domingo, 17 de noviembre de 2019

Enfermedades ambientales, enfermedades invisibles

Más de un millón y medio de personas en España padecen de fibromialgía, síndrome de fatiga crónica, sensibilidad química múltiple y electrosensibilidad; el 90 por ciento mujeres. Recientemente el INSS ha publicado un informe sobre estas patologías que ha provocado la indignación de pacientes y asociaciones.
Reflejo de la fachada del Museo Guggenheim en Bilbao. ÁLVARO MINGUITO
ECOLOGISTAS EN ACCIÓN DE SEGOVIA Y ASOCIACIÓN DE ELECTRO Y QUÍMICO SENSIBLES POR EL DERECHO A LA SALUD

En enero pasado, el Instituto Nacional de la Seguridad Social (INSS) publicó un informe dirigido a inspectores y médicos de familia titulado “Guía de actualización en la valoración de la fibromialgia, síndrome de fatiga crónica, sensibilidad química múltiple, electrosensibilidad y trastornos somatomorfos”. Las cuatro primeras enfermedades se denominan “de sensibilización central” y de la quinta afirma esta guía que “el antecedente histórico de los trastornos somatomorfos [una patología psiquiátrica] se halla en el concepto de histeria”. No existe justificación alguna para mezclar todas ellas en un mismo documento.

Las enfermedades de sensibilización central son patologías emergentes que, en pocos años, según los datos de prevalencia más bajos aportados por el INSS, han llegado a afectar en España a, como mínimo, 1.500.000 personas, de ellas entre el 85 % y el 90 % son mujeres. Para hacernos una idea de la magnitud del problema, por comparación, esta es una cifra muy superior a las 150.000 personas diagnosticadas en España con párkinson.

La guía ha despertado la indignación entre las asociaciones de pacientes, que han iniciado movilizaciones, han solicitado su retirada y contemplan, en caso contrario, recurrir a la vía judicial. El Ministerio ha accedido a retirar los trastornos somatomorfos del documento, pero el contenido del informe “sigue siendo intolerable” para las asociaciones de pacientes. Así lo han puesto de manifiesto en el “Análisis Crítico del Informe del INSS” que pone en evidencia la falta de rigor del mismo. Investigaciones, que no recoge el documento, apuntan a serios problemas celulares y metabólicos en estos pacientes que podrían estar causados por factores ambientales, en concreto, por químicos y ondas electromagnéticas.

Entre los redactores de esta guía de referencia médica del INSS no se encuentra nadie experto en estas patologías. Además, se ha manejado una bibliografía exigua, desactualizada y sesgada, ignorando criterios de consenso de organismos internacionales y estudios científicos. Incluso, las recomendaciones que contiene la guía podrían constituir “un delito contra la salud”, según denuncian las asociaciones de afectados. Por ejemplo, se afirma que “la etiología de la fibromialgia es desconocida”, señalando que “las clasificaciones son orientativas y ninguna tiene evidencia científica”. Aun así, elige una que clasifica a los pacientes “basándose en el perfil psicopatológico”. Pero, aunque reconocen que “no existe tratamiento farmacológico específico”, aconsejan utilizar antidepresivos. A pesar de que estudios publicados señalan que el uso de antidepresivos, en estos casos, puede agravar los síntomas.

Por otro lado, el porcentaje de personas con fibromialgia que también padecen depresión que la guía recoge (30 %) es inferior al que otros autores apuntan para patologías como lupus (56 %), esclerosis múltiple (42 %), párkinson (50 %), asma (41 %), sida (85 %), diabetes (33 %). Además, el documento del INSS desaconseja específicamente la realización de pruebas que podrían servir para objetivar daños fisiológicos en pacientes con síndrome de fatiga crónica.

La guía afirma que “los pacientes con sensibilidad química múltiple y con trastornos somatomorfos comparten síntomas y características psicológicas”. Cuando habla del tratamiento hace una afirmación tan peligrosa como que “al recomendar evitar la exposición se transmite un mensaje de causalidad que no está basado en las evidencias y que puede hacer perdurar la sintomatología”. Igualmente, en cuanto a electrosensibilidad (sensibilidad a ondas y campos electromagnéticos), afirma: “La recomendación de evitar la exposición tampoco parece adecuada”. Luego está recomendando a los pacientes que se expongan a aquello que los enferma.

Para entender el problema, interesa saber que hasta 1981, cuando se ponía un nuevo químico en circulación (tanto en alimentos como en productos de limpieza, pesticidas, etc.), no era obligatorio hacer estudios previos. Para entonces, ya había en torno a 100.000 sustancias comercializadas.

BARRERAS INVISIBLES

Antonio ha respondido a mis preguntas por ordenador con mucho trabajo. Tendría que haberle hecho las preguntas para este artículo por teléfono, aunque imagino que también le cuesta hablar por teléfono. Me dice que la publicación de esta guía se convierte en el mayor obstáculo para alcanzar una mejoría en su salud, e incluso su mayor amenaza. "Para poder mejorar en mi salud con esta hipersensibilidad es fundamental evitar al máximo la exposición –me cuenta por escrito-, y eso en muchas ocasiones depende de terceras personas. Actualmente la penetración del uso de tecnologías inalámbricas en la vida cotidiana es de tal calibre que es absolutamente omnipresente alrededor de cualquier persona. Cada persona porta como mínimo un teléfono móvil, pero también una tablet, un ebook, tiene un teléfono inalámbrico y un wi-fi en su casa, pero también los transportes públicos, bibliotecas, parques, centros culturales, hospitales, etc., tienen wi-fi y las ciudades están repletas de antenas de telefonía móvil. Esto significa que para poder estar con gente necesito de su colaboración para ciertas adaptaciones, por ejemplo los teléfonos móviles o inalámbricos o wi-fi de mis vecinos me pueden afectar a tal extremo de dejarme totalmente ko".

Pienso en alguien con una silla de ruedas, los obstáculos que encuentra todo el tiempo en su camino. Antonio dice que la electrosensibilidad es una discapacidad como otra cualquiera, "sólo que las barreras en vez de ser escaleras son radiaciones invisibles".

Antonio no se llama Antonio, prefiere no utilizar su verdadero nombre, pero es una persona electrosensible. Forma parte de la asociación EQSDS, muy activa, que reivindica fundamentalmente, y según las palabras de Antonio, "que se reconozca formalmente la existencia de personas especialmente sensibles que han desarrollado problemas de salud asociados a la exposición de químicos y radiaciones que en otras personas no implican reacciones de forma inmediata, y a niveles que actualmente son legales para la población general".

Otras reivindicaciones tienen que ver con necesidades sin cubrir por la ausencia del reconocimiento, explica Antonio. Es importante el reconocimiento de la discapacidad asociada a estas patologías, para que las personas enfermas no pierdan derechos fundamentales, como el derecho a un puesto de trabajo, a una vivienda accesible, a la salud, a la educación y la integración social.

Mientras todo esto llega, Antonio considera muy importante y urgente "la creación de espacios libres de contaminación química y electromagnética donde las personas en situación más crítica, puedan recuperarse y poder retomar y reconducir sus vidas mientras gestionan un espacio habitable".

CON ESTUDIOS CIENTÍFICOS

Desde 2006, el programa Registro, Evaluación, Autorización y Restricción de Sustancias Químicas (REACH) de la UE ha obligado a que se registren y demuestren la no peligrosidad de las sustancias químicas que se ponen en circulación, pero por sus características, más del 50 % de ellas no tienen obligación de hacerlo. Por ello, todos tenemos en sangre decenas de químicos de los que sólo el 2 % han sido estudiados.

World Wildlife Fund (WWF) investigó la presencia de 103 químicos en sangre de los ministros de la Unión Europea. Se detectaron 76 de ellos, tóxicos, bioacumulables, persistentes, con una media de 41 compuestos por persona. Muchas de estas sustancias son xenoestrógenos, disruptores endocrinos que afectan en mayor medida a las mujeres.

CAMPOS ELECTROMAGNÉTICOS

Por otra parte, las tecnologías inalámbricas, cuyo crecimiento está siendo exponencial desde 1990, también se han puesto en circulación sin realizar estudios previos en laboratorio para demostrar su no peligrosidad. Ante la alarma social y científica, en 1999, con la mayoría de estas tecnologías ya desplegadas, el ICNIRP (organismo privado en el que se apoya la OMS), estableció unos límites de potencia que sólo contemplaban efectos térmicos.

Investigadores en bioelectromagnetismo han demostrado con estudios científicos revisados por pares que además, por exposiciones crónicas y en intensidades miles de veces por debajo de las reguladas, se producen efectos biológicos : roturas de ADN, estrés oxidativo celular, daños neurológicos, daños reproductivos, alteraciones celulares e iónicas, apertura de la barrera hematoencefálica… (lo que podría permitir que pasen al cerebro las sustancias químicas no estudiadas que todos tenemos en sangre). Los resultados de los daños provocados por químicos y campos electromagnéticos en células, animales y personas demostrados por estudios científicos , son coincidentes con los daños que los investigadores están publicando para las enfermedades de sensibilización central. Lo que se produce es una pérdida de los equilibrios del organismo con afectación celular, inmunológica, hormonal y del sistema nervioso.

RECONOCER LAS ENFERMEDADES

Científicos de todo el mundo reunidos en 2015 en la Real Academia de Medicina de Bruselas pidieron a la Organización Mundial de la Salud (OMS) y a Naciones Unidas que asignen un código CIE (Código Oficial de Enfermedades) y reconozcan la existencia de electrosensibilidad y sensibilidad química múltiple (la fibromialgia y el síndrome de fatiga crónica sí están reconocidas por la OMS desde los años 90).

También han pedido a estos organismos protección frente a la exposición a campos electromagnéticos, pues las directrices actuales son inadecuadas y no protegen la salud. Además, solicitaron a la UE, la OMS y la ONU en 2017 y 2018 que se bloquee el despliegue de la 5G (nueva tecnología para móviles) hasta que se cuente con informes que demuestren su inocuidad, pues las tecnologías anteriores se ha verificado que son dañinas para personas, plantas y animales. La ministra belga de Medio Ambiente, alcaldes como el del municipio de Morino, en Italia, y varios cantones suizos han bloqueado el despliegue de la tecnología 5G.

En España, curiosamente, la misma persona que fijó los límites de emisión para las tecnologías inalámbricas ha trabajado después para compañías de telecomunicaciones. Este técnico, desde el Comité Científico Asesor sobre Radiofrecuencias y Salud, ha defendido la inocuidad de estas tecnologías y ha hecho algo tan grave como manipular las conclusiones de estudios científicos sobre electrosensibilidad. Pero se da la circunstancia de que, además, esa misma persona ha sido, desde 2012, responsable técnico del Ministerio de Sanidad en fibromialgia, síndrome de fatiga crónica, sensibilidad química múltiple y electrosensibilidad.

¿Es creíble que casi un millón y medio de mujeres hayan desarrollado recientemente un trastorno psiquiátrico en España? ¿O es que sale más ‘barato’ culpabilizar a las mujeres, recetarles antidepresivos y condenarlas al ostracismo? Es incómodo reconocer que el sistema económico es dañino para la biodiversidad y afecta a la salud de las personas, pero es necesario aceptar las responsabilidades y el cambio de rumbo que eso debería conllevar.

Artículo publicado en la revista Ecologista y adaptado por Saltamontes.

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