Brillantes reflexiones de Miguel
Blanco, secretario general de COAG, sobre el asunto del TTIP.
Se
nos trata de demagogos y radicales cuando nos oponemos frontalmente
al contenido ( por lo que conocemos en materia de agricultura y
alimentación) del Tratado de Asociación Transatlántica para el
Comercio y la Inversión entre la Unión Europea y Estados Unidos de
América (TTIP), que se está negociando en estos momentos.
Los
apóstoles de la desregulación globalizada de los mercados que
predican la religión del máximo enriquecimiento posible, ocultando
sus demonios especulativos y depredadores, nos anuncian el paraíso
donde ya nos esperan quienes lo han alcanzado, entre santos y
Monsantos. Siempre que no se lo estropeemos un poco, cuatro
ignorantes alarmistas dedicados a asustar a la ciudadanía de este
mundo.
¿Cómo puede ser malo un tratado que crearía el área
de “libre” comercio más importante de la historia y de la
actualidad, en volumen comercial, representando el 60% del PIB
mundial? ¿A quién se le ocurre pensar en negativo, ante un
crecimiento previsible del PIB comunitario de 120 mil millones de
euros anuales y un aumento del valor del comercio transatlántico de
medio billón de dólares al año? Y además con el añadido
geoestratégico y geopolítico de hacer frente a otros paraísos
emergentes como es el caso de China.
Pensar… sí que pensamos
que estas estrategias y macro-magnitudes extraordinarias solo están
a la altura de quienes las pueden digerir. Y experiencia sí que
tenemos respecto a quienes se zampan todas las cifras del mundo
mundial, engordando sin freno.
Y como simple consideración traigo
a la memoria una cifra para algo de reflexión. Los defensores a
ultranza del Tratado UE/EEUU argumentan en su favor la extraordinaria
creación de nuevos empleos, algo fundamental estando tan necesitados
en Europa y por descontado en nuestro país. Resulta que un Tratado
que engloba la mayor parte de los sectores económicos podría
generar en las próximas décadas 400.000 nuevos puestos de trabajo
en la UE. Aparte de las consecuencias en cuanto a nuevas regulaciones
para los trabajadores, se antojan pocas expectativas laborales
nuevas. ¿Sólo cuatrocientos mil? ¡Es una previsión oficial!
¿Tanto tratado para tan poco beneficio laboral y social? ¿Quién va
a engordar entonces, zampándose las estupendas macro-magnitudes del
Tratado? El conjunto de la ciudadanía, no. Nosotros tampoco.
El
sector agroalimentario es una parte pequeña dentro del conjunto de
las negociaciones, pero esencial y estratégico para la ciudadanía
pues está en riesgo la calidad y seguridad de nuestra alimentación
diaria, están en juego un modelo alimentario y agrario sostenibles y
de carácter social, la preservación del medio ambiente y
rural, nuestra propia capacidad de decisión y por lo tanto el
objetivo de soberanía alimentaria.
El sector agrario y
alimentario resulta estratégico también por ser la nueva burbuja
especulativa y depredadora de los grandes fondos de inversión, las
grandes cadenas de distribución alimentaria y las multinacionales
agroexportadoras y biotecnológicas, que presionan a los gobiernos a
favor de políticas desregulatorias de los mercados mundiales, que
les permitan operar a sus anchas, extendiendo su control y dominio
absoluto sobre la producción y el comercio de los alimentos. Su
presión es feroz a favor de TTIP, del Tratado
Transatlántico.
Parece, en medio de la gran opacidad de las
negociaciones, que quieren concluir el proceso negociador en el
presente año 2015. Y parece que se están negociando en materia
agroalimentaria incluso las líneas que responsables comunitarios
consideran “líneas rojas”. Es decir aquello que la ciudadanía,
de manera ampliamente mayoritaria, no aceptaría… Se está
negociando. Por ejemplo, los estándares de seguridad alimentaria
europeos, muy superiores a los americanos y que deben constituir una
línea de defensa que no se debe traspasar. Pues bien, si se negocian
no es para imponérselos a los EEUU sino para acordar mayor
“flexibilidad”.
¿Están convencidos acaso los comisarios
de la Comisión Europea, los presidentes y ministros del Consejo y
los europarlamentarios del Parlamento Europeo, que los ciudadanos de
la Unión están deseando que se abran nuestros mercados alimentarios
a las carnes hormonadas con anabolizantes autorizadas en EE.UU.? ¿O
a los productos lácteos elaborados con leche producida con la
inyección a las vacas de la hormona rBST, para multiplicar la
producción, como se hace en América? ¿O los pollos y otras carnes
cloradas, para su higienización? ¿O a la sarta de antibióticos
inoculados a los animales, aquí prohibidos y allí
autorizados? ¿O a la entrada de un aluvión de productos
transgénicos y la autorización masiva de su producción en Europa,
tumbando el principio básico de precaución? ¿Y qué me dicen
también del recorte en nuestra normativa higiénico-sanitaria de
bienestar animal y de trazabilidad de los alimentos?
¿También
desean los ciudadanos europeos que nuestras producciones de calidad
diferenciada con Denominaciones de Origen, Indicaciones Geográficas
Protegidas, Lábeles de Calidad y otras figuras, no sean reconocidas
por EE.UU. y no se respeten sus códigos de calidad, sus normas y sus
denominaciones en aquellos mercados, pudiendo fusilarlos a través de
simples marcas sin condiciones, ni garantías?
Es decir, los
responsables políticos e institucionales de la Unión Europea…
¿consideran que los ciudadanos desean una deriva del modelo
alimentario y de producción agraria, al servicio de los intereses
mercantilistas y especulativos de multinacionales sin escrúpulos, en
lugar de avanzar hacia una mayor calidad, seguridad, y sostenibilidad
alimentarias?
¿Qué los ciudadanos se traguen los anabolizantes
mientras que un puñado de brokers de fondos de inversión se forran?
¿O quizás van a ser tan falsarios e hipócritas de establecer un
doble rasero? Aquí, exigir producciones con los mayores estándares
de seguridad y luego sálvese quien pueda en un mercado en el que
todo vale.
Este Tratado se tiene que aprobar en el Parlamento
Europeo y en cada uno de los 28 parlamentos de los países miembros.
Veremos si los parlamentarios responden con su voto a los deseos y
necesidades de la ciudadanía o si por el contrario se entregan a
otros intereses más poderosos y mucho más beneficiosos, para
algunos. En nuestro país se retratarán en el Parlamento, los que
ahora tan vehementemente levantan la voz en los innumerables mítines
electorales, repartiendo promesas a diestro y siniestro. Vamos a ver,
en Bruselas y aquí, qué es lo que cumplen.
Miguel Blanco,
Secretario General de COAG
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