- En el Día Mundial del Comercio Justo, hablamos con Gloria Sagñay una agricultora indígena que cultiva quinoa orgánica y lidera una organización de mujeres productoras en Ecuador
- Ante la falta de condiciones dignas en la venta de su producto, decidieron sumarse al comercio justo: "Dependíamos del mercado, pero no valoraban nuestro trabajo, nos estafaban y no teníamos suficientes ingresos"
- La quinoa es un pseudocereal que lleva miles de años en la dieta de la población andina y se ha convertido en los últimos tiempos en un alimento de moda en los países occidentales por su valor nutritivo
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Gloria Sagñay, agricultora y
presidenta de la organización de mujeres de Cumandá El Molino,
durante su visita en Madrid. DAVID CONDE
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Icíar Gutiérrez 11/05/2018
Gloria Sagñay se levanta cada día
varias horas antes de que salga el sol. A las cinco de la mañana ya
está en su plantación, situada a 2.500 metros de altura. De fondo,
el volcán Chimborazo, la montaña más alta de Ecuador. Quedan pocos
meses para la cosecha y Sagñay, de 29 años, se afana en que las
matas de quinoa crezcan rectas para que el grano sea de calidad.
Carga sacos de abono, remueve la tierra con la azada, riega. Después
ordeña a las vacas y llega a tiempo a su casa para preparar el café
antes de regresar de nuevo al campo. Al día siguiente, vuelta a
empezar.
"Nos levantamos las primeras y nos
dormimos las últimas. Dedicamos muchísimo tiempo, amamos nuestro
producto. Es nuestro cultivo, nuestro trabajo", sostiene Sagñay
en una entrevista con eldiario.es.
Así se refiere constantemente esta
campesina indígena a su cultivo: "Nuestro trabajo". Lo
hace como una lección aprendida, como si de una reivindicación se
tratara contra quienes quisieron aprovecharse, años atrás, de sus
largas jornadas laborales como productora de quinoa. Este
pseudocereal milenario para las comunidades andinas se ha convertido
en los últimos años en una de las comidas saludables de moda en
EEUU y los países europeos, entre ellos España.
"Nos robaban, no nos valoraban"
"Procesábamos manualmente la
quinoa, a veces nos sangraban las manos, era muy duro, un sacrificio
enorme. Tardábamos una semana para 100 libras (unos 45 kilogramos).
Cuando llegábamos al mercado, después de haber pesado los sacos en
casa, nos decían que solo eran 80 libras (36 kilos) o que no estaba
buena. Nos estafaban y nos robaban", asegura. "Muchas
familias se desanimaron a trabajar en el campo y por necesidad
salieron a diferentes ciudades, migraron. Quedamos pocas".
Pero las mujeres de su pequeña
comunidad, Cumandá el Molino, dieron un golpe encima de la mesa hace
diez años. "Nuestras familias viven de esto y dependíamos del
mercado, pero no valoraban nuestro trabajo y no teníamos suficientes
ingresos", recuerda. "Los necesitábamos para que nuestros
hijos pudieran estudiar y trabajar en otra cosa. Nuestros padres no
nos pudieron mandar a la universidad y nosotras no queríamos que
nuestros hijos tuvieran el mismo problema, así que buscamos nuevos
mercados", recalca.
Entonces decidieron participar en
Maquita Cushunchic, una organización ecuatoriana que exporta
productos de comercio justo y agrupa a 250.000 familias. "Nos ha
devuelto la oportunidad de soñar. Pagan el precio de nuestros
productos, tenemos nuestros ingresos y es un mercado seguro. También
llega a otros países como España", defiende la productora, que
ha visitado Madrid esta semana. Como ella, más de dos millones de
personas trabajan dentro de la red internacional de Comercio Justo,
con organizaciones repartidas en África, Asia y América Latina.
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Imagen de archivo: variedades de quinua
se exhiben en la feria gastronómica Mistura
en Lima (Perú).EFE
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La quinoa es un cultivo en expansión
en el mundo y toda una tendencia en los países occidentales por sus
propiedades nutritivas. Algunas voces apuntan que, detrás de este
boom, se esconde un aumento de los precios que ha atraído a grandes empresas y ha provocado que parte de la población local en países
productores como Bolivia no se pueda permitir consumirla.
Frente a ellas están los pequeños
agricultores como Sagñay, que no solo cultiva para vender, sino para
alimentar a su familia. "Nuestras condiciones no son las mismas
que quienes producen para grandes empresas. Meten químicos, así que
sacan mucha más producción, el doble que nosotros, por eso hay
gente que no se suma a nosotras", comenta. Para crecer, la
quinoa necesita unas condiciones muy específicas. En sus
plantaciones, insiste Sagñay, apuestan por el cuidado del medio
ambiente a través de la producción orgánica.
"Nosotras tenemos compromiso de
cuidar nuestra madre tierra, no contaminamos. Cuidamos de nuestra
salud y la de los consumidores. Es un producto misk'i mikhuy
[suculento]".
En los últimos años han podido
mecanizar parte de su trabajo y ganar tiempo para otras actividades,
pero también utilizan técnicas que ya usaban sus abuelos. "Ponemos
agua hirviendo con unas plantas. Las tapamos con plástico para que
se pudra y con eso fumigamos para controlar las plagas", explica
la agricultora.
Poder conservar la cultura y las
tradiciones de sus antepasados es, a juicio de Sagñay, una de las
mayores ventajas de participar en la red de comercio justo. Entre
ellas está el rito sagrado para celebrar la cosecha, que comenzará
en julio y durará hasta septiembre. Durante estos días beben chicha
de quinoa [bebida típica de la zona] y entonan con fuerza sus cantos
tradicionales: "Jahuay, jahuay, jahuay". "Nuestros
abuelitos la cantaban y nosotros también lo hacemos. Nuestra cosecha
es una fiesta para nosotros, esperamos más de siete meses para tener
nuestro producto. Y cantamos: 'Todos con las manos arriba, sigamos
cortando con ánimo".
Lucha contra el machismo
La labor de Sagñay va más allá del
campo. Es líder de su comunidad y presidenta de una organización
formada por 32 mujeres que, con el apoyo de Maquita, luchan por
acabar con el machismo que las rodea. "Hemos cambiado muchísimo.
Antes, nuestros propios padres nos discriminaban. Decían que solo
servíamos para cuidar casas, no nos mandaban a estudiar. Solo
nuestros hermanos podían participar en reuniones, solo se tenía en
cuenta su opinión. Teníamos miedo a los esposos", critica.
En todo este tiempo, han observado
algunos cambios. "Las mujeres eran tímidas, tenían miedo de
hablar con otras personas. Ahora preparamos a nuestras hijas para que
no pasen por la misma situación, para que sepan que sí puede, que
sí podemos. Ya no decimos que los hombres no tienen que cocinar
porque es cosa de mujeres. Ahora tienen que hacerlo por igual.
Algunos maridos comenzaron a apoyarnos con ideas. No tenemos tantas
dificultades como antes. Y yo ya no tengo miedo", sentencia.
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