Hoy he leído una entrevista que me ha
dolido. Era una entrevista en la que un psicólogo hablaba sobre el
dolor, la fibromialgia y la fatiga crónica. Sí, me ha dolido, pero
no como le duele la vida a una persona que sufre fibromialgia. No ha
sido ese dolor sordo que les acompaña de noche y de día. No ha sido
ese dolor cruel que espera pacientemente a que se pase el efecto del
analgésico tomado con una mezcla de ilusión y desesperanza…
Me ha dolido que dijeran que el dolor
es secundario a un estado de nerviosismo, ansiedad o tristeza; cuando
la realidad es que el dolor crónico, aquel que te tortura cada día,
es capaz de deprimirte, angustiarte, robarte la ilusión por la vida
y de cambiarte el estado de ánimo. Trata de recordar tu peor dolor
de cabeza, de barriga o de espalda y ahora trata de imaginarte que
cada día del mundo lo estás sintiendo, de día y de noche. Trata de
imaginarte que te duele el peso de la sábana, el peso de tu pelo y
el solo hecho de estar de pie, sentado o tumbado. Trata de imaginarte
que no hay manera de descansar y desconectar del dolor. ¿Acaso no
estarías angustiado, deprimido o de los nervios?
Quizás algún día nos demos cuenta de
que el estado psicológico que acompaña al dolor es consecuencia y
no causa. Que un profesional de la psicología no lo entienda así y
estigmatice a las personas que sufren dolor me duele.
Me duele que digan que hay personas que
con dos semanas de tratamiento dejan de sentir dolor. No digo yo que
no haya pasado, pero creo que tendríamos que matizar qué tipo de
dolor sentían. Personalmente conozco a más de una persona que ha
utilizado la fibromialgia, la fatiga crónica e incluso la depresión
para hacer chantaje emocional y conseguir así captar la atención de
las personas que tiene cerca.
Este tipo de simuladores, más o menos
conscientes de su simulación, no pueden equipararse, ni eclipsar, ni
mucho menos relativizar el sufrimiento de aquellos que no están
simulando. Hace unas escasas semanas una “persona afectada de
fibromialgia” se curó milagrosamente el mismo día que dejó a su
pareja para unirse a otra persona. Permíteme que dude de su dolor,
tanto como de su curación.
Me duele que se hagan negocios con el
dolor. Con el dolor no se puede hacer nada más que compensarlo
conscientes de que de momento no hay mucho que ataje el origen del
mismo. Pero ello no supone que se olvide la investigación, más bien
lo contrario, tenemos que redoblar esfuerzos para atajar este cancer
silencioso y menospreciado que está matando en vida a millones de
personas., destrozando su ilusión, su futuro y sus ganas de vivir.
Me duelen los diagnósticos frívolos y
superficiales, prepotentes incluso, en los que un médico se
precipita en sus conclusiones y fijándose únicamente en los
síntomas más evidentes, concluye que ya no merece la pena seguir
investigando en la causa de ese dolor. Me duele la mirada de
superioridad e incredulidad con la que un médico escucha lo que un
paciente afectado de fibromialgia tiene que explicar. La etiqueta ya
está puesta, nada va a cambiar su opinión.
Me duele, mucho más, la crueldad con
la que inspectores y tribunales médicos deciden que el dolor que
sufre una persona no es para tanto y que seguro que puede trabajar de
alguna cosa que no requiera esfuerzo físico, sin tan solo mirar a
los ojos de su interlocutor para no tener que ver una mirada cansada,
abatida y desesperada que les haga cuestionarse que un día juraron
que lucharían contra el dolor, así como la ética de su praxis y al
servicio de quién están.
Me duele que no se entienda que la vida
de una persona afectada por dolor o fatiga crónica no es vida. Y me
duele mucho más cuándo el que no lo entiende es un profesional de
la salud que tendría que tener una sensibilidad especial. Aquel que
crea que el origen del dolor es psicológico y que la mente puede
controlarlo le propongo que realice un sencillo experimento. Si
quieres comprobar cómo el dolor puede condicionar toda tu vida y
cómo tu mente no puede hacer absolutamente nada para controlarlo, no
tienes más que pellizcarte la oreja con una pinza de la ropa,
apretarte dos ojales más el cinturón, ponerte unos zapatos de talla
menor a la que utilizas o pincharte con una aguja cada diez minutos,
durante todo un día. Al final del día trata de imaginarte que el
resto de tu vida será así, cada día, cada noche… Y entonces,
solo entonces, llegaras a imaginar lo que puede llegar a sentir una
persona afectada por el dolor y la fatiga crónica…
Sí, solo imaginar, como la punta del
iceberg que asoma por encima del mar, ya que nadie, absolutamente
nadie que no lo haya vivido, puede tener una idea de la tortura que
supone saber que tu vida estará empañada por el dolor y por la
fatiga.
Me duele que la vida te duela. Me duele
y me entristece.
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