaminamos
nuestro medio ambiente y la cadena alimenticia con una cantidad
creciente de productos químicos.
En el futuro se preguntarán cómo nos
permitimos seguir ese camino cuando existía la evidencia de que los
productos químicos a los cuales nos expusieron no eran inofensivos
sino que podrían potencialmente aumentar nuestro riesgo de
enfermedades.
También se cuestionarán sobre nuestra
ingenuidad al no esperar ninguna consecuencia del tratamiento de
nuestra agua potable con productos químicos que producen sustancias
potencialmente cancerígenas, sumado a las otras sustancias con
propiedades que agreden el sistema endócrino y a los materiales
usados para empaquetar nuestros alimentos, nuestra ingenuidad al
fertilizar nuestras cosechas con fertilizantes que se saben contienen
sustancias con el potencial de causar daño, al rociar nuestras
cosechas con pesticidas con efectos dañinos sobre la función del
cerebro y al no comprender que los productos químicos industriales
lanzados en el ambiente pueden -y de hecho, entran- en la cadena
alimenticia. No hay dudas de que muchos contaminantes químicos están
presentes en nuestros alimentos.
En el futuro se preguntarán cómo nos
permitimos seguir ese camino cuando existía la evidencia de que los
productos químicos a los cuales nos expusieron no eran inofensivos
sino que podrían potencialmente aumentar nuestro riesgo de
enfermedades
Hasta los gobiernos dan fe de esto.
Tales son los casos de Australia (a través de Food Standards
Australia, uno de sus entes reguladores) y Nueva Zelanda, que
reportaron la presencia de una gran variedad de insecticidas,
fungicidas y metales pesados contaminantes como el mercurio, plomo y
arsénico en los alimentos.
Incluso han aconsejado a las mujeres
embarazadas y a mujeres que intentan quedar embarazadas que no coman
las grandes cantidades de los pescados más grandes, como los peces
espada, debido al contenido de mercurio.
Se han realizado muchos informes en
reconocidas revistas científicas y/o médicas acerca de los
plásticos utilizados en el empaquetado de los alimentos, y sobre
productos químicos industriales como PBCs y retardantes (substancias
que limitan la rapidez de las reacciones químicas) que terminan en
nuestra comida.
Por supuesto, hay también una gran
variedad de otros productos químicos como los aditivos alimenticios,
agregados deliberadamente a nuestros alimentos. Podemos pretender que
el hecho de que estas cosas estén en nuestro alimento no significa
que están también en nuestros cuerpos, pero hay demasiados otros
informes que demuestran muy claramente la presencia de agentes
contaminantes en diversas partes de nuestros cuerpos incluyendo la
sangre, grasas corporales y el pelo. Sabemos que esa contaminación
de nuestra comida con cantidades superiores a las normales de
residuos industriales como el mercurio y los PBCs, y fármacos
promotores del crecimiento del ganado, como el clenbuterol, han
causado enfermedades en el pasado.
Algunos aditivos alimenticios son
dañinos para algunas personas, y que las grasas transformadas por el
proceso de aceites para hacer la margarina pudieron también haber
contribuido a la enfermedad cardíaca en algunas personas. Lo que no
sabemos es si las cantidades minúsculas de pesticidas,
plastificantes, subproductos de la desinfección del agua con cloro y
de otros productos del proceso alimenticio también han aumentado
nuestro riesgo de enfermedades, pero hay indicadores de que esto
también es posible. Hay recomendaciones en relación a que los
efectos de cantidades minúsculas de sustancias individuales se
pueden amplificar por sinergia, donde dos o más sustancias trabajan
juntas con mucha más eficacia de que lo harían individualmente.
También sabemos que alguna gente,
debido a su genética, enfermedad preexistente, edad o estilo de
vida, puede ser más susceptible, pero no podemos predecir con algún
grado de certeza quiénes son. La única cosa que podemos hacer es
reducir nuestra exposición a estos contaminantes tanto como nos sea
posible. Podemos también instar a los gobiernos a hacer algo sobre
«la amenaza silenciosa» que todos enfrentamos.
El profesor Alfred Poulos es profesor
asociado de la Universidad de Adelaide y Director de Biolipids Pty
Ltd.
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