Entrevista
a Eduard Rodríguez Farré
Contaminación
química, enfermedades y los efectos del accidente de Fukushima
Salvador
López Arnal
Actualmente
es también miembro del Centro de Investigación Biomédica en Red de
Epidemiología y Salud Pública (CIBERESP) del Instituto de Salud
Carlos III y miembro del Comité Científico de la UE sobre nuevos
riesgos para la salud. Autor de numerosas publicaciones sobre
toxicidad de contaminantes ambientales, energía nuclear y salud, en
esta entrevista examina los riesgos que entrañan los agentes
químicos presentes en nuestra vida cotidiana y sopesa el verdadero
alcance del desastre de Fukushima.
¿Qué
son los xenobióticos antropogénicos?
–
Son los agentes químicos ajenos a la
vida. En el mundo actual, la población está expuesta a una ingente
cantidad de xenobióticos antropogénicos, ubicuos y de muy diversa
naturaleza, presentes en el aire, el agua, los alimentos, el medio
laboral, etc. Estos agentes químicos son capaces de dañar la salud
humana y la biosfera.
–
¿Cuáles son las dimensiones
reales de este problema?
La
dimensión del problema se aprecia al considerar que en el último
siglo y medio la química ha sido tan prolífica que ha generado
alrededor de siete -¡siete!- millones de nuevas sustancias. De
ellas, según la Agencia Europea de Medio Ambiente, unas 100.000 se
encuentran en uso actualmente, superando en muchos casos producciones
anuales de millones de toneladas. Es el caso de los plaguicidas, los
plásticos, los ftalatos, los colorantes, los aditivos, los
neometales y un largo sinfín de productos cotidianos.
–
¿Cómo nos pueden llegar a afectar
estas sustancias?
– En
un momento u otro del ciclo producción-consumo estos xenobióticos
alcanzan la ecosfera, donde algunos permanecen durante décadas,
diseminándose de forma irregular según los ciclos biogeoquímicos,
y originando la insalubridad química que afecta a los humanos.
Asimismo, contribuyen de forma importante a dicha insalubridad
ambiental aquellos agentes químicos no producidos intencionalmente,
como son los productos derivados de actividades industriales. Las
dioxinas y furanos en la incineración de residuos o la biogeneración
acuática de metilmercurio a partir de vertidos de mercurio son
ejemplos de ello.
–
¿Conocemos bien sus efectos en la
salud de las poblaciones?
– El
conocimiento de los efectos nocivos de estos agentes sobre la
población constituye una cuestión central en salud pública, tanto
desde una óptica científica (epidemiología, toxicología...) como
desde el punto de vista de la sanitaria aplicada (protección,
regulación, control...).
Las
evidencias experimentales y epidemiológicas indican que ciertos
efectos podrían desarrollarse como consecuencia de la exposición
continuada a bajos niveles de xenobióticos, que pueden acumularse en
el organismo de modo muy prolongado en el caso de ciertos productos:
organohalogenados, metilmercurio, por ejemplo, cuya nocividad es
conocida con frecuencia de forma sólo muy limitada.
Ahora
bien, desde hace años se conoce que la exposición a agentes
químicos concretos aumenta el riesgo de padecer determinadas
patologías (cáncer, hepatopatías, nefropatías y trastornos
neurológicos, entre otras). Sin embargo, recientemente se ha
constatado que muchos xenobióticos contaminantes persistentes pueden
inducir –en dosis muy bajas– efectos inesperados al interferir
con los procesos de regulación hormonal (alteradores endocrinos) y
de regulación génica (alteraciones epigenéticas) –como ocurre
con las dioxinas y otros organohalogenados, los ftalatos, etc.–,
incrementando las tasas de diabetes, trastornos reproductivos,
ciertas neoplasias y diversos síndromes.
«En
el último siglo y medio la química ha sido tan prolífica que ha
generado alrededor de siete
millones de nuevas sustancias. Unas 100.000 se encuentran en uso
actualmente»
–
¿Qué significa exactamente que un
agente químico sea tóxico?
–
Que afecta negativamente a las
funciones de la vida. También son xenobióticos muchos medicamentos,
por ejemplo. Xenobiótico, por sí mismo, sin más consideraciones,
no implica toxicidad. Todo medicamento tiene su toxicidad también
que depende de la dosis, de sus características y de otros aspectos.
La mayor parte de sustancias, incluyendo aquí las naturales, pueden
tener efectos beneficiosos cuando se incorporan en el organismo.
Pueden tener ese tipo de efectos y también efectos nocivos, ambos a
la vez. Los medicamentos, sean naturales, sean sintéticos, se
administran para tratar una afección o corregirla, pero según como
se usen tienen también efectos secundarios que son en realidad
efectos tóxicos (depende mucho de la dosis y depende de las
reacciones del sujeto).
Intentando
ser más preciso: la toxicidad es la acción o interacción, como
decía, de un agente químico con un organismo vivo y el resultado es
un efecto que altera las funciones biológicas del organismo. Es a
esto a lo que llamamos un efecto tóxico que puede determinar
alteraciones metabólicas, causar alteraciones cerebrales y que
incluso puede ser mortal.
–
Sobre lo que suelen llamarse las
nuevas enfermedades, ¿qué papel juegan estas sustancias?
Probablemente
la exposición a xenobióticos de diversa índole esté relacionada
con la aparición, en creciente incidencia, de los síndromes de
sensibilidad química múltiple, fatiga crónica, fibromialgia y
similares, trastornos de reciente identificación.
Asimismo,
suscitan recientemente gran atención los efectos de la exposición a
determinados agentes neurotóxicos, en dosis bajas, durante el
neurodesarrollo fetal, en especial, los efectos que la poliexposición
en útero y perinatal sobre la maduración cerebral. El paradigma de
estos efectos lo constituye la frecuente exposición a dosis bajas de
metilmercurio durante el embarazo, vía el consumo de pescado
predador: sin afectar a la madre, puede originar déficits
neurocognitivos en sus hijos.
–
¿Existen niveles inocuos?
–
Para muchos agentes no se ha podido
todavía definir cuál es el nivel inocuo – cuestión que origina
notables discrepancias– en relación con las nuevas alteraciones
identificadas. Es conveniente insistir en la importancia, en la
necesidad de investigar con intensidad en estos campos desatendidos
de la salud pública.
–
Hablabas antes del metilmercurio.
¿Qué importancia tiene como contaminante ambiental?
– El
metilmercurio se forma en el mar a través de los vertidos de
mercurio inorgánico. Es uno de los problemas más fascinantes de
contaminación ambiental. El mar Báltico está ultracontaminado, los
grandes lagos de los Estados Unidos también. Aquí, en el
Mediterráneo, a través del Ebro y el Ródano se vierten cantidades
muy importantes de mercurio inorgánico de plantas electroquímicas y
otras industrias. Flix es una referencia conocida.
La
cuestión ambiental que importa destacar es que este mercurio
inorgánico que tiene una toxicidad determinada bien conocida,
clásica, se transforma a través de bacterias reductoras en mercurio
orgánico, en metilmercurio, que pasa a las cadenas alimenticias y se
va bioacumulando, acabando en el atún, en el pez espada, en el
tiburón y demás peces situados en la cima de las cadenas tróficas.
Hay que advertir a las mujeres embarazadas –antes he hablado de
ello– de los efectos que puede tener sobre su descendencia, sobre
todo en el neurodesarrollo.
«Evidencias
experimentales y epidemiológicas indican que ciertos efectos podrían desarrollarse
como consecuencia de la exposición continuada a bajos niveles de xenobióticos»
–
¿Desde cuándo se conoce esto que
estás apuntando?
– Es
un conocimiento que tenemos bien establecido desde hace unos 15 años.
A partir de 2000, con un estudio muy importante que se hizo en las
islas Feroe por un epidemiólogo danés, Philippe Grandjean, se ha
visto claramente que las madres que comían “ballena” piloto
contaminada con metilmercurio tenían hijos con problemas cognitivos,
problemas en el aprendizaje. No nacían con malformaciones ni se
morían, pero sí eran niños con capacidades disminuidas respecto a
las que eran esperables en la población.
–
¿Se sabe algo de lo que está
ocurriendo en España con el metilmercurio?
–
Aquí, alrededor del 70% de las
placentas superan las cantidades de metilmercurio consideradas
aceptables. España, no lo olvidemos, es un país piscívoro, donde
consumimos mucho pescado –sea en Valladolid, sea en Madrid o sea en
Barcelona–, que, desde luego, viene de cualquier parte del mundo.
No es pescado, por lo general, que se pesque localmente
.
Frente
a estas informaciones, frente a este tipo de conocimientos,
contrastados por las comunidades científicas, los gobiernos o los
departamentos relacionados con la salud pública, ¿cómo actúan,
cómo están actuando?
–
Poco hacen. El dinero y los beneficios
suelen estar en primer lugar y todas estas consideraciones
alteran la economía, la paralizan, la hacen más prudente, menos enérgica.
Desde ciertas atalayas, esto no es nada bueno.
–
Esta es, de entrada, la actitud
general.
–
Esta es. Lo señalo después de
trabajar muchos años en estos ámbitos. De entrada, los organismos
estatales suelen ignorar los resultados científicos. Cuando hay
muchos resultados contrastados y hay demandas, las cosas empiezan a
cambiar un poco. Cuando van acumulándose datos y datos, cuando en la
literatura científica y médica aparecen artículos y datos que van
mostrando y acumulándose sobre estos efectos, al final se impone que
hay que tomar alguna medida, aunque a veces se tarde entre
diez y veinte años.
–
¡Entre diez y veinte años!
–
Sí. No es raro que se tarde tanto en
conseguir una legislación que prohíba estas sustancias o que regule
niveles máximos admisibles. Un caso típico, muy conocido, es el del
amianto. ¿Cuántas personas han padecido y van a sufrir cáncer?
¿Cuándo tiempo pasó desde que se conocieron los primeros
resultados contrastados y las medidas que prohibieron su
manipulación? Muchos años.
–
Cambio de escenario y me traslado a
Japón, donde obviamente la contaminación afecta o puede afectar a
la salud pública. ¿Puede afectarnos aquí el desastre de Fukushima?
– Lo
que ha llegado aquí hasta el momento de la atmósfera contaminada de
Fukushima y sus alrededores es muy poco. Lo que no sabemos es cómo
evolucionará porque sigue emitiendo radiactividad y son cuatro
reactores los que están afectados. Desde el punto de vista
cuantitativo, Fukushima puede ser más importante que Chernóbil. Aún
así, hoy por hoy, aquí no debemos preocuparnos por el aire. El
problema, más bien, se ubica en la cantidad enorme de radiactividad
que se ha vertido y se está vertiendo en el mar. Hay ahí isótopos
de todo tipo, cesio 137, estroncio 90, plutonio y muchos otros que a
nosotros, esta vez sí, nos pueden llegar a través de la cadena
alimenticia.
«De
entrada, las instituciones públicas suelen ignorar los resultados
científicos. Cuando hay muchos resultados contrastados y hay
demandas, las cosas empiezan a cambiar. Al final
se impone que hay que tomar alguna medida, aunque a veces se tarde
entre diez y veinte años»
–
¿Qué tipos de isótopos contiene
la radiactividad?
–
Los tecnólogos cuando hablan de
radiactividad y exposición hablan de milisieverts, una unidad de
dosis equivalente y de dosis efectiva, equivalente a la décima parte
de un rem, pero la cuestión que científicamente es importante desde
el punto de vista de la salud es la naturaleza de cada radioelemento,
qué pasa con ellos y el tipo de emisión que hay. En la fisión del
uranio hay muchos, se forman docenas de sustancias radiactivas, pero
las que más nos importan son las que tienen afinidad biológica
–aunque las que no tienen, como el xenon-133, no son inocuas en
absoluto– que son, fundamentalmente, el yodo-131, el cesio-137, el
estroncio-90 y el plutonio. Todos son isótopos que no existen en la
naturaleza están creados a partir de la fisión del uranio-235.
Entre estos tenemos que los isótopos que se comportan de forma
similar a otros elementos necesarios biológicamente son los más
peligrosos.
–
¿Por qué estos elementos son
peligrosos para la salud?
–
Porque sustituyen a los elementos
reales que necesitamos. Por ejemplo, el cesio-137 es muy similar al
potasio, que es un elemento esencial en nuestro organismo. Tenemos
potasio en casi todos los músculos, las neuronas, etc., y su
sustituto irradiará desde el interior de las células. Esta es la
gran disputa con los tecnólogos, la irradiación probabilística. Si
se incorpora una cantidad de esta sustancia dentro de una célula, la
radiactividad desde fuera no la verás porque es radiación beta, muy
poco penetrante. Tú comes el alimento y la sustancia se te queda en
el cuerpo e irradia la célula desde dentro. Esta energía ioniza los
elementos de la célula, sobre todo el agua, que se convierte en agua
oxigenada. Ioniza también muchas otras moléculas formando radicales
libres y esto, junto con la radiación si el electrón te toca el ADN
en un punto determinado, tendrá un efecto que dependerá del azar.
–
¿Cuáles pueden ser las
consecuencias?
– Si
el punto del ADN es una zona secundaria no pasa nada, pero si te toca
un punto muy crítico puede matar la célula. Tampoco pasa nada si
una célula se muere. Pero como toque un gen que regula tumores, que
es supresor de ellos, o afecte a un gen que está actuando sobre la
inmunidad o sobre el desarrollo en el caso de un feto o un niño
puede tener una serie de manifestaciones determinadas o acabar con
tumores. Además no se puede detectar. Las imágenes que vemos de
Japón en que detectan la radiación de la gente con contadores es
sólo para lo que se queda en la piel, lo que ya está en las células
no se puede detectar así. Sólo se pueden detectar por las
cantidades que se eliminan vía orina o intestinal, o en ciertos
casos con cámaras de cuerpo entero.
–
¿Cómo llega a España esta
contaminación por alimentos?
–
Por el comercio mundial y por las
cadenas tróficas largas. Yo intuía, estaba muy equivocado, que las
exportaciones alimenticias de Japón eran pocas. Pero resulta que
exportan 3.000 millones de euros en comida al año. El problema, en
todo caso, no es lo que exporta Japón, sino que lo que se está
vertiendo en el mar se incorpora en las cadenas tróficas largas.
En
tierra son cadenas tróficas cortas y se quedan en el mismo
territorio –si no tenemos en cuenta las exportaciones–, como el
yodo-131 en la leche. Las cadenas largas marinas empiezan con la
incorporación de los radionucleidos al plancton, del plancton pueden
pasar a los invertebrados, de éstos a los vertebrados y
posteriormente a los carnívoros marinos.
Después venimos nosotros.
Además las cantidades se biomagnifican porque estos seres las van
acumulando y lo concentran. Así, los peces grandes como el atún o
el pez espada concentran cantidades muy grandes de estos
contaminantes. Muchos de ellos, como es sabido, son migratorios y no
hay forma de saber qué trayecto realizan.
«Fukushima
es un Chernóbil a cámara lenta. En Japón sigue expandiéndose día
a día la
radiación, aunque afirmen lo contrario. El cuadro final tardaremos
tiempo en verlo»
–
¿Se vigila lo suficiente? ¿Podemos
comer tranquilamente?
–
Esta es la cuestión. Los pesqueros
españoles se mueven entre el Polo Norte y el Polo Sur. Muchos
pesqueros, por lo demás, vete a saber de dónde son. ¿De dónde
viene el pescado? No se sabe realmente. Hay además un problema que a
mí me ha indignado bastante.
–
¿Cuál es causa de tu indignación?
Hay
muchos motivos para indignarse, este que explico es uno de ellos. La
Unión Europea ha vuelto a subir los niveles de radiación permitidos
en los alimentos a través de un decreto que se hizo poco después de
Chernóbil. De este modo, quedan anulados los niveles que se
aprobaron el 2006 y se aceptan unos niveles de radiactividad, por
ejemplo, tres veces superiores –¡el triple!– en la leche o en
muchos animales. Esto, como era previsible, lo aprueban desde
Industria, ¡desde Industria!, no desde Salud como sería razonable.
Por ejemplo, yo estoy en el comité científico de nuevos riesgos
para la salud de la Unión Europea y no nos han dejado decir nada
sobre este tema. Lo ha acordado el comité de radioprotección que,
curiosamente, está directamente ligado al Tratado constitutivo de la
Comunidad Europea de la Energía Atómica (The European Atomic Energy
Community, EURATOM). En resumen: la decisión de estos niveles está
en manos de ingenieros, físicos nucleares, vinculados a la
industria. ¿Es razonable este procedimiento? ¿Está claro quien
manda?
–
Está claro y no es razonable. Y
ante esta situación, ¿qué debemos, qué podemos hacer?
– No
puedes hacer nada aparte de protestar. Ante esto estamos indefensos,
no puedes dejar de comer ni es factible comprobar tú mismo la
radiactividad en cada caso. Es un timo, como diría Mario Bunge. Hace
meses explicaban que ni en los alimentos se había llegado a los
niveles máximos de radiactividad y después resultó que superar los
niveles máximos era ya aceptable y, por lo tanto, se podía
comercializar. Se ha llegado a extremos en los que estas normas de la
Unión Europea permiten más radiactividad que la normativa de los
mismos japoneses, bastante laxos en este tema. En Estados Unidos,
donde no han cambiado los niveles de radiactividad permitidos en los
alimentos, eliminaron leche con cantidades de radiactividad que aquí
se permiten. Pero todo esto pasa
desapercibido. Los ciudadanos –que ellos llaman consumidores– no
pueden, no podemos hacer nada. El problema más grave para mí es el
del pescado. No me parece que importemos verduras japonesas.
– Me
parece que no. ¿Hasta cuándo debemos mantener la alerta por este
tema?
– No
se sabe, no se puede saber. Años. No sabemos cómo acabará. Es la
diferencia entre Fukushima y Chernóbil. Fukushima es un Chernóbil a
cámara lenta. En Chernóbil hubo una explosión y en pocos días se
expandió la radiación. En Japón sigue expandiéndose día tras día
aunque afirmen lo contrario. Desde el primer día, desde aquel 11 de
marzo, hay mucha radiación y así sigue. El cuadro final tardaremos
tiempo en poderlo ver. Esperemos que no vaya a peor.
«La
UE ha vuelto a subir los niveles de radiación permitidos en los
alimentos, y lo aprueban desde Industria, no desde Salud como sería
razonable»
–
¿Cómo afecta al medio ambiente un
desastre como este?
– Es
difícil de saber. Está muy bien estudiado cómo afectan estos
fenómenos a la salud humana y la transferencia a través de las
cadenas tróficas, pero se sabe poco de lo que le pasa al ecosistema.
Seguro que hay especies mucho más sensibles que el resto, pero lo
que más me preocupa, lo que más debe preocuparnos, es su impacto en
los seres humanos.
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