Por Miguel Jara 13 de febrero de 2017
Javier Álvarez es psiquiatra, jubilado
hace poco. Durante casi 40 años ha trabajado en el Hospital de León
donde se ha desempeñado como jefe de servicio. Siempre ha sido muy
crítico con la psiquiatría convencional y ahora que tiene más
tiempo tras su jubilación impulsa el movimiento Nueva psiquiatría
que trata de desmedicalizar y humanizar esta disciplina médica.
-En mi opinión es catastrófico. Y
ello por diferentes motivos pero sobre todo porque desde hace treinta
años se ha generalizado como sistema diagnóstico el Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales (DSM por sus
siglas en inglés) de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría.
Entre otras graves consecuencias, el
DSM ha llevado a que nada menos que el 50% de la población USA
cumpla criterios para ser diagnosticada de un trastorno mental.
Que el DSM ha resultado ser un
verdadero desastre no lo digo yo, lo dice el National Institute of
Mental Health (NIMH), la Oficina Federal encargada de velar por la
Salud Mental en Estados Unidos. Esta institución, refiriéndose a la
quinta edición del DSM, concluye literalmente:
“su principal debilidad es su falta de validez”.
-Debido a ese estado los procesos de
medicalización de la vida son especialmente agudos en ese ámbito y
los pacientes son tratados con potentes psicofármacos cuya
efectividad esté cada vez más en duda y su peligrosidad mejor
documentada. ¿Es así?
De 106 trastornos mentales, que
contemplaba el DSM-1, hemos pasado a más de 350 en el actual DSM-5.
Ahora cualquier variante de comportamiento puede ser etiquetada de
trastorno mental.
El DSM 5, por ejemplo, incluye como
trastorno psiquiátrico -da casi vergüenza escribirlo- el Trastorno
por Atracones, o sea: levantase por la noche, engullir ocho o diez
albóndigas semicongeladas y volver para la cama molesto y
arrepentido por haberse dejado llevar por la gula… ¡eso es una
enfermedad mental!
Evidentemente es la industria
farmacéutica la más interesada en esta psiquiatrización masiva de
la sociedad occidental para así poder vender más y más
psicofármacos.
A tal fin le interesa difundir la
creencia de que los trastornos mentales son de naturaleza bioquímica
y que su tratamiento debe ser por tanto a base de psicofármacos. No
es extraño, pues, que lleven cuarenta años bombardeándonos con la
idea de que se ha avanzado enormemente en el conocimiento de las
causas biológicas de estos trastornos, lo cual es lisa y llanamente
falso.
Es cierto que las neurociencias, sobre
todo en sus aspectos técnicos, han avanzado notablemente en los
últimos decenios pero a nivel de causas y mecanismos fisiológicos
de las enfermedades psiquiátricas seguimos sabiendo hoy lo mismo que
hace cien años: prácticamente nada.
De hecho, no disponemos todavía de un
solo marcador biológico mínimamente específico o fiable para
ninguna enfermedad mental.
-Ese grupo de medicamentos no son
fáciles de dejar ¿cómo recomienda desmedicalizarse de los
psicofármacos?
Es un tema muy complejo pues, en la
misma línea de lo que decíamos anteriormente, a los psiquiatras se
les ha ido inculcando la creencia de que en un gran número de
trastornos psiquiátricos el tratamiento farmacológico debe ser de
por vida.
Entonces resulta muy difícil dejar una
medicación en contra del criterio de tu psiquiatra y de tu familia y
de todo tu entorno pues comienzas un proceso en el que te sientes
abandonado y recriminado por todos.
Es decir, tomar esa decisión es ya muy
a menudo una fuente de culpa y de depresión. Por tanto, en mi
opinión la personas que desean ir quitándose los psicofármacos
deben hacérselo saber a su entorno, incluido su psiquiatra y han de
intentar conseguir la colaboración de ese entorno.
Si aun así han de hacer ese proceso
sin apoyo de nadie mi recomendación fundamental es que la retirada
de los psicofármacos la hagan de manera muy lenta para evitar el
posible efecto rebote que pueden interpretarse como que está
sufriendo una recaída.
-Tras observar cómo funciona hoy la
psiquiatría entran serias dudas de si su actuar es científico
¿hasta qué punto hay falta de Ciencia en la psiquiatría actual?
La psiquiatría no es, ni puede hoy por
hoy, pretender ser una ciencia. Ni tampoco lo es el resto de la
Medicina. La Medicina hace muy bien en servirse y apoyarse todo lo
más que pueda en los avances y en los nuevos conocimientos
científicos. Pero no podemos olvidar los principios que son
fundamentales y de sentido común: el médico no trata una
enfermedad, sino una persona que aqueja una enfermedad.
Me explico: hay millones de personas en
las que a diario están ocurriendo procesos que reúnen todos los
requisitos de la definición de enfermedad de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y, sin embargo, esas personas jamás se han
sentido enfermas y en consecuencia jamás han ido al médico: ¿a
esos sujetos hay que considerarlos enfermos o no?
La clave de este dilema radica en que
el concepto enfermedad humana tiene que implicar que los síntomas de
ese proceso sean lo suficientemente intensos como para producir lo
que el médico y filósofo Pedro Laín Entralgo denominó “un modo
de vida aflictivo”, es decir, un sufrimiento lo suficientemente
intenso como para que ese sujeto busque soluciones y pida ayuda.
Por tanto, el médico no trata
enfermedades sino que trata personas que aquejan y sufren una posible
enfermedad. Y el trato interpersonal va siempre más allá de lo
puramente científico.
Este principio, que es válido para
especialidades médicas con un fuerte componente científico, lo es
mucho más para la psiquiatría donde las bases físicas o químicas
o genéticas o biológicas en general son prácticamente
inexistentes.
-Usted y las personas que forman la
Asociación Nuevapsiquiatría están trabajando por otro modelo,
¿cuáles son sus objetivos?
El objetivo primordial es luchar contra
el actual modelo de asistencia psiquiátrica por considerar que en
conjunto está siendo más perjudicial que beneficioso.
Nuestra herramienta principal de
trabajo, aparte de dar a conocer y difundir el proyecto, es la
creación de grupos estables y concatenados en los que las personas
que sufren las consecuencias del actual modelo psiquiátrico, ya sean
usuarios o familiares o profesionales, adquieran un conocimiento y un
empoderamiento que les capacite para exigir planteamientos y
actuaciones psiquiátricas más humanas, más horizontales y, en
definitiva, más resolutivas que las que se les están dando hasta
ahora.
Cuando se haya alcanzado una masa
crítica suficiente de personas así responsabilizadas el sistema no
tendrá más remedio que cambiar y plegarse a la demanda de esa
conciencia colectiva.
-¿Cuál sería el enfoque correcto de
las enfermedades mentales, porque entiendo que enfermedades hay -no
tantas ni con la prevalencia que dice la industria- pero las hay?
A mi modo de ver el enfoque correcto de
las enfermedades mentales ha de tener como punto de partida la
afirmación que hizo Thomas Insel en su discurso de despedida como
presidente del NIMH:
“Pongo fin a estos trece años de presidencia con dos profundas convicciones respecto a por dónde han de venir las soluciones de la psiquiatría: en primer lugar, los tratamientos de que disponemos actualmente se pueden aplicar de manera mucho más correcta y, de ese modo, salvar muchas vidas con tan sólo cerrar el hueco existente entre lo que sabemos y lo que practicamos.
En segundo lugar, debemos ser humildes y conscientes de que no sabemos lo suficiente y que la psiquiatría está todavía en pañales”.
Con tan sólo aplicar estas dos
recomendaciones, que en definitiva es una sola, ya se lograría una
mejoría muy notable en la asistencia psiquiátrica.
La hiperia es una hipótesis bastante
atrevida en la que a partir de una serie de razonamientos bastante
elaborados propongo que una serie de vivencias psíquicas que
aparecen en nuestra mente de manera repentina y ajena a nuestra
voluntad, y que hasta el presente son consideradas o síntomas de
epilepsia o síntomas de trastornos psiquiátricos, deben ser
concebidas como expresión de una función fisiológica de nuestro
cerebro.
Es decir, la hiperia sería la función
cognitiva que nos da acceso a vivencias clarividentes y telepáticas.
Como ve se trata de un planteamiento muy osado cuya aceptación por
parte de la comunidad científica es poco menos que imposible.
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