Una mujer con electrosensibilidad
relata la huída de su propia casa ante el impacto de la señal de
los nuevos contadores
Víctor Vargas Llamas 20/04/2018
Gemma Plana huyó de su casa el jueves
de la semana pasada, en plena noche, con rumbo incierto, casi a la
desesperada. Ningún incendio acechaba su vivienda, ni nadie entró a
robarle. La amenaza es etérea, en forma de ondas electromagnéticas
que emanan del contador que le acababan de instalar a un
vecino, sostiene. Señales que se expanden hasta impactar contra su
cuerpo sensible. Desde hace 15 años, Gemma está diagnosticada de
fatiga crónica, sensibilidad química múltiple e hipersensiblidad
electromagnética por especialistas del Hospital Clínic. "El
jueves me levanté con vértigo, con el cerebro ardiendo, ansiedad,
sin fuerzas, con una mancha marrón en la cara... Antes de saber que
habían cambiado la instalación a un vecino. Mi médico me dijo que
tenía lipodistrofia semicircular, que afecta al tejido adiposo
subcutáneo, y que me marchara de casa lo antes posible",
recuerda.
Gemma sufre el cerco tecnológico: ha
cambiado 9 veces de segunda residencia
Gemma reside en el Eixample, donde solo
enciende la nevera y usa linternas al anochecer. "Si pongo una
lavadora, me voy de casa", describe. Pero incluso así, de tanto
en tanto, su cuerpo dice basta y debe buscar refugio en la montaña o
en la playa. Exilio eléctrico, allá adonde no tenga que soportar
señales y repetidores. Un objetivo infructuoso ante el implacable
cerco tecnológico: "He cambiado nueve veces de segunda
residencia, hasta que compramos una caravana y buscamos espacios
donde estar a salvo". Ahora se ha instalado por la costa
barcelonesa, desesperada por no poder volver a su domicilio. "Me
paso los días llorando, con ataques de ansiedad; hasta ahora tenía
la suerte de la generosidad de mis vecinos, que tienen cableada la
señal de internet y apagan el móvil por la noche para que yo pueda
dormir. Pero un propietario que no es residente habitual aceptó la
instalación de los nuevos contadores, algo a lo que todos los demás
nos negamos", resume.
Se desespera ante la adversidad,
cansada, a sus 72 años, de ser "una nómada", indignada
cuando alguien le recomienda que vaya a una masía o a una tienda de
campaña. Reclama su derecho a mantener su residencia desde hace
cuatro décadas, "de tener vida", pero lamenta que "Endesa
ignora todos los certificados médicos oficiales" que les
remite. Gemma reclama que le visite el médico que tiene la compañía,
"que compruebe en primera persona el daño" que sufre, la
condena que vive en su propia casa.
Derechos
Otro tipo de condena, aunque también
relacionada con los contadores, es la que le ha tocado a Pablo
Álvarez y a su familia en su domicilio de Cornellà. Casi mes y
medio sin electricidad después de que Endesa les cortara la luz ante
la negativa a aceptar el nuevo contador. "Desde el 2014 pido
información a la compañía para conocer el impacto sobre la salud
de la telegestión, pero replican que se limitan a cumplir la
normativa", describe. Pablo recuerda las dificultades de vivir
sin luz y por tanto sin calefacción eléctrica, con la imposibilidad
de conservar alimentos, de que sus hijas atiendan sus obligaciones
estudiantiles, de lavar la ropa íntima en casa. Pero sobre todo
lamenta que "las empresas pisotean los derechos de los
ciudadanos con la complicidad del Gobierno".
Pablo lamenta que se "pisoteen"
los derechos del usuario con la complicidad del Gobierno
Pablo ha contado con el apoyo del
Ayuntamiento de Cornellà, que se sumó a su denuncia y demandó a la
empresa por coacciones. "Es muy grave, una vulneración de los
derechos fundamentales por parte de una multinacional que habla de
compromiso social pero no tiene un servicio de mediación",
explica Montse Pérez, tenienta de alcalde y concejala de Educación
y Política Social. Esta semana, el juez ordenó cautelarmente que se restituya la luz en el hogar de los Álvarez.
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